lunes, 4 de abril de 2022

¡JESUCRISTO!



“Y ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?” 

(Mateo 16:15 NVI) 

    A lo largo de la historia creo que la mayoría de las personas, de alguna u otra forma, han sostenido una opinión favorable acerca del Señor Jesucristo. Sus palabras y la coherencia de su vivir con lo que enseñó y predicó reviste de una autoridad y valor muy especial la imagen de su Persona. Si únicamente considerásemos el aspecto humano de su ser, haciendo a un lado intencionalmente el aspecto espiritual y la trascendencia sin igual de sus palabras y mensaje en lo relacionado con nuestras vidas, nuestras almas inmortales y nuestro encuentro con Dios y la eternidad, y si sólo considerásemos al Jesús humano, al maestro, al que enseñó que es más importante servir y amar a nuestro semejante antes que buscar nuestra propia satisfacción, entonces tendríamos, necesariamente, que colocar a Jesús en la cúspide y primer lugar de los hombres que han pasado por esta tierra. La persona del Señor destaca como la de ningún otro mortal, especialmente por sus palabras y mensaje, pero cuando nosotros nos decidimos a considerar lo que plantea la Biblia con relación al Señor Jesucristo, encontramos que a Él se le otorga una posición sin igual, pues se le atribuyen los mismos atributos (características y cualidades) que se le atribuyen a Dios. En la presentación que la Biblia hace del Señor Jesucristo se nos muestra, sin dejar lugar a dudas, su absoluta divinidad por medio de las caraterísticas o atributos divinos que se le reconocen. Veamos algunos de estos aspectos...  

1.- Se habla de Él en términos de eternidad: 

Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad” 

(Miqueas 5:2) 

En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. 

Este era en el principio con Dios” 

(Juan 1:1-2) 

Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, Yo soy” 

(Juan 8:58) 

    Eterno es únicamente Dios. Es una grave blasfemia llamar eterno a cualquiera que no sea Dios. Únicamente Dios es Dios y por tanto eterno; de allí que cuando al Espíritu Santo se le llama Espíritu eterno (Hebreos 9:14), o cuando al Señor Jesucristo se le asocia con la eternidad, característica única de la que Dios participa, se les está reconociendo como divinos e integrantes del Ser de Dios (Padre, Hijo, Espíritu Santo). Los que hemos sido creados por Dios, cualesquiera de sus criaturas, no somos, ni jamás seremos o llegaremos a ser eternos por nuestra propia capacidad o condición, esa es una característica única de Dios, y es importante, muy importante en verdad, que tengamos claridad y que seamos muy precisos con nuestras palabras en lo que a este aspecto de la divinidad se refiere. Y si alguno piensa que solo son palabras, y que podemos llamar divino y eterno a cualquier mortal, o algo parecido, le diré que las palabras son expresión del pensamiento y de los motivos que están presentes en el corazón, y que, además, el Señor Jesucristo, quien es Dios sobre toda carne, dijo que por nuestras palabras seríamos justificados o condenados y que de toda palabra ociosa tendríamos que dar cuenta ante Dios (Mateo 12:37). Así que cuando hablemos de Dios y sus perfecciones, de sus santas y admirables cualidades, cuidémonos de hacerlo con respeto y jamás ofrezcamos tributos de divinidad ninguna criatura. 

2.- Él es inmutable: 

    Dos citas nos bastarán para mostrarnos como el Señor Jesucristo comparte este atributo/característica con Dios el Padre: inmutabilidad, es decir ausencia de cambios en el tiempo. 

Porque yo Jehová no cambio…” 

(Malaquías 3:6) 

Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos

 (Hebreos 13:8) 

    Este atributo divino, lo mismo que los demás, es un gran consuelo para cada uno de los que creemos, pues nos dice y recuerda, que aunque todo cambie (y todo en la creación está sujeto a cambios), Dios permanece inalterable en su amor y perfecciones infinitas. Él es inmutable. ¡Gloria a su Nombre por ello! 

3.- Él es omnipotente: 

    Cuando los discípulos estaban comenzando a conocer al Señor Jesucristo se preguntaban asombrados “¿Qué hombre es este, que aún los vientos y el mar le obedecen?” (Mateo 8:27). 

    La omnipotencia es una cualidad propia de Dios para quien no hay nada que sea difícil ni imposible, y es una cualidad que exhibió el Señor Jesucristo en los cortos tres años de ministerio que desarrolló ante la nación de Israel para dar evidencia de su divino ser y procedencia. Tan evidente era la omnipotencia que dejaba ver su divinidad para con los que estuviesen dispuestos a creer que dijo: “Si Yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado” (Juan 15:24) Y en el libro de Apocalipsis el mismo Señor Jesucristo expresa: 

Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” 

(Apocalipsis 1:8) 

4.- Él es omnisciente: 

    Muy cerca de la omnipotencia está la omnisciencia, la capacidad por la cual Dios conoce perfecta y absolutamente todas las cosas sin excepción, pasadas, presentes y futuras, reales e imaginarias, ejecutadas y posibles. La omnisciencia divina abarca todo conocimiento y sabiduría en toda la creación y sus criaturas y aún fuera de ella. Este atributo del Señor es una gran fuente de consuelo y seguridad para los hijos de Dios, pues podemos descansar en el perfecto conocimiento que posee el Señor de todas nuestras causas, condiciones y circunstancias de vida, conocimiento que, por cierto, jamás se queda en indiferencia, sino que se manifiesta en compañía y cuidados permanentes. El evangelista nos dice del Señor que “…no tenía necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre, pues él sabía lo que había en el hombre” (Juan 2:25). Y más adelante: “Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar” (Juan 6:64). Pedro, al final del ministerio del Señor Jesucristo lo entendía, y cuando era interrogado por Él acerca de su amor, expresó: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Juan 21:17). 

5.- Él es omnipresente: 

    Quizá uno de los atributos que más nos cuesta entender e imaginar es el de la omnipresencia, esa cualidad por la que Dios está completamente presente, en todo lugar y momento, en cada rincón de su creación. En su carta a los efesios el apóstol Pablo dice que el Señor Jesucristo es “…Aquel que todo lo llena en todo” (Efesios 1:23). Y Mateo, el evangelista, recoge en su evangelio las palabras que, a manera de promesa, el Señor Jesucristo dirigió a sus discípulos cuando se despedía de ellos, sobre la realidad de su omnipresencia: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mateo 18: 20), y “…he aquí Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28: 20). Por otro lado, el Señor Jesucristo, como integrante de la divinidad, es también reconocido y proclamado en la Biblia como… 

6.- Él es el creador de todas las cosas 

Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho” (Juan 1:3) “Porque en Él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de Él y para Él” 

(Colosenses 1:16) 

7.- Él es el sustentador de todas las cosas 

…el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (Hebreos 1:3; “Y Él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en Él subsisten” 

(Colosenses 1:17) 

8.- Él perdona el pecado 

Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar pecados (dijo al paralítico): A ti te digo: Levántate, toma tu lecho, y vete a tu casa” 

(Lucas 5:24) 

…perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” 

(Colosenses 3:13) 

    Y debemos diferenciar entre “errores” y “pecados”. Los primeros nacen de nuestra naturaleza imperfecta y no implican culpabilidad y responsabilidad moral necesariamente. Los segundos siempre implican culpabilidad, ya que se originan en el actuar en contra de la justicia y el bien, aspectos que están manifestados en la voluntad de Dios expresada en su Palabra. 

9.- Él ha de resucitar a los muertos 

De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán. Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre. No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” 

(Juan 5:25-29) 

10.- Él ha de juzgar a todos 

Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo” 

(Juan 5:22) 

11.- Él ha de recibir la adoración que sólo corresponde a Dios 

…para que todos honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le envió” 

(Juan 5:23) 

    Samuel Greene expresa del Señor Jesucristo: 

    "En las Sagradas Escrituras aprendemos que Él es el Señor de los ejércitos; el Señor Dios; el Señor de la gloria; el Señor de todos; Él es el verdadero Dios; el gran Dios; Dios sobre todas las cosas; el Primero y el Último…vemos que todos los atributos incomunicables del Padre le corresponden a Cristo. Él es eterno, inmutable, omnipotente, omnisciente. Vemos que las obras que sólo Dios puede hacer las hace Cristo. ÉL creó todos los mundos; sostiene todas las cosas con la palabra de su poder; gobierna todo el universo, y provee lo necesario para toda la creación; la fuerza de su voz llamará a millones de personas de entre los muertos en el día de la resurrección; Él las juzgará a todas en el gran día. Aunque la multitud que habrá de estar ante su augusto tribunal será innumerable como la arena que está en la orilla de la mar, sin embargo, Él recordará perfectamente todas las acciones de ellos, sus palabras y sus pensamientos, desde el nacimiento de la creación hasta el fin de los tiempos… Por eso y más, nosotros debemos actuar hacia Cristo exactamente de la misma forma como tenemos que actuar con respecto a Dios el Padre: tenemos que creer en ÉL, ser bautizados en su nombre, orar a Él, y servirle y adorarle en la misma forma que servimos y adoramos al Padre". 

    ¿Y nosotros cómo estamos con relación al Señor Jesucristo? ¿Le hemos conocido en verdad y le estamos siguiendo? ¿Cómo sabemos que en verdad le conocemos y le estamos siguiendo? 

    Sus palabras a veces son muy difíciles de escuchar y mucho más de vivir, pues nos confrontan y nos ponen como entre la espada y la pared. Por ejemplo, las siguientes: 

“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” 

(Lucas 14:26-27) 

Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33) 

    ¿Es mucho pedir? Por supuesto, es mucho pedir. El Señor Jesucristo nos pide toda nuestra vida, y el sitial de honor de nuestros afectos e intereses. Y porque Él es el único y verdadero Dios, quien nos trajo a la existencia con propósitos y planes determinados para nosotros, tiene el derecho de pedir y exigir lo que nos pide y exige a todos sin excepción. Y para llegar a tenerlo a Él tendremos que estar dispuestos a dejarlo todo. Esto lo ilustró el mismo Señor Jesucristo de muchas maneras, entre ellas, con el siguiente micro-relato: 

El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo” 

(Mateo 13:44) 

    ¿Qué hemos dejado para seguirle a Él? Si no hemos dejado nada atrás, si no hemos renunciado a nada de valor por seguirle a Él, lo más seguro es que aún no le estemos siguiendo; y si no le estamos siguiendo de seguro estamos participando de algún tipo de idolatría. Existen muchos tipos de idolatría en la esfera del quehacer humano: idolatría religiosa, cultural, política, y hasta idolatría personal, esa vanidad propia y ese deseo de afirmación personal que nos lleva a considerarnos grandes e importantes ante nuestros propios ojos. La voluntad propia también puede ser un ídolo, especialmente cuando esa voluntad se constituye en el impulso que nos lleva a buscar imponer nuestro deseo sobre otros, sin tomar en consideración la voluntad de Dios. Por otro lado en estos últimos tiempos no han sido pocos los que han querido mezclar el Evangelio y su mensaje con las intenciones de los políticos de este mundo. Con relación a ese aspecto he de decir que unir al gloriosísimo Señor Jesucristo y su Evangelio con la política es blasfemar de Él. Así de fuerte y tajante como suena y se percibe en estas palabras. El Señor Jesucristo, Dios sobre todos y sobre todas las cosas, digno de adoración y respeto de todas las criaturas, en el cielo y en la tierra, y en cualquier otro lugar donde se encuentren, no fue, ni jamás será, partidario de ninguna posición política, antes, Él dijo que su reino no era de este mundo (Juan 18:36). Él es “Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos” (Romanos 9:5). 

    Quiero terminar con el siguiente extracto de un escrito de Richard Watson sobre la persona de Jesucristo: 

    “A Jesús se le llama "Hijo de Dios" en el Nuevo Testamento, título que es suficiente para probar que el que lo asume considera que en Él hay Divinidad. Por haber afirmado nuestro Señor esa verdad fue condenado a morir como un blasfemo por el Sanedrín judío. Él, siendo divino, se encarnó en nuestra naturaleza humana, e hizo milagros mediante su propio poder, y no como los hicieron sus siervos, en el nombre de otro. Él tiene autoridad de perdonar pecados, pues por obra de su sacrificio, y sólo por Él, se le perdonan los pecados al mundo entero. Él se levantó de entre los muertos para así sellar todas sus genuinas pretensiones de Divinidad. Él está sentado sobre el trono del universo, y se le ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. La Biblia lo presenta como Creador de todas las cosas, visibles e invisibles, como el verdadero Dios y la vida eterna, como Rey eterno, inmortal, invisible, el único sabio Dios y nuestro Salvador. Sus discípulos le rindieron a Él la más sublime adoración, confiaron en Él y exhortaron a que todos confíen en Él con respecto a la vida eterna. Él es la Cabeza de todas las cosas; los ángeles le adoran y le sirven; Él, y no otro, levantará a los muertos en el día postrero; Él juzgará los secretos de los corazones de los hombres, y Él determinará finalmente el estado de los justos y de los salvados. Jesucristo es su nombre”. 

    Él es Señor y verdadero Rey, incomparable y sin igual entre todos, sea en el cielo o en la tierra. Es verdadero hombre pero también verdadero y completo Dios. Salvador y juez tanto de vivos como de muertos. Los suyos son los que han de tener y disfrutar de vida plena, extraordinaria y eterna al amparo de su presencia y un glorioso reino que jamás dejará de ser. Todas las promesas y profecías que anticipaban su encarnación, nacimiento, vida, muerte y resurrección se cumplieron en su totalidad sin que faltase detalle alguno de lo que estaba anunciado. El escenario de los tiempos y circunstancias del mundo se muestra cada vez más cercano a lo que se espera ha de ser el escenario de su segunda venida. La primera fue la del mesías sufriente que había de morir para abrir la puesta y oportunidad de salvación para todos los hombres en todas las naciones de la tierra. La segunda será la venida del Rey glorioso, imponente e irresistible, que ha de juzgar con vara de hierro a toda la tierra y ha de someter con su gloriosísima autoridad todas las voluntades bajo su señorío de justicia y paz, para gloria y alabanza de su propia persona y nombre, y para gozo y alegría de todos los que le aman y han estado esperando. ¡Su nombre es Jesucristo!

Antonio Vicuña. 


 

Compartir

No hay comentarios:

Publicar un comentario