lunes, 24 de julio de 2023

¿DE DÓNDE TIENES TU FUERZA?

 ¿DE DÓNDE TIENES TU FUERZA? 

“No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en la agilidad del hombre. Se complace Jehová en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia”

(Salmo 147:10-11)

Algunos datos sobre los caballos:

1. Los caballos pueden vivir 25-30 años promedio; llegar a medir cerca de 2 metros y medio de longitud, y 1.4 a 1.7 metros de altura; y alcanzar un peso de entre 700-1000kg.  

2. Los caballos son capaces de correr a las pocas horas de haber nacido. La velocidad media de galope de un caballo adulto es de 44 km/ pero el más rápido de la historia alcanzó los 88 km/h.

3. Los caballos suelen dormir de pie. 

4. Los dientes de los caballos nunca dejan de crecer y es así como se puede determinar su edad 

5. Hay 16 músculos en cada una de las orejas de los caballos, por eso pueden girarlas 180 grados.

6. El caballo más longevo del que se tiene registro murió en 1822 a la edad de 62 años.

7. El caballo tiene un gran ángulo de visión además de estar entre los mamíferos con ojos más grandes sobre la Tierra, los caballos tienen la gran capacidad de ver casi en 360°, debido a la ubicación de sus ojos a ambos lados de la cabeza. Sin embargo, tienen un punto ciego justo frente a su nariz

8. Un es capaz de beber alrededor de 38 litros de agua al día.

9. Tienen la capacidad de reconocer sonidos y voces familiares a largas distancias. 

10. Hubo un caballo llamado Fusaichi Pegasus que fue vendido en 70 millones de dólares convirtiéndose así en el ejemplar de su especie más caro del mundo

11. Inciatus del emperador romano Calígula fue uno de los caballos más admirados de la historia. Vivió entre lujos, comía en un abrevadero de oro, portaba túnicas y su dueño casi lo nombra senador de Roma.

12. Un caballo puede soportar unos 400 kilos de peso y mover hasta cerca de 1000 kilogramos.

 Un pasaje bíblico que menciona algunas de las características de la personalidad de estos estupendos animales, expresa:

“¿Diste tú al caballo la fuerza?

¿Vestiste tú su cuello de crines ondulantes? ¿Le intimidarás tú como a langosta?

El resoplido de su nariz es formidable.

Escarba la tierra, se alegra en su fuerza,

Sale al encuentro de las armas;

Hace burla del espanto, y no teme,

Ni vuelve el rostro delante de la espada.

Contra él suenan la aljaba,

El hierro de la lanza y de la jabalina;

Y él con ímpetu y furor escarba la tierra,

Sin importarle el sonido de la trompeta;

Antes como que dice entre los clarines: ¡Ea!

Y desde lejos huele la batalla,

El grito de los capitanes, y el vocerío”

(Job 39:19-25)

   Una historia real manifiesta que aún este formidable animal puede llegar a encontrarse en situaciones donde su fuerza es insuficiente para salvarle…

   Nicole Graham, una madre de Melbourne (Australia), salió recientemente a dar un paseo a caballo por la playa con su hija. Sin embargo, lo que iba a ser una encantadora y relajante excursión se convirtió en una pesadilla. El caballo de Graham, un equino de 18 años llamado Astro, se vio atrapado en un barro inesperadamente traicionero, seguido por el caballo de su hija, antes de que ella pudiera advertirles.

   Graham pudo salir del barro y sacar a su hija y su caballo, pero Astro quedó atrapado. Ella permaneció a su lado por varias horas mientras el animal luchaba por liberarse.

 Con más de 450 Kg de peso, cualquier intento de liberar al caballo sin ayuda tan solo conseguía que ambos quedasen aún más atrapados.

   Una vez que llegó la ayuda, Graham se mantuvo a su lado tranquilizándole. Estaban obligados a ir contrarreloj, ya que pronto la marea subiría.

   En el salvamento participaron un equipo de bomberos, veterinarios y un agricultor vecino que prestó su tractor para ayudar a remolcarlo.

   Astro fue sedado para evitar que siguiera extenuándose mientras trabajaban para liberarlo. Probaron diferentes tipos de equipos para sacarle, incluso un helicóptero, pero nada se movía en el barro.

   El capitán de bomberos, Roger Buckle, dijo que ese barro era "como arenas movedizas", por lo que todos los presentes se iban poniendo cada vez más nerviosos a medida que la marea iba subiendo.

   Finalmente, el tractor resultó de mucha utilidad, y con este y el esfuerzo de todos se logró sacar Astro del barro.

   En cuanto estuvo a salvo, el caballo colapsó momentáneamente de cansancio y fatiga, pero después de un merecido descanso, pudo emprender junto a su dueña el camino a casa.


¿DE DÓNDE TIENES TU FUERZA?

   En la vida cristiana nos conviene aprender lo más pronto posible que hay un cierto tipo de fuerza que estorba los propósitos de Dios para nuestras vidas. No es ninguna fuerza exterior, o procedente del maligno, ni siquiera del mundo corrupto que nos rodea. Se trata de nuestra voluntad propia. Nuestra voluntad, lo que llamamos “fuerza de voluntad”, puede ser, y generalmente es, el punto que más nos cuesta como hijos de Dios resolver en nuestro caminar de fe para alcanzar la verdadera madurez espiritual.

   Es un punto difícil para todos porque implica en cierto sentido la renuncia a nuestra propia vida, y esto es algo que asusta hasta al más valiente y osado de nosotros, pues no se trata de un acto heroico que realicemos en un momento decisivo, sino que se trata de asumir una actitud de vida diferente de por vida. Es lo que expresa el Señor Jesucristo cuando dijo:

“Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo”

(Lucas 14:33)

   No importa cuán inteligentes, hábiles, proactivos, voluntariosos, ingeniosos, creativos, disciplinados y competentes seamos; todo lo que somos debemos rendirlo ante Él, rendirlo a Él.

    General y mayoritariamente los que creemos en el Salvador tenemos problemas con esta petición de nuestro Señor, que dicho sea de paso, no es una petición de renuncia a bienes y comodidades materiales, sino una condición (no petición) de entrega total, lo cual únicamente es posible si rendimos toda nuestra voluntad a Él.

   Rendir nuestra voluntad conlleva renunciar a nuestra posesión más profunda y esencial. Es decidir voluntariamente dejar de tomar las decisiones de nuestra vida por nuestra propia cuenta, y comenzar a hacerlo en sujeción a lo que la Palabra de Dios nos indica, enseña y exhorta.

   En la vida cristiana lo importante no es el hacer por el hacer. Basta leer los primeros versos del capítulo 13 de 1ra Corintios para comprobarlo. Por lo que es sumamente importante que aprendamos la lección de la rendición de nuestro carácter y voluntad a nuestro Señor y Salvador. 

   En estos tiempos de abundancia de información y facilidad de acceso a la misma, tenemos que saber que no es la información lo que nos transformará en mejores y más fructíferos creyentes para la gloria de Dios, sino la rendición de nuestro carácter y voluntad a Él.

   Cuando desde las últimas tres décadas se hace mucho énfasis en muchas iglesias de que la bendición de Dios está ligada, o incluso condicionada, a la ofrenda de dinero, tenemos que tener muy en claro que no es la ofrenda de dinero lo que traerá bendición a nuestro vivir, sino la ofrenda de nuestro carácter y voluntad.

   A pesar de que como nunca se han levantado voces en las iglesias para anunciar dones, llamados, ministerios, y demás, muchísimos hijos de Dios no llegan a desarrollar tales dones, llamados, y ministerios efectiva y provechosamente dentro de la iglesia del Señor y en el mundo en que se desenvuelven, porque viven sus vidas con una voluntad no rendida al Señor.

   Infinidad de ministerios e iglesias no permanecen en el tiempo porque los que están al frente de los mismos no viven rendidamente ante el Señor, y actúan en la fuerza de su brazo y voluntad carnal.

   No obstante todo lo expresado, tenemos que dar gloria al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que, por otra parte, estamos rodeados también de ejemplos y modelos a seguir en la iglesia del Señor. Es toda esa constelación de creyentes que desde los inicios mismo del cristianismo nos han dicho con su vivir cómo se vive la vida. 

   Los ha habido de todo tipo y estilo, tal como los mismos creyentes y siervos del Señor en los relatos de las Escrituras. Pero hay algo que han tenido todos en común: cuando rindieron sus vidas y voluntad al Señor sus vidas fueron diferentes para la gloria de Dios. Cuando decidieron no seguir al Señor y dejar de estarle sujetos, sus vidas perdieron valía y utilidad para los propósitos de Dios.   

   Hay un secreto a voces que corre por el Libro Santo, y es el relacionado con las paradojas de debilidad: los que se reconocen débiles ante el Señor Dios Omnipotente serán los que llegarán a ser verdaderamente fuertes (2Corintios 12:10); los que reconozcan su esclavitud serán los que alcancen la verdadera libertad (Juan 8:36); los que confiesan su incompetencia son los que llegan a ser verdaderamente competentes (2Corintios 3:5); los que se hacen ignorantes son los que llegarán a ser sabios (1Corintios 3:18); los que se reconocen pecadores son los que son santificados (Lucas 18:13)…

   Es la lección y principio que tanto le costó al mismo apóstol Pablo aprender: que el poder de Dios se perfecciona (manifiesta con evidencia y notoriedad) en la debilidad (2Corintios 12:9). Pero que una vez aprendido fue su más sólida base de apoyo: 

“…de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo”

   Muchos quieren tener poder espiritual, tener la capacidad de realizar acciones impresionantes y sobrenaturales, y si pudiesen obtener tal capacidad espiritual con dinero, con gusto lo pagarían por ello (Hechos 8:19-20). Pero esos muchos no están dispuestos a rendir sus vidas, voluntades, carácter, y renunciar a su carnalidad y voluntariedad pecaminosa para consagrarse al Señor y permitir que sea Él quien define las pautas para su quehacer y vivir.

   Dios no ha cambiado, no podría cambiar. Si de algo podemos estar seguros es que Dios jamás cambiará en ningún aspecto de su ser, preferencias, carácter, deseos, propósitos y voluntad. En el pasado se expresó de Él:

“No se deleita en la fuerza del caballo, ni se complace en la agilidad del hombre. Se complace Jehová en los que le temen, y en los que esperan en su misericordia”

(Salmo 147:10-11)

   Hoy continúa siendo cierta esa palabra y sigue vigente su valor. Antes que osadía, valentía, voluntariedad, ímpetu,  vigor y fuerza de nuestra parte, Él espera que le honremos con un sometimiento sencillo pero intencional de nuestra vida a Él…

¿De dónde obtienes tu fuerza?


En julio de 2023

Antonio Vicuña

Compartir

domingo, 10 de julio de 2022

“ENTENDER, BUSCAR, MIRAR”

 


Aunque la vida cristiana no consiste en una lista de prohibiciones y en un vivir de abstinencias, hasta hace algunos años era bastante común que se percibiera así desde afuera. Muchas personas pensaban que los cristianos eran personas muy infelices y hasta sacrificadas porque no se entregaban a la bebida en tiempos de celebración, o porque no participaban de los festejos y alegrías que la vida social ofrece.

Que las personas que no conocen el Evangelio piensen equivocadamente sobre la vida cristiana es comprensible y no debe ser causa de asombro, pero que muchos de los que nos identificamos como cristianos evangélicos también pensemos equivocadamente sobre la naturaleza de la vida cristiana siempre será motivo de preocupación, ya que pensar mal siempre lleva a vivir mal, y tener una visión equivocada de la vida cristiana y sus fundamentos siempre nos llevará a vivir de forma equivocada el evangelio y la nuestra vida de fe.

Uno de los principales hechos que como creyentes debemos tener muy claramente establecidos en nuestro pensamiento, sentir y acción, es el hecho de que la vida cristiana no consiste en cumplir con un conjunto de obligaciones y mandamientos a secas y a toda costa, sino, que consiste, principalmente, en cultivar y sostener por la fe una real y muy práctica relación con Dios. Relación que por cierto no es unidireccional, sino bidireccional, y si bien es cierto que la vida cristiana no se puede vivir y realizar al margen de la Palabra de Dios, la cual está llena de observaciones, prescripciones y diversos mandamientos, también es cierto que la vida cristiana no se establece sobre la letra del mandato en desconexión de la  gloriosa Persona que ha dado el mandato, y esto hace toda la diferencia posible.

El problema de que nos perdamos de sostener una relación con la Persona de Dios y nos quedemos únicamente con la letra del mandamiento, es que nos acostumbraremos a vivir con un código moral, quizá de la más alta y noble moral, la cristiana, pero estaremos viviendo en ausencia de Dios; habremos quedado atrapados en la verdad a la cual sabemos que le debemos lealtad y obediencia, pero estaremos en ausencia de Aquel que con su presencia nos imparte poder vivificante, y ¿sabe qué? Nos estaremos engañando a nosotros mismos, porque sin sostener una relación cercana con Él es imposible guardar sus mandamientos y vivir en su Palabra.

No hay nada que se compare con el hecho de poder disfrutar de una relación real, cercana y dinámica con Dios. Hay muchas personas que no toman licor, no fuman, no son promiscuas sexualmente, creen en la moralidad, y viven siendo fieles a sus principios, pero ¿quiere saber algo? Esas personas, buenas personas, educadas y ejemplares personas, no están más cerca de Dios que aquellos que viven de forma totalmente contraria a como ellos viven.

Como cristianos podemos hablar de moralidad, valores éticos, principios educativos y demás, y cada vez que la sociedad debata sobre tales aspectos los cristianos tenemos la obligación de levantar nuestra voz y expresar nuestra posición y opinión, pero hay algo que debemos tener siempre muy claro: el Evangelio no es moralidad sino “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Romanos 1:16). La vida cristiana no consiste en vivir de acuerdo con un código de conducta y valores que se abrazan y sostienen sin más razón que con la fuerza de voluntad humana, sino que la vida cristiana consiste en sostener y cultivar una relación personalísima con el Dios que nos salva y nos ama.

Lo que el Evangelio ofrece en principio, es en esencia y en toda su plenitud, una relación real y definitiva con el verdadero Dios eterno por medio del Señor Jesucristo. Esta relación que ofrece el Evangelio únicamente puede tener su comienzo cuando la persona reconoce su necesidad de Dios, es decir, cuando la persona admite que ha estado viviendo de espaldas a Dios y su voluntad. Cuando este reconocer tiene lugar en la vida personal de algún joven, de algún hombre o alguna mujer, es como si se activase un interruptor en el corazón: algo comienza a suceder, una sed de Dios se despierta en el interior de la persona, un deseo de conocer más acerca de Dios y su Evangelio. La persona que antes rechazaba ahora no hace más que recibir lo que la Palabra de Dios le dice; la Palabra de Dios le dice que es pecador y la persona asiente; le dice que a menos que se acoja a la gracia de Dios por medio de Jesucristo se perderá para siempre, y la persona lo entiende y acepta; la Palabra le dice que Dios está tocando a la puerta de su corazón y la persona dice “yo lo sé, le he escuchado llamar”; pero la relación no comenzará hasta que decida reconciliarse con Dios rindiendo su corazón y voluntad al Creador, reconociendo su necesidad y aceptando la oferta de perdón y vida que el Evangelio le ofrece en Cristo Jesús (llamado).

Una vez que hemos dado el paso de acercamiento a Dios y su Palabra y le hemos reconocido como nuestro Padre y Salvador comienza el proceso de santificación y transformación de nuestras vidas. Y en ese proceso nuestra voluntad y decisiones juegan un papel sumamente importante. Nos tocará día tras día confirmar que hemos decidido vivir de una manera diferente a como antes vivíamos para honor y gloria de Dios. Ese proceso se puede llamar de diferentes maneras: santificación, consagración, crecimiento espiritual, madurez, etc. Lo cierto es que depende en mucho de nosotros, y no tanto de Dios, que de seguro lo desea para cada uno de nosotros. Es allí donde tenemos que aprender a someter nuestra voluntad y deseos a la voluntad de Dios, y donde nos toca aprender a negarnos a todas aquellas cosas que aunque placenteras nos alejan de la voluntad de Dios para nuestras vidas. En esta oportunidad consideraremos un breve pasaje que ilustra estos asuntos…

Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces, vosotros seréis manifestados con Él en gloria

(Colosenses 3:1-4)

            La frase “Si, pues, habéis resucitado con Cristo”, implica el hecho de que estábamos muertos, puesto que sólo los muertos pueden resucitar. ¿Estábamos muertos? Sí, sin lugar a dudas, estábamos muertos en nuestros pecados; muertos, porque Dios no ocupaba el lugar que tenía ocupar en nuestras vidas; muertos, porque no le conocíamos en verdad, y ¿sabe qué? La mayor parte del tiempo en que estuvimos en esa condición de vida eso no nos importaba. Pero el amor de Dios y su misericordia es tan extraordinariamente grande, que Dios insiste en llamar y tocar a las vidas de aquellos que viven de espaldas a su verdad, y día a día les brinda la oportunidad de que respondan a su llamar. Y si usted hoy disfruta de la certeza de la salvación que es en Cristo Jesús, no olvide jamás que usted estaba muerto; si hoy usted tiene paz y buena esperanza por el Evangelio, no olvide que antes estaba muerto, sin Dios y sin esperanza en el mundo; si ahora usted es cristiano y toda su vida ha cambiado para bien, jamás olvide que usted estaba muerto, separado de Dios, encadenado a sus pecados, y fue Cristo Jesús quien le sacó de esa condición, no fue su inteligencia, no fue su experiencia educacional, ni sus ideologías, no fue nada que usted tuviese ni nada que pudiese representar alguna facilidad o ventaja para ello, usted estaba verdadera y completamente muerto, rotunda y definitivamente muerto espiritualmente, fue únicamente la misericordia divina manifestada por Su bendita gracia en el poderoso mensaje del Evangelio del Dios bendito, lo que le sacó de ese estado de muerte y le trajo a la vida en Dios, a Él y sólo a Él sea la gloria y alabanza por siempre.

Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios…”

            Parece ser que siempre necesitamos estar tras la búsqueda de algo. Necesitamos motivos, objetivos, algo que alcanzar, razones para vivir. Dios es la razón de las razones, el más elevado objetivo, la más prístina motivación. Y hasta que no reconozcamos este hecho viviremos en un permanente desasosiego y conflicto, y al final de todo, descubriremos que habremos perdido la oportunidad de vivir para Dios.

            El apóstol Pablo nos desafía a buscar las cosas de arriba. ¿Qué cosas son esas? ¿Cómo se buscan esas cosas?

            Lo primero que quiero mencionar es que en ese “buscad” está implícita una activa actitud que persigue la consecución de algo. El Señor Jesucristo dijo que la gente que no conocía a Dios hacía de las cosas materiales la principal preocupación de sus vidas. ¿Qué estamos buscando en nuestro vivir? ¿Por qué buscamos lo que buscamos?

            Las cosas de arriba son todas aquellas que están relacionadas con el reino de Dios. Las cosas de arriba son aquellas que han sido establecidas por la autoritativa Palabra de Dios. Muchos cristianos modernos se pierden en este punto al pretender buscar las cosas de arriba alejados de la Palabra de Dios. Eso simplemente es imposible. No se puede buscar a Dios de espaldas a su Palabra. Buscar las cosas de arriba implica obedecer y vivir en la realidad de lo que establece y nos demanda la palabra de Dios en cada área de nuestra vida.

            Las cosas de arriba son aquellas que hoy pueden resultarnos difíciles de afrontar porque no armonizan con los esquemas y valores de este mundo, pero que nos resultarán en inimaginables recompensas cuando estemos presentes ante el tribunal de Cristo. La Palabra de Dios nos desafía a vivir teniendo en cuenta que seremos juzgados por cada uno de nuestros actos, por lo que una de las cosas más importantes que podemos hacer en nuestro vivir es tratar de asegurarnos de vivir para la gloria de Dios, honrándole con todas nuestras acciones y decisiones.

            Las cosas de arriba son aquellas que llevan al cumplimiento de los propósitos de Dios en nuestras vidas. Nuestro Señor y Dios tiene un plan original (sin copias, ni repetido) para cada uno de nosotros; un plan maravilloso que contempla el que fructifiquemos abundantemente para Él. Pero ese plan sólo lo podremos conocer y cumplir si buscamos las cosas de arriba, si aprendemos a tomas decisiones deliberadas para honrar al Señor en nuestro vivir, si decidimos desechar lo pecaminoso, indigno y terrenal para ir en pos de lo justo, lo santo y lo celestial.

“…Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios…”

            Poned la mira” se podría traducir como “manténgase pensando en las cosas de arriba”. Creo que  la idea es enfatizar  el hecho de  que estamos llamados a vivir una vida con motivaciones diferentes a las de las personas que no conocen a Dios.

            Este mundo vende con muy elaboradas campañas sus anti-valores y terrenales recompensas. Ofrece placeres para todos los gustos. Promueve facilidades para ingresar en sus pecaminosos esquemas y en sus indecentes propuestas. Pero el creyente que está claro en cuál es su posición sabe que Dios le ha llamado a vivir para mejores y más elevados fines: el vivir para la gloria de Dios y el fructificar para Él y su reino. El mundo le ofrecerá placeres impuros pero el cristiano preferirá los placeres que se disfrutan con una conciencia limpia ante Dios. Los poderosos del sistema le ofrecerán hacer carrera apoyado en la corrupción, la altivez y la soberbia, pero el verdadero cristiano preferirá la cruz de su Señor y se dispondrá a aprender de Aquel que fue manso y humilde de espíritu y así hallará siempre satisfacción en su alma. Algunos le ofrecerán la posibilidad de obtener ganancia ilícita de dinero u otros bienes, pero el cristiano recordará a Aquel que no tenía donde recostar su cabeza, quien también dijo que la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee. El mundo tratará de hacerle sentir y ver como un ciudadano de segunda y le despreciará por causa de su fe, pero el cristiano sabe que nada puede hacer el hombre contra él, que su vida está escondida con Cristo en Dios, y que así como nuestro gran Dios y Salvador al estar en el mundo no fue reconocido, sino que fue rechazado y maltratado, así sucede que, muchas veces, los hijos de Dios por causa de su fe son despreciados, desconocidos, vejados, maltratados, ignorados a propósito, ridiculizados y tenidos por pobres porque profesan creer y no se atreven a vivir sin tomar en cuenta a Dios en sus vidas. Pero no siempre será así, no reinará el mal para siempre, no reinará la injusticia para siempre, el inspirado apóstol declara con profética certeza…

“…Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces, vosotros seréis manifestados con Él en gloria

            Cristo es nuestra vida. Nuestra vida, porque nos dio perdón de pecados y vida eterna por medio de su muerte en la cruz. Nuestra vida, porque de Él recibimos aliento y poder en el día a día. Nuestra vida, porque únicamente Él puede darle perfecto y completo sentido a nuestro existir. Nuestra vida, porque sólo por medio de Él tenemos absoluta confianza del destino de nuestro camino aunque el curso en el presente nos resulte incierto. Nuestra vida, porque en Él lo tenemos todo, y separados de Él nada podemos en verdad hacer.

            Nuestro Señor Jesucristo se manifestará. Se manifestará y todo ojo le verá. Se manifestará y nosotros seremos semejantes a Él (1 Juan 3:2). Se manifestará en gloria con los ángeles de su poder, y nosotros también nos manifestaremos entonces con Él en esa su bendita y deslumbrante gloria…

  

En Julio de 2022

Antonio Vicuña.  

Compartir

domingo, 26 de junio de 2022

¡ASI DICE EL SEÑOR!

 


Yo, Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mi mismo,

y no me acordaré de tus pecados

(Isaías 43:25)

El texto bíblico que hoy nos ocupa está pronunciado en primera persona como procedente de los labios del Dios Omnipotente. El mismo inicia con una afirmación y proclamación de su gloriosísima Persona: “YO”, y si todavía nos es necesario por distintos fines preguntar “¿Quién?” la respuesta inmutable será siempre la misma YO, el Dios y Señor de la historia, el único Dios verdadero, el único que determina lo que es el verdadero bien y el mal, el pecado y la justicia, la salvación y la condenación, la vida y la muerte.

Dios es el centro y protagonista de la frase bíblica que hoy consideramos, pero lo es de toda la Escritura. Él es el tema sobresaliente de toda la narrativa bíblica, el clímax de la revelación bíblica, y en quien han de cerrar todos los ciclos y culminarán todas las historias y caminos de todo cuanto ha sido creado.

Si bien es cierto que la Biblia toca variados y numerosos temas en distintos campos: historia, geografía, leyes, principios administrativos, aspectos relativos al comportamiento humano, normas sociales, principios morales, axiomas de causa efecto, etc. No obstante, el tema predominante de la Biblia, objeto y sujeto, principio, causa y razón de la Escritura es únicamente Dios.

Se equivocan los hombres cuando piensan en la Biblia como un manual para alcanzar el éxito material; están equivocados cuando ven en ella un “conjunto de buenos consejos”. Están siendo objeto de extravíos cada vez que al acercarse a la Escritura son conducidos a contemplar el brillo  de las riquezas, el deleite de la vanagloria, el disfrute del poder. Todos los que encuentran cualquier otra cosa que nos sea al Dios de la gloria siendo digno de reinar sobre toda su creación, tienen su brújula espiritual pérdida, porque Él y únicamente Él es el norte de la Escritura.

El resultado de todo estudio bíblico, de la lectura bíblica, de la meditación en las Escrituras debe ser siempre poder contemplarle mejor a Él: el único Dios verdadero, Aquel ante cuya presencia la tierra se sacude y los volcanes entran en erupción, el Dios que escoge y redime, el que es tres veces Santo, el Dios perdonador y consolador, el Dios eterno e inmutable, el perfecto en justicia, pero también Padre de misericordias, Dios castigador de toda maldad pero también galardonador de los que le buscan, Él y sólo Él es Dios, su Nombre un misterio hasta el día de hoy, su poder es irresistible, siempre ha hecho lo que ha querido hacer, no le da explicaciones a nadie, no ofrece disculpas, Él es sin igual, Él solo creó el universo en un único instante por su sola palabra de Poder, y el universo entero que Él creó está completamente sujeto a su designio y voluntad, Él determinó el transcurrir de la historia, Él dictaminó  sentencia irrevocable sobre el pecado y todas sus consecuencias, todos los hombres comparecerán ante su trono, uno a uno serán llamados a presentarse ante Él porque Él así lo ha dispuesto; si lo hubiese querido podría haberse hecho manifiesto y visible ante toda la humanidad, o hablar con voz a de trueno ante todas la naciones como lo hizo con la nación de Israel, pero si dispuso darse a conocer por las Escrituras y el mensaje del Evangelio hablando a las conciencias de los hombres, Él es Dios para así haberlo decidido.   

“Yo, Yo soy el que borro tus rebeliones…”

            Si hay algo que la Escritura no intenta eludir es el asunto del problema del mal relacionado con el ser humano. El resumen de su condición y realidad lo encontramos por ejemplo en las siguientes palabras: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23); y aún afirma con toda severidad: “La paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23). Y así como dijimos que el punto focal de las Escrituras es Dios, tenemos que decir  ahora que el punto focal del ser humano es su pecado: el problema verdadero de fondo de todo ser humano es su pecado. El pecado...

-          Es el único obstáculo para que pueda conocer a Dios

-          La causa real de todas las miserias y desdichas humanas

-          El único problema que de no ser resuelto le confinará al castigo eterno.

-          La causa por la cual las personas serán excluidas de la presencia de Dios

-          Un problema que fatiga, debilita, azota y avergüenza a muchos cristianos.

El tema ineludible de todo aquel que se acerca a Dios es el tema de su pecado, es el tema que Dios quiere hablar con cada uno de nosotros.

Una señal de un verdadero encuentro con Dios será siempre el llegar al convencimiento de nuestra pecaminosidad. Ya sea por una conciencia de culpabilidad o sentido de condenación; o por un reconocimiento de cómo nuestra propia naturaleza volitiva e interior se opone a la voluntad y autoridad de Dios; o por una mayor comprensión y gratitud de la gracia divina.

Nuestro texto bíblico dice “Yo, Yo soy el que borro tus rebeliones…”. Dios y sólo Dios, es el único que puede borrar nuestros pecados (por la sangre de Jesucristo derramada en la cruz).

Intenta borrar tus pecados de otra forma, por otros medios, y te encontrarás tratando vanamente de asir las estrellas con tus manos. Intenta borrar tus pecados con aparentes obras de justicia y bondad, y te hallarás tratando de detener la caída de la noche con el soplo de tu boca. Intenta olvidar todo este asunto del pecado en tu vida, y al final del camino te encontrarás agobiado y angustiado y sin poder encontrar distracción ni descanso ante la proximidad de tu partida de este mundo para ir a rendir cuentas a tu Creador. Olvídate e ignora tus pecados en el resto de tus pocos días (siempre son pocos), y cuando despiertes en la eternidad (sin importar si creíste o no en ella) nunca jamás podrás olvidarlos, por cuanto por causa de ellos habrás de estar en el eterno tormento. Pero no tiene que ser así…Dios puede, quiere, y te ofrece hoy, borrar tus rebeliones.

Dios dice “Yo, Yo soy el que borro tus rebeliones…”. Para todos los que hemos creído en el mensaje del Evangelio de Jesucristo estas palabras, aunque pronunciadas varios siglos antes de su encarnación y sacrificio, son una fuente de inspiración y gratitud. Por los últimos 20 siglos los cristianos en todas las generaciones han tributado su gratitud a Dios por el perdón de sus pecados, hecho que reconocen (como lo afirma la Palabra de Dios) se realiza sobre el infinito valor de la sangre de Jesucristo.

Pobre del creyente que deja que la basura e inmundicia del pecado se le acumule en su vida. Vivirá angustiado sin necesidad, perdiéndose de bendiciones, desperdiciando recompensas, y “marchitándose” hasta que declare ante Dios su pecado y se disponga abandonarlo.

Dichoso el creyente que no se está escondiendo de Dios, ni se engaña a sí mismo en lo relacionado con sus pecados, sino que, tan pronto como su conciencia es azotada por la Palabra de Dios y queda convicto de pecado, acude ante la presencia de su Dios en reconocimiento y confesión para que Él lo limpie y borre sus pecados. Habrá entrado a la presencia del Señor manchado y avergonzado, pero saldrá limpio, agradecido, renovado  y más preparado para vencer.

Dios siempre está presto a perdonar el pecado. La siguiente parte de nuestro texto bíblico nos dice porqué lo hace…

Yo, Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mi mismo…”

           Oh, que pudiésemos al fin entender y ser convencidos de una vez por todas que se trata de Él. Dios nos perdona por amor de sí mismo. No lo hace por el valor ritual de nuestra confesión, tampoco por nuestro valor intrínseco como criaturas. En el perdón que Dios nos concede únicamente cabe una sola palabra: GRACIA.

Yo, Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mi mismo,

y no me acordaré de tus pecados

            Cosas maravillosa y asombrosa es que Dios borre nuestras rebeliones y pecados por amor de Sí mismo, pero que se olvide de las ofensas que le hicimos, de los desaires y los insultos a su persona, es algo realmente no menos asombroso.

           Que grandiosa declaración. Él, la mente infinita, ha decidido no acordarse de todos esos nuestros pecados. Con toda seguridad nosotros mismos no olvidamos muchos de los pecados que cometimos. Aún cuando los reconocimos y abandonamos y no hemos vuelto a ellos, siguen grabados en nuestra memoria. Pero el Señor dice que no se acordará de nuestros pecados.

       ¿Será que perderá la memoria nuestro Dios? ¿Podrá en verdad olvidarse de algo Dios? No, definitivamente no, pero la base sobre la cual Dios concede el perdón es tan perfecta, suficiente, satisfactoria y eficaz, que a los que Dios perdona los perdona de tal manera que nunca jamás tendrá algo que decir o señalar con relación a sus antiguos pecados.      

        Hoy, a todos los que hemos reconocido nuestros pecados y culpabilidad, y hemos creído al mensaje del Evangelio, su Palabra nos dijo:

Yo, Yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mi mismo,

y no me acordaré de tus pecados

 

    Y tú ¿qué esperas para reconocer la realidad de tu pecado y justa culpabilidad, y acudir ante el Único que los puede borrar y perdonar?

En Junio de 2022

Antonio Vicuña.

Compartir

domingo, 19 de junio de 2022

NUESTRO PADRE DIOS


       
          La paternidad tal como la conocemos en nuestra experiencia tiene su origen, como todas las cosas buenas y de valor, en Dios. Fue Él quien la diseñó y estableció como elemento permanentemente presente en la realidad humana. El valor positivo de la paternidad como institución también está asociado con Dios, quien la revistió de un valor y significado especiales al establecer en el primer mandato con promesa que dio a su pueblo, que los hijos debían honrar a sus padres (Éxodo 20:12; Efesios 6:2). Tan importante era este aspecto en la estima divina, que el castigo ordenado por Dios para los hijos que le faltaran el respeto a sus padres, hiriéndoles físicamente o maldiciéndoles con su boca,  era la muerte (Éxodo 21:15,17). Finalmente diremos que, como todas las instituciones que Dios estableció en nuestro vivir (matrimonio, familia, trabajo, etc.), la paternidad habría de actuar como un elemento comunicativo que con su significado y realidad habría de ayudarnos en última instancia, a poder comprender mejor la gloriosa y perfecta paternidad de Dios.

Hay apenas cerca de una docena de citas en el Antiguo Testamento que hacen referencia a Dios como Padre en algunos varios sentidos:

-             Padre del pueblo de Israel (Deuteronomio 32:6, 19)

-             Padre de Salomón, tipo del Señor Jesucristo  (1 Crónicas 17:13; 22:10; 28:6)

-             Padre de huérfanos es Dios (Salmo 68:5)

-             Padre Eterno, como uno de los títulos del Mesías (Isaías 9:6)

-           Clamando por piedad en medio de la ruina de la nación el profeta Isaías apela a la paternidad de Dios (Isaías 63:16; 64:8)

-           En un intenso llamado al arrepentimiento, Dios, por medio del profeta Jeremías, reclama que esperaba reconocimiento como Padre de la nación de Israel (Jeremías 3:4,19), y anuncia que les restaurará de sus perversos y torcidos caminos porque Él es Padre de ellos (Jeremías 31:9).

De manera que la idea de la paternidad de Dios, aunque ciertamente estuvo presente (como se hace evidente  en esas pocas citas bíblicas que la mencionan), sin embargo no era un aspecto que fuese a menudo anunciado, ni era un concepto muy familiar para los creyentes de la antigua era. Es sólo a partir de la nueva era, con la venida y manifestación del Señor Jesucristo, que el concepto de la paternidad de Dios para los creyentes se comienza a hacer cada vez más cercano y natural a la mentalidad y sentir de los que creen.    

            De hecho, es el Señor Jesucristo quien revela y enseña que Dios puede ser verdaderamente un Padre para todos aquellos que se deciden a cultivar una relación con Él. En su forma de hablar, era habitual que el Señor Jesús, cuando hablaba a quienes se disponían a escuchar con atención sus palabras, mencionase a Dios con la expresión “vuestro Padre” (Mateo 5:16, 45, 48; 6:1, 8, 14, 15; 6:26, 32; 7:11); o que usara la expresión “tu Padre”, cuando quería enfatizar la individualidad de esa relación tan cercana que podemos llegar a experimentar con Dios (Mateo 6:4, 6, 18). Cuando el Señor hablaba de Dios de esta manera, que al parecer no era común, y que probablemente nadie más usaba, las personas en general aceptaban sin problema esa manera particular de enseñar. Pero cuando el Señor Jesucristo se refería a Dios como su Padre, y se expresaba con la frase “mi Padre” (Mateo 7:21; 10:32-33) habían personas que se irritaban y molestaban mucho (Juan 5:17-18).

            Más adelante, cuando la iglesia estaba extendiéndose y se establecían las bases de su mensaje y fundamento doctrinal, fue Pablo, el gran teólogo de la iglesia, quien tuvo el honroso privilegio de exponer y profundizar sobre las maravillosas implicaciones del hecho de que Dios sea Padre de todos los creyentes y de que nosotros podamos llamarnos con verdad hijos de Dios. En todas sus cartas, sin excepción, lo primero que hace al iniciar cada una de ellas es tributar alabanzas a Dios como Padre. Y especialmente significativas son las dos menciones de la expresión griega “Abba Padre” que hizo en Romanos 8:15 y Gálatas 4:6, significativas, porque en ambas oportunidades enfatiza el hecho de cómo el Espíritu Santo, al venir a morar en nosotros, nos ayuda a acercarnos con confianza ante Dios al poderle reconocer como nuestro Padre.

            La paternidad de Dios podría ser abordada desde distintos énfasis y enfoques bíblicos, pero en esta oportunidad nos acercaremos a ella a través de algunas de las palabras de su único Hijo, el principal y primero de todos, Aquél que le conoce como nadie.

Nuestro Padre Dios según el Señor Jesucristo

1.- Un Padre que está en los cielos (Mateo 6:9)

…Padre nuestro que estás en los cielos…

            Quizá esta sea la frase más conocida de todas las que pronunció el Señor Jesucristo, y expresa precisamente el hecho de que nuestro Padre está en los cielos, expresión que denota una posición más que distancia o ubicación física o geográfica. En la cosmovisión bíblica (que dicho sea de paso es la verdadera) el cielo gobierna sobre la tierra. Y el hecho de que nuestro Padre Dios esté en los cielos manifiesta que suyo es el poder, el dominio y toda autoridad. De allí el altísimo e incalculable alcance de la oración que como hijos podemos elevar a nuestro Padre que está en los cielos. El cielo, con su inimaginable inmensidad para el hombre, es obra de sus manos y el trono de su asiento (Isaías 66:1). Los hombres no imaginan que Dios esté en los cielos, las Escrituras nos revelan y manifiestan que Él ciertamente está en los cielos gobernando sobre toda su creación. Los creyentes no elevaron a Dios por sus creencias hasta los cielos, Dios los levanta a los cielos por creer verdaderamente en Él.

            Tenemos un Padre que está por encima de todo y de todos, un Padre que domina desde la suave brisa hasta el indomable relámpago que anuncia y desata la tempestad. Nuestro aliento y fortaleza, nuestro ánimo y vigor para nuestro presente vivir, sea cual sea la suerte y circunstancias en que nos encontremos lo hallaremos siempre muy cerca de este pensamiento y siempre cierta afirmación: nuestro Padre está en los cielos.

2.- Un Padre glorioso (Mateo 16:27)

…el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria…” (Efesios 1:17)

            Dios es llamado el Dios de la gloria (Salmo 29), Rey de gloria (Salmo 24), su trono es el trono de gloria (Jeremías 17:12), entre otros gloriosos y descriptivos calificativos, mas para el que en esta oportunidad nos ocupa diremos que Él es “el Padre de gloria”, calificativo que a menudo usó el Señor Jesucristo al mencionar en reiteradas oportunidades la frase “la gloria del Padre”.

La gloria de Dios es una de esas características esenciales de su ser que nos resulta muy difícil de definir y comprender. Está asociada con el resplandor de su presencia (Lucas 2:9); con cierto sentido de separación e inaccesibilidad a la presencia inmediata de Dios (Éxodo 33:18-23); con una realidad que está escondida del orden natural y físico de la vida terrenal (Mateo 17:2) y cuyo más cercana figura y representación para nosotros quizá sea la luz del sol.

Nuestro Padre no es uno más entre varios, ni siquiera uno de los mejores, Él es el Padre de gloria, quien habita en luz inaccesible y a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, Aquel a quien pertenecen la honra y el imperio sempiterno (1Timoteo 4:16).

¡Todavía no tenemos idea de la gloriosísima grandeza de Aquel que nos tomó por hijos y quiso por voluntad propia ser nuestro Padre!           

3.- Un Padre que tiene un reino (Mateo 26:29)

…no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba de nuevo con vosotros en el reino de mi Padre

            En el progreso de la revelación bíblica se deja muy en claro que Dios es regente de un reino de carácter eterno (Daniel 4:3; 7:27). Un reino que se acercó e hizo presente con la encarnación y manifestación del Señor Jesucristo (Lucas 17:21). Y un reino que tiene aún un carácter escatológico y futuro pendiente por cumplimiento.

            Nuestro Padre es el Rey de toda la tierra como lo expresó el salmista (Salmo 47:7). Nuestro Padre es Rey, el único y verdadero Rey; su trono está puesto nada más y nada menos que en los cielos mismos y sobre la tierra pone a descansar sus pies. Ese es tu Padre amado hermano. ¿Cómo te vas a sentir desamparado con semejante Padre? ¿Cómo puedes siquiera pensar que no hay sentido ni propósito para tu existencia?

            Debo decir algo más en este punto. Ciertamente hay un reino eterno en desarrollo el cual preside y dirige nuestro amantísimo Padre celestial. También es cierto que tú como hijo del gloriosísimo Rey tienes parte y herencia en su bendito reino. Pero, y he aquí la observación. ¿Por qué no estás ocupando la posición que te ha sido asignada en el reino? ¿Por qué no estás portando las vestiduras que como hijo del Rey te corresponde portar ante este mundo? ¿Por qué no estás participando en las luchas y batallas que de parte del reino de tu Padre se están librando en esta tierra? Ser hijo del Rey es más que un eslogan para acariciarnos el ego y sentirnos importantes, reconocernos como hijos del Gran Rey es identificarnos con Él y su Reino de todas las batallas y guerras de esta vida hasta que nos llegue la hora de nuestra muerte para entonces sí, ir a celebrar nuestra victoria con glorias eternas en presencia de nuestro Rey y Padre.   

4.- Un Padre con una casa con muchas moradas (Juan 14:2)

En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, Yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros

            Este es uno de esos textos maravillosos que siempre están destilando consuelo para los corazones de los hijos de Dios.

            Una de las cosas que disfrutan los padres es el poder tener consigo a sus hijos, lo contrario también es cierto: una de las cosas que más aflige los corazones de los padres es que sus hijos estén lejos de ellos, aunque por amor a sus hijos no lo expresen, de seguro ellos preferirían tenerlos siempre con ellos. Y con nuestro Padre Dios no es diferente este aspecto, Él tiene una casa tan espléndidamente grande como para recibir en ella a todos sus hijos. Ya muchos hijos han entrado a la casa del Padre, pero la casa aún tiene muchas habitaciones vacías. Día a día, hora a hora, minuto a minuto, entran y entran hijos con una gran sonrisa en sus labios y un indescriptible asombro en sus rostros a la casa del Padre, son escoltados ante la presencia misma del Padre, se escuchan festejos, loores, voces de júbilo y cantos de alabanza, es una perenne celebración, pero muchas moradas aún hay. Llegará un momento en la casa estará llena, con todos los hijos presentes, sin uno solo por fuera, se están preparando todas las cosas para cuando ese momento llegue, cuando eso suceda el Reino del Dios y Padre a casa llena habrá entrado a su etapa definitiva y eterna.

 5.- Un Padre que ama a su Hijo (Juan 5:20) y ama a los que aman a su Hijo (Juan 14:21)

Porque el Padre ama al Hijo…el que me ama, será amado por mi Padre

            Los padres con un corazón sano aman a sus hijos, pero también amán y parecían a los que aman a sus hijos. Así sucede con Dios como nos los muestra estos textos bíblicos.

            La primera manifestación de amor de un padre para con un hijo no tuvo lugar en esta tierra, sino que tuvo lugar desde la eternidad en la experiencia del perfecto y terno amor que el Padre ha tenido para con su eterno, perfecto y unigénito Hijo. Luego, la manifestación del amor filial y paternal en la esfera de la vida humana, no es más que un reflejo de ese elevadísimo y perfecto amor que en la esfera de la divinidad desde siempre ha tenido lugar.

            El Padre ama al Hijo, por ello testifica de ese amor declarando “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17). Le ama con amor eterno e inalterable y por ello entregó todas las cosas en sus manos (Juan 3:35). Le ama y por causa de ese amor le muestra todas las cosas (Juan 5:20). Con ese mismo tipo de amor ha de amar a los otros hijos que decidió adoptar, aquellos que han venido a ser de la familia por causa de haber aprendido a amar (respetar y obedecer) al Hijo. Sin excepción alguna, todos los que aman al Hijo son amados por el Padre. Y este tipo de amor no deja de sorprender ni a los hombres ni a los ángeles.

            Somos amados por nuestro Padre celestial. No solo amados, muy amados en verdad. Pero por causa de que Dios nuestro Padre es eterno e infinito en todo su ser, facultades y cualidades, tenemos que decir entonces que hemos sido eterna e infinitamente amados por nuestro Padre Dios. ¡Gracias sean dadas a Dios por su don inefable!                  

La paternidad de Dios y el Evangelio

            ¿Es Dios tu Padre? ¿Te has asegurado de tener la acreditación de hijo de Dios? ¿Qué cómo se puede estar seguro de ello? Por lo que dicen la misma palabra de Dios, por ejemplo:

 Aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, venía a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo por Él fue hecho; pero el mundo no le conoció. A lo suyo vino, pero los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios

(Juan 1:9-13)

            El Señor Jesucristo pagó un precio infinito, uno que ni todos los hombres juntos que han vivido en esta tierra en todos los siglos podrían jamás pagar. Y el Señor lo pago voluntariamente en perfecto acuerdo de amor con el Padre.

Por eso me ama el Padre, porque Yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que Yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre

(Juan 10:17-18)

Que Dios otorgue perdón, reconciliación, y que además adopte como hijos, a hombres y mujeres arruinados por el pecado y merecedores todos del repudio divino y del infierno, es la más grande manifestación de amor que este universo verá jamás en toda su existencia.

Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios

(1Juan 3:1a)

Hoy la palabra del Evangelio de Jesucristo te dice que Dios puede ser tu Padre, ¿cuál será tu respuesta a la divina propuesta?

 

En junio de 2022

Antonio Vicuña.

Compartir