En la Biblia encontramos que se hace mención del pan cerca de unas cuatrocientas veces; unas trescientas en el Antiguo Testamento, y unas cien en el Nuevo. La primera vez que se menciona es cuando Dios le está dictando sentencia al hombre, y le dice que en adelante tendrá que comer el pan con el sudor de su frente (Génesis 3:19), y la última es cuando en la carta a los Hebreos se mencionan los panes de la proposición (Hebreos 9:2).
Es muy interesante como algo tan simple y cotidiano como el pan puede tener un valor y significado tan importante en la dinámica y vida humana. A continuación un breve resumen tomado de https://hazdeoros.com/industrial/blog-panadero/la-historia-del-pan/.
El pan es un alimento que tiene una larga trayectoria y ha sido parte de la dieta humana desde tiempos antiguos. Se cree que el primer pan fue preparado hace unos 9000 años en Egipto y se hizo principalmente con harina de trigo y cerveza. Las excelentes condiciones que proporcionaba el Nilo para el cultivo dependían en gran medida de sus constantes crecidas. Los datos encontrados muestran que en Egipto se consolidó la tecnología de la panificación y creó los primeros hornos para hacer pan, aproximadamente en el año 4000 a.C. Según algunos historiadores, los egipcios «inventaron» la costumbre gastronómica de colocar una pequeña hogaza de trigo en cada comida. Pero quienes son considerados los verdaderos “inventores de la panadería” son los griegos. Fueron ellos, comerciando con los egipcios alrededor del siglo III A.C. quienes hicieron del hornear un verdadero arte. Elaboraron más de 70 tipos de pan, e inventaron muchas formas diferentes para el pan experimentando con muchas harinas: trigo, cebada, avena, salvado, centeno… e incluso harina de arroz. Además, agregaron especias, miel, aceite y nueces. Con los griegos el pan pasó de ser un alimento ceremonial, de origen sagrado, a convertirse en un alimento popular, símbolo de la buena mesa. El pan llegó a mencionarse en las obras de muchos poetas y filósofos griegos, lo que indica que la cultura del pan estaba presente en la mayoría la mayor parte del quehacer humano.
Durante la época del imperio romano, al principio, la elaboración de pan estaba limitada en las ciudades de Roma. Se consideraba algo extraño, inalcanzable; aparecía solo en las comidas de los ricos. Poco a poca esa realidad fue cambiando, y ya para el año 30 Roma contaba con más de 200 panaderías dirigidas por profesionales especializados, y el precio del pan estaba perfectamente regulado por los magistrados. La formalización de las panaderías impulsó, además, a que los romanos mejoraran sus molinos, amasadoras y hornos, por lo que los hornos de fuego directo de hoy en día se conocen como «hornos romanos».
Durante la Edad Media no hubo un progreso significativo en la pastelería. En Europa, durante tiempos de hambruna, el pan se convirtió en uno de los alimentos más caros, lo que llevó a que los monasterios se convirtieran en el principal productor de pan. En aquel entonces, el pan blanco todavía era un símbolo de estatus solo para los más ricos. Las villas medievales empezaron a cobrar importancia y en el siglo XII aparecieron las primeras asociaciones de artesanos de diversos oficios. Es por esto que la Asociación de Panaderos se unió y se proclamó panaderos profesionales. El pan era el alimento básico del pueblo, y la producción y distribución del pan en ese momento estaba regulada por el gobierno, como en Roma.
A fines del siglo XVIII, se desarrolló enormemente la agricultura, y se dio el desarrollo de la investigación de la harina, lo que determinó mejoras significativas en la tecnología de molienda de harina, y en aumento de la producción de trigo. A medida que aumentó la oferta, el precio del pan cayó y el pan blanco (anteriormente solo disponible para ciertos grupos sociales) pasó a estar disponible para toda la población. Con la invención del molino de vapor en el siglo XIX se desarrolló el sistema de horneado y se agregó una nueva etapa al proceso de elaboración del pan: aireación de la masa. Además, apareció un nuevo tipo de levadura y surgieron técnicas mecánicas para amasar el pan. Gracias a estas mejoras, la industria del pan se desarrolló rápidamente y paulatinamente se convirtió en la industria que conocemos hoy en día. (Material y datos tomados de: https://hazdeoros.com/industrial/blog-panadero/la-historia-del-pan).
La Palabra de Dios nos dice que el pan es reflejo de la bondad de Dios y de su activo obrar, presente en cada aspecto y proceso que tiene lugar sobre la faz de la tierra, en este caso, por ejemplo, el proceso de la obtención del pan:
“Él hace producir el heno para…la hierba para…el vino…el aceite…y el pan que sustenta la vida del hombre”
(Salmo 104:14-15)
Aunque es un regalo de Dios, es un regalo que debe ser gestionado con diligente trabajo, por lo que no se ve bien que se reciba sin trabajar por el mismo. La mujer virtuosa que se describe en Proverbios no come su pan de balde (Proverbios 31:27); y aún en la última carta que se escribió del Nuevo Testamento se exhorta a los creyentes a que se ganen su sustento diario (2Teslonicenses 3:8-12). El ganarse el pan es parte del bien vivir y fruto del trabajo, pero la Palabra de Dios nos advierte que sigue siendo un regalo de Dios, y que los sabios no pueden, pese a su sabiduría y conocimientos, asegurarse el pan:
“Me volví y vi debajo del sol, que ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor; sino que tiempo y ocasión acontecen a todos”
(Eclesiastés 9:11)
Y que Dios, cuando así lo dispone, por sus justas, sabias, necesarias y convenientes razones, en tiempos de juicio, Él puede quebrantar el sustento de pan de naciones enteras, ante el asombro mismo del hombre, y sin que este lo pueda impedir:
“Me dijo luego: Hijo de hombre, he aquí quebrantaré el sustento del pan en Jerusalén; y comerán el pan por peso y con angustia, y beberán el agua por medida y con espanto, para que al faltarles el pan y el agua, se miren unos a otros con espanto, y se consuman en su maldad”
(Ezequiel 4:16-17)
Es así como aún cuando es un regalo de Dios que nos debemos ganar trabajando, el Señor nos enseñó que debemos orar diariamente pidiendo a Dios que nos lo dé (Mateo 6:11). Y debemos considerarnos bendecidos si podemos comer nuestro pan a tiempo cada día, porque en verdad lo somos, algo por lo que debemos siempre agradecer a nuestro Dios.
Dios sustentó durante cuarenta años a su pueblo en el desierto con una especie de hojuelas con las que los israelitas preparaban pan, tortas cocidas y horneadas. Todo el pueblo participaba tanto de la recolección de las hojuelas como del proceso de la elaboración del pan, cada familia en el pueblo. Pero habían también unos panes especiales, sagrados, que elaboraban los sacerdotes, para ser utilizados para alabar y adorar a Dios. Interesante, ¿cierto?
Dentro del tabernáculo había una mesa llamada “mesa de los pan de la presencia” (Éxodo 25:23), la cual, entre otras cosas, tenía que tener siempre, perpetuamente, 12 panes, o tortas de pan. Este pan se llamaba “pan de la presencia” porque estaba continuamente delante de la presencia de Dios. Este pan que debía ser renovado cada semana, y como era un pan sagrado, únicamente lo podían comer los sacerdotes. Su número (12) posiblemente represente el número de las tribu de Israel, y el estar continuamente en presencia de Dios (Éxodo 25:30) nos recuerda nuestra constante necesidad de estar delante de la presencia vivificante de Dios en nuestro día a día.
En el tiempo antiguo, en relación con el pan, pocas cosas debieron resultar tan significativas para los israelitas como ese pan que descendió del cielo durante 40 años, y como el pan sagrado de la presencia. Lo otro que sobresale son las grandes y espantosas crisis que tuvieron que experimentar cuando les faltó el sustento de pan. En el Nuevo Testamento, “los escándalos del pan” son los que produjo el Señor Jesucristo. Dos de sus grandes portentos tuvieron como base la multiplicación milagrosa de pan: en una oportunidad con cinco panes alimentó a 5 mil personas y recogieron 12 cestas llenas de sobras (Mateo 14:15-21); y en otra oportunidad de siete panes alimentó a 4 mil personas, y recogieron 7 cestas llenas de sobras (Mateo 15:32-38). Luego le diría a las personas que le seguían que no lo hicieran por el pan sino por el interés en la vida eterna (Juan 6:27):
“Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a este señaló Dios el Padre”
En esa oportunidad el Señor Jesucristo habría de expresar de sí mismo que Él era…
- El Pan de Dios que descendió del cielo para dar vida al mundo (Juan 6:33)
- El Pan de vida que libra del hambre por siempre (Juan 6:35)
- El pan vivo que quien de Él come vivirá por siempre (Juan 6:50-51)
Y estas palabras junto con las de Juan 6:27 nos llevan directa, inequívoca e ineludiblemente al Señor Jesucristo como el Único, el Señalado del Padre, el Sin Igual entre todos los hijos de los hombres. Y es que eso es precisamente lo que la Biblia afirma clara y categóricamente: Jesucristo es clase aparte y sin igual entre todos los seres humanos; fue concebido por la intermediación del Espíritu Santo y por lo tanto, aún cuando era total y verdaderamente humano, no obstante era sin pecado, pues no heredó el pecado original del Adán que heredan todos los hombres; era y es verdadero Dios, preexistente desde siempre, y es el Creador de todas las cosas creadas, porque todo fue creado por Él y para Él, y por medio de Él. Y únicamente Él, porque así le plació al Padre que fuese, únicamente Él puede dar perdón y vida a los hombres, y librarlos de la muerte y del justo castigo que estos merecen por razón de sus pecados; y esto lo puede hacer con justa justicia por los méritos de su vida santa y sin pecado y por el valor infinito de su sangre y los sufrimientos vicarios, representativos y sustitutos que decidió asumir al encarnarse, y vivir y morir como murió.
La prueba y evidencia de que lo que dijo es verdad, de que lo que prometió así lo cumplirá, de que Dios obrará de acuerdo con lo que Él expresó y enseñó, es la prueba de la resurrección. Porque Él resucitó, podemos saber entonces que todo cuanto dijo es verdad, y podemos, debemos, y tenemos que asumir con confianza nuestra posición como seguidores de su enseñanza y de su ejemplo. Él es nuestro pan, y su muerte gloriosa y poderosa para otorgar perdón y salvación recordamos y proclamamos cada vez que comemos del pan en su memoria y como acto de consciente adoración.
Fue el Señor Jesucristo mismo quien ordenó que su iglesia partiese pan en memoria de Él cuando se reuniese:
“…tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí”
(Lucas 22:19)
Y tuvo que haber un gesto muy particular y especial en el acto del partimiento del pan que tuvo el Señor con sus discípulos, porque, en una oportunidad, después de resucitado, no le reconocieron sino hasta que lo vieron partir el pan nuevamente ante ellos (Lucas 24:35).
Lucas nos dice en su registro que el partimiento del pan era una costumbre bien establecida en la iglesia del primer siglo; así nos lo dice en Hechos 20:7-11, por ejemplo.
El apóstol Pablo explica que el pan que la iglesia parte y del que participa cuando está reunida para adorar a Dios, es el pan de la comunión del cuerpo de Cristo:
“El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?
Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan”
(1Corintios 10:16-17)
Este pan del que la iglesia participa es el reflejo de varias cosas:
1.- Es el pan de la comunión con el cuerpo de Cristo
2.- Es el símbolo de nuestra unión con Cristo.
3.- Es símbolo de la unidad que estamos llamados a sostener en nuestro trato y relaciones unos con otros, y en el desarrollo de nuestro servicio a Dios.
4.- Es una señal visible de la promesa que nos hizo nuestro Salvador.
5.- Es un acto de adoración a Dios el Padre, a Dios el Hijo, y a Dios el Espíritu Santo.
Finalmente, es un muy grande privilegio que se nos permita participar del pan de la comunión del cuerpo de Cristo; privilegio que no debemos tomar a la ligera, sino que debemos valorarlo y apreciarlo debidamente, considerando si participamos del mismo con la dignidad que como creyentes se nos demanda (ver 1Corintios 11:27-33). Por lo demás, terminamos con las palabras del Señor:
“Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Y os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre”
(Mateo 26:26-29)
En noviembre de 2024
Antonio Vicuña
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