Los evangelios presentan en sus registros varios casos de personas a las que el Señor Jesucristo sanó de manera notoria y milagrosa. Aunque en varios de los casos el mismo Señor Jesucristo pidió a las personas sanadas que no divulgaran lo ocurrido, no obstante la mayoría de esas sanidades obraron como una credencial de su autoridad y divinidad (Lucas 7:20-23).
El evangelio de Juan nos presenta la historia de un hombre, quizá joven, al cual el Señor Jesús sanó de la vista, produciéndose, a raíz de ese evento, una grande y conflictiva conmoción para con el involucrado, para con el mismo Señor, e incluso para con aquellos que fueron testigos de lo ocurrido. Te invito a considerar algunos puntos que surgieron de la lectura y reflexión de este pasaje en particular.
EL MILAGRO
(Juan 9:1-41)
1.- Convicciones equivocadas (vs. 1-3)
“Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento. Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?
Respondió Jesús: No es que pecó éste, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”
La mayoría de nosotros tenemos algunas ideas, opiniones, pensamientos, convicciones y puntos de vista que no son correctos ni bíblicos del todo. Y, a menos que la palabra de Dios se nos manifieste en determinados momentos y circunstancias de la vida, es muy difícil, sino imposible, que pensemos de la manera correcta, es decir, en conformidad con la verdad, aquella única verdad que Dios mismo nos ha manifestado en su Palabra.
Los discípulos estaban convencidos de que la condición de ceguera de aquel hombre se debía al castigo que Dios había impuesto sobre él por causa de sus pecados o por el pecado de sus padres. Pero ellos aunque convencidos, estaban equivocados. Por un lado, es cierto que algunos pecados generan consecuencias de ese tipo en las vidas de los hombres, pero también es cierto que no todo sufrimiento o enfermedad se debe a la presencia de pecados, o al justo juicio de Dios.
Es importante que entendamos que no todos los aspectos y detalles de la vida se pueden explicar y entender por la ley de causa/efecto, o siembra/cosecha, o pecado/sufrimiento.
Permítame extenderme un poco más en este punto. Estrictamente hablando, todo el mal presente en el mundo y en la experiencia humana tiene su causa de origen en el pecado y en la rebelión del ser humano para con Dios, su Creador y Hacedor. Pero es necesario tener en cuenta que Dios, en su gran misericordia y bondad, intervino en la historia de la humanidad introduciendo un poderosísimo atenuante del juicio y castigo en la persona del Señor Jesucristo, por medio del cual puede verse libre para prodigar bondad, perdón, liberación de la culpa, e incluso, en miríada de casos, por razones de sus propósitos, permitir que las personas vivan gran parte de sus vidas sin recibir lo que sus acciones y pecados merecen (1 Timoteo 5:24). No obstante, queda en pie la verdad de que muchas veces las personas sufren y padecen males como consecuencias de sus pecados y rebeldía para con Dios, lo cual podríamos confirmar al leer el caso de aquel otro hombre, el llamado paralítico de Betesda (Juan 5:1-14), al cual el Señor le advirtió después de sanarle que dejase de pecar para que no le sobreviniese “algo peor”.
Debemos tener cuidado de no ver las circunstancias de las personas, y aún las de nuestras propias vidas, como en blanco y negro, o, positivo y negativo, pues muchas más veces de lo que podemos llegar a comprender o ver, la vida y sus circunstancias obedece a los planes y tratos particulares de Dios para con cada quien, cosas de las que en la gran mayoría de casos no tendremos ni siquiera conocimiento.
En conclusión a este primer punto: aceptemos que la gente inocente también sufre y padece, y a veces más que los malvados. Pero, no dejemos de ver que, especialmente en la vida de aquellos que son tomados en cuenta para los benditos propósitos de Dios, los sufrimientos y padecimientos, de la naturaleza que sean, tienen la finalidad de permitir que el Señor manifieste su gloria y poder de maneras particularmente especiales.
2.- Los extraños métodos de Dios (vs. 6-7)
“Dicho esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó con el lodo los ojos del ciego, y le dijo: Ve a lavarte en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado). Fue entonces, y se lavó, y regresó viendo”.
Así como muchas veces nos podemos equivocar al juzgar y evaluar las cosas que suceden a otros y aún a nosotros mismos (especialmente en sus aspectos desconcertantes y dolorosos), sucede también que muchas veces el obrar de Dios en medio de las circunstancias nos puede resultar extraño, raro, y tal vez hasta difícil de aceptar.
Consideremos el método escogido por el Señor para sanar a este hombre. ¿Acaso no podría haberle sanado de otra manera? Seguramente que sí. Entonces, ¿Por qué tenía que hacerlo de ese modo: escupiendo y haciendo aquel barro con su saliva? ¿Por qué no lo sanó en el acto sin mediar acciones sólo con su palabra? ¿Por qué, además, le envió a lavarse a aquel estanque? No creo que podamos tener respuesta a este tipo de preguntas, las cuales son las mismas preguntas que nosotros nos hacemos, palabras más, palabras menos, cuando intentamos entender y explicar el obrar de Dios en el mundo, o en nuestras vidas. Hace ya cerca de tres mil años que el sabio Salomón escribió: “Como tú no sabes cuál es el camino del viento, o cómo crecen los huesos en el vientre de la mujer encinta, así ignoras la obra de Dios, el cual hace todas las cosas” (Eclesiastés 11:5).
La mayoría de nosotros tenemos la ilusión de que podemos entender el obrar de Dios, pero cada vez estoy más convencido de que la verdad es que, en la mayoría de los actos de Dios sobre nuestras vidas, no podemos entender la lógica de su obrar. Pero esto no debería ser un problema para ninguno de nosotros, pues estamos llamados a confiar en su criterio y sabiduría, así como en su buena voluntad y fidelidad, sin importar que entendamos o no sus “métodos y decisiones”, Él es Dios, y hace perfectamente bien todas sus obras en el cielo y en la tierra y en toda la creación; con perfecta sabiduría, con perfecta justicia, con perfecto amor, con perfecta razón. Gloria sea a su Nombre y Gloriosa Persona por siempre.
La historia nos ha demostrado, hasta donde la podemos valorar y ponderar, que los criterios de la palabra escrita de Dios son imperecederos y siempre vigentes, y que Dios el Señor no actúa en contradicción de sí mismo ni de su palabra, por lo que lo mejor que podemos hacer ante las aparentes rarezas del obrar de Dios es confiar y obedecer las indicaciones de su palabra. Si así lo hacemos, comprobaremos finalmente que todo lo que parecía no tener sentido, tenía un papel y un lugar en el plan maestro de Dios para nuestras vidas.
Recordemos: los métodos del obrar de Dios en ocasiones pueden ser atípicos e ilógicos desde nuestro punto de vista y costumbres, pero Dios el Señor siempre sabe lo que hace y permite, y por qué lo hace y permite. Confíe y descanse en ello aunque no entienda lo que está en movimiento. A su tiempo comprobará que no hay despropósito en Dios (Job 1:22).
3.- Las señales divinas manifiestan a Jesús (vs. 8-12)
“Entonces los vecinos, y los que antes le habían visto que era ciego, decían: ¿no es éste el que se sentaba y mendigaba? unos decían: él es; y otros: a él se parece. Él decía: yo soy. Y le dijeron: ¿cómo te fueron abiertos los ojos? Respondió él y dijo: aquel hombre que se llama Jesús hizo lodo, me untó los ojos, y me dijo: ve al Siloé, y lávate; y fui, y me lavé, y recibí la vista. Entonces le dijeron: ¿dónde está él? él dijo: no sé”
En nuestro mundo tienen lugar muchas cosas sorprendentes, incluso eventos de tipo sobrenatural. Pero ello no quiere decir que todo cuanto suceda cuente con el aval divino en su origen, o en su propósito y realización. Los falsos mensajeros espirituales también exhiben ciertos poderes y facultades que presentan como credenciales de su supuesta comisión divina. El apóstol Pablo declaró que esto no debería ser causa de asombro puesto que el mismo Satanás se disfrazaba como ángel de luz y sus mensajeros como ministros de justicia (2 Corintios 11:14-15). Pero si en nuestro mundo tienen lugar obras de poder que tienen su origen en Dios, y obras de poder que tienen su origen en el mal, ¿Cómo podemos diferenciar las unas de las otras? Permítame ofrecerle una sencilla pero confiable manera: Las genuinas obras divinas, aquellas que nacen en Dios y son un regalo para nuestras vidas, son las que al ser realizadas centran el foco de atención e interés sobre la persona de Dios, especialmente sobre la majestad y gloria del Señor Jesucristo.
En medio de las muchas voces de los iluminados y poderosos mensajeros de nuestro tiempo, nos hará mucho bien tener presente que no es el poder del verbo encendido, de la palabra cautivadora, osada y atrevida, la credencial de autoridad divina; pero tampoco lo es siquiera, la manifestación de señales milagrosas, no son estas cosas la verdadera evidencia del respaldo divino y de autoridad espiritual concedida de parte de Dios a sus mensajeros, sino, el hecho de que el foco de atención e interés manifieste y exalte al Señor Jesucristo, pues a Él es quien el Padre ha dado todo honor (Juan 5:23), Él es el único a quien ha decidido exaltar por sobre todo y todos(Filipenses 2:9), Él y sólo Él es a quien ha querido colocar como Señor, como Piedra Principal y de fundamento y coronación del edificio que construye en la creación (Isaías 28:16), Él el primero y también el último (Apocalipsis 22:13), Él es Aquel a quien le han de llegar a estar sujetas todas las cosas (1 Corintios 15:27), para que así Él y sólo Él venga a ser el que todo lo llena en todos (Efesios 1:23).
Apuntémoslo en nuestra mente y corazón: Las verdaderas e importantes obras de poder de Dios son aquellas que, tocando nuestras vidas, abren nuestros ojos para que podamos reconocer al Señor Jesucristo como el único enviado y elegido del Padre, y podamos por medio de ese reconocimiento, tributarle la honra y adoración que sólo Él merece y es digno de recibir.
4.- Nuestra verdadera condición
Pero, lo más importante de este cuadro que estamos considerando es que la Señal milagrosa realizada por el Señor sobre este hombre ciego constituía de por sí una señal de la naturaleza y propósito de las acciones y palabras del Señor Jesucristo para con todos nosotros. Me explico: el acto de dar sanidad a ese hombre fue como una especie de representación de lo que Él como mensajero divino quiere hacer en nuestras vidas.
El Señor Jesucristo vino a esta tierra, como lo declaró cuando iniciaba su ministerio, para dar vista a los ciegos (Lucas 4:18). Y este dar vista a los ciegos no se refiere a la sanidad física que obró como ejemplo y mensaje profético actuado sobre este hombre, sino que se refiere al poder darnos a cada uno de nosotros la oportunidad de recibir una percepción espiritual correcta y verdadera sobre la vida y nuestra relación con Dios, de lo cual, la ceguera de este hombre era un perfecto ejemplo, pues nació en esa condición y era imposible para él o para otros (incluidos aquellos que le amaban) cambiar la realidad de su condición.
La ceguera espiritual es más difícil de curar que la física, hecho que la medicina de nuestro tiempo ha podido confirmar. Con cada año que pasa son más los detalles y logros que en el campo de las especialidades oculares se consolidan y conquistan. Pero ante la ceguera espiritual nada puede hacer la ciencia y la voluntad humana. Sólo Dios en su bondad y misericordia puede dar vista a los ciegos. Sólo Él puede hacer la luz en la oscuridad de nuestras almas y corazones. Y esto no es solo prosa barata y sentimental. La ceguera y la oscuridad espiritual es una realidad presente en cada uno de nosotros, en unos en mayor grado y en otros en menor grado, pero en todos presente, incluso en aquellos que hemos creído en el Señor Jesucristo como Señor y Salvador de nuestras almas. Es como la visión física: aunque no estemos impedidos visualmente tenemos nuestras limitaciones, nuestros puntos ciegos, nuestras atrofias, nuestros procesos degenerativos, cosas que tratamos de contrarrestar con la ayuda de medicamentos, cristales, lentes, procesos quirúrgicos, etc. Con la visión espiritual nos sucede algo similar. De cuando en cuando entran cuerpos extraños a nosotros que nos irritan la vista, o puede que se nos esté endureciendo el cristalino espiritual y estemos dejando de ver con claridad y nitidez en nuestra vida situaciones morales y éticas que antes teníamos perfecta y claramente delineadas, o puede que, por estar usando solo luces propias de escenarios de artistas, se esté deteriorando nuestra visión de siervos del Señor, o que, por pasar tiempo en lugares indebidos y en compañías desaconsejables, hayamos perdido nuestra capacidad de ver la vida bajo la luz de Dios, en fin… Creo que todos en cierta medida necesitamos que el Señor unte nuestros ojos con su saliva y nuestro barro y nos sane de nuestra ceguera.
Para reflexionar y orar: El Señor Jesucristo dijo: “La lámpara del cuerpo es el ojo; así que si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que hay en ti es oscuridad, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?” (Mateo 6:22-23)
5.- En el ojo, pero del huracán (vs. 13-34)
Que Dios nos abra los ojos es, y será siempre, una muy grande bendición, en cualquier etapa de nuestra vida, y en cualquier área en que Él así lo haga, siempre será una maravillosa bendición que nos abrirá el horizonte y el entendimiento hacia una vida más productiva y plena en Dios. Pero habrá también un costo que enfrentar. Recibir más luz de Dios para nuestro vivir es algo que traerá cambios en nuestro modo de ver y entender la vida, y esto se reflejará en nuestras relaciones y el trato que las sostenemos con otros. Algunos se acercarán pero otros se alejarán, algunos nos entenderán y apoyarán pero otros nos criticarán y atacarán; a veces se cumplirá aquello que el mismo Señor expresó que los enemigos del hombre son los de su misma casa, o los de su misma comunidad de fe.
Ocurrido el milagro comienzan los conflictos. Si él nació en esa condición cómo es que ya no lo está se preguntan los religiosos con poder. No sólo quieren saber o confirmar quién lo hizo, también quieren expresar su visión y punto de vista: el que hizo ese milagro es un pecador, no es un hombre bueno, argumentan, porque actúa de forma diferente a lo que ellos piensan y consideran que es correcto, y, de paso, no muestra respeto a su gremio y jerarquías.
Qué problema tan grande pueden llegar a ser nuestras opiniones y criterios cuando nos atrincheramos en ellos y nos negamos a abandonarlos incluso ante la evidencia de la palabra de Dios. Se ha dicho que no hay peor ciego que el que no quiere ver, dicho que muestra la realidad de la tragedia que viven aquellos que se empecinan en vivir equivocados aunque todas las pruebas de su error están tan claras y a la vista.
¿Tú eres aquel que mendigaba? ¿Qué te pasó, por qué ya no estás ciego? ¿Qué piensas de lo que te pasó? ¿Cómo te pasó lo que te pasó? El interrogatorio era intenso y en tono nada amigable. Las preguntas perseguían, no la verdad, sino, encontrar razones para confirmar sus prejuiciados y torcidos pensamientos. Como dudaban de su testimonio y de la honestidad de sus palabras decidieron convocar a los padres del hombre y someterles a interrogatorio también, quienes intimidados por las posibles consecuencias de lo que su testimonio podría acarrearles, deciden únicamente confirmar que se trataba de su hijo quien en verdad nació ciego, pero no quisieron expresar nada más al respecto.
El mundo que nos rodea no puede impedir que recibamos el milagro de una nueva visión para la vida por medio de la palabra y poder del Señor Jesucristo y su evangelio, sin embargo, no dejará de presionarnos, de tratar de intimidarnos, de amenazarnos incluso, con las posibles consecuencias que nos traerá el vivir de esa manera en que ahora estamos decidiendo vivir. Y de hecho seremos castigados por el sistema, nos expulsarán de sus círculos, nos excluirán de sus beneficios, nos pondrán en la lista negra, y hasta es posible que nos hagan la guerra frontalmente en muchos otros sentidos. ¿Pero sabe qué? Todo ello no hará más que confirmar que la buena y trascendente obra que el Señor Jesucristo ha realizado en nuestras vidas es genuina e innegable, poderosa y visible, de esas que traen cambios permanentes y eternos en la vida de los hombres.
Finalmente el hombre del milagro, el hombre de la vista nueva, no fue felicitado ni honrado por los importantes líderes de su comunidad, sino que fue expulsado como un insolente mendigo, atrevido y despreciable. Que no se nos olvide: la mayoría de las veces la honra de Dios viaja en caminos diferentes a los usados por la honra de los hombres.
Guardemos en nuestro pensamiento y corazón: el que Dios nos abra los ojos en un área de nuestro vivir será una extraordinaria bendición que en algunos sentidos nos pondrá en el ojo del huracán, pero ello será para que declaremos el testimonio de su poder para la gloria de nuestro Señor y Dios.
6.- El milagro verdadero es aquel que nos conduce arrodillados a adorarle (vs. 35-41)
“Oyó Jesús que le habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios? Respondió él y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Le dijo Jesús: Pues le has visto, y el que habla contigo, él es. Y él dijo: Creo, Señor; y le adoró”
Todo verdadero milagro lleva al mismo fin y tiene un mismo propósito: que Dios en la persona del Señor Jesucristo sea reconocido y adorado. Ya se trate de un milagro del alma o espiritual (como la conversión y la salvación, por ejemplo), o se trate de un milagro físico o material de cualquier índole, al final del camino de todas las circunstancias y eventos relacionados estará el Señor Jesucristo esperándonos para invitarnos a adorarle.
Es en ese acto conclusivo de adoración donde se aclararán nuestros enredos y se tranquilizará nuestra alma. Es allí, a sus pies, postrados ante su presencia donde termina la historia de nuestros traumas y los problemas que hemos arrastrado durante toda nuestra vida. Es precisamente allí, en ese reconocimiento privado e íntimo (aunque visto por otros a nuestro alrededor) donde se confirma la fe que decimos tener y donde el Señor mismo nos confirma su presencia manifiesta y propósito para nuestro vivir.
El Milagro: Aunque nos parecía que ya estaba completamente realizado, en verdad no era así; el milagro fue completado cuando el hombre que había sido ciego adoró; cuando lo hizo como nunca antes lo había hecho, con una nueva vista en sus ojos y corazón…
Antonio Vicuña.
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