martes, 26 de abril de 2022

EL INVITADO

 


    Podemos tener todo en la vida y sin embargo sentir que nos hace falta algo muy importante aún. El mundo está lleno de historias de personas que teniéndolo todo viven sin embargo en una afanosa e interminable búsqueda de aquello que pueda otorgar un sentido de plenitud y satisfacción final a sus vidas. Es la historia de aquel hombre que a pesar de ser famoso y exitoso en lo laboral y social, siente que aún falta “algo” en su vivir. Es la historia de aquellos que van de romance en romance, de pasión en pasión, de pareja en pareja, sin nunca llegar a estar plenamente satisfechos. Es la historia de aquellos que a pesar de haber servido a los suyos con esmero y dedicación durante toda una vida y haber recibido por ello muchas buenas recompensas, sin embargo en cierto sentido saben que van con las manos vacías hacia la fuente misma de la vida. Pero es también la historia de nuestra propia vida, la de todos y cada uno de nosotros. Vivimos en este mundo y caminamos por la vida con una gran ausencia en nuestros corazones: la ausencia de Dios, del conocimiento y la comunión con nuestro Creador y Padre. Ausencia que pesa aunque no se reconozca, y que no admite sustitutos. Sólo Él puede satisfacer lo que nuestros corazones demandan, cuando estos despiertan a la realidad de esa necesidad espiritual de significado y trascendencia, que no es más que necesidad de Dios. 

    El Señor Jesucristo dijo que él había venido para que tuviésemos vida, y para que la tuviésemos en abundancia (Juan 10:10). Y eso es lo que encontraron todos aquellos que percibieron la sinceridad y la genuinidad (divina autoridad) de sus palabras (Juan 1:12). Pero muchos también le rechazaron. Les enojaba su manera de hablar y de enseñar. Decían de Él que era un engañador, un hombre malo que se aprovechaba de ingenuidad de la gente (Juan 7:13) y que se arrogaba una autoridad que sólo le correspondía a Dios (Juan 10:33). Hasta hoy día, esas son las dos posturas que seguimos asumiendo.  

¿Quién es Él para ti?

    Para muchos Jesucristo es una figura interesante. Para otros un gran maestro. Y aún para otros, el ideal del hombre nuevo (política y socialmente hablando). Pero ninguno de nosotros debería tener dudas sobre qué es lo que Él dijo de sí mismo. Luego, lo que nos toca decidir es, si le daremos valor a sus palabras o, si por el contrario, las descartaremos por no estar de acuerdo con ellas. 

Él dijo de sí lo que ningún otro hombre ha dicho de sí mismo:

    Dijo que era uno con Dios (Juan 10:30), que el que a Él veía y escuchaba, estaba escuchando y viendo a Dios (Juan 14:9). Dijo que el que colocase su confianza en Él alcanzaría salvación (Juan 5:24), y que todos los que no lo hicieran irían a la condenación eterna (Juan 3:19). Dijo que Él podía perdonar los pecados y que el que no acudiese a Él moriría en sus pecados (Juan 8:24). Dijo que Él era el camino para llegar a Dios, que Él mismo era la verdad, y la vida misma (Juan 14:6). Dijo que Él era la resurrección y la vida (Juan 11:25). Dijo que Él era la luz del mundo (Juan 8.12). Dijo que Él era el pan de vida que descendió del cielo (Juan 6:41). Dijo que Él era la puerta para la salvación (Juan 10:9). Dijo que en Él era que Dios habría de juzgar el fruto y el obrar de todos (Juan 15:1-2). Dijo que llegaría un día en que todos los muertos escucharían su voz antes de levantarse en resurrección (Juan 5:28). 

    Ante todas estas afirmaciones que Jesús hizo de sí mismo tenemos que tomar una posición todos y cada uno de nosotros. Ningún otro hombre sobre la tierra ha hablado de esa manera, lo cual lo coloca ya en un lugar excepcional y diferente de todos. Pero luego, ¿Qué haremos con sus afirmaciones? ¿Era un engañador, un bocón y fanfarrón? O, por el contrario, ¿era en verdad quien dijo ser: el Hijo eterno de Dios, quien se encarnó y vino a esta tierra para manifestarnos el camino de salvación y de regreso a la casa del Padre?

    Las personas que en su tiempo le escucharon entendieron con claridad el alcance de sus palabras. Unos se maravillaron y glorificaron a Dios por ello. Otros no podían hacerlo por distintas razones nacidas de sus propias vidas. ¿Pero tú, que dices hoy, que decisión tomarás para con las afirmaciones y palabras de Jesús?   

Él Podría ser tu Salvador

¿Sabes que necesitamos un Salvador? ¿Sabes que necesitamos ser salvados en muchos sentidos?

De una eternidad sin Dios.

De la maldad de nuestro propio corazón.

Del engaño y el poder del mal que nos rodea.

    Y Él puede y quiere ser nuestro Salvador, pero para ello tendremos que reconocerle como nuestro Señor y Dios (autoridad y jefe). Es la única manera de que en verdad Él sea un salvador para nosotros. Muchos quieren un salvador, pero no un Señor. Quieren alguien que les garantice perdón, pero que no les exija obediencia absoluta.

    ¿Sabes que “necesitamos” la figura de la autoridad superior en nuestro transitar por la vida? Y si no la tenemos en Dios y su Cristo de seguro la tomaremos de otro hombre, o de nosotros mismos, y sea de quien sea que la tomemos, ese será nuestro dios.

    Y le necesitamos a Él como Señor y Dios…Para no perdernos en una vida sin propósito y para no desperdiciar los dones que hemos recibido. Para poder reflejar la grandeza de Aquel que nos trasciende. Para poder acumular tesoros y recompensas en la vida que viene.

    Te invito a que demos una mirada al relato que el evangelista Lucas nos dejó acerca del encuentro que tuvo un hombre de su tiempo con el Señor Jesucristo (Lucas 19:1-10):

"Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido"

     Un encuentro no programado por el hombre pero sí por Dios. Resultó en la salvación de Zaqueo y su familia. 

 ¿Quién era Zaqueo? 

    Era un hombre rico acomodado con el sistema de dominación imperial que tenía sometida la nación, por lo que era considerado como malo y traidor. Era jefe de los recaudadores de impuestos en la ciudad donde vivía. Por alguna razón estaba al tanto de que el famoso Jesús pasaría ese día por la ciudad y tenía el deseo de verle. Para ello tendría que vencer ciertas dificultades, una en particular se presentó cuando Jesús se iba acercando a la zona…tuvo que imaginar, pensar, correr, hacer algo fuera de lo acostumbrado…él quería en verdad ver a Jesús. ¿Y nosotros? ¿Actuaríamos como Zaqueo? ¿Todavía lo estamos haciendo?

La sorpresiva propuesta del Señor

    Como siempre el Señor hace con todos los que llama, así hizo con Zaqueo. Cuando Jesús estaba debajo del árbol le dice a Zaqueo que descienda rápidamente porque Él va a visitarle en su propia casa. ¡Qué sorpresas acostumbra dar el Señor a aquellos que tienen interés en verle y conocerle!

La murmuración no se hizo esperar

    Cómo entender que el maestro Jesús va a honrar con su presencia la casa de ese. Pero nadie está tan lejos como para que el amor y el perdón de Dios no le puedan alcanzar. Dios en verdad toca, invita, se anuncia, y promueve sus encuentros salvadores con todos, incluso con aquellos quienes se consideran indignos o son juzgados como no merecedores de tales privilegios de gracia divina.

    No se nos dice cuanto tiempo duró el encuentro, ni cómo se organizó y desarrolló. Pero luego de cierto tiempo, en el cual tenemos que suponer que el invitado tuvo la oportunidad de dirigirse a todos los presentes y hablar lo suficiente como para dar a conocer su misión y doctrina, nos encontramos con la respuesta de Zaqueo (vs. 8). 

    Algo ha pasado en el interior de ese hombre. Un cambio tuvo lugar, uno muy grande, uno que lo ha transformado y le está haciendo ver la vida con otros ojos, con otra perspectiva. Ahora tiene un deseo de vivir de una manera diferente para Dios. El Señor Jesucristo dirá que se trata de que la salvación había llegado a él. Lo cual nos dice que antes no la tenía, pero a razón de haber escuchado las palabras del Señor y haberlas creído y aceptado, ahora ha llegado la salvación a su vida y la de su familia. 

    Hay dos acciones que anuncia Zaqueo que nos demuestran la realidad de su salvación y transformación. Las mismas están expresadas en el verso 8. No es que con estas acciones él se ganó el elogio y favor del Señor. No. Es que en ellas se deja ver la nueva escala de valores que ha de guiar la vida de Zaqueo a partir de ese momento. 

    Zaqueo anuncia que dará la mitad de sus bienes a los pobres. Lo que nos revela que el hombre rico, tacaño, que vive solo para sí mismo y su disfrute personal, insensible a las necesidades de sus semejantes, ha cambiado. Ahora puede ver con claridad que la vida que Dios le ha concedido, para que la pueda vivir en plenitud tiene que aprender a amar a sus semejantes. Un verdadero encuentro con Dios nos llevará a ser más compasivos y preocupados por nuestros semejantes.

    En segundo lugar Zaqueo anuncia que hará restitución a todo aquel a quien haya defraudado. Lo cual nos revela la restauración de la integridad en su vida. Es el otro gran cambio que Dios opera en la vida de todos los que entran en una relación con Él: el dotarlos con una nueva y diferente escala de valores y de una renovada vocación por la rectitud, la transparencia y honestidad en todas sus relaciones.   

    El Señor Jesucristo se despedirá afirmando que Él vino para buscar y salvar lo que se había perdido. 

¿Dónde quedamos nosotros en este relato? ¿En qué etapa de la vida de Zaqueo estamos? ¿Hemos respondido como Zaqueo también nosotros? ¿Qué estamos esperando?

 

Antonio Vicuña.

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