Creo que
venimos a la existencia con una necesidad inherente, advertida o no, de
realización y propósito. Pienso que por tal razón es que como especie nos
cuestionamos tantas cosas y nos encontramos en una búsqueda constante y casi
que interminable de esas cosas que intentamos le den sentido, valor y
significado a la vida; algo que no parece preocupar en absoluto a los demás
pobladores del mundo en todo el reino animal; he allí otra razón más para
atribuir a nuestra especie un sitial distintivo y particular entre todos los
seres vivos que habitan nuestro planeta.
La
preocupación existencial y la necesidad de encontrar esas misteriosas claves
que hacen posible experimentar una trascendencia que, si bien no se puede
atrapar entre manos, sin embargo la mayoría, de alguna manera sospecha, intuye
y reconoce cuando se hace presente.
Admiro casi con envidia a todos aquellos
que muy temprano han encontrado su lugar en la vida logrando un nivel de
realización que trasciende la esfera de la simple y gregaria satisfacción de
las necesidades básicas propias de todos los hombres. Les admiro porque son
personas que han descubierto una gema de gran valor en el valioso cofre de la
vida, han descubierto la perla de la trascendencia; esta valiosísima joya que
aunque de seguro está disponible para todos, no obstante, al parecer por
variadas razones, son relativamente pocos los que logran hacerse de ella. Cómo
hicieron para dar tan temprano en sus vidas con ese secreto es algo que ignoro
por completo; lo que sobre este punto me parece entender es que, para la
mayoría de las personas esta es una búsqueda más lenta y difícil de lo que
desearíamos que fuese; tan ardua y escurridiza que la mayoría a la larga termina
por renunciar a ella.
Los que se entregan al estudio y al entrenamiento
especializado en cualquier área del saber conocen del precio que se requiere
pagar para profundizar y romper con las barreras que si no se superan
paralizarían y harían imposible todo tipo de progreso. Siempre hay un precio
que pagar para la superación y el crecimiento personal, no importa de qué
ámbito estemos hablando. Los verdaderos creyentes, aquellos que viven
comprometidamente su fe, pueden
testificar de el costo que ha significado crecer en los caminos de la gracia y
el conocimiento de Dios; los hombres de ciencia pueden disertar sobre el costo
que ha estado envuelto en los avances de las distintas disciplinas del
conocimiento para que hoy estemos donde estamos en esas áreas especializadas
del saber; los estadistas e historiadores pueden dar cátedra sobre el precio
que han tenido que pagar quienes nos antecedieron para dejarnos el legado de un
modelo de sistema y sociedad que, si bien está muy lejos de ser perfecto y
completamente justo es, por mucho, mejor a la anarquía y a muchos de los
sistemas injustos y opresivos del pasado. En fin, el precio de la realización y
trascendencia a todo nivel no es definitivamente una baratija que cualquiera
puede desinteresadamente adquirir.
Me parece
presentir que en ese camino es necesario estar dispuestos a auto-confrontarnos no
pocas veces, lo cual no siempre es tarea fácil. Una de las cosas más difíciles
para las personas, se crea o no, es
juzgarse a sí mismos; en este aspecto generalmente, o bien, se es demasiado
indulgente, o bien, se es demasiado tirano, pero casi nunca ecuánimes y
justamente equilibrados. Por cierto este es un tema, guste o no, que pertenece
al campo de la fe, de los valores, y de todos aquellos predios intangibles que
forman parte de la condición humana. Trascender es más que estadísticas y
números por importantes y clarificadores que estos sean; es más que logros y
metas conquistadas aún cuando estas seguramente forman parte de la experiencia
de todos aquellos que ascienden por las cumbres de la vida marcando el camino
para otros; pero también en el hombre y la mujer anónimos, desconocidos de
todos excepto de sus cercanos, que han marcado con su ejemplo y servicio
comprometido la vida de quienes les han de suceder en el simple ámbito
familiar, y que en esa entrega de vida experimentaron la plenitud al abocar
todas sus energías a esas domésticas causas como si no hubiese nada más en la
vida, creo ver en esas sencillas y anónimas personas la corona de la
trascendencia y la realización personal. La alcanzaron sin aspavientos, sin
mucho ruido social, sin hacer alardes ni esperar que se anunciasen sonidos de
pompas y aclamaciones públicas, lo hicieron en el sencillo y humilde círculo de
una sencilla y auténtica vida que se invierte en los demás. Y creo que tal vez
en este punto más que en ningún otro estamos más cerca de dar con el corazón de
este asunto de la realización y la verdadera trascendencia: parece ser que esta
se experimenta y manifiesta en el olvido del egoísmo propio y en el aprender
(de forma consciente o inconsciente) a vivir con cierto aire de entrega,
sencillez y compromiso para con aquellos que nos rodean y para con aquellos que
nos han de relevar y han de ocupar nuestro lugar en el mundo.
Me parece
sumamente interesante que los postulados del Maestro de maestros, los del
Galileo aquel, el Carpintero de Nazaret, el mismo que habría de morir en una
tosca cruz de madera por causa de su mensaje y la trascendencia de su causa, me
parece muy interesante que sus postulados sean tan cónsonos con esta y con
todas esas causas que nacen de la necesidad de buscar mayor justicia y
verdadero bien para los hombres. Hasta una lectura superficial de la vida de
Jesús en los evangelios encontrará que la trascendencia y la realización es
tema de primer orden en el mensaje de Dios para los hombres.
Para terminar solo
quiero añadir que pienso que muy poco importa en verdad lo que la arrogancia de
algunas prominentes personalidades tenga que decir sobre este asunto; este es
un tema para aquellos que aunque reconociéndose lejos de lograrlo aún lo siguen
intentando porque no han podido silenciar ese murmullo desde aquel día en que
lo escucharon por primera vez en su reservado corazón.
Antonio
Vicuña.
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