“Esperanza” es una gran palabra en las Escrituras. Denota el tipo de actitud que está presente en el corazón cuando se puede vivir mirando hacia el mañana con expectativas placenteras o favorables porque se descansa en la fidelidad de Dios. El apóstol Pablo expresa su deseo de que los creyentes abunden en esperanza por la ayuda del Espíritu Santo, quien puede por su obra de gracia confirmar a los creyentes en todo gozo y paz en el creer, según el deseo de aquel a quien llama también “el Dios de la esperanza” (Romanos 15:13).
Ahora bien, la esperanza se convierte en una valiosísima joya para la vida cuando se está atravesando por dificultades o cuando nuestra propia incapacidad y debilidad nos oprime y combate. Es así como vemos a un Abraham que en “esperanza contra esperanza” camina hacia el mañana con su confianza y mirada puesta en Dios sin hacer caso de la realidad de su condición física (Romanos 4:18).
La esperanza no es algo irrelevante e innecesario para la vida; sino que al contrario, la esperanza es algo de lo que no se puede prescindir. Sin esperanza no se puede vivir. Pero, por otra parte, si alguien debería vivir con el corazón rebosante de esperanza es el hijo de Dios, pues el plan de Dios para su vida es seguro, firme y estable, y las promesas de aquel que le salvó, así como su fidelidad, son inquebrantables. No obstante, estos no son asuntos automáticos, inmediatos o desconectados de nuestras vivencias y luchas personales; mantener ardiendo la llama de la esperanza mientras se camina por la vida, como toda obra de gracia, un verdadero milagro que honra y glorifica al Señor. En esta oportunidad le invito a que reflexionemos en torno a este asunto siguiendo las palabras del Salmo 119:25-32.
“Abatida esta hasta el polvo mi alma; vivifícame según tu palabra”
(Vs.25)
El abatimiento es una experiencia muy humana, muy de todos nosotros, aunque al parecer algunos temperamentos son más dados a experimentarlo que otros. Pero hasta los hombres más santos y usados por Dios, han llegado a encontrarse en determinados momentos de sus vidas completamente abatidos, desalentados, con el ánimo por el suelo y hasta deprimidos. Una Par de ejemplos son Elías (1 Reyes 19:4) y Jeremías (Jeremías 20:7-18). Ninguno está exento de experimentarlo. Por lo que no se sienta culpable o bajo condenación por sentirse en determinados momentos de su vida abatido. Pero haga de ese abatimiento un motivo de oración y pida al Señor que lo reanime como el lo ha prometido (Isaías 40:29-31). Jamás insistiremos demasiado sobre el hecho de que la sabia y el néctar divino de la palabra de Dios destila de manera especial sobre nuestras almas cuando hacemos de la palabra de Dios, de sus promesas, el tema de nuestras oraciones secretas y personales. Otras versiones de este verso dicen de la siguiente manera:
Estoy a punto de morir; ¡dame vida, conforme a tu promesa!
Estoy tirado en el polvo; revíveme con tu palabra.
Estoy postrado en el polvo, reanímame tal como lo prometiste.
Estoy postrado en el polvo, dame la vida según tu promesa.
Me siento totalmente desanimado; ¡infúndeme vida, conforme a tu palabra!
Cumple tu promesa y dame ánimo, pues estoy muy decaído y el dolor me está matando.
“Te he manifestado mis caminos, y me has respondido”
(Vs.26)
Sea cual sea el punto de nuestro vivir en el que nos encontremos, nada podrá traer tantos beneficios y seguridad a nuestras vidas como el que aprendamos a sincerarnos delante de nuestro Señor. Lamentablemente suele suceder que aprendemos muy bien el arte de las relaciones sociales de conveniencia; aprendemos a relacionarnos con las personas pero sin comprometer nuestro corazón en ello; aprendemos a disimular, a aparentar, a ser evasivos, a ser políticamente correctos aún cuando no avalemos en nuestro interior lo involucrado. El problema es que nos acostumbramos tanto a ese proceder, a ese estilo de vivir y de relacionarnos con los otros, que llegamos a asumir que con nuestro Señor y Dios podemos relacionarnos de la misma manera.
A veces arrastramos por años situaciones sin resolver que afectan negativamente nuestras vidas y las de aquellos que están cerca de nosotros. Somos cristianos, verdaderos cristianos, personas regeneradas por el poder de Dios, pero aún arrastramos con situaciones que estorban nuestro caminar hacia un mejor mañana porque ya no queremos confrontarnos más con la palabra de Dios, y, al dejar de confrontar nuestros caminos (nuestras acciones) con la palabra de Dios, se detendrá nuestro caminar.
Hemos de sincerarnos con el Señor en todos los aspectos y áreas de nuestra vida si queremos ver la respuesta del Señor a todas nuestras oraciones. La valentía no llegará a menos que reconozcamos que el temor a gobernado nuestra vida. La sanidad mental no llegará hasta que no reconozcamos que pensamientos enfermizos han estado lacerando nuestra mente por años. La verdadera mansedumbre no se forjará en nuestro carácter hasta que no nos sinceremos y confesemos que el orgullo ha sido una fuerza y motor en nuestra vida y acciones. La bendición no llegará plena y rebosante hasta que nos sinceremos reconociéndonos pobres y verdaderamente necesitados de ella. El camino hacia la esperanza reconoce que, por causa de nuestros fallos de carácter, el presente no es tan bueno y tan espléndido como podría ser, pero con la ayuda e intervención del Señor en el mañana lo será.
“…Enséñame tus estatutos. Hazme entender el camino de tus mandamientos, para que medite en tus maravillas”
(Vs.27)
Dios es un gran maestro. El Señor es el Maestro. El Espíritu Santo es un maestro a tiempo completo.
Creo que nos es conveniente el que nos veamos a nosotros mismos como alumnos permanentes de la escuela del Señor.
Uno de las mentes más brillantes y privilegiadas por la gracia del Señor en la era cristiana fue el apóstol Pablo, él dijo: “…si alguno se imagina que sabe algo, aún no sabe nada como debe saberlo.” (1Cor.8:2).
Aunque en la iglesia del Señor están los maestros, lo que enseñan, aquellos que por la gracia del Señor tienen la honrosa oportunidad de explicar las Escrituras a los creyentes, hay sin embargo, un ministerio de enseñanza más personal, más privado e íntimo, que tiene lugar cuando el hijo de Dios le pide a su Señor que le enseñe, que le abra el entendimiento, que le conceda más luz para así poder vivir como Dios en verdad quiere. Podemos ocupar nuestro pensamiento en muchas cosas, y es necesario que así sea, pero lo que tal vez sea un motivo de pesar en el corazón de Dios para con sus hijos es que poco ocupemos nuestro pensamiento para meditar en sus maravillas. El salmista ya anteriormente, en el verso 14, dijo: “Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza.”
La vida en nuestros tiempos es complicada, agitada, extenuante, absorbente; tenemos que aprender a dedicarle tiempo y atención al Maestro si hemos de mantener ardiendo la llama de la esperanza en nuestro vivir.
“Se deshace mi alma de ansiedad; susténtame según tu palabra”
(Vs.28)
Nuestra versión dice “ansiedad” pero “tristeza” parece ser la palabra más exacta aquí. Otras versiones de este verso dicen:
De tristeza llora mi alma; fortaléceme conforme a tu palabra.
Estoy ahogado en lágrimas de dolor; ¡manténme firme, conforme a tu promesa!
De angustia se me derrite el *alma: susténtame conforme a tu palabra.
De tristeza llora mi alma; Fortaléceme conforme a Tu palabra.
Lloro con tristeza; aliéntame con tu palabra.
De angustia se me derrite el *alma: susténtame conforme a tu palabra.
Estoy cansado y lloro de tristeza; fortaléceme tal como lo prometiste.
Me estoy consumiendo de pena, confórtame según tu promesa.
Mi alma llora de ansiedad; sostenme conforme a tu palabra.
Y aquí nuevamente hemos de decir que la tristeza es una emoción muy humana, muy natural, muy nuestra. Y aunque podríamos decir que hay tristezas que vienen como consecuencia de un vivir equivocado y pecaminoso ante el Señor, lo que quiero hoy enfatizar es que hay muchas tristezas que son naturales, propias de la vida, propias del amor y del sufrimiento que forman parte indisoluble con la vida. Aún del santo de los santos, el Señor Jesucristo, se dice en los evangelios: “…comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte….” (Matero 26:37-38)
Susténtame. Es decir, levántame. fortaléceme, confórtame, aliéntame…como lo has prometido.
Yo espero que usted lo esté viviendo en verdad. Que cada vez que la tristeza embargue su vida usted encuentre que el Señor le consuela, levanta y fortalece para que continúe en el camino de la vida con un canto renovado de esperanza y gratitud, porque verdaderamente él hace esas cosas en la vida y corazón de aquellos que caminan con él.
“Aparta de mí el camino de la mentira, y en tu misericordia concédeme tu ley”
(Vs.29)
El problema con la mentira es que dispone de tantos caminos para manifestarse y seducirnos. Los caminos del engaño están diseminados por todos los campos del saber y el hacer humanos. Aún dentro de la iglesia, la verdadera iglesia del Señor, la mentira encuentra veredas y trillas por donde transitar. La mayor parte del tiempo no somos conscientes de cómo la mentira camina y corre por los caminos en los que transitamos. En todos los estorbos para nuestro caminar de fe, para nuestro vivir con propósito para Dios, el engaño, de una u otra manera, está presente. Y solo la verdad nos puede librar del error. Solo la verdad puede anular el poder de la mentira. Mentira no mata mentira, eso solo destruye la confianza y la esperanza. Solo la verdad liberta, sana y restaura.
En tu misericordia…porque si Dios no lo hace no hay manera. Porque si Dios no obra en nosotros llevándonos al reconocimiento del engaño que ha estado presente en nosotros, no hay manera. Porque si Dios no nos convence por su ley, por su palabra, repito, no hay manera. He aquí otro motivo de oración para cada uno de nosotros en nuestro caminar hacia la verdadera esperanza.
“Escogí el camino de la verdad; he puesto tus juicios delante de mí. Me he apegado a tus testimonios; oh Jehová no me avergüences”
(Vs.30-31)
Solo quiero llamar su atención a las acciones que realizó el escritor: “Escogí…he puesto…me he apegado…”. Veo en esas palabras una resolución a hacer de la palabra de Dios el basamento para su vida. Si bien es cierto que Dios es el que produce en nosotros tanto el querer como el hacer, también es cierto que él no tomará nuestras decisiones, ni hará nuestras elecciones, ni asumirá el costo de nuestros compromisos. Escojamos nosotros también en todos los asuntos de nuestra vida diaria el camino de la verdad; tengamos nosotros también presente, en nuestra mente y corazón, delante de nuestras conciencias, en todas nuestras acciones, la palabra del Señor; apeguémonos a la verdad, apeguémonos a la palabra de Dios en todo lo que decimos y hacemos y planificamos; y entonces, y solo entonces, también podremos orar con verdadera transparencia diciendo “Señor no sea yo avergonzado” (salmo 25:2), y, ¿sabe qué?, no lo seremos.
“Por el camino de tus mandamientos correré, cuando ensanches mi corazón”
(Vs.32)
Me resultan preciosas y esperanzadoras palabras estas con las que cierra esta porción del Salmo pues creo que reflejan el deseo de libertad que latía en el corazón del salmista, y, al mismo tiempo muestran su certeza de que recibiría lo esperado como resultado de la obra de la gracia de Dios.
Creo que en todos nosotros laten profundos deseos y ansias de libertad. Desde que el pecado nos encadenó como raza, añoramos y suspiramos por la libertad, por verdadera libertad. Solo Dios otorga libertad, solo la palabra de Dios hace verdaderamente libres a los hombres, pero paradójicamente, muchos hijos de Dios encuentran en la misma palabra de Dios una especie de camisa de fuerza que les resta libertad de acción y de pensamiento. El problema no está por supuesto en la Divina Palabra; a veces el problema está en la forma como se entiende e interpreta la misma; pero otras veces, creo que la mayoría de las veces, el problema real de fondo es que el corazón continúa siendo muy estrecho; está aún en muchos puntos importantes cerrado a la palabra de Dios. Por ello la relevancia de esta última expresión del salmista: “cuando ensanches mi corazón”.
Creo que el Señor desea no solo que caminemos aduras penas, de tropiezo en tropiezo, lo cual dicho sea de paso, es mejor que no caminar en absoluto, pero, creo que el Señor desea que experimentemos tal libertad como resultado de ese obrar de su gracia y de su Espíritu en nuestro corazón, que podamos correr por el camino de sus mandamientos glorificando su nombre en nuestro diario vivir. Aún hoy, podemos y debemos mirar con esperanza hacia el mañana mientras permitimos que Dios ensanche nuestras miras y corazón mientras nos preparamos para correr por sus caminos.
En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario