Decir que Dios es justo y que se deleita en la justicia es hace referencia a uno de los atributos más sobresalientes de su Ser. La Escritura declara la justicia de Dios en medio del regio himno que compuso Moisés:
“Él es la Roca, cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud; Dios de verdad, y sin ninguna iniquidad en él; es justo y recto”
(Deuteronomio 32:4)
En el último libro de la Biblia, el libro de Apocalipsis, se menciona que, en otro “himno de Moisés”, un coro glorificado exalta la justicia de Dios cantando:
“Grandes y maravillosas son tus obras,
Señor, Dios Todopoderoso.
Justos y verdaderos son tus caminos,
Rey de las naciones.
¿Quién no te temerá, oh Señor?
¿Quién no glorificará tu nombre?
Sólo tú eres santo.
Todas las naciones vendrán
Y te adorarán,
Porque han salido a la luz
Las obras de tu justicia”
(Apocalipsis 15:3-4)
La justicia de Dios destaca fulgurante a lo largo de todo el sagrado Libro en una muy extensa y variada gama de matices, manifestaciones y propósitos. La historia de nuestro devenir como raza testifica que la justicia tiene que ocupar un papel protagónico en la vida de los hombres si es que hemos de aspirar una vida equilibrada, con sentido de realización y propósitos trascendentes. Nuestro Creador nos hizo con esa facultad y necesidad vital. Pero lamentablemente, y para aflicción nuestra, vivimos en un mundo donde predomina la injusticia en casi todos los niveles y relaciones; corrosiva condición que paulatina, pero progresivamente, nos está empujando como sociedad hacia el escepticismo y a concebir la justicia como un ideal teórico-ético-religioso de poco valor práctico para la vida. Pienso que precisamente por esta razón la justicia de Dios resalta tanto en las páginas de las Escrituras; su justicia hace eco en nuestras almas y despierta elevados anhelos en nuestras conciencias, y, si somos seducidos por su honesto mensaje, procede entonces a brindarnos fortaleza, ánimo y propósito, además de consuelo y esperanza; pero, si contrariamente decidimos ignorar su llamado, la justicia misma nos amonesta con justa y firme gravedad sobre las severas consecuencias que tendremos que experimentar.
La Escritura afirma que “Dios es justo y ama la justicia” (Salmo 11:7). Ahora bien, el hecho de que Dios sea justo y ame la justicia implica, lógica y necesariamente, que Él actúa como Juez que administra e imparte justicia. Aspectos que numerosas veces son mencionados en la Escritura: “El Dios justo prueba la mente y el corazón…Dios es juez justo” (Salmo 7:9,11); “Justicia y juicio son el cimiento de tu trono” (Salmo 89:14). Pero además tenemos que considerar que al administrar e impartir justicia Dios actúa como verdadero “Juez Justo”, lo cual conlleva la ineludible necesidad (por causa de la justicia) de que como juez, Dios reconozca y premie los actos de justicia, y así mismo, juzgue y castigue todo acto de injusticia que se comete en la tierra. En este sentido debo añadir que la audiencia ante el tribunal divino que ha de examinar juzgar y dictaminar sobre los actos de justicia de nuestras vidas, es tanto ineludible como absolutamente exhaustiva (Romanos 2:1-11).
La mayoría de las personas conceden que “algún día” todos tendremos que dar cuentas delante del Juez; pero parece ser que cada vez menos personas piensan que “en esta vida” también hemos de dar cuentas delante del Juez. El testimonio de las Escrituras nos muestra que la justicia de Dios se manifiesta tanto en esta vida como en la venidera; en la existencia terrenal como en la que hemos de experimentar fuera de ella. Reconozco que este es un tema difícil y espinoso pero creo que es necesario tratar de adentrarnos lo más que se nos conceda en el mismo. Dios administra justicia en la tierra en la vida de los hombres, pero probablemente, la mayoría de las veces, de formas y maneras que nosotros no alcanzamos a comprender y valorar adecuadamente. El libro de Eclesiastés da cuenta de lo contradictorio que a veces luce este difícil tema al expresar: “Justo hay que perece por su justicia y hay impío que por su maldad alarga sus días” (Eclesiastés 7:15), lo cual a primera vista luce como un sin sentido o algo injusto, pero hemos de tener siempre presente que el Juez que administra y conduce los procesos de todos los hombres es un Juez Justo, Imparcial, Sabio, Noble y Bueno; Él siempre impondrá la justa paga que, a razón de las injusticias cometidas, los hombres tendrán que pagar, aunque no siempre los agraviados (aquellos que fueron perjudicados por los actos de injusticia) tengan conciencia de ello. Los “justos juicios” de Dios (Apocalipsis 16:7;19:2) han estado presentes en las crónicas de las historia de muchos pueblos y civilizaciones, se han manifestado a lo largo de la historia humana y continuarán manifestándose “desde el cielo” (Romanos 1:18) contra las impiedades e injusticias de los hombres, hasta que se establezca la justicia en la tierra por llegada del Reino de Dios de forma permanente y definitiva (Apocalipsis 11:15-18), y, luego, finalmente veremos la venida de nuevos cielos y nueva tierra en los cuales ha de morar permanente e ininterrumpidamente la justicia (2Pedro 3:13).
Al considerar el curso de la manifestación de la justicia de Dios en las Escrituras creo que podemos percibir un progreso sostenido en el mismo que tiene su clímax en la Persona del Salvador (Romanos 3:21-22), el Señor Jesucristo, quien es la Justicia de Dios personificada, y en quien se resuelve de forma definitiva el conflicto causado por la presencia de la injusticia en el orden creado. El Hijo de Dios posee en sí mismo todos las cualidades y prerrogativas propias de la justicia (Hebreos 7:26), de manera que él puede presentarse como genuino representante de nuestra causa puesto que él fue verdaderamente humano (Filipenses 2:7-8); puede fungir como juez puesto que él mismo es Dios por sobre todas las cosas (Romanos 9:5); puede actuar como abogado defensor al interceder justa y favorablemente por todos aquellos que encomiendan a él su causa (1 Juan 2:1); puede presentarse como causa única para absolver o condenar a los hombres, puesto que es el único medio establecido por Dios para otorgar salvación a los hombres (Hechos 4:11-12). La historia de la humanidad es desde un punto de vista que pocas veces se considera, la historia de la justicia en los avatares de la creación de Dios, y esta historia tendrá uno de sus puntos culminantes cuando el más encumbrado representante de nuestra raza, el Señor Jesucristo, viva y eterna manifestación de la justicia de Dios, reciba todo reconocimiento y honor. Tal vez uno de esos momentos de gloria sea el descrito en las palabras de Apocalipsis 19:11-16 donde Juan dice:
"...vi que el cielo se había abierto, y que allí aparecía un caballo blanco. El nombre del que lo montaba es Fiel y Verdadero, el que juzga y pelea con justicia. Sus ojos parecían dos llamas de fuego, y en su cabeza había muchas diademas, y tenía inscrito un nombre que sólo él conocía. La ropa que vestía estaba teñida de sangre, y su nombre es: «El verbo de Dios.» Iba seguido de los ejércitos celestiales, que montaban caballos blancos y vestían lino finísimo, blanco y limpio. De su boca salía una espada afilada, para herir con ella a las naciones. Él las gobernará con cetro de hierro; y pisará el lagar del ardiente vino de la ira del Dios Todopoderoso. En su manto y en su muslo lleva inscrito este nombre: «Rey de reyes y Señor de señores.»
Al considerar el curso de la manifestación de la justicia de Dios en las Escrituras creo que podemos percibir un progreso sostenido en el mismo que tiene su clímax en la Persona del Salvador (Romanos 3:21-22), el Señor Jesucristo, quien es la Justicia de Dios personificada, y en quien se resuelve de forma definitiva el conflicto causado por la presencia de la injusticia en el orden creado. El Hijo de Dios posee en sí mismo todos las cualidades y prerrogativas propias de la justicia (Hebreos 7:26), de manera que él puede presentarse como genuino representante de nuestra causa puesto que él fue verdaderamente humano (Filipenses 2:7-8); puede fungir como juez puesto que él mismo es Dios por sobre todas las cosas (Romanos 9:5); puede actuar como abogado defensor al interceder justa y favorablemente por todos aquellos que encomiendan a él su causa (1 Juan 2:1); puede presentarse como causa única para absolver o condenar a los hombres, puesto que es el único medio establecido por Dios para otorgar salvación a los hombres (Hechos 4:11-12). La historia de la humanidad es desde un punto de vista que pocas veces se considera, la historia de la justicia en los avatares de la creación de Dios, y esta historia tendrá uno de sus puntos culminantes cuando el más encumbrado representante de nuestra raza, el Señor Jesucristo, viva y eterna manifestación de la justicia de Dios, reciba todo reconocimiento y honor. Tal vez uno de esos momentos de gloria sea el descrito en las palabras de Apocalipsis 19:11-16 donde Juan dice:
"...vi que el cielo se había abierto, y que allí aparecía un caballo blanco. El nombre del que lo montaba es Fiel y Verdadero, el que juzga y pelea con justicia. Sus ojos parecían dos llamas de fuego, y en su cabeza había muchas diademas, y tenía inscrito un nombre que sólo él conocía. La ropa que vestía estaba teñida de sangre, y su nombre es: «El verbo de Dios.» Iba seguido de los ejércitos celestiales, que montaban caballos blancos y vestían lino finísimo, blanco y limpio. De su boca salía una espada afilada, para herir con ella a las naciones. Él las gobernará con cetro de hierro; y pisará el lagar del ardiente vino de la ira del Dios Todopoderoso. En su manto y en su muslo lleva inscrito este nombre: «Rey de reyes y Señor de señores.»
Finalmente, (y sin pretensión de haber agotado el tema y ni siquiera de haberlo tratado con el requerido acierto) es necesario notar que, en el proceso y curso de los juicios de Dios, tienen lugar abundantes manifestaciones de misericordia y gracia. Por ejemplo:
En el juicio del hombre en Edén Dios juzga y sentencia, pero además hace provisión para el arruinado hombre y su descendencia (Génesis 3:15, 23).
En el juicio que había de caer sobre toda la humanidad de aquel entonces por medio del diluvio, la Escritura afirma “Pero Noé hallo gracia ante los ojos del Señor” (Génesis 6:8).
En el juicio que se llevaba en el tribunal divino sobre la causa de los pueblos amorreos en tiempos de Abraham, Dios decide esperar hasta “el colmo” antes de actuar (Génesis 15:16).
En el inminente Juicio que ha de caer sobre la ciudad de Sodoma y sus moradores por causa de sus abominables injusticias, Abraham apela al carácter justo de Dios para que este se manifieste favoreciendo a quienes no participan de tales injusticias (Génesis 18:23-33).
Nuestro llamado es hacia la justicia y la rectitud, ese ha de ser el norte de nuestro vivir…
“Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como Él es justo”
(1Juan 3:7)
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