“Oídme, los que conocéis justicia, pueblo en cuyo corazón está mi ley. No temáis afrenta de hombre, ni desmayéis por sus ultrajes. Porque como a vestidura los comerá polilla, como a lana los comerá gusano; pero mi justicia permanecerá perpetuamente, y mi salvación por siglos de siglos”
(Isaías 51:7-8)
Este pasaje pertenece a esa categoría de textos bíblicos que nos hacen un llamado a vivir con conciencia de trascendencia y eternidad. Aunque es maravilloso que el evangelio de Jesucristo contemple tantas bendiciones para nuestro diario andar en esta vida, es necesario señalar y enfatizar que las glorias y más grandes perlas del Evangelio aunque nos son prometidas aquí, no son de esta vida; tales perlas nos son dadas para que alcemos la mirada y se nos ensanche la visión hacia y hasta la eternidad. Un evangelio que solo sirve para los intereses y necesidades de nuestra vida terrenal es, aunque útil en parte, un muy pobre y limitado evangelio. Pero el evangelio de Jesucristo, si lo estamos entendiendo correctamente, nos desafía y confronta permanentemente con implicaciones de naturaleza eterna, y si no logramos abrir nuestro corazón a ellas jamás entenderemos la grandeza del don de Dios y cómo este puede otorgar plenitud de significado a nuestro diario vivir.
Oídme, dice el Señor desde la antigüedad por medio del profeta Isaías; oídme nos dice el Señor a cada uno de nosotros en esta oportunidad por medio de su palabra:
1.- Los que conocéis justicia…
Parece que es con nosotros; si alguien debe conocer justicia somos nosotros los hijos de Dios y todos aquellos que decimos conocerle. Porque Dios es Dios de justicia, y la justicia es la primera de las cosas que se espera que aprendamos al entrar en una relación con Él. Que ninguno de nosotros piense que la justicia es solo un asunto de fe (ciertamente hay una justicia imputada por fe al que cree), la justicia es sobre todo conformidad con todo aquello que Dios ha declarado y establecido en su Palabra. Sálgase usted de los claros lineamientos de la palabra de Dios y estará usted abriendo espacios para la injusticia en sus acciones sin importar las buenas intenciones que le hayan movido; la única garantía para vivir en justicia es vivir por los eternos lineamientos de la palabra de Dios.
“Los que conocéis justicia” dice la palabra que hoy nos ocupa. Cuando veo la forma como resolvemos muchos de nuestros asuntos me pregunto si somos de aquellos que conocen justicia. Cuando nuestro proceder es tan similar al de aquellos que no conocen al Señor de la Gloria (sobornando, trampeando, justificando lo injustificable, disfrutando de lo pecaminoso, haciéndonos nuestras propias pautas y leyes, congraciándonos con el mundo, identificándonos con la vanidad y vacíos valores anticristianos de la sociedad) me pregunto con perplejidad que significa el evangelio para la mayoría de nosotros. No hay otra justicia que la que Dios promueve y ha establecido en su palabra. No se puede practicar la justicia violando o ignorando la palabra de Dios, no importa quien lo diga, no se puede, es imposible...
2.- Pueblo en cuyo corazón está mi ley…
¿Qué tenemos en nuestro corazón? ¿Qué abunda en nuestro corazón? No hay mayor bendición para un hombre que el que la palabra de Dios esté presente, arraigada, establecida, latiendo, ardiendo, consumiendo su corazón. “la Palabra de Cristo more en abundancia en vosotros…” decía el apóstol Pablo a los hermanos de Colosas.
Puede que no tengamos muchas otras cosas, pero si en nuestro corazón está la palabra de Dios presente y vigente; no muerta, sino viva, aconsejando y dictaminando; no como una reliquia inútil de carácter decorativo, sino como debe ser, como la poderosa y gloriosa voz de Dios; si en nuestro corazón está su ley eterna, imperecedera, grabada con la gloriosa impronta del Santo Espíritu, si esa y no otra ley está en nuestro corazón, estaremos siempre listos para lo que la vida nos presente…
3.- No temáis afrenta de hombre, ni desmayéis por sus ultrajes. Porque como a vestidura los comerá polilla, como a lana los comerá gusano…
El temor es una de las experiencias más comunes a todos los seres humanos. Se nos quedó instalado en las fibras más internas de nuestro ser desde el día en que nuestros padres pecaron en Edén. Y aunque hay muchos temores que no tienen asidero en situaciones reales y probables, también es cierto de que hay muchos temores que surgen de razones reales y concretas que nos amenazan y debilitan nuestro sentido de seguridad y ante las cuales sentimos que no tenemos suficiente capacidad de recursos para responder. Es doloroso ver a las personas quebrarse bajo el peso de las circunstancias y problemas de la vida. Es indignante contemplar como por la obstinación y maldad de quienes detentan el poder la gente es oprimida, esclavizada, violentada en sus libertades y derechos más valiosos, aquellos que le han sido otorgados por haber sido creados a imagen y semejanza del Dios Altísimo.
Lo cierto es que las afrentas, ultrajes, injusticias, violencia, maltratos, y cosas semejantes están presentes en la vida de muchas personas sobre la tierra, y también forman parte de la vida de aquellos que forman parte del pueblo de Dios y por eso Dios dirige está esta palabra a sus hijos. No pensemos que los hijos de Dios no pasan por tales cosas; cuando así pensamos nos equivocamos; y si nuestra teología no admite que los hijos de Dios pasen por estas cosas es porque en algunos puntos nuestra teología está errada.
Creo que lo único que nos ayuda a vivir como Dios quiere que vivamos en tales tiempos y circunstancias (de afrentas y ultrajes) es que tengamos conciencia de eternidad. Que nuestra fe no esté confinada a los límites de las miserias y glorias de esta vida, sino que nuestra fe tenga alas y claridad suficientes para mirar hacia la eternidad.
“No temáis afrenta de hombre, ni desmayéis por sus ultrajes. Porque como a vestidura los comerá polilla, como a lana los comerá gusano…”
En verdad el Señor dará su pago a todos aquellos que afrentan, ultrajan, violentan, oprimen, y humillan a sus semejantes, y más especialmente al pueblo de Dios. Pero lo que hemos de mirar nosotros ni siquiera es eso (la terrible paga del Señor para aquellos que obstinadamente le desechan e injurian), no; a lo que este texto nos llama es a considerar el hecho de que ellos y sus ultrajes son tan pasajeros y duraderos como un vestido ante la polilla o el gusano.
4.- Pero mi justicia permanecerá perpetuamente, y mi salvación por siglos de siglos.
No hay manera de encerrar en los predios y dominios de las palabras la magnitud y grandeza de la justicia y salvación del Señor. Hemos recibido de Dios lo que nadie nos puede arrebatar y lo que en el paso de siglos jamás menguará. Hemos alcanzado justicia por la fe en Jesucristo y salvación por su muerte y resurrección, y ante tan excelente dádiva divina no debemos dar lugar al temor en nuestras vidas, especialmente cuando lo único que podría perderse es aquello que es tan perdurable como una flor del campo (Isaías 40:6).
Si el hijo de Dios aprende a vivir con conciencia de eternidad en el día a día, sea como fuere que se presente la vida y sus desafíos, se sentirá siempre en la ante sala de las más gloriosas y excelsas bendiciones, y nunca faltará una buena esperanza que llene de consuelo y fortaleza su corazón. Un creyente que vive con conciencia de eternidad evaluará todas sus acciones a la luz de la voluntad divina y su futura rendición de cuentas ante el tribunal de Cristo. Un cristiano que vive con conciencia de eternidad aunque no disfrute de todas las cosas materiales que otros mortales disfrutan en esta tierra, sin embargo verá en cada día que le es concedido un don de su buen Padre y en cada aspecto de su vivir encontrará recordatorios de que su estancia en esta tierra será ciertamente breve, pero que de la mano de su señor y Dios se dirige hacia una eternidad de bendiciones inimaginables, eternidad para la que fue creado y preparado, eternidad que latía en su interior desde que tuvo conciencia en lo profundo de su ser, eternidad bendita y bienaventurada en compañía de su Señor y Dios. Si algún tiempo estuvo en la tierra y padeció afrentas y ultrajes ya no lo recordará más…
Antonio Vicuña.
gloria a Dios en esto confiamos
ResponderEliminarAMÉN
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