“Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”
(Jesucristo)
Cuando era niño confiaba ingenuamente en las personas (supongo que como la mayoría de los niños). Creo que no esperaba que me engañasen o que se burlasen de mí en modo alguno, especialmente si se trataba de personas adultas. De a poco a poco fui aprendiendo que, por razones que no siempre se pueden conocer, algunas personas no cumplen con sus palabras, y a otras no les importa hacer fiesta con aspectos sensibles y delicados de nuestra vida, así fui entrando en conciencia de que los corazones de la gente no son fáciles de leer. Hoy continúo confiando y creyendo en las personas, y aunque sé un poco más que esperar y no esperar de ellas, y aún me siguen sorprendiendo para bien o para mal, sin embargo prefiero intentar seguir esperando lo mejor de cada una de ellas hasta el final.
El corazón humano es todo un océano, del cual generalmente solo vemos la superficie. Y así como la luz del sol solo puede penetrar e iluminar los primeros 200 metros de profundidad del mar, y luego solo hay oscuridad en las profundas aguas, de forma semejante hay profundidades en las vidas de las personas que generalmente no son conocidas de sus semejantes. Recuerdos placenteros que por el tiempo transcurrido han elevados a ideales perfectos e irrepetibles, o recuerdos dolorosos que han sido relegados a donde menos daño puedan causar, yacen en las profundidades del corazón; pensamientos de todo tipo y naturaleza tienen lugar en nuestros corazones: desde aquellos que nos definen y capacitan para hacer frente a la vida, hasta aquellos que nos desconectan y nos permiten olvidar las tensiones del diario vivir; en fin, así como incalculable podría resultar la tarea de inventariar los océanos, de forma semejante, pero en grado más complejo y vasto aún, resultaría la tarea de inventariar el corazón humano.
Las distintas disciplinas del campo de las ciencias médicas y sociales lucen muy limitadas, sino inadecuadas, para tratar con los desajustes del corazón del hombre; la siempre renovada lente de la vanguardia tecnológica y científica ha resultado completamente incompetente para sanar los quebrantos del alma que sufren millones y millones de personas en nuestra generación; la negación de la realidad y el escape hacia formas alternas de vivir aunque cierto alivio temporal han brindado a algunos, tales opciones dejan un gran vacío de tipo existencial ya que niegan por completo el sentido de propósito y trascendencia de la vida. Al parecer estamos en la antesala de una crisis de dimensiones globales en los asuntos más significativos de la conciencia humana, ¿Quién tiene alguna luz que aportar sobre lo que sucede con nosotros y nuestros corazones en este mundo?
El corazón humano al igual que el mar, a menos que brille la luz en él, es tenebroso, oscuro. El conocimiento ilumina, pero más especialmente y de forma única y singular, el conocimiento de Dios ilumina el corazón de los hombres. Mientras no hay conocimiento de Dios los hombres viven con sus corazones oscurecidos, pero basta que el conocimiento de la realidad y majestad de Dios comience a brillar en el interior de la persona para que se levante un luminoso resplandor que llenará de luz todo el ser y transforme en verdad y por entero la experiencia del vivir.
El corazón a semejanza del mar resulta muchas veces misterioso e impredecible, por ello no es de extrañar que muchas veces ni aún nosotros mismos comprendamos claramente por qué sentimos lo que sentimos en determinados momentos, o aún, que nos encontremos muchas veces incluso en desacuerdo racional con lo que en el corazón deseamos hacer. Nos guste o no, nuestro corazón es así, muy difícil de dominar, de profundidad insospechada, con algo de luz, es cierto, pero con mayores espacios a oscuras, contradictorio y desafiante al mismo tiempo, apegado a lo terrenal pero suspirando igualmente por lo eternal. Los marineros desde hace siglos descubrieron que para surcar los mares con seguridad necesitaban unas ciertas pautas de guía, al principio las encontraron mirando a los cielos contemplando la disposición inalterable de las estrellas en el firmamento, y luego, años más tarde, la encontraron en el confiable norte que señalaba la aguja de una brújula. De manera similar en la actualidad en nuestro viaje por la vida necesitamos mirar hacia el Cielo para poder tener una guía segura, y así mismo necesitamos de la brújula de la Palabra de Dios para no perder el norte de nuestro existir y poder realizar así el viaje de nuestra vida con verdadero sentido y propósito, evitando naufragar en las inciertas aguas de los consejos de nuestro propio corazón.
No sé qué puedes pensar tú que lees estas líneas acerca de lo que escribo, pero el conocimiento de Dios es el más elevado conocimiento a que pueden y necesitan acceder los viajeros de la vida, y tal conocimiento se vuelve la más segura de todas las brújulas en las travesías del vivir, ya sea en bonanza o tempestad, luz o oscuridad, costa o profundidad, inicio o fin de viaje, el conocimiento de Dios es lo único que puede asegurar el corazón de un hombre en esta vida y en su viaje hacia la eternidad. Un corazón conducido por la brújula de Dios siempre llegará a puerto seguro…
Con aprecio de uno que también viaja por la vida...Antonio Vicuña
Estas palabras me han llegado al corazon,las meditaciones han sido de gran Bendicion y ayuda,Dios le bendiga grandemente
ResponderEliminar"Con la conducción de Dios llegare a puerto seguro" El Cielo. Dios te bendiga Pastor. Maravillosa meditación:
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