Cuando pienso en que los creyentes de la antigüedad no tenían Biblia y
en que la mayoría de ellos muy pocas veces podían estar presentes en el templo
de Jerusalén, me siento intrigado tratando de imaginar cómo entonces, podían
cultivar y profundizar su vida de fe. Las Escrituras Sagradas eran eso mismo,
sagradas, por lo tanto eran muy celosamente cuidadas y solo estaban a
disposición de los sacerdotes, de los reyes de la nación y, algunos años más
tarde, de los escribas y encargados de las sinagogas. Pienso que esto tenía sus
ventajas y desventajas. Entre las cosas positivas, el hecho de que la Palabra
de Dios se tuviese como algo sumamente especial hacía de la oportunidad de
escuchar y leer en ella un acontecimiento singular que quizá podría ser
recordado durante toda la vida. Pienso en aquella multitud que estando en la
plaza desde el alba hasta el mediodía lloraba escuchando la palabra de Dios
(Nehemías 8) y me siento admirado por todo lo que en esa mañana se vivió. Así
mismo recuerdo cuando en medio de unos trabajos de restauración de la
infraestructura del templo, en tiempos malos de alejamiento de Dios, se
reencontraron con el libro de la ley de Dios; cuando a Josías el rey le
hicieron escuchar las palabras del libro encontrado, comenzó a llorar y rasgó
sus vestidos entendiendo que habían estado llevando vidas muy alejadas de la
voluntad de Dios (2Crónicas 34:8-21). Cierto que estos son casos muy
emblemáticos y especiales en la Escritura, pero no menos cierto que ellos, al
igual que muchos otros, ilustran ese ideal propósito que la Palabra de Dios
debe obrar en nuestras vidas: reconciliarnos plenamente con nuestro Señor y
Dios.
En medio de nuestro tiempo donde abundan las posibilidades de leer y
escuchar la palabra de Dios, me pregunto ¿Será que en esa multitud de
facilidades y en el hecho de que la palabra de Dios se nos ha hecho tan
asequible, hemos perdido la sensibilidad de escuchar a Dios hablándonos por
medio de las Escrituras? ¿Será que a muchos de nosotros se nos ha hecho algo
tan común la Escritura que ya la tenemos como algo corriente y de valor
ordinario? ¿Será que hemos perdido de vista el verdadero propósito por el cual
la Escritura ha llegado a nosotros? Sabemos que es divinamente inspirada, pero
eso no la hace más atractiva y deseada para muchos hijos de Dios; sabemos que
permanece para siempre, pero eso no ha sido razón suficiente para que nos
acerquemos a ella con perpetua admiración cada día de nuestra vida; sabemos que
es la palabra de Dios en verdad, pero estamos dispuestos a tomarla a
conveniencia, como si ese derecho nos hubiese sido dado.
En verdad los cristianos de nuestro tiempo tenemos serios problemas
con nuestras Biblias. Algunos piensan que es asunto de traducciones y
versiones, que si se lee la Biblia en una mejor y más actualizada versión
entonces sí se podrá seguir avanzando hacia lo que Dios quiere de
nosotros; y es cierto que leer en
diferentes versiones puede ayudar a tener una visión más clara de los pasajes
bíblicos que se consideran, pero, hay que ser completamente honestos también
para declarar que lo esencial del mensaje bíblico no está afectado ni
encriptado por las limitaciones del lenguaje de la gran mayoría de las
versiones existentes aún de las más antiguas y desactualizadas, de modo que más
que un asunto de leer en palabras actuales, el problema de la mayoría de los
creyentes con la Biblia es de otra naturaleza.
Aquellos creyentes que mencioné al principio no tenían la posibilidad
de leer y releer en el libro de Dios en su mayoría, ¿Qué podían hacer ellos
entonces? Pienso que podían recordar, meditar, reflexionar y practicar. La
mayoría de nosotros hoy día parece que nos conformamos con leer o escuchar,
pero es probable que estemos débiles en los otros aspectos: recordar, meditar,
reflexionar y practicar; tal vez porque vivimos constantemente cortos de
tiempo, faltos de tranquilidad, siempre ocupados mentalmente con diversas ocupaciones y urgencias, todo lo cual es
comprensible, pero no deja de ser lamentable, ya que parece no haber otro
camino para que la palabra de Dios obre el fruto pleno que puede obrar en
nuestras vidas que el dedicar tiempo suficiente a la meditación y reflexión
sobre lo que se lee y lo que se vive. No estoy diciendo que no creemos en el
mensaje bíblico, lo que pienso es que quizá no nos dedicamos lo suficiente a
contemplar con el corazón las maravillas de la palabra de Dios mientras
permitimos que el Espíritu del Señor nos transforme al estar contemplando su
gloria en las Escrituras (2 Corintios 3:18).
Vivimos en tiempos de inmediatez, de constante agitación y de un
sinfín de estímulos y anzuelos que luchan por atrapar nuestro pensamiento y
atención, ¿Qué harás con tu Biblia y lo que lees en ella?
Antonio Vicuña.
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