1
REGENERACIÓN POR EL PODER DE DIOS
“Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré. Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré corazón de carne. Y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”
Ezequiel 36:25-27
Ezequiel 36:25-27
Algunas de las grandes necesidades, promesas y expectativas del pasado, de los creyentes que vivieron antes de la primera venida del Señor Jesucristo, eran: perdón, salvación, comunión, una mente y corazón inclinados y dispuestos para con Dios. Estos aspectos formaban parte de las cosas más grandes que Dios prometió hacer a favor de su pueblo, y, digno de ser notado y enfatizado constantemente, muchas de estas cosas (que para ellos eran un anhelo o una esperanza), para nosotros son una realidad tangible. Este precioso texto de Ezequiel describe la experiencia de la regeneración cristiana de forma completa y perfecta: ser lavados abundante y suficientemente con agua limpia; ser limpiados de toda idolatría; recibir un nuevo corazón y un espíritu procedente de Dios; ser librados de la insensibilidad espiritual y recibir el poder para andar en nuevo caminar conforme a la palabra de Dios; sin duda tales realidades espirituales forman parte de esa experiencia transformadora que la Biblia llama regeneración o nuevo nacimiento (Tito 3:5-7). He aquí el lugar secreto donde comienza la vida cristiana y el punto central y capital de todo el edificio de la espiritualidad: ¿Se ha experimentado esta regeneración que únicamente obra el poder de Dios? ¿Estamos conscientes de que si ella no está presente no existe ningún fudamento sobre el cual se pueda edificar? El nuevo nacimiento no es una doctrina ni una posición teológica es el único punto de partida en el caminar con Dios.
2
SANTIFICACIÓN POR LA PALABRA DE DIOS
“He aquí vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá…este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo”
Jeremías 33:31,33
Jeremías 33:31,33
Ningún creyente podrá ir en su relación con Dios más allá de lo que haya interiorizado de la palabra de Dios. Si el pasaje anterior apuntaba a la regeneración, lo cual es una realidad acabada en cada uno de los que somos creyentes, gloria a Dios por ello, este pasaje de Jeremías apunta hacia lo que es la médula de nuestra relación con Dios: su Palabra ha de estar en nuestra mente y corazón para que así podamos conocer y experimentar a plenitud lo que significa que él sea nuestro Dios, y nosotros pueblo suyo. Podemos afirmar con seguridad que este pasaje nos habla de la santificación que se experimenta por medio de la interiorización (quiero insistir en esta palabra) de los principios de la palabra de Dios. El Señor anunció la necesidad del establecimiento de un nuevo pacto para con Israel; un pacto que estaría caracterizado entre otras cosas por el hecho maravilloso y singular de que Dios mismo escribiría su ley en el corazón de su pueblo. Han pasado muchos años desde que Dios hizo aquel anuncio; el Señor Jesucristo anunció poco antes de morir que el derramamiento de su sangre correspondía al establecimiento del Nuevo Pacto, y el Espíritu Santo morando en los creyentes asegura la posibilidad de que la ley de Dios esté presente en nuestras mentes y corazones, pero, a pesar de esta maravillosa dispensasión en la que estamos viviendo, todavía hoy, la mayor necesidad de los creyentes y de la iglesia en general, es la de abrir espacio en sus vidas para la palabra de Dios; hacer tiempo para reflexionar y meditar; exponer nuestros corazones y conciencias ante la luz escrutadora y santificadora de la palabra de Dios; solo ese interiorizar de la palabra de Dios nos dará la identidad que como hijos de Dios necesitamos descubrir, afianzar y proclamar, y que forma parte de las grandísimas realidades que caracterizan esta dispensación del nuevo pacto.
3
PROVISIÓN PARA UNA LIMPIEZA CONSTANTE
“En aquel tiempo habrá un manantial abierto para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para la purificación del pecado y de la inmundicia”
Zacarías 13:1
Zacarías 13:1
Un “manantial abierto” nos habla de permanente disponibilidad; no se describe con esa figura un suceso puntual y eventual, sino, más bien, un estado de permanente disposición para la renovación; un manantial que fluye sin parar y abierto para todo aquel que necesite. Es un manantial para la purificación del pecado, no de cuales quiera tipo de personas sino de aquellos que son de la familia de David. No necesitaremos nacer de nuevo o ser regenerados muchas veces, eso solo sucede una vez; y aunque dedicada y ardientemente nos dispongamos a recibir con mansedumbre y fe la palabra de Dios en nuestras mentes y corazones, muchas veces sin embargo, muchísimas veces en verdad, tendremos necesidad de ser purificados del pecado y de la inmundicia. No vale aquí conocimientos acumulados y años de experiencia en la vida cristiana, lo único que cuenta en este punto es acudir con humildad y confesión al manantial que siempre está abierto y que Dios ha dispuesto para esos momentos de necesidad. Los pecados no se caen solos, no se desvanecen con el paso del tiempo, no se anulan pasado cierto número de días, lo único que los borra, desactiva y quita de nuestras vidas es el que hagamos uso de del manantial que Dios ha dispuesto por medio de la confesión (1Jn.1.9).
Regenerados, santificados, y con provisión para una limpieza constante, ¿Necesitaremos algo más para vivir esa vida plena y abundante que él nos vino dar?
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