“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…”
(Mateo 22:37)
Siempre
que comienzo a meditar sobre la realidad de mi vida como creyente, tarde o
temprano termino en el mismo punto: meditando sobre cuál es la condición de mi
corazón para con Dios, y, siempre también, invariablemente, aunque termino
decepcionado por lo que encuentro, por otra parte, igualmente termino
desafiado, creo que por el mismo Dios, a ir en pos de una vida espiritual superior
en consagración y fe, anhelando caminar con el Señor en el latir de un nuevo y
mejor corazón.
Como
en esta oportunidad nuestro tema central es el corazón a la luz de la Biblia, permítame por favor
compartir algunos interesantes datos sobre el corazón físico en primer lugar. Un escritor de nuestro tiempo lo
describe de la siguiente manera:
“...es tan solo del tamaño de un puño, pero es un obrero ejemplar que
trabaja sin descanso día y noche. Tiene una fuerza descomunal que si la
empleara para bombearse a sí mismo, en una hora sería capaz de propulsarse,
como cohete vivo, a seis kilómetros de altura. A lo largo de una vida, el
corazón desarrolla una energía capaz de levantar un peso como el de una
pirámide de Egipto. Aunque parezca increíble, este formidable obrero pone en
movimiento, durante la vida normal de una persona, medio millón de toneladas de
sangre, el caudal por minuto de las cataratas del Niágara. Late más de cien mil
veces al día, como unos cuarenta millones de latidos al año, y mueve la inmensa
flota de 25 billones de glóbulos rojos a través de una vasta red de arterias y
venas de unos 96.000 km del sistema circulatorio, suficientes para darle dos
veces la vuelta a la tierra. Tu corazón bombea al día unos 7.571 litros de
sangre” (Antonio Pérez Esclarín).
Asombra considerar las maravillas involucradas con el latir de nuestro corazón, el cual es una obra de ingeniería perfecta (como todas las cosas que
Dios ha diseñado y creado). Pero también asombra el que, según las
estadísticas de la OMS, las enfermedades cardiovasculares sean la principal causa
de muerte en todo el mundo, con unas 17.5 millones de vidas al año, no obstante que, según los expertos, aproximadamente un 80% de los casos de cardiopatía coronaria y enfermedad
cerebrovascular podrían ser evitados al cambiar estilos de vida, malos hábitos
y conductas de riesgo. El punto al que quiero llegar es que así
como en nuestra salud física el corazón tiene un papel esencial, principal, protagónico; de modo
similar sucede con nuestra salud espiritual: el corazón y su condición es el
elemento principal y esencial en nuestro caminar de fe; y aquí ya hemos dado un
salto del corazón de carne al “corazón espiritual”, si se me permite usar esta
expresión.
Cerca
de unas mil veces se refieren las Escrituras al corazón; en 35 de los 39 libros
que componen el Antiguo Testamento, y en 23 de los 27 que conforman el Nuevo.
El corazón es el punto más neurálgico y central donde tienen lugar los
acontecimientos importantes de la vida humana. Está íntimamente relacionado con
los sentimientos, la voluntad, e incluso el intelecto. Es esa realidad interior
que cada persona vive y experimenta, ya sea que la exteriorice o no (Sal.
62:4). Somos lo que somos por dentro, en el corazón. El corazón nos define como
personas. Podemos ser hombres y mujeres de buen corazón, o de mal corazón (y
estoy siendo estrictamente bíblico en estas distinciones); personas de corazón
tierno, o secas y duras de corazón; personas rectas de corazón para con nuestro
Señor, o desviados para con él; podemos acercarnos al Señor de todo corazón, o
buscarle a medias sin poner el corazón en ello. Cuando al Señor Jesucristo le
preguntaron sobre cuál era el principal
mandamiento en la ley, respondió:
“Amarás
al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.”
(Mateo
22:37)
En
qué problema tan grande se metió el Señor cuando demandó de los suyos que le
amen con todo el corazón. Ya de por sí teníamos problemas graves con los
asuntos de nuestro corazón desde los tiempos de nuestros primeros padres. La
mayoría de nosotros andamos por la vida con el corazón, herido, roto, dividido,
enfermo de amargura, con algún resentimiento clavado cual aguijón en él; y
ahora viene el Señor y ¿nos pide que le amemos con todo lo que tengamos, con
toda la fuerza con que somos capaces de amar, con todo el corazón? ¡Necesitaremos un nuevo corazón para ello!,
dirá alguno, y es cierto. La buena noticia es que Él prometió cambiar corazones:
“Os
daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de
vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”
(Ezequiel
33:26).
Un
nuevo corazón es lo más grande que cualquier persona puede recibir en esta
tierra. El recibir perdón y justificación de parte de Dios y poder
responder a Él; el poder experimentar el amor de Dios y ser libre,
verdaderamente libre, para amar a otros; el vivir con conciencia de ser poseedor de vida eterna en lo más recóndito e interior del ser, y saber por ello
que nos dirigimos indeteniblemente hacia la gloria y la eternidad; el saberse depositario
de promesas que llevan la firma del Dios vivo, y el tener conciencia de que se es
habitación del Santo Espíritu de Dios; no hay, ni podrá haber jamás, mejor
dadiva para los hombres en esta tierra, ¡¡Gloria demos a Dios los que hemos
recibido de Él un nuevo corazón!!
Y
aunque en verdad creo en esto, que pienso enseña inequívocamente la Palabra de
Dios, sin embargo al ver mi propia
experiencia en los caminos de la gracia, me encuentro muchas veces
desconcertado por lo que sucede en mi corazón. ¿No venía programado para latir solo
en la frecuencia de Dios? ¿Acaso no iba a actuar como una especie de fuerza
divina propulsora que me daría la victoria permanente en la vida diaria?
El
nuevo corazón que recibimos de parte de Dios es como un cuaderno nuevo (en
blanco) sobre el que han de ser escritas las nuevas pautas para nuestro caminar
con Dios. La imagen nos la sugiere la misma Escritura cuando declara:
“Daré
mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y
ellos me serán por pueblo”
(Jeremías 31:33).
“Sois
carta de Cristo…escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en
tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón”
(2Corintios 3:3).
Dios
quiere escribir en nuestros corazones, ¿lo permitiremos? El Espíritu Santo que
ya mora en nosotros ha recibido instrucciones para escribir en lo más íntimo de
nuestro ser y así establecer de una forma cada vez más clara nuestra identidad
con el Padre y el Salvador. Pero ¿Sabe cuál es la tragedia? Que muchas veces
dejamos que cualquiera venga y escriba, que cualquiera venga y firme el libro
que es nuestro corazón, y a Dios, que es quien nos lo dio, no le permitimos
escribir. Porque en verdad le digo, aunque no sea digno de recordárselo, hay un
ministerio desarrollado por el Espíritu santo de Dios que consiste en escribir
sobre los corazones de los santos; es un ministerio bendito por el cual los
hombres son transformados y renovados no por mano humana, sino por el poder de
Dios que actúa en los creyentes, en aquellos que disponen su corazón cual
cuaderno abierto para que el Señor escriba en el ¿Serás tú uno de esos? Porque
tengo la profunda sospecha de que solamente así llegaremos a experimentar la
plenitud que encierra el antiguo mandamiento “Amarás al señor tu Dios, con todo
tu corazón”.
¿Qué
podemos hacer para evitar que nos llenen las páginas del corazón con lo que no
conviene, para evitar que el pecado escriba sus oscuros trazos en las blancas
páginas; para impedir que el diablo materialice sus ruines invenciones en
nosotros; para no permitir que cualquiera vierta sus retorcidos pensamientos en
el libro de nuestro corazón; para no contristar y apagar al Divino Escriba y
hacernos así proscritos de la voz de Dios? creo que hay unas muy pocas e
insustituibles acciones que debemos tomar, y entre ellas, aquella que nos
presenta el preciado proverbio:
“Sobre
toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida”
(Proverbios 4:23)
¿De qué cosas hemos que cuidar
nuestro corazón?
1.- De
los dardos directos que el enemigo lanza sobre nosotros. La Biblia declara que el diablo puso en el
corazón de Judas que entregase al Señor (Juan 13:2). El diablo asalta los
corazones de cuando en cuando con diversos pensamientos. El hijo de Dios debe
aprender a mantener a resguardo su corazón de los dardos de satanás (Ef. 6:16)
2.- De
nuestra propia carne. Puede que el creyente a veces sienta como si tuviese dos
corazones: uno viejo y uno nuevo; uno bueno y uno malo; uno engañoso y perverso
(Jer.17:9); y otro bueno y recto (Luc.8.15). Lo importante en este punto es no
olvidar que el nuevo corazón siempre late en conformidad con la palabra de
Dios, siempre; los otros latidos, por fuertes que se sientan, si no están en
armonía con la palabra de Dios, hay que desecharlos.
3.- De
la constante arremetida del mundo y su podrido sistema de valores. No solo los
hombres tienen problemas con su corazón; vivimos en una sociedad enferma en lo
más profundo de su ser y estructuras. Las Escrituras declaran con relación a la sociedad que vive de espaldas a Dios lo que los
periódicos y noticieros reseñan en el día a día: esclavitud, corrupción, violencia, maldad,
perversión, idolatría, rebelión, inmoralidad, desenfreno, asesinatos,
injusticia, soborno, robo, extorsión, etc. Lo asombroso no es que estas cosas
sigan sucediendo, lo realmente asombroso es cómo Dios con su poder puede guardar nuestro corazón y darnos
la victoria en un mundo con tales características.
Finalmente,
hay un suspirar en nuestros corazones, una especie de sensación profunda y no
muy fácil de explicar, que nos hace sentir como carentes de algo. Esa es una
sensación propia del corazón espiritual y por la que podemos notar que
necesitamos tener comunión con Dios. Podemos saber con facilidad cuando tenemos
sed, hambre, necesidad de descanso físico, pero a veces nos cuesta darnos
cuenta de la necesidad que tenemos de tener comunión con Dios, y esta, aunque
no lo hayamos pensado así, es una necesidad tan real como aquellas, solo que
más elevada y por tanto más trascendente. Agustín de Hipona, un
consagrado hombre de Dios dijo:
“Dios
nos hizo para Él, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en Él”
Ese
descansar en Dios puede ser la más grande bendición con que contemos en nuestro
diario vivir, aunque se manifieste, paradójicamente, como nuestra más grande
necesidad. El
Señor nos invita a vivir con un corazón limpio, que late de amor por él, y que
encuentra su total y perfecto descanso solo en él.
Con la esperanza de brindar un poco de luz para el camino, Antonio Vicuña.
Con la esperanza de brindar un poco de luz para el camino, Antonio Vicuña.
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