miércoles, 29 de enero de 2014

CORAZONES EN CRISIS


 

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón…” 
(Mateo 22:37)
 
   Siempre que comienzo a meditar sobre la realidad de mi vida como creyente, tarde o temprano termino en el mismo punto: meditando sobre cuál es la condición de mi corazón para con Dios, y, siempre también, invariablemente, aunque termino decepcionado por lo que encuentro, por otra parte, igualmente termino desafiado, creo que por el mismo Dios, a ir en pos de una vida espiritual superior en consagración y fe, anhelando caminar con el Señor en el latir de un nuevo y mejor corazón.
    
   Como en esta oportunidad nuestro tema central es el corazón a la luz de la Biblia, permítame por favor compartir algunos interesantes datos sobre el corazón físico en primer lugar. Un escritor de nuestro tiempo lo describe de la siguiente manera:

   “...es tan solo del tamaño de un puño, pero es un obrero ejemplar que trabaja sin descanso día y noche. Tiene una fuerza descomunal que si la empleara para bombearse a sí mismo, en una hora sería capaz de propulsarse, como cohete vivo, a seis kilómetros de altura. A lo largo de una vida, el corazón desarrolla una energía capaz de levantar un peso como el de una pirámide de Egipto. Aunque parezca increíble, este formidable obrero pone en movimiento, durante la vida normal de una persona, medio millón de toneladas de sangre, el caudal por minuto de las cataratas del Niágara. Late más de cien mil veces al día, como unos cuarenta millones de latidos al año, y mueve la inmensa flota de 25 billones de glóbulos rojos a través de una vasta red de arterias y venas de unos 96.000 km del sistema circulatorio, suficientes para darle dos veces la vuelta a la tierra. Tu corazón bombea al día unos 7.571 litros de sangre” (Antonio Pérez Esclarín).

   Asombra considerar las maravillas involucradas con el latir de nuestro corazón, el cual es una obra de ingeniería perfecta (como todas las cosas que Dios ha diseñado y creado). Pero también asombra el que, según las estadísticas de la OMS, las enfermedades cardiovasculares sean la principal causa de muerte en todo el mundo, con unas 17.5 millones de vidas al año, no obstante que, según los expertos, aproximadamente un 80% de los casos de cardiopatía coronaria y enfermedad cerebrovascular podrían ser evitados al cambiar estilos de vida, malos hábitos y conductas de riesgo. El punto al que quiero llegar es que así como en nuestra salud física el corazón tiene un papel esencial, principal, protagónico; de modo similar sucede con nuestra salud espiritual: el corazón y su condición es el elemento principal y esencial en nuestro caminar de fe; y aquí ya hemos dado un salto del corazón de carne al “corazón espiritual”, si se me permite usar esta expresión.

   Cerca de unas mil veces se refieren las Escrituras al corazón; en 35 de los 39 libros que componen el Antiguo Testamento, y en 23 de los 27 que conforman el Nuevo. El corazón es el punto más neurálgico y central donde tienen lugar los acontecimientos importantes de la vida humana. Está íntimamente relacionado con los sentimientos, la voluntad, e incluso el intelecto. Es esa realidad interior que cada persona vive y experimenta, ya sea que la exteriorice o no (Sal. 62:4). Somos lo que somos por dentro, en el corazón. El corazón nos define como personas. Podemos ser hombres y mujeres de buen corazón, o de mal corazón (y estoy siendo estrictamente bíblico en estas distinciones); personas de corazón tierno, o secas y duras de corazón; personas rectas de corazón para con nuestro Señor, o desviados para con él; podemos acercarnos al Señor de todo corazón, o buscarle a medias sin poner el corazón en ello. Cuando al Señor Jesucristo le preguntaron sobre cuál era el principal  mandamiento en la ley, respondió:

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.”

(Mateo 22:37)

   En qué problema tan grande se metió el Señor cuando demandó de los suyos que le amen con todo el corazón. Ya de por sí teníamos problemas graves con los asuntos de nuestro corazón desde los tiempos de nuestros primeros padres. La mayoría de nosotros andamos por la vida con el corazón, herido, roto, dividido, enfermo de amargura, con algún resentimiento clavado cual aguijón en él; y ahora viene el Señor y ¿nos pide que le amemos con todo lo que tengamos, con toda la fuerza con que somos capaces de amar, con todo el corazón?  ¡Necesitaremos un nuevo corazón para ello!, dirá alguno, y es cierto. La buena noticia  es que Él prometió cambiar corazones:

“Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne”

(Ezequiel 33:26).

   Un nuevo corazón es lo más grande que cualquier persona puede recibir en esta tierra. El recibir perdón y justificación de parte de Dios y poder responder a Él; el poder experimentar el amor de Dios y ser libre, verdaderamente libre, para amar a otros; el vivir con conciencia de ser poseedor de vida eterna en lo más recóndito e interior del ser, y saber por ello que nos dirigimos indeteniblemente hacia la gloria y la eternidad; el saberse depositario de promesas que llevan la firma del Dios vivo, y el tener conciencia de que se es habitación del Santo Espíritu de Dios; no hay, ni podrá haber jamás, mejor dadiva para los hombres en esta tierra, ¡¡Gloria demos a Dios los que hemos recibido de Él un nuevo corazón!!

   Y aunque en verdad creo en esto, que pienso enseña inequívocamente la Palabra de Dios, sin embargo al ver mi propia experiencia en los caminos de la gracia, me encuentro muchas veces desconcertado por lo que sucede en mi corazón. ¿No venía programado para latir solo en la frecuencia de Dios? ¿Acaso no iba a actuar como una especie de fuerza divina propulsora que me daría la victoria permanente en la vida diaria?

   El nuevo corazón que recibimos de parte de Dios es como un cuaderno nuevo (en blanco) sobre el que han de ser escritas las nuevas pautas para nuestro caminar con Dios. La imagen nos la sugiere la misma Escritura cuando declara:

“Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo” 
(Jeremías 31:33).

“Sois carta de Cristo…escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón” 
(2Corintios 3:3).

   Dios quiere escribir en nuestros corazones, ¿lo permitiremos? El Espíritu Santo que ya mora en nosotros ha recibido instrucciones para escribir en lo más íntimo de nuestro ser y así establecer de una forma cada vez más clara nuestra identidad con el Padre y el Salvador. Pero ¿Sabe cuál es la tragedia? Que muchas veces dejamos que cualquiera venga y escriba, que cualquiera venga y firme el libro que es nuestro corazón, y a Dios, que es quien nos lo dio, no le permitimos escribir. Porque en verdad le digo, aunque no sea digno de recordárselo, hay un ministerio desarrollado por el Espíritu santo de Dios que consiste en escribir sobre los corazones de los santos; es un ministerio bendito por el cual los hombres son transformados y renovados no por mano humana, sino por el poder de Dios que actúa en los creyentes, en aquellos que disponen su corazón cual cuaderno abierto para que el Señor escriba en el ¿Serás tú uno de esos? Porque tengo la profunda sospecha de que solamente así llegaremos a experimentar la plenitud que encierra el antiguo mandamiento “Amarás al señor tu Dios, con todo tu corazón”. 
   ¿Qué podemos hacer para evitar que nos llenen las páginas del corazón con lo que no conviene, para evitar que el pecado escriba sus oscuros trazos en las blancas páginas; para impedir que el diablo materialice sus ruines invenciones en nosotros; para no permitir que cualquiera vierta sus retorcidos pensamientos en el libro de nuestro corazón; para no contristar y apagar al Divino Escriba y hacernos así proscritos de la voz de Dios? creo que hay unas muy pocas e insustituibles acciones que debemos tomar, y entre ellas, aquella que nos presenta el preciado proverbio:

“Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida” 
(Proverbios 4:23)

   ¿De qué cosas hemos que cuidar nuestro corazón?

1.- De los dardos directos que el enemigo lanza sobre nosotros.  La Biblia declara que el diablo puso en el corazón de Judas que entregase al Señor (Juan 13:2). El diablo asalta los corazones de cuando en cuando con diversos pensamientos. El hijo de Dios debe aprender a mantener a resguardo su corazón de los dardos de satanás (Ef. 6:16)

2.- De nuestra propia carne. Puede que el creyente a veces sienta como si tuviese dos corazones: uno viejo y uno nuevo; uno bueno y uno malo; uno engañoso y perverso (Jer.17:9); y otro bueno y recto (Luc.8.15). Lo importante en este punto es no olvidar que el nuevo corazón siempre late en conformidad con la palabra de Dios, siempre; los otros latidos, por fuertes que se sientan, si no están en armonía con la palabra de Dios, hay que desecharlos.

3.- De la constante arremetida del mundo y su podrido sistema de valores. No solo los hombres tienen problemas con su corazón; vivimos en una sociedad enferma en lo más profundo de su ser y estructuras. Las Escrituras declaran con relación a la sociedad que vive de espaldas a Dios lo que los periódicos y noticieros reseñan en el día a día: esclavitud, corrupción, violencia, maldad, perversión, idolatría, rebelión, inmoralidad, desenfreno, asesinatos, injusticia, soborno, robo, extorsión, etc. Lo asombroso no es que estas cosas sigan sucediendo, lo realmente asombroso es cómo Dios con su poder puede guardar nuestro corazón y darnos la victoria en un mundo con tales características.

   Finalmente, hay un suspirar en nuestros corazones, una especie de sensación profunda y no muy fácil de explicar, que nos hace sentir como carentes de algo. Esa es una sensación propia del corazón espiritual y por la que podemos notar que necesitamos tener comunión con Dios. Podemos saber con facilidad cuando tenemos sed, hambre, necesidad de descanso físico, pero a veces nos cuesta darnos cuenta de la necesidad que tenemos de tener comunión con Dios, y esta, aunque no lo hayamos pensado así, es una necesidad tan real como aquellas, solo que más elevada y por tanto más trascendente. Agustín de Hipona, un consagrado hombre de Dios dijo:

“Dios nos hizo para Él, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en Él”

   Ese descansar en Dios puede ser la más grande bendición con que contemos en nuestro diario vivir, aunque se manifieste, paradójicamente, como nuestra más grande necesidad. El Señor nos invita a vivir con un corazón limpio, que late de amor por él, y que encuentra su total y perfecto descanso solo en él. 

   Con la esperanza de brindar un poco de luz para el camino, Antonio Vicuña.
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