lunes, 27 de agosto de 2012

ENFRENTANDO LAS TEMPESTADES DE LA VIDA


El mar de Galilea, (también llamado lago de Genesaret, y mar de Tiberias) se encuentra a unos 210 metros bajo el nivel del mar, rodeado de montañas y en las profundidades del valle del Jordán. Es atravesado de norte a sur por el río Jordán por lo que sus aguas son relativamente dulces. Es conocido por sus tormentas repentinas y violentas. Los vientos fríos que barren el valle del Jordán desde el norte adquieren velocidad en la estrecha garganta y cuando se abaten sobre el mar, al chocar con el cálido viento tropical del mar, se producen rápidos cambios atmosféricos que resultan en fuertes tormentas. Cuando esto sucede la navegación se vuelve extremadamente peligrosa. En los tiempos de Jesús había numerosos asentamientos a orillas del mar así como en las riberas del Jordán: Capernaúm, Betsaida, Corazín, Magdala, Tiberias;  por lo que, como se puede suponer, era común que por diversas razones se cruzara desde una localidad a otra en barcas. El lago tiene unos 21 kilómetros de largo por unos 11 de ancho aproximadamente. Tres de los evangelistas registraron la experiencia que tuvieron una noche cuando navegando juanto al Señor fueron sorprendidos por una violenta tormenta. A continuación te invito a leer una fusión del relato de los tres evangelistas y a considerar cómo ese suceso puede enseñarnos algunas pautas para hacer frente a las tempestades que enfrentamos en nuestra vida.
 
Una fusión del relato que nos presentan los tres evangelios (Mateo 8:23-27; Marcos 4:35-41; Lucas 8:22-25) podría ser más o menos así:

"Aconteció aquel día, cuando llegó la noche, que les dijo: Pasemos al otro lado del lago. Y despidiendo a la multitud, entrando él en la barca así como estaba, sus discípulos le siguieron; y había también otras barcas. Y Partieron. Pero mientras navegaban, él se durmió. Y se desencadenó una gran tempestad de viento en el lago. Las olas caían en la barca y la anegaban y ya peligraban. Aunque la tempestad era tan grande que las olas cubrían la barca, el Señor estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal. Y vinieron a él sus discípulos y le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!, ¡Maestro, Maestro, que perecemos!, ¿No tienes cuidado que perecemos? Despertando él, les dijo: ¿Por qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Y atemorizados, se maravillaban, y se decían unos a otros: ¿Qué hombre es éste, que aún los vientos y el mar le obedecen?"

            Algunas consideraciones podemos extraer en esta oportunidad de este relato:
 
1.- Lo que aconteció a los discípulos acontece muchas veces en la vida de los creyentes.


Un día comienza como cualquiera y antes de que el mismo termine puede que nos encontremos bajo los embates de una fuerte tempestad. En ocasiones son tempestades de causas naturales, de salud, de peligros físicos, de pérdidas materiales o aún de pérdidas humanas dolorosas. Las tempestades que azotan las vidas de los hombres tienen muchas caras y formas. Pero a veces son tempestades de carácter espiritual, tempestades en las que el obrar del enemigo es la tempestad misma. Son tiempos en los que Satanás se levanta para oprimir y tentar a los hijos de Dios de forma violenta y tempestuosa (1Cr.21:1; Lc.22:31).
Ya sea de una forma u otra, en lo que respecta del lado nuestro, como hijos de Dios, es necesario que tengamos presentes que con diversas tribulaciones y tentaciones es ejercitada o probada nuestra fe, a fin de que, reconociéndonos incrédulos y faltos de fe, si fuere el caso, nos humillemos y, deseando tener mucha más fe, la demandemos a Dios en oración.

2.- En las tempestades de la vida frecuentemente nos sobrecoge el temor.


El temer es muy humano. El experimentar temor ante lo que amenaza nuestra seguridad o ante aquello que está más allá de nuestro control y no se sabe en qué podrá resultar, es una de las experiencias más universales del ser humano; pero en la vida cristiana, el temer, por lo general, es indicio de poca fe. El que teme duda, y el que duda, tiene poca fe, porque si tuviese mucha fe no dudaría. Más tarde el Señor les reprocharía a los discípulos el haber permitido que el miedo les dominara y llenara sus corazones.
Si bien una de las experiencias más universales es el temor, y esto es tan cierto como que el mismo ha sido desde tiempos antiguos el arma de dominio que muchos tiranos han utilizado para someter las voluntades de naciones enteras bajo su dominio, sin embargo, desde tiempos inmemoriales también resuena la voz celeste llamando a los hombres a la fe y al valor diciendo ¡No temáis! Siendo éste uno de los llamados más frecuentes e insistentes que encontramos en las Santas Escrituras.  

3.- El Señor no desechó a los discípulos por su flaqueza en la fe, sino que, al contrario, los salvó y los libró como si fueran grandes hombres de fe. Esto debe ser un gran consuelo para nosotros.


            En su desespero y angustiosa lucha los discípulos se olvidaron de muchas cosas: se olvidaron que el Señor estaba allí; olvidaron que de él fue la idea de que fueran en barca hasta la otra orilla del lago; olvidaron que él era poderoso para guardar sus vidas y que por tanto era imposible que la barca naufragara…cuando agotaron todos los recursos posibles y era inminente su pronto naufragio, decidieron llamar al único que podría hacer algo: al Bendito Maestro.
            Pareciera que generalmente somos lentos y reacios a llamar al Maestro en medio de las tormentas de la vida. Al igual que los discípulos, muchas veces preferimos ir agotando recursos, quemando nuestros cartuchos, tratar de resolver las cosas a nuestra manera, hacer frente con nuestras fuerzas y recursos a los problemas que se nos vienen encima. Y eso está bien pero solo y cuando primero hemos llamado al Maestro y hemos recibido sus instrucciones y consejo. Pero gloria y alabanzas sean siempre dadas a Dios porque le place salvar a los que claman a él.
Puede que en nosotros haya muchos motivos objetables y censurables, pero las piedades y las misericordias del Señor son grandes en extremo y siempre está cercano para salvar a todo aquel que clama de verdad por su ayuda.

4.- Todos los discípulos se encuentran con tempestades en sus vidas más temprano o más tarde. 


En ocasiones parecerá que vamos a ser tragados por las olas; nos inundarán, casi nos anegarán; quizá tendremos que orar como aquel santo hombre que dijo “todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí”. Pero ¿sabe qué? En medio de las tempestades de la vida Dios tiene consuelo y fortaleza para los suyos. Y el primer gran motivo, razón y fuente de consuelo surge del hecho de poder creer y reconocer que el Señor está con nosotros en la barca. No se bajó antes de que iniciara la tormenta. El se ha dispuesto a acompañarnos en todo tiempo, en las buenas y en las malas, en la bonanza y en la tempestad.
Mucho habremos progresado en la travesía de nuestro navegar en la vida cristiana cuando en medio de tempestades, en lugar de intranquilizarnos y entrar en pánico y en desasosiego, podemos encontrar quietud, fortaleza y esperanza en el hecho de que el Señor está presente en la barca de nuestra vida.
Aunque parezca que duerme, lo importante, y lo que jamás debemos olvidar, es que él está presente en la frágil y humilde barca de nuestra vida. Y si el Señor de cielo, tierra y mar está presente, imposible es que la barca naufrague, ciertamente llegará a buen puerto y se cumplirá el propósito del Eterno Capitán en nosotros.  

5.- Nadie puede aquietar las tempestades de la vida como el Señor Jesús.


           Hay muchos habladores. También hay muchos soñadores. Personas que viven para hacer creer a los demás que con solo aprender ciertas técnicas y conceptos podrán hacer frente a las tempestades de la vida. Y por esta misma razón hay multitudes que viven bajo el estigma de la desesperanza y la depresión. Cuando la verdadera tempestad llegó, no hubo técnica ni filosofía que resultara, ni mantra o energía que cambiara la realidad de lo que se estaba viviendo.
Tristemente esta misma experiencia es común a muchos hijos de Dios quienes se sienten defraudados en su fe y desconcertados en su vivir para Dios. ¿La razón? No han aprendido, o no les han enseñado, que las tormentas de la vida son inevitables, más aún: forman parte del plan de Dios para sus hijos. Por lo que el plan a seguir durante las mismas no es tratar de huir de ellas a toda costa, sino, enfrentarlas y esperar en aquél quien es el único que verdaderamente puede aquietarlas. Y en este campo, el Señor Jesucristo tiene el record absoluto ¡Gloria a su nombre! Debemos aprender a acudir a Jesús en todas las tormentas de la vida.

6.- Lo que el Señor hizo al mar de Galilea puede hacerlo también en las circunstancias del creyente angustiado y azotado por la tormenta.


          ¡Calla, Enmudece! Fueron las palabras de autoridad con que el Señor increpó y reprendió al embravecido mar y al furioso viento. Al instante, abrupta e instantáneamente, el mar se rindió y el viento cesó. Un milagro desde el punto de vista humano; simple y sencilla autoridad desde el lado divino. Tenemos que creer lo suficiente como para esperar que el Señor cambie en un instante, si esa es su voluntad, la realidad de toda circunstancia que está envolviendo nuestra vida. Nuestra expectativa al orar debe ser tal que, aunque hoy nos encontremos en medio de la más oscura tormenta, estemos preparados anticipadamente para el tiempo de bonanza y paz del que disfrutaremos cuando el Señor lo determine.

Tan repentina fue la paz y la bonanza que se hizo, que los discípulos quedaron atónitos por el dramático cambio preguntándose cómo era que el viento y el mar obedecían a su humilde y sencillo Maestro. Creo que también nosotros necesitamos ser sacudidos de admiración en nuestras vidas por la autoridad del Maestro para hacer callar las tempestades que rugen a nuestro alrededor. Hay un sentido de admiración que esta ausente en la vida de muchos de nosotros en la actualidad: esa admiración que es despertada por ver el mover majestuoso del brazo de Dios a favor de los suyos. Nos estamos conformando con realizar manejos políticos y muy modernos pero completamente ineficaces ante los problemas que se levantan a nuestro alrededor. Mientras tanto, la tormenta ruge y la tempestad arrecia. El cuadro aún es bastante semejante al de aquella noche en el mar de galilea, solo que ahora no es el Maestro quien duerme, sino la iglesia. Pero ese será el tema de otro mensaje en otra ocasión cuando el Señor así lo quiera… 


Tú eres el Señor que sobre un cabezal dormía,
Tú el Señor que calmó el furioso mar;
¿Qué importan marejada y vendaval,
Si tan sólo Tú en nuestra barca estás?
Amy Carmichael

             Con el fervosoro deseo de que el Señor te lleve a puerto seguro y te sostenga en victoria a través de las tempestades que suelen azotar nuestras vidas, Antonio Vicuña.

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2 comentarios:

  1. Muchas gracias por tan bella palabra y tan apropiada para estos tiempos. Un cordial saludo!

    Mirtha

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  2. tremenda palabra, Dios bendiga su ministerio en el nombre de Jesus, este tema me dio mas fe para enfrentar las tormentas, gracias a Dios por la persona que expreso tu palabra oh Dios...

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