El mar de
Galilea, (también llamado lago de Genesaret, y mar de Tiberias) se encuentra a
unos 210 metros
bajo el nivel del mar, rodeado de montañas y en las profundidades del valle del
Jordán. Es atravesado de norte a sur por el río Jordán por lo que sus aguas son
relativamente dulces. Es conocido por sus tormentas repentinas y violentas. Los
vientos fríos que barren el valle del Jordán desde el norte adquieren velocidad en la
estrecha garganta y cuando se abaten sobre el mar, al chocar con el cálido
viento tropical del mar, se producen rápidos cambios atmosféricos que resultan
en fuertes tormentas. Cuando esto sucede la navegación se vuelve extremadamente
peligrosa. En los tiempos de Jesús había numerosos asentamientos a
orillas del mar así como en las riberas del Jordán: Capernaúm, Betsaida,
Corazín, Magdala, Tiberias; por lo que, como se puede suponer, era común que por diversas razones se cruzara desde una localidad a otra en
barcas. El lago tiene unos 21 kilómetros de largo por unos 11 de ancho aproximadamente. Tres de los evangelistas registraron la experiencia que tuvieron una noche cuando navegando juanto al Señor fueron sorprendidos por una violenta tormenta. A continuación te invito a leer una fusión del relato de los tres evangelistas y a considerar cómo ese suceso puede enseñarnos algunas pautas para hacer frente a las tempestades que enfrentamos en nuestra vida.
Una fusión del relato que nos presentan los tres
evangelios (Mateo 8:23-27; Marcos 4:35-41; Lucas 8:22-25) podría ser más o menos así:
"Aconteció
aquel día, cuando llegó la noche, que les dijo: Pasemos al otro lado del lago.
Y despidiendo a la multitud, entrando él en la barca así como estaba, sus
discípulos le siguieron; y había también otras barcas. Y Partieron. Pero
mientras navegaban, él se durmió. Y se desencadenó una gran tempestad de viento
en el lago. Las olas caían en la barca y la anegaban y ya peligraban. Aunque la
tempestad era tan grande que las olas cubrían la barca, el Señor estaba en la
popa durmiendo sobre un cabezal. Y vinieron a él sus discípulos y le
despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!, ¡Maestro, Maestro, que
perecemos!, ¿No tienes cuidado que perecemos? Despertando él, les dijo: ¿Por
qué teméis, hombres de poca fe? Entonces, levantándose, reprendió al viento, y
dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza. Y les
dijo: ¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe? Y atemorizados, se
maravillaban, y se decían unos a otros: ¿Qué hombre es éste, que aún los
vientos y el mar le obedecen?"
Algunas
consideraciones podemos extraer en esta oportunidad de este relato:
1.- Lo que aconteció a los
discípulos acontece muchas veces en la vida de los creyentes.
Un día
comienza como cualquiera y antes de que el mismo termine puede que nos
encontremos bajo los embates de una fuerte tempestad. En ocasiones son
tempestades de causas naturales, de salud, de peligros físicos, de pérdidas
materiales o aún de pérdidas humanas dolorosas. Las tempestades que azotan las
vidas de los hombres tienen muchas caras y formas. Pero a veces son tempestades
de carácter espiritual, tempestades en las que el obrar del enemigo es la
tempestad misma. Son tiempos en los que Satanás se levanta para oprimir y
tentar a los hijos de Dios de forma violenta y tempestuosa (1Cr.21:1; Lc.22:31).
Ya sea de una
forma u otra, en lo que respecta del lado nuestro, como hijos de Dios, es
necesario que tengamos presentes que con diversas tribulaciones y tentaciones
es ejercitada o probada nuestra fe, a fin de que, reconociéndonos incrédulos y
faltos de fe, si fuere el caso, nos humillemos y, deseando tener mucha más fe,
la demandemos a Dios en oración.
2.- En las tempestades de la vida
frecuentemente nos sobrecoge el temor.
El temer es
muy humano. El experimentar temor ante lo que amenaza nuestra seguridad o ante
aquello que está más allá de nuestro control y no se sabe en qué podrá resultar,
es una de las experiencias más universales del ser humano; pero en la vida
cristiana, el temer, por lo general, es indicio de poca fe. El que teme duda, y
el que duda, tiene poca fe, porque si tuviese mucha fe no dudaría. Más tarde el
Señor les reprocharía a los discípulos el haber permitido que el miedo les
dominara y llenara sus corazones.
Si bien una de
las experiencias más universales es el temor, y esto es tan cierto como que el
mismo ha sido desde tiempos antiguos el arma de dominio que muchos tiranos han
utilizado para someter las voluntades de naciones enteras bajo su dominio, sin
embargo, desde tiempos inmemoriales también resuena la voz celeste llamando a
los hombres a la fe y al valor diciendo ¡No temáis! Siendo éste uno de los
llamados más frecuentes e insistentes que encontramos en las Santas
Escrituras.
3.- El Señor no desechó a los
discípulos por su flaqueza en la fe, sino que, al contrario, los salvó y los
libró como si fueran grandes hombres de fe. Esto debe ser un gran consuelo para
nosotros.
En
su desespero y angustiosa lucha los discípulos se olvidaron de muchas cosas: se
olvidaron que el Señor estaba allí; olvidaron que de él fue la idea de que
fueran en barca hasta la otra orilla del lago; olvidaron que él era poderoso
para guardar sus vidas y que por tanto era imposible que la barca
naufragara…cuando agotaron todos los recursos posibles y era inminente su
pronto naufragio, decidieron llamar al único que podría hacer algo: al Bendito
Maestro.
Pareciera
que generalmente somos lentos y reacios a llamar al Maestro en medio de las tormentas
de la vida. Al igual que los discípulos, muchas veces preferimos ir agotando
recursos, quemando nuestros cartuchos, tratar de resolver las cosas a nuestra
manera, hacer frente con nuestras fuerzas y recursos a los problemas que se nos
vienen encima. Y eso está bien pero solo y cuando primero hemos llamado al
Maestro y hemos recibido sus instrucciones y consejo. Pero gloria y alabanzas
sean siempre dadas a Dios porque le place salvar a los que claman a él.
Puede que en
nosotros haya muchos motivos objetables y censurables, pero las piedades y las
misericordias del Señor son grandes en extremo y siempre está cercano para
salvar a todo aquel que clama de verdad por su ayuda.
4.- Todos los discípulos se
encuentran con tempestades en sus vidas más temprano o más tarde.
En ocasiones
parecerá que vamos a ser tragados por las olas; nos inundarán, casi nos
anegarán; quizá tendremos que orar como aquel santo hombre que dijo “todas tus
ondas y tus olas pasaron sobre mí”. Pero ¿sabe qué? En medio de las tempestades
de la vida Dios tiene consuelo y fortaleza para los suyos. Y el primer gran
motivo, razón y fuente de consuelo surge del hecho de poder creer y reconocer que
el Señor está con nosotros en la barca. No se bajó antes de que iniciara la
tormenta. El se ha dispuesto a acompañarnos en todo tiempo, en las buenas y en
las malas, en la bonanza y en la tempestad.
Mucho habremos
progresado en la travesía de nuestro navegar en la vida cristiana cuando en
medio de tempestades, en lugar de intranquilizarnos y entrar en pánico y en
desasosiego, podemos encontrar quietud, fortaleza y esperanza en el hecho de
que el Señor está presente en la barca de nuestra vida.
Aunque parezca
que duerme, lo importante, y lo que jamás debemos olvidar, es que él está
presente en la frágil y humilde barca de nuestra vida. Y si el Señor de cielo,
tierra y mar está presente, imposible es que la barca naufrague, ciertamente
llegará a buen puerto y se cumplirá el propósito del Eterno Capitán en
nosotros.
5.- Nadie puede aquietar las
tempestades de la vida como el Señor Jesús.
Hay
muchos habladores. También hay muchos soñadores. Personas que viven para hacer
creer a los demás que con solo aprender ciertas técnicas y conceptos podrán
hacer frente a las tempestades de la vida. Y por esta misma razón hay
multitudes que viven bajo el estigma de la desesperanza y la depresión. Cuando
la verdadera tempestad llegó, no hubo técnica ni filosofía que resultara, ni
mantra o energía que cambiara la realidad de lo que se estaba viviendo.
Tristemente
esta misma experiencia es común a muchos hijos de Dios quienes se sienten
defraudados en su fe y desconcertados en su vivir para Dios. ¿La razón? No han
aprendido, o no les han enseñado, que las tormentas de la vida son inevitables,
más aún: forman parte del plan de Dios para sus hijos. Por lo que el plan a
seguir durante las mismas no es tratar de huir de ellas a toda costa, sino,
enfrentarlas y esperar en aquél quien es el único que verdaderamente puede
aquietarlas. Y en este campo, el Señor Jesucristo tiene el record absoluto
¡Gloria a su nombre! Debemos aprender a acudir a Jesús en todas las tormentas
de la vida.
6.- Lo que el Señor hizo al mar de Galilea
puede hacerlo también en las circunstancias del creyente
angustiado y azotado por la tormenta.
¡Calla,
Enmudece! Fueron las palabras de autoridad con que el Señor increpó y reprendió
al embravecido mar y al furioso viento. Al instante, abrupta e
instantáneamente, el mar se rindió y el viento cesó. Un milagro desde el punto
de vista humano; simple y sencilla autoridad desde el lado divino. Tenemos que
creer lo suficiente como para esperar que el Señor cambie en un instante, si
esa es su voluntad, la realidad de toda circunstancia que está envolviendo
nuestra vida. Nuestra expectativa al orar debe ser tal que, aunque hoy nos encontremos
en medio de la más oscura tormenta, estemos preparados anticipadamente para el
tiempo de bonanza y paz del que disfrutaremos cuando el Señor lo determine.
Tan repentina
fue la paz y la bonanza que se hizo, que los discípulos quedaron atónitos por
el dramático cambio preguntándose cómo era que el viento y el mar obedecían a
su humilde y sencillo Maestro. Creo que también nosotros necesitamos ser
sacudidos de admiración en nuestras vidas por la autoridad del Maestro para
hacer callar las tempestades que rugen a nuestro alrededor. Hay un sentido de
admiración que esta ausente en la vida de muchos de nosotros en la actualidad:
esa admiración que es despertada por ver el mover majestuoso del brazo de Dios
a favor de los suyos. Nos estamos conformando con realizar manejos políticos y
muy modernos pero completamente ineficaces ante los problemas que se levantan a
nuestro alrededor. Mientras tanto, la tormenta ruge y la tempestad arrecia. El
cuadro aún es bastante semejante al de aquella noche en el mar de galilea, solo
que ahora no es el Maestro quien duerme, sino la iglesia. Pero ese será el tema
de otro mensaje en otra ocasión cuando el Señor así lo quiera…
Tú eres el Señor que
sobre un cabezal dormía,
Tú el Señor que calmó
el furioso mar;
¿Qué importan
marejada y vendaval,
Si tan sólo Tú en
nuestra barca estás?
Amy Carmichael
Con el fervosoro deseo de que el Señor te lleve a puerto seguro y te sostenga en victoria a través de las tempestades que suelen azotar nuestras vidas, Antonio Vicuña.
Muchas gracias por tan bella palabra y tan apropiada para estos tiempos. Un cordial saludo!
ResponderEliminarMirtha
tremenda palabra, Dios bendiga su ministerio en el nombre de Jesus, este tema me dio mas fe para enfrentar las tormentas, gracias a Dios por la persona que expreso tu palabra oh Dios...
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