jueves, 25 de octubre de 2012

¡Nunca Satisfecho!



(La historia de Jacob y Raquel)

     La última vez que vimos a Jacob, salía corriendo de Beerseba para salvar la vida, huía de la venganza de su hermano Esaú. No llegó muy lejos sin que supiera que Dios estaba con él. El mensaje le vino en forma de un sueño acerca de una escalera que llegaba desde el cielo hasta la tierra. El Señor estaba en lo alto de esa escalera, y le dijo a Jacob: “He aquí, yo estoy contigo, y te guardaré por donde quiera que fueres, y volveré a traerte a esta tierra; porque no te dejaré hasta que halla hecho lo que te he dicho” (Génesis 28:15). Jacob llamó el nombre de aquel lugar Betel, que significa “Casa de Dios”.

     Armado de la preciosa promesa de la presencia de Dios, Jacob fue a Harán, tierra de la familia de su madre. Fue un viaje largo y solitario. Llegó a la ciudad exhausto, doliéndolo los pies, con añoranzas del hogar y sin estar del todo seguro a dónde debía dirigirse. Divisó un pozo y se detuvo allí a descansar. Algunos pastores se encontraban sentados alrededor, de manera que Jacob inició con ellos una conversación:

     - Hermanos míos, ¿de dónde sois?
       Y ellos respondieron:
     -De Harán somos.
     Lo más probable es que Jacob diera un suspiro de alivio. El Señor lo había traído salvo a su destino. Así pues siguió inquiriendo:
     - ¿Conocéis a Labán, hijo de Nacor?
     - Sí, le conocemos –dijeron ellos.
        De nuevo su corazón debe haber saltado dentro de él al darse cuenta de la fiel dirección de Dios.
     - ¿Está bien? – les preguntó.
       Y ellos contestaron:
     - Bien, y he aquí Raquel su hija viene con sus ovejas.
     (Génesis 29:4-6)

     Jacob volvió la cabeza, dio una mirada de consecuencias, y fue, sin lugar a dudas, amor a primera vista. Era una bella muchacha, “Raquel era de lindo semblante y lindo parecer” (Génesis 29:17). Y sus ojos ¡qué ojos tan preciosos eran!... 
     Te invito a continuar la lectura de esta interesante narración en nuestra sección Vida Matrimonial . Seguro de que este material, fruto de la vena creativa de Richard Strauss, será de ayuda e inspiración para la salud y bienestar de tu vida familiar. Antonio Vicuña.

     Y ya que se contrastan con los de su hermana mayor Lea, los de Raquel deben haber sido oscuros y relucientes, hermosos y cautivadores. Jacob quedó muy impresionado, probablemente demasiado impresionado. Nos da la idea de que quedó tan fascinado por la belleza de Raquel, y tan hechizado por sus encantos que no se dio cuenta de sus defectos, y ni siquiera consideró la voluntad de Dios con respecto a las relaciones que empezaría a tener con ella. Y siendo manipulador por naturaleza entró en acción de inmediato. Recordó a los pastores que estaban perdiendo la hora apropiada para apacentar, y que debían abrevar su rebaño y volverlo a sacar al pastizal mientras hubiera aún luz de día. Esto fue probablemente una estratagema para deshacerse de ellos y así poder hablar a solas con Raquel. Pero los pastores tenían un acuerdo entre ellos, de que no moverían la piedra de la boca del pozo hasta que no se juntaran todos los rebaños (Génesis 29:7-8). “Mientras el aún hablaba con ellos, Raquel vino con el rebaño de su padre, porque ella era la pastora. Y sucedió que cuando Jacob vio a Raquel, hija de Labán el hermano de su madre, y las ovejas de Labán el hermano de su madre, se acercó Jacob y removió la piedra de la boca del pozo, y abrevó el rebaño de Labán hermano de su madre” (Génesis 29:9-10). Puede ser que Jacob fuera hombre casero pero no tenía nada de debilucho. Movió una piedra que normalmente requería la fuerza de varias personas para ser removida, y abrevó todas las ovejas de Raquel. ¿Habrá sido esto aunque sea un poco, de alarde de su parte?

     Y seguimos leyendo: “Y Jacob besó a Raquel, y alzó su voz y lloró” (Génesis 29:11). La emoción del momento le sobrecogió.  El milagro de la dirección de Dios y de su cuidado, la emoción del encuentro con su linda prima, la perspectiva de lo que el futuro iría a traer, todo eso embargó su corazón de tal manera que lloró de gozo. Nuestra cultura desaprueba que el hombre exprese sus emociones de esa manera. Pero la sincera expresión de los sentimientos propios podría promover mayor salud emocional y mayor estabilidad mental. Todo parece indicar que este romance brotaría flameante desde sus comienzos. La bella del pueblo y el joven recién llegado se habían encontrado. Pero ya desde el principio tenemos dudas respecto a la pareja. Sabemos que las relaciones con base primordial en la atracción física, tienen un fundamento tambaleante. Hollywood nos ha proporcionado múltiples evidencias que apoyan esta tesis. Podrán hacer de su matrimonio un éxito pero les hará falta un esfuerzo extra, hasta conseguir que sus relaciones sobrepasen con mucho el magnetismo físico inicial. Pero un hombre enamorado no quiere oír semejantes cosas. Quiere hacerla suya y ninguna otra cosa le importa. Apenas tenía un mes de haber llegado Jacob a Harán, y ya su tío Labán lo abordó para llegar a un acuerdo salarial mutuamente aceptable. La Escritura dice que Jacob amaba a Raquel, y que ofreció servir a Labán durante siete años para obtener su mano en matrimonio (Génesis 29:18). Nada tenía que ofrecer a Labán por la hija, de manera que prometió dar su trabajo en vez de una dote. Y ahora nos ponemos a dudar más todavía. Un mes es tiempo insuficiente para conocer a alguien lo bastante como para contraer un compromiso de por vida. De seguro que no es suficiente para saber con seguridad si estamos enamorados o no. El verdadero amor requiere conocerse a fondo. Declarar querer a alguien a quien no conocemos íntimamente, es  meramente amar nuestra imagen mental de aquella persona. Si esa persona no llega a la dimensión de nuestra imagen mental, entonces nuestro así llamado “amor” se convertirá en desilusión y resentimiento, y hasta en odio. Pero Jacob pensaba que estaba enamorado. Cuando Raquel se encontraba cerca, el corazón le latía más acelerado y una maravillosa sensación pasaba por todo su ser. Ella era la criatura más hermosa en quien el hubiese puesto los ojos jamás, y creía que la vida sin ella no tendría valor alguno para él. Y eso le era suficiente. “Así sirvió Jacob por Raquel siete años; y le parecieron como pocos días, porque la amaba” (Génesis 29:20). Esta es una declaración notable. De hecho, son probablemente las palabras más bellas que la pluma haya escrito jamás acerca de los sentimientos de un hombre para con una mujer. Siete años es mucho tiempo para esperar, y yo creo que Jacob sí llegó a amar a Raquel durante esos años. La atracción física estaba todavía allí, pero era imposible que él viviese en contacto tan íntimo con ella durante los siete años de noviazgo, sin dejar de aprender mucho acerca de ella, tanto lo bueno como lo malo. Este matrimonio iba a ver tiempos difíciles pero a no haber sido por ese largo noviazgo y por el amor de Jacob, que se iba profundizando y madurando, probablemente no habría sobrevivido.

     Demasiadas son las parejas que se casan precipitadamente y lentamente se arrepienten. Los noviazgos de siete años quizá resulten algo excesivos pero se necesita tiempo para averiguar las cualidades deseables e indeseables de una persona, a fin de poder decidir si uno está capacitado para buscar desinteresadamente el bien de dicha persona, a pesar de las características inatractivas que tenga. Una de las grander pruebas del verdadero amor es, por lo tanto, la capacidad de esperar. El apasionamiento, por lo general, tiene prisa porque es resultado del egoísmo. Y, en efecto, dice: “Yo me siento tan bien cuando estoy contigo que quiero llevarte al altar antes de que te vaya a perder junto con esta bella emoción”. El amor dice: “Es tu felicidad lo que yo quiero más que nada de manera que estoy dispuesto a esperar, si fuere necesario, para ver si es eso lo que va a ser mejor para ti”. Y si ese amor es verdadero, pasará la prueba del tiempo. Jacob esperó, y su romántico amor a primera vista fue creciendo hasta llegar a ser un profundo vínculo de espíritu y una total dedicación de alma.
     Hay un viejo refrán que dice: “El verdadero amor nunca corre fácilmente”. Y así sucedió con Jacob y Raquel. Aquí vemos un amor sometido a gran tensión. Fue el tío Labán el que metió la cizaña. Taimado, engañador y viejo tramposo que era, sustituyó a Raquel con Lea en la noche de bodas de Jacob. Ella pesado velo sobre el rostro y largas y ondeantes vestiduras que le cubrían el cuerpo y así paso por la ceremonia sin ser descubierta. Y si habló en susurros aprovechando la oscuridad de la tienda, logró pasar la noche. ¿Podremos entonces imaginarnos la aplastante consternación de Jacob cuando la luz de la mañana puso al descubierto el engaño de Labán? Lo más probable es que se enfureciera con la familia entera por el fraude que le habían jugado con su doblez.
     Esa no era, por cierto, para Lea la manera más acertada de comenzar su vida matrimonial, ¿verdad? Sospecho que ella amaba a Jacob desde el principio y anhelaba que él le correspondiera. Cooperó voluntariamente en el plan de su padre pero halló muy poca satisfacción en el marido que había conseguido mediante engaño. Aunque casarse a base de engaños es asunto peligroso sin embargo todavía se está haciendo hoy en día. Algunas mujeres tratan de comprarse un hombre con el sexo, o de atraparlo con un bebé, o de seducirlo con la fortuna de la familia. También el hombre puede atrapar a una mujer prometiéndole riquezas, pretendiendo ser alguien que realmente no es, o, enmascarando sus faltas hasta después de la ceremonia. Quizá no pasa la luna de miel sin que la esposa descubra que se ha casado con un extraño monstruo. Las consecuencias del engaño, son, por lo regular, dolorosas y aflictivas.
     El “generoso” de Labán ofreció a Jacob darle también a Raquel, a condición de que le trabajara otros siete años. “Cumple la semana de ésta, y se te dará también la otra, por el servicio que hagas conmigo otros siete años” (Génesis 29:27). La semana esa se refiere a la semana de las bodas. Jacob no tuvo que esperar otros siete años por Raquel, solo una semana. Pero, después de casarse con ella, tuvo que trabajar siete años más sin recibir paga. “Y se llegó también a Raquel, y la amó también más que Lea; y sirvió a Labán aún otros siete años” (Génesis 29:30).

     Tenemos, pues, a este gran patriarca, temeroso de Dios, el primero de ellos en cometer bigamia. No fue esa la perfecta voluntad de Dios. El hizo una sola mujer para un solo hombre (Génesis 2:24; Levíticos 18:18; 1 Timoteo 3:2). Aunque Jacob fue engañado, tenía alternativas para escoger. Algunos comentaristas insisten en que habría debido rechazar a Lea, ya que no la había tomado voluntariamente. Me tomo la libertad de sugerir orea alternativa, Jacob habría podido aceptar su matrimonio con Lea como la voluntad de Dios y aprender a amarla a ella solamente. El padre de Jacob aceptó las consecuencias del engaño de su hijo al suplantar a su hermano Esaú y de robarse la bendición de la familia e Isaac fue elogiado por eso en el Nuevo Testamento. Tal vez Jacob habría sido elogiado también por tener la misma fe al aceptar estas mismas consecuencias de la soberana mano de Dios. Y me permito recordarles que fue a través de Lea, no de Raquel, la madre de Judá, de quien, en último análisis, habría de venir el Salvador (Génesis 29:35). Pero Jacob no se mostraba muy dispuesto a creer que Dios controlaba estas circunstancias. Él conseguiría lo que quería a pesar de la voluntad de Dios. Y los sucesos que siguieron son evidencia suficiente de que la bigamia nunca fue parte del plan de Dios para la raza humana.
     A la presión de las relaciones de bigamia el verdadero carácter de Raquel comenzó a aflorar. Cuando de dio cuenta de que Lea le estaba dando hijos a Jacob, mientras que ella no, comenzó a celar intensamente a su hermana, y le dijo a Jacob: “Dame hijos o si no me muero” (Génesis 30:1). En esencia, le estaba diciendo: “Si yo no puedo tener las cosas a mi manera, prefiero morir”. Aquí está una mujer que lo tenía casi todo en la vida, gran belleza física, todas las cosas materiales que necesitaba, y la dedicada devoción de un amante esposo. ¿No valía el amor de Jacob más que cualquier número de hijos? No, al menos para Raquel. Tenía que tener todo lo que quería, o si no, para ella no valía la pena seguir viviendo. Era envidiosa, egoísta, malhumorada, colérica, descontentadiza y exigente. Y Jacob acabó por perder la serenidad: “Jacob se enojó contra Raquel, y dijo: ¿Soy yo acaso Dios, que te impidió el fruto de tu vientre? (Génesis 30:2). Su enojo no era correcto a la vista de Dios, pero su evaluación de la situación por cierto que lo era. El milagro de la concepción radica en el poder de Dios.

     De los días de Jacob para acá, el pecado del descontento ha arruinado a un sin número de  matrimonios. Algunas parejas llegan a enojarse contra Dios porque Él no les da hijos; al tanto que otras, que sí tienen hijos, están esperando el día que los chicos hayan crecido y se hayan ido, para tener paz y tranquilidad. Hay amas de casa que quieren trabajar afuera, y esposas que trabajan fuera que anhelan ser amas de casa de tiempo completo. Hay cristianos insatisfechos con el lugar donde viven, el empleo que tienen, el dinero que ganan, la casa en que viven. Lo ajeno siempre parece mejor. Algunas mujeres están descontentas de su esposo. Lloriquean y riñen porque no les presta bastante atención, no pasa suficiente tiempo con los niños, no se pone a hacer pequeños arreglos por la casa, se queda fuera de casa hasta muy tarde; o porque piensa más en su empleo, en su auto, en su afición, en la televisión o en los deportes que en su esposa. Algunos maridos están descontentos de su esposa. Le critican su estilo de vestir, el arreglo de pelo, su modo de cocinar, su forma de llevar la casa, o su manera de tratar a los niños. Les irrita que duerman hasta muy tarde, que pierdan mucho tiempo, o gasten mucho dinero. No importa lo mucho que ellas se esfuercen, nunca llegan a complacer a su marido.
     Algunas de estas cosas son importantes y es necesario que se aclaren. No estoy sugiriendo desoírlas por completo ni que suframos en silencio. Pero ese espíritu de descontento que nos causa desasosiego, que nos pone irritados, nos hace disputar, pelear y nos lleva a quejarnos, es un gran estorbo para la felicidad de las relaciones matrimoniales. Dios quiere que estemos contentos con lo que tenemos: “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Timoteo 6:6). Pablo pudo decir: “He aprendido a contentarme, cualquiera sea mi situación” (Filipenses 4:11). Cuando llegamos a reconocer que hay descontento en nosotros, y llegamos a admitir que es un pecado, acudamos en busca de la gracia de Dios para poderlo vencer, y hallaremos renovado gozo en nuestra vida.

     El descontento que embargaba a Raquel la llevó a repetir la treta de Sara. Ella entregó a Bilha, su sierva, a Jacob, para que así él pudiera tener un hijo con ella. Y lo hizo dos veces (Génesis 30:3-8). En aquel ambiente los hijos de esa unión irían a ser, técnicamente, hijos de Raquel. Pero obtenemos, a más de eso, otra vislumbre de la naturaleza egoísta de Raquel cuando nace el segundo hijo de Bilha: “Y dijo Raquel: Con luchas de Dios he contendido con mi hermana, y he vencido” (Génesis 30:8). Y llamó al niño Neftalí, que significa “lucha”. Se veía en competencia con su hermana por ganar el primer lugar en la estimación de Jacob.
     Poco después se pudo ver su descontento lleno de celos. El pequeño Rubén, primogénito de Lea, que vendría a tener unos cuatro años de edad, seguía a los segadores recogiendo mandrágoras, como cualquier otro muchachito de aquella época. Cuando regresó las trajo consigo y se las presentó a su madre. Raquel las vio y se antojó de ellas. Tal parece que ella siempre quería tener lo que alguna otra persona tenía. De manera que para esa noche negoció con Lea el afecto de Jacob, a cambio de unas cuantas mandrágoras (Génesis 30:14-15).
      Y se vuelve a presentar el mismo espíritu de descontento en su vida. Dios le dio al fin un hijo propio y uno esperaría que estuviese satisfecha. Pero ella lo llamó José, que significa “Él añade”. Y dijo: “Añádame Jehová otro hijo” (Génesis 30:24). ¡Más y más! Raquel nunca estuvo completamente contenta con lo que tenía.

     Pero esto todavía no era el fin. Dios le dijo a Jacob que había llegado el tiempo de dejar a su tío Labán y volver a su tierra a Canaán. Había prosperado hasta tal punto que ya Labán “no era para con él como había sido antes” (Génesis 32:2). De manera que Jacob tomó a sus mujeres, a sus hijos y sus pertenencias, y se escurrió mientras Labán estaba fuera trasquilando sus ovejas. Pero Raquel se llevó algo que no era de ninguno de ellos, se llevó los ídolos de su padre, los dioses domésticos llamados “terephim” (Génesis 31:19). El que poseyera esas imágenes era aceptado como el heredero principal de la familia, aún cuando éste fuese tan sólo un yerno. Y volvió a mostrarse la codicia de Raquel. Ella quería que fuera su esposo, más bien que sus hermanos, quien tuviera la participación mayor en la herencia de la misma. Cuando Labán finalmente los alcanzó y buscó sus “teraphim” entre las pertenencias de ellos, Raquel le mintió y lo engañó para que no los pudiera encontrar (Génesis 31:33-35). ¡Da la impresión de que esta linda Raquelita era una verdadera arpía!

     ¿Pero sabe usted una cosa? Con la excepción de la única vez que Jacob se enojó con ella por haberle echado la culpa de no tener ella hijos, no hay indicio alguno de que él llegara a amarla menos a causa de sus faltas. De hecho, consta que él mantuvo su afecto por Raquel hasta el mismo fin de la vida de ella. Por ejemplo, él la puso en la posición más protegida al final de la caravana, cuando iban al encuentro de Esaú y la vida de ellos estaba posiblemente en peligro (Génesis 32:2). Jacob estaba lejos de ser perfecto pero es un ejemplo para nosotros de cómo ha de tratar el esposo a su esposa cuando ella no es del todo lo que debería ser.

     Algunos esposos dicen: “Yo podría amar más si tan solo se portara dulcemente”. Un amor que tan solo funciona cuando ella se porta dulcemente, en realidad no es amor. Dios quiere que la esposa sienta el intenso amor que su esposo le tiene, aún cuando ella se porte en forma indigna (Efesios 5:25-26). La mayoría de nosotros tiene momentos así. Quizás los hombres deban hacerse periódicamente y, de modo especial, en medio de una desavenencia esta pregunta: “¿Está mi esposa en estos momentos consciente de mi amor? ¿Es mi amor lo que ella siente, o es enojo, hostilidad y rechazo?” Dios hizo que la esposa tuviera en todo momento la necesidad de descansar segura en el amor de su esposo. Eso habrá de depender mayormente de la actitud que su esposo proyecte en cosas tan menudas como la expresión de su rostro, o el tono de su voz especialmente cuando ella se muestre caprichosa y desagradable.

     Hemos visto el amor de Jacob como amor a primera vista y como amor sometido a gran tensión. Veámoslo, como amor que pasa por profunda tristeza. Dios le permitió a Raquel que viera cumplida su última petición, ella llegó a dar a luz otro hijo. Su parto fue difícil, y se hizo evidente que ella moriría en el alumbramiento. Cuando la partera le dijo que ella acababa de dar a luz un hijo, con su último aliento ella susurró su nombre, Benoni, que significa “Hijo de mi tristeza”. Jacob se lo cambió por Benjamín, “Hijo de mi mano derecha”. ¿Pero no es esto irónico? Un día, algunos años antes, ella gritó: “Dame hijos, o si no, me muero” (Génesis 30:1). Y ella murió dando a luz a su segundo hijo. El niño vivió. Pero ellos sepultaron a Raquel a la vera del camino de Belén a Jerusalén. Todavía hoy uno puede visitar su tumba, monumento permanente al desastre a que lleva el descontento.

     Jacob nunca olvidó a Raquel. A la edad de 147 años, estando en Egipto, llamó a sus hijos para bendecirlos y todavía estaba pensando en ella: “Cuando yo venía de Padan-aram, se me murió Raquel en la tierra de Canaán, en el camino, como media legua de tierra viniendo a Efrata, que el Belén” (Génesis 48:7). La amó toda la vida. Pero ¿de qué le sirvió eso a ella? No pudo disfrutar plenamente de su amor, ese descontento que la roía no le permitía disfrutar cosa alguna en su totalidad, e impedía que los demás disfrutaran de su compañía. Eso la dejaba aislada en un rígido mundo de soledad. Luego murió, dejando a Jacob para la hermana que ella tanto había envidiado en vida. Y hasta en su muerte se quedó sola. A solicitud del mismo Jacob, a él lo sepultaron junto a Lea en la cueva de Macpela, en Hebrón, al lado de Abrahám, de Sara, de Isaac y de Rebeca (Génesis 49:29-31; 50:13) al tanto que Raquel yacía sola.

     ¿No será que la soledad que sentimos en la vida, o los conflictos que tenemos en nuestras relaciones, son resultado de un espíritu de descontento que tenemos? Eso no cambiará mientras pensemos que es posible hallar satisfacción en las posesiones materiales, o mejorando alguna circunstancia. Lo de Raquel es una prueba de ello. La verdadera satisfacción sólo puede ser hallada en el Señor. El es el que satisface al alma sedienta, “Y llena de bien al alma hambrienta” (Salmo 107:9). Él nos ha dado instrucciones de estar contentos con lo que tenemos porque, al tanto que la circunstancias de la vida cambian a diario, Él no cambia, y está siempre con nosotros (Hebreos 13:5). A medida que el conocimiento que tenemos de Él va creciendo mediante el estudio de su Palabra y por los períodos de oración que pasamos en su presencia, iremos hallando una paz segura y un contentamiento creciente en nuestro interior. Entonces seremos capaces de recibir con gratitud lo que Él nos da y, a la vez, darle gracias por lo que él nos niega, estando confiados
En que sus caminos son perfectos. Así seremos capaces de cambiar lo que puede ser cambiado y aceptar al mismo tiempo, llenos de gozo, lo incambiable, estando seguros de que todo eso forma parte de su plan perfecto para llevarnos a la madurez en Cristo.

Ahora, conversemos

1.- Discutan, algunos de los valores de conocerse mucho y bien antes del matrimonio. ¿En qué forma pueden compensar eso quienes se casaron rápidamente?

2.- ¿Qué habría  podido hacer Raquel para vencer su descontento lleno de celos? ¿Qué habría podido hacer Jacob para ayudarla?

3.- ¿Qué cosas considera de máximo valor en su vida?

4.- Complete la oración siguiente como lo habría hecho antes de leer este capítulo: “Yo podría ser feliz si sólo…”

5.- Si agregase la mejor de alguna circunstancia o de alguna posesión material ¿cómo completaría esa misma oración para que esté más consecuente con los principios de la Palabra de Dios?

6.- ¿Qué características de su cónyuge le causan la mayor satisfacción? ¿Cuáles le molestan más? Si cree que habría que cambiar ciertas cosas, ¿qué es lo que debe hacer?

7.- ¿Siente celos de alguien? ¿Cómo querrá Dios que trate esos sentimientos?

8.- Para esposos: ¿Sentirá su esposa permanentemente el amor que le profesa? Lo sabrá si se lo pregunta. ¿Cómo podría demostrarle amor hasta en sus “malos momentos”?
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