jueves, 9 de agosto de 2012

¿QUÉ QUIERES DE MI, SEÑOR?



“¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”
(Miqueas 6:6-8)

Este pasaje es a mi parecer uno de los textos más hermosos de toda la Biblia. Tal vez forme parte de mis textos preferidos de la Escritura, sin embargo, creo recordar que, en los últimos 20 años, esta solo es la tercera vez que escribo sobre el mismo. 

Lo primero que viene a mi mente en esta oportunidad es el hecho de que nuestra relación con Dios despierta inquietudes, y tales inquietudes son como una especie de evidencia de que no nos estamos conformando con una simple religión.

El profeta parece cuestionar si aquello que hasta ahora ha formado parte de su cotidiano acercamiento a Dios continúa siendo apropiado para el momento presente, o si, al menos, tales elementos son el todo de su relación con el Dios Altísimo.

¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo?

            La primera  pregunta que se hace Miqueas es “con qué” se ha presentar ante el Señor para adorarle. Una convicción parece permanecer inamovible en su corazón en medio de sus inquietudes: él debe vivir para presentarse delante del Señor y adorar. Se pregunta cuál sea la forma y la manera más adecuada, se pregunta si serán suficientes las ordenanzas contenidas en las leyes relativas a las ofrendas, se pregunta si acaso no tendrá que ofrecer a Dios algo que sea tan caro y tan doloroso como el desprenderse de un hijo fruto de las propias entrañas; se pregunta sobre “la forma” pero el asunto de “fondo” lo tiene bien claro: el debe vivir para presentarse delante de Dios y adorar.


         En lo que a este aspecto se refiere no hay diferencia entre la vida del profeta Miqueas y nosotros, porque al igual que él, cada uno de nosotros hemos sido llamados para presentarnos continuamente delante de Dios y adorar.

¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año?

           Parece que Miqueas quiere resaltar si para presentarse delante del Señor se requiere de una “ofrenda excelente”. 

El holocausto era en cierta forma una de las más excelentes ofrendas que contemplaba la ley; ofrenda de olor grato (habían ofrendas que no eran de olor grato), en la que se ofrecía en el altar del Señor la totalidad de la victima, pero de forma seccionada y limpia, y se dejaba arder durante todo el día o toda la noche hasta que fuese consumido por el fuego completamente. Una victima escogida, sin defecto, derramaba su sangre, y luego su cuerpo era ofrecido al Señor íntegramente hasta que solo quedasen cenizas. Los sacerdotes tenían el derecho de comer de la carne de algunos tipos de ofrendas pero no de los holocaustos, estos eran exclusiva y especialmente para Dios.

            En nuestro tiempo hay también ofrendas excelentes para ofrecer a Dios. Piense por lo menos en “la alabanza”, la cual es un “sacrificio” excelente del nuevo pacto (Hebreos 13:15).

¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite?
             
            Luego Miqueas parece colocar el énfasis en la cantidad o en la magnitud de la ofrenda; la expresión “millares de carneros….diez mil arroyos de aceite” sin duda destacan este hecho. Aunque tales palabras podrían parecer una exageración, sin embargo, debemos recordar que en algunas celebraciones especiales tales números fueron reales, por ejemplo cuando se inauguró el templo en el reinado de Salomón se ofrecieron 22.000 Bueyes y 120.000 Ovejas (2 Crónicas 7:4-5).
           
Pero, ¿Es la cantidad de ofrendas, de votos, de sacrificios, de oraciones, lo que cuenta a la hora de acercarse a Dios? ¿Es la cantidad, el volumen de lo que usted y yo entregamos al Señor lo que nos asegura una mayor bendición?

¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?

          En la búsqueda de alternativas, Miqueas abandona el argumento de la excelencia, también el de la magnitud y la cantidad, y ahora considera, aunque solo sea de forma hipotética, el argumento del valor de un hijo como sacrificio ante Dios. Pero lo menciona en relación con el pecado, y ¡que gran contraste que nos presenta! Si ya de por sí, cuando comenzamos a considerar la grandeza y la majestad de Dios nos sentimos en deuda para con él, cuanto más aumenta en nosotros el sentido de indignidad y de tratar de alguna forma de compensar esa deuda cuando el pecado ha hecho mella en nuestra alma. Si Dios exigiera el pago de manos de las personas para saldar el pecado que pesa sobre sus almas, no habría don ni ofrecimiento que los hombres pudieran presentar ante él que compensara el ultraje que el pecado ha significado ante los ojos de aquel que es Santo y Verdadero. Allí está un hombre manchado por el pecado, hediondo a pecado, sucio delante del Señor, sucio de corazón y manos; ahora quiere, siente la necesidad de comunión con Dios, esa comunión que tantas veces despreció y rechazó, y se encuentra con que sus pecados le han separado de Dios a quien ahora su alma necesita, y por más que trata de ignorar sus pecados estos persisten allí en su interior y pesan, verdaderamente pesan sobre su conciencia y corazón, han marchitado su alma, han minado sus fuerzas, han ahogado su esperanza. Ha probado con el holocausto, pero como que no le hizo ningún bien a su condición; aumento la cantidad de sacrificios y ofrendas pero tampoco eso hizo ninguna diferencia en su condición espiritual y del corazón; ahora considera que debe desprenderse de algo que en verdad sea de gran valor para su alma, algo que le desgarre y le haga sufrir por sus pecados, algo que así le hiera de seguro ha de tener algún valor el perdón de sus pecados…piensa.

Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios

 Debemos alabar continuamente al Señor por no dejarnos a merced de nuestras intenciones e imaginaciones, especialmente en lo que se refiere a los asuntos de nuestra salvación y santificación personal. La lista de las cosas que las personas nos recomendarían hacer para ser salvos o ser santos sería, o bien, abrumadora y esclavizante; o bien, superflua, irracional y sin sentido; pero ninguna de ellas sería como la que Dios mismo nos ha dejado en su santa Palabra.  
           
            Dios, el señor, nos ha declarado lo que es bueno. Hay muchas voces en el mundo en que vivimos; hay muchos oráculos venerados en nuestra moderna sociedad; hay muchas promesas de felicidad y bienestar en las propuestas que salen de los labios de los que imponen la moda y marcan la pauta en nuestra generación, pero solo Dios ha declarado con verdad lo que es bueno para nuestras vidas.

  No solo ha declarado lo que es bueno, sino también lo que él pide de cada uno de nosotros. Dios ha hecho todo lo esencialmente necesario para que podamos tener una vida en comunión con él. Él ofreció el sacrificio excelente que nosotros no podíamos presentar: el Señor Jesucristo fue el cordero perfecto que fue inmolado para Dios a favor de los pecadores, ofrenda de olor grato al Padre que arde continuamente. Su sacrificio aunque único en el tiempo y en perfección y excelencia, fue infinitamente más eficaz que el sacrificio de millares de carneros, y su sangre vertida, más preciosa y aromática que diez mil arroyos de aceite. La ofrenda que de manos de cualquier hombre sería abominación: entregar a un hijo por la rebelión, y el fruto de las entrañas por el pecado del alma; realizada por el Padre Eterno, esa ofrenda vino a ser el más elevado y heróico acto de amor: la ofrenda del Primogénito de toda creación a manos del Padre, por la rebelión y el pecado de los hombres.
  Luego, puesto que Dios ha hecho todo, hay tan solo, algunas pocas, muy pocas cosas, que él pide de nosotros:

Solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios

       El mundo que nos rodea está lleno de injusticias, los sistemas que determinan el funcionamiento y la dinámica de nuestra sociedad toleran de muy buena gana distintos tipos de injusticias, pero a nosotros, Dios mismo nos pide que vivamos en justicia, conforme a la justicia, que dictaminemos y actuemos a razón de la justicia.

           Pero también en el mundo en que vivimos hay miles de personas para las que debemos mostrar misericordia, personas necesitadas, personas que nos necesitan, personas para las que una luz se va a encender, solamente, cuando vean el amor y la misericordia.

          Una tercera cosa pide el Señor de los suyos: que nos humillemos ante él. No sé como entendemos la mayoría de los creyentes esta petición del Señor, pero debemos tratar de aprender a depender del Señor antes que de los hombres; debemos dar la gloria a Dios antes que a los hombres; debemos colocar nuestras esperanzas en Dios antes que en los hombres; debemos aprender a reconocer en todo tiempo la autoridad y la soberanía de Dios sobre nuestras vidas; debemos aprender a rendir alabanza a Dios y darle gracias continuamente por todos los beneficios que nos concede.
           
          Creo que la palabra “humillación” y el acto de uno “humillarse” generalmente tiene una connotación negativa en nuestro modo de pensar. Pero el humillarse ante el Señor significa reconocer nuestra vulnerabilidad, debilidad, insuficiencia, pecaminosidad, mientras que al mismo tiempo reconocemos y aceptamos la suficiencia de Dios, su poder, su perdón y gracia restauradora, los beneficios de los méritos de su justicia. De la fuente inagotable del amor y el poder de Dios reciben sus bendiciones todo ser viviente, y todos aquellos que aprender a reconocer este hecho y se humillan bajo su poderosa mano, han de ser especialmente exaltados, y bendecidos en su diario vivir. Algunas traducciones se expresan de la siguiente manera: “Caminar humildemente delante de tu Señor”.

          La arrogancia, la prepotencia, la jactancia, el envanecimiento, la echonería, son actitudes que no sientan bien a los hijos de Dios. Vivamos con sencillez y humildad de corazón delante del Señor que en verdad ninguno de nosotros tiene razones para jactarse por las cosas que disfrutamos y hemos recibido en la vida. Hay un deleite y un gozo profundo que está reservado para todos aquellos que deciden “tirar la toalla y colgar los guantes” para comenzar a caminar humildemente delante del señor en cada área de su vida.

          Resumiendo: tres demandas nos hace el Señor. No nos presenta una lista de exigencias y obligaciones externas a cumplir, sino que, nos presenta tres desafíos relacionados con el corazón y el carácter:

  •      Que practiquemos la justicia en todos nuestros actos

  •      Que manifestemos amor, ternura y misericordia para con los necesitados

  •      Que nos conduzcamos con humildad ante él

            He allí lo pide el Señor de cada uno de nosotros; algo bueno y que nos puede ayudar a vivir enfocados en lo que es su voluntad para nuestras vidas. 

              Que la bendición del Señor sea contigo...Antonio Vicuña.

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3 comentarios:

  1. Una predica hermosa, pastor. De una gran bendición para mi vida y lo he compartido con una amiga con quien estábamos hablando de este mismo tema. Gracias por la Palabra que nos brinda, tan sazonada y bendita.
    Un saludo cordial.
    Mirtha

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  2. Dios es bueno, misericordioso y fiel; me alegra saber que algo de lo que el Señor me permite compartir es de ayuda y estímulo para la fe. Aprecio tus palabras Mirtha...

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  3. Hermosa palabra que taladraba mi mente después de leerlo me presentare con un corazón contrito y humillado tal vez gracias porque atravez de esta lectura me permite entender lo que el Señor quiere de nosotros

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