“¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me
presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año? ¿Se agradará Jehová
de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito
por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh hombre,
él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer
justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”
(Miqueas 6:6-8)
Este
pasaje es a mi parecer uno de los textos más hermosos de toda la Biblia. Tal vez forme parte de
mis textos preferidos de la
Escritura, sin embargo, creo recordar que, en los últimos 20
años, esta solo es la tercera vez que escribo sobre el mismo.
Lo
primero que viene a mi mente en esta oportunidad es el hecho de que nuestra
relación con Dios despierta inquietudes, y tales inquietudes son como una
especie de evidencia de que no nos estamos conformando con una simple religión.
El profeta
parece cuestionar si aquello que hasta ahora ha formado parte de su cotidiano
acercamiento a Dios continúa siendo apropiado para el momento presente, o si, al
menos, tales elementos son el todo de su relación con el Dios Altísimo.
¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo?
La
primera pregunta que se hace Miqueas es
“con qué” se ha presentar ante el Señor para adorarle. Una convicción parece
permanecer inamovible en su corazón en medio de sus inquietudes: él debe vivir
para presentarse delante del Señor y adorar. Se pregunta cuál sea la forma y la
manera más adecuada, se pregunta si serán suficientes las ordenanzas contenidas
en las leyes relativas a las ofrendas, se pregunta si acaso no tendrá que
ofrecer a Dios algo que sea tan caro y tan doloroso como el desprenderse de un
hijo fruto de las propias entrañas; se pregunta sobre “la forma” pero el asunto
de “fondo” lo tiene bien claro: el debe vivir para presentarse delante de Dios
y adorar.
En
lo que a este aspecto se refiere no hay diferencia entre la vida del profeta
Miqueas y nosotros, porque al igual que él, cada uno de nosotros hemos sido
llamados para presentarnos continuamente delante de Dios y adorar.
¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año?
Parece
que Miqueas quiere resaltar si para presentarse delante del Señor se requiere
de una “ofrenda excelente”.
El holocausto
era en cierta forma una de las más excelentes ofrendas que contemplaba la ley;
ofrenda de olor grato (habían ofrendas que no eran de olor grato), en la que se
ofrecía en el altar del Señor la totalidad de la victima, pero de forma
seccionada y limpia, y se dejaba arder durante todo el día o toda la noche
hasta que fuese consumido por el fuego completamente. Una
victima escogida, sin defecto, derramaba su sangre, y luego su cuerpo era
ofrecido al Señor íntegramente hasta que solo quedasen cenizas. Los sacerdotes
tenían el derecho de comer de la carne de algunos tipos de ofrendas pero no de los
holocaustos, estos eran exclusiva y especialmente para Dios.
En
nuestro tiempo hay también ofrendas excelentes para ofrecer a Dios. Piense por
lo menos en “la alabanza”, la cual es un “sacrificio” excelente del nuevo pacto
(Hebreos 13:15).
¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de
aceite?
Luego
Miqueas parece colocar el énfasis en la cantidad o en la magnitud de la
ofrenda; la expresión “millares de carneros….diez mil arroyos de aceite” sin
duda destacan este hecho. Aunque tales palabras podrían parecer una
exageración, sin embargo, debemos recordar que en algunas celebraciones
especiales tales números fueron reales, por ejemplo cuando se inauguró el
templo en el reinado de Salomón se ofrecieron 22.000 Bueyes y 120.000 Ovejas (2
Crónicas 7:4-5).
Pero, ¿Es la
cantidad de ofrendas, de votos, de sacrificios, de oraciones, lo que cuenta a
la hora de acercarse a Dios? ¿Es la cantidad, el volumen de lo que usted y yo
entregamos al Señor lo que nos asegura una mayor bendición?
¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el
pecado de mi alma?
En
la búsqueda de alternativas, Miqueas abandona el argumento de la excelencia,
también el de la magnitud y la cantidad, y ahora considera, aunque solo sea de
forma hipotética, el argumento del valor de un hijo como sacrificio ante Dios.
Pero lo menciona en relación con el pecado, y ¡que gran contraste que nos
presenta! Si ya de por sí, cuando comenzamos a considerar la grandeza y la
majestad de Dios nos sentimos en deuda para con él, cuanto más aumenta en
nosotros el sentido de indignidad y de tratar de alguna forma de compensar esa
deuda cuando el pecado ha hecho mella en nuestra alma. Si Dios exigiera el pago
de manos de las personas para saldar el pecado que pesa sobre sus almas, no
habría don ni ofrecimiento que los hombres pudieran presentar ante él que
compensara el ultraje que el pecado ha significado ante los ojos de aquel que
es Santo y Verdadero. Allí está un hombre manchado por el pecado, hediondo a
pecado, sucio delante del Señor, sucio de corazón y manos; ahora quiere, siente
la necesidad de comunión con Dios, esa comunión que tantas veces despreció y
rechazó, y se encuentra con que sus pecados le han separado de Dios a quien
ahora su alma necesita, y por más que trata de ignorar sus pecados estos
persisten allí en su interior y pesan, verdaderamente pesan sobre su conciencia
y corazón, han marchitado su alma, han minado sus fuerzas, han ahogado su
esperanza. Ha probado con el holocausto, pero como que no le hizo ningún bien a
su condición; aumento la cantidad de sacrificios y ofrendas pero tampoco eso
hizo ninguna diferencia en su condición espiritual y del corazón; ahora
considera que debe desprenderse de algo que en verdad sea de gran valor para su
alma, algo que le desgarre y le haga sufrir por sus pecados, algo que así le
hiera de seguro ha de tener algún valor el perdón de sus pecados…piensa.
Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti:
solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios
Debemos
alabar continuamente al Señor por no dejarnos a merced de nuestras intenciones
e imaginaciones, especialmente en lo que se refiere a los asuntos de nuestra
salvación y santificación personal. La lista de
las cosas que las personas nos recomendarían hacer para ser salvos o ser santos
sería, o bien, abrumadora y esclavizante; o bien, superflua, irracional y sin
sentido; pero ninguna de ellas sería como la que Dios mismo nos ha dejado en su
santa Palabra.
Dios,
el señor, nos ha declarado lo que es bueno. Hay muchas voces en el mundo en que
vivimos; hay muchos oráculos venerados en nuestra moderna sociedad; hay muchas
promesas de felicidad y bienestar en las propuestas que salen de los labios de
los que imponen la moda y marcan la pauta en nuestra generación, pero solo Dios
ha declarado con verdad lo que es bueno para nuestras vidas.
No
solo ha declarado lo que es bueno, sino también lo que él pide de cada uno de
nosotros. Dios
ha hecho todo lo esencialmente necesario para que podamos tener una vida en
comunión con él. Él ofreció el
sacrificio excelente que nosotros no podíamos presentar: el Señor Jesucristo
fue el cordero perfecto que fue inmolado para Dios a favor de los pecadores,
ofrenda de olor grato al Padre que arde continuamente. Su sacrificio
aunque único en el tiempo y en perfección y excelencia, fue infinitamente más
eficaz que el sacrificio de millares de carneros, y su sangre vertida, más
preciosa y aromática que diez mil arroyos de aceite. La ofrenda que
de manos de cualquier hombre sería abominación: entregar a un hijo por la
rebelión, y el fruto de las entrañas por el pecado del alma; realizada por el
Padre Eterno, esa ofrenda vino a ser el más elevado y heróico acto de amor: la
ofrenda del Primogénito de toda creación a manos del Padre, por la rebelión y
el pecado de los hombres.
Luego, puesto
que Dios ha hecho todo, hay tan solo, algunas pocas, muy pocas cosas, que él
pide de nosotros:
Solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu
Dios
El
mundo que nos rodea está lleno de injusticias, los sistemas que determinan el
funcionamiento y la dinámica de nuestra sociedad toleran de muy buena gana
distintos tipos de injusticias, pero a nosotros, Dios mismo nos pide que
vivamos en justicia, conforme a la justicia, que dictaminemos y actuemos a
razón de la justicia.
Pero
también en el mundo en que vivimos hay miles de personas para las que debemos
mostrar misericordia, personas necesitadas, personas que nos necesitan,
personas para las que una luz se va a encender, solamente, cuando vean el amor
y la misericordia.
Una
tercera cosa pide el Señor de los suyos: que nos humillemos ante él. No sé como
entendemos la mayoría de los creyentes esta petición del Señor, pero debemos
tratar de aprender a depender del Señor antes que de los hombres; debemos dar
la gloria a Dios antes que a los hombres; debemos colocar nuestras esperanzas
en Dios antes que en los hombres; debemos aprender a reconocer en todo tiempo
la autoridad y la soberanía de Dios sobre nuestras vidas; debemos aprender a rendir
alabanza a Dios y darle gracias continuamente por todos los beneficios que nos
concede.
Creo que la
palabra “humillación” y el acto de uno “humillarse” generalmente tiene una
connotación negativa en nuestro modo de pensar. Pero el humillarse ante el
Señor significa reconocer nuestra vulnerabilidad, debilidad, insuficiencia,
pecaminosidad, mientras que al mismo tiempo reconocemos y aceptamos la
suficiencia de Dios, su poder, su perdón y gracia restauradora, los beneficios
de los méritos de su justicia. De la fuente inagotable del amor y el poder de
Dios reciben sus bendiciones todo ser viviente, y todos aquellos que aprender a
reconocer este hecho y se humillan bajo su poderosa mano, han de ser
especialmente exaltados, y bendecidos en su diario vivir. Algunas
traducciones se expresan de la siguiente manera: “Caminar humildemente delante de tu Señor”.
La
arrogancia, la prepotencia, la jactancia, el envanecimiento, la echonería, son
actitudes que no sientan bien a los hijos de Dios. Vivamos con sencillez y
humildad de corazón delante del Señor que en verdad ninguno de nosotros tiene
razones para jactarse por las cosas que disfrutamos y hemos recibido en la
vida. Hay un deleite y un gozo profundo que está reservado para todos aquellos
que deciden “tirar la toalla y colgar los guantes” para comenzar a caminar
humildemente delante del señor en cada área de su vida.
Resumiendo: tres demandas nos hace el Señor.
No nos presenta una lista de exigencias y obligaciones externas a cumplir, sino
que, nos presenta tres desafíos relacionados con el corazón y el carácter:
- Que practiquemos la justicia en todos nuestros actos
- Que manifestemos amor, ternura y misericordia para con los necesitados
- Que nos conduzcamos con humildad ante él
He allí lo pide el Señor de cada uno de nosotros; algo bueno y que nos puede ayudar a vivir enfocados en lo que es su voluntad para nuestras vidas.
Que la bendición del Señor sea contigo...Antonio Vicuña.
Una predica hermosa, pastor. De una gran bendición para mi vida y lo he compartido con una amiga con quien estábamos hablando de este mismo tema. Gracias por la Palabra que nos brinda, tan sazonada y bendita.
ResponderEliminarUn saludo cordial.
Mirtha
Dios es bueno, misericordioso y fiel; me alegra saber que algo de lo que el Señor me permite compartir es de ayuda y estímulo para la fe. Aprecio tus palabras Mirtha...
ResponderEliminarHermosa palabra que taladraba mi mente después de leerlo me presentare con un corazón contrito y humillado tal vez gracias porque atravez de esta lectura me permite entender lo que el Señor quiere de nosotros
ResponderEliminar