domingo, 4 de diciembre de 2011

SACUDIDOS POR DIOS


     En los últimos años han sido muchas las noticias relacionadas con terremotos y maremotos en diversas partes del planeta. Tal ha sido el incremento de estos acontecimientos que no se puede evadir el pensamiento de que están sucediendo cosas que en años anteriores muy esporádicamente se veían. Solo los obstinadamente escépticos se esconden tras la afirmación de que estas cosas siempre han sucedido, lo cuál es solo mitad verdad, porque la verdad completa es que, si bien estas cosas han sucedido desde que el hombre tiene memoria y registro, sin embargo, nuestro siglo está siendo testigo de un cúmulo de significativos cambios, entre ellos el aumento en número y frecuencia de los terremotos y maremotos. Sin embargo aunque ese es un tema merece la pena ser estudiado y compartido, no es el que nos ha de ocupar en esta oportunidad, al menos no en ese sentido. El profeta Joel declaró en un punto de su mensaje profético:

Temblarán los cielos y la tierra, pero Jehová será la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel
(Joel 3:16)

     En otras palabras, Joel nos dice que todo, absolutamente todo, será sacudido por entero, tanto en el cielo como en la tierra. Por cierto, su declaración creo en lo personal que debe entenderse de forma literal. Pero hoy no nos referiremos a estas palabras en ese sentido, sino en un sentido figurado y a cómo estas palabras pueden aplicarse a nosotros.

     La vida y las circunstancias que la definen y caracterizan no es estática. Todo aquello que en un momento dado nos parece seguro y estable, en otro momento viene a ser sacudido y estremecido. Muchas de las cosas que ayer parecía que perdurarían en el tiempo, hoy ya no están entre nosotros, dejaron de ser. Por mucho que nos esforcemos no podemos retener la estabilidad de nuestra vida y las circunstancias en que vivimos. Se cumple, inexorablemente, la eterna verdad de aquel texto bíblico en todos:

Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre
(Isaías 40:8)

     Se demuestra continuamente delante de nuestros ojos que solo Dios y su palabra son eternos e inconmovibles. Creo que nunca podremos comprender por qué razones Dios, que es eterno y habita la eternidad, decidió crear en el tiempo, crear lo que es susceptible de envejecer y deteriorarse en el tiempo, lo que no puede de modo alguno sostenerse lozano en el paso de los siglos, sino que, pasado su óptimo momento, comienza a marchitarse hasta dejar de ser. Lo que sí sabemos es que a Dios le ha placido colocar eternidad en el corazón del hombre (Eclesiastés 3:11) aunque este no logre comprender todo lo que ello implica. Y por este altísimo y divino propósito (la presencia de la eternidad en nuestro ser) podemos comprender la necesidad de que nuestras vidas sean perfeccionadas y reorientadas de acuerdo con los propósitos de Dios. Dicho de otra forma: nuestra vida tiene que ser sacudida por Dios para que sus gloriosos  propósitos puedan tener cumplimiento cabal en nosotros. No se sorprenda usted de que le diga en esta hora que nuestras vidas deben ser sacudidas. Por favor, notemos cómo el establecimiento y cumplimiento de los propósitos de Dios es expresado en tales términos en el Antiguo Testamento:

Porque así dice Jehová de los ejércitos: De aquí a poco yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho Jehová de los ejércitos
(Hageo 2:6-7)

     En el Nuevo Testamento se dice de forma similar:

La voz del cual conmovió entonces la tierra, pero ahora ha prometido, diciendo: Aún una vez, y conmoveré no solamente la tierra, sino también el cielo. Y esta frase… indica la remoción de las cosas movibles, como cosas hechas, para que queden las inconmovibles
(Hebreos 12:26-27)

     Y agrega que esto será así para que nosotros recibamos y participemos de un reino inconmovible, en el cual sirvamos a Dios con gratitud.

     Quiero decir sin embargo que, aunque digo que nuestras vidas necesitan ser sacudidas, entiendo que estas cosas son más fáciles de decir que de vivir. No me olvido que hay situaciones que llegan a nuestras vidas las cuales son muy difíciles de sobrellevar; son esas situaciones en las que nos sentimos inseguros, vulnerables, angustiados, desalentados, deprimidos, desesperanzados, sin fuerzas ni recursos para enfrentar los desafíos que nos son presentados.

  •      Es lo que vive el padre al ver cómo sus hijos destruyen o mal conducen sus vidas sin que él pueda evitarlo.
  •      Es lo que siente la esposa al ver que su relación matrimonial se deteriora cada vez más y a su esposo parece no importarle.
  •      Es lo que vive aquel que acudiendo ante el médico, encuentra que este nada puede hacer por su salud.
  •      Es lo que vive aquel que de forma inesperada o inevitable pierde su empleo y fuente económica de su sustento.
  •      Es lo que viven muchos hijos cuando sus padres deciden divorciarse.
  •      Es lo que vive el joven, o aquel que ya no es tan joven, y no logra encontrar la manera de abrirse camino en la vida.
  •      Es lo que deja la muerte sorpresiva de un ser querido en aquellos que la sufren.

     En fin, son tantas las maneras y cosas que pueden sacudir nuestra vida, sacudir nuestra seguridad y tranquilidad. Y no tienen que tratarse de situaciones que nos llevan al límite de nuestras fuerzas y temple emocional; muchas son pequeñas cosas, pequeñas pérdidas, pequeñas contrariedades, pequeños temblores y sacudidas que actúan como recordatorios y advertencias para nosotros de que debemos buscar el reino de Dios y su justicia en nuestra vida diaria.

     Dios no es “un cero a la izquierda” en todas esas situaciones que vienen a remover la tranquilidad de nuestro vivir. Y si bien es cierto que él no desea que pasemos por muchas de esas aflicciones y sufrimientos (“No quiero la muerte del que muere, dice el Señor, convertíos, pues, y viviréis” Ezequiel 18:32), sin embargo las permite, y lo hace por propósitos definidos en nuestras vidas.

     Una de las más excelentes escuelas de formación espiritual en la vida cristiana es la escuela de la adversidad. Mientras más problemas, dificultades y sufrimientos vienen a su vida, más oportunidades tiene usted de ver la gloria de Dios obrando a su favor. Mientras más necesidades tiene usted, más oportunidades tiene también para ver la suficiencia y el fiel cuidado del Señor. Mientras más amenazas se ciernen sobre su vida, más evidente se habrá de hacer que el poder de Dios es una gloriosa realidad que obra a su favor al librarle y darle la victoria sobre sus enemigos. Así que, no desestime ni desaproveche los problemas y sacudidas que mueven el piso de su vida, porque, de una forma o de otra, la mano de Dios está detrás de todo ello, y en verdad todo obra para su bien (Romanos 8:28).

     Si el cumplimiento de los propósitos escatológicos de Dios requiere que el cielo y la tierra tiemblen para que así las cosas temporales sean removidas para dar paso a las eternas e inconmovibles, también es necesario, seguramente, que las cosas que tienen que ver con nuestra propia vida sean sacudidas; para que  también así todo lo que no es de Dios quede expuesto, sea manifiesto, y caiga;  para que entonces pueda ser edificada la obra permanente de Dios en nosotros.

     Es necesario que el Señor haga que las vidas de sus hijos sean sacudidas de tiempo en tiempo…

     Para que no tengamos otra confianza que no sea el Señor: Saúl después de haber caminado un tiempo con el Señor, terminó buscando la voz de una adivina en medio de los problemas que se le presentaron debido a que Dios no le respondía (1 Sam.28). Sin embargo Job, actuó de forma totalmente diferente estando en una situación quizá más desesperada y dramática que Saúl. (Job.19:25-27).

     Para que nuestra alma haga del Señor su constante y segura esperanza: A veces vivimos solamente de vanas esperanzas, esperanzas que si bien no defraudan, tampoco hacen una gran diferencia en nuestras vidas cuando se hacen realidad. Pero las esperanzas puestas en Dios son de aquellas que causan una profunda impresión en nuestras vidas, aunque se manifiesten en las más sencillas cosas, y, una bendición adicional que conllevan es que jamás avergüenzan, porque en su cumplimiento está presente el obrar de Dios. En tiempos de dificultad y de aflicción se nos presenta la preciosa oportunidad de hacer del Señor nuestra gran esperanza, él es el Dios de esperanza, y es su deseo que vivamos con esperanza:

“Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”
(Romanos 15:13)

     Para que nuestra fe se aquilate en medio de las pruebas: Una pregunta debemos hacernos en este punto: ¿De cuántos quilates es nuestra fe?, ¿ha sido refinada lo suficiente?, o ¿acaso está aún llena de impurezas y escorias?

     El apóstol Pedro dijo que a veces es necesario que por algún tiempo los creyentes sean afligidos en diversas pruebas. El dijo (Versión: Dios Habla Hoy):

La fe de ustedes es como el oro: su calidad debe ser probada por medio del fuego. La fe que resiste la prueba vale mucho más que el oro, el cual se puede destruir. De manera que la fe de ustedes, al ser así probada, merecerá aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo aparezca
(1 Pedro 1:7-9)

     Yo quiero insistir en que esto se lee muy bonito y suena agradable, pero en la práctica es una experiencia dolorosa, difícil y exigente. Que nuestras vidas sean refinadas como el oro jamás será una experiencia placentera; que las escorias sean arrancadas de nuestras vidas requiere el trato de Dios sobre nuestro carácter de forma profunda y determinante; que la fe que profesamos deje de ser una fe de hojalata para ser más valiosa que el oro, es algo que nos ha de costar la inversión de toda la vida y de todos nuestros intereses y afectos, es algo que se vende a muy caro precio, si bien está al alcance de todos los interesados.
  
     Finalmente, le invito a leer con nuevos ojos el texto donde comenzamos la meditación de este día:

    Temblarán los cielos y la tierra, pero Jehová será la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel
(Joel 3:16)

     Sin importar lo que los días por venir nos puedan deparar, decidamos hacer del Señor nuestra esperanza y la fuente de nuestra fortaleza, que si así lo hacemos no quedaremos defraudados ni tampoco nos faltará la gracia necesaria para salir adelante en los problemas y reveses que se nos presenten en la vida. Recordemos aquel que dijo:

Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto no temeremos, aunque la tierra sea removida, y se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus aguas, y tiemblen los montes a causa de su braveza…Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob
(Salmo 46:1-3,11)

     En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.


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1 comentario:

  1. Gracias Pastor, por tan hermoso mensaje de esperanza. Me hizo recordar I Ts. 5:16-18 cuando el apóstol nos aconseja "Estad siempre gozosos, orad sin cesar, dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con nosotros, en Cristo Jesús".
    Hace muchos años, en mi iglesia cantábamos esos versículos y era de mucha bendición.
    Un fuerte abrazo
    Mirtha Aguiar
    Miami,FL, USA

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