viernes, 18 de marzo de 2011

LA ELECCIÓN DIARIA

   
            Nuestra relación con Dios, desde el punto de vista humano,  está determinada por las elecciones de nuestra voluntad, aunque reconocemos que desde el punto de vista divino, según se muestra en las Escrituras, es la elección de Dios la que priva y determina sobre la elección que los hombres hacen. Los teólogos se refieren a ese aspecto de la fe como “la elección divina”: Dios escogió (predestinó) para salvación; Dios guardará y preservará a los escogidos; Dios es el autor de la salvación y a Él se dará toda la gloria  por ello.
En esta oportunidad nos ocuparemos, no de la elección divina, sino, de la elección que nosotros como cristianos estamos llamados a tomar cada día.

Nuestra relación con Dios no es estática

Así como toda relación humana se enriquece o empobrece, se afirma o deteriora, se fortalece o debilita, se sostiene o termina, así, la relación del creyente con Dios, es susceptible de experimentar variados matices y estados, unos mejores, otros peores, unos ascendentes, otros descendentes, y, en todo ello, aunque hemos de decir que la voluntad de Dios, su elección y disposición para con nosotros es inalterable, sin embargo, a menudo no se puede decir lo mismo de nosotros, quienes hoy queremos algo y mañana lo aborrecemos; en un instante decidimos algo para luego arrepentimos de ello; hoy nos sentimos fuertes, mañana nos sentimos débiles; hoy creemos entender, mañana decimos no comprender; hoy nos sentimos tocados por Dios, mañana nos sentimos fríos e insensibles.  Pero no es así Dios, quien es inalterable, inmutable, y no cambia ni varía en aspecto alguno; Él es el mismo ayer, hoy y por lo siglos. Por lo que si nuestra relación con Dios experimenta fluctuaciones y altibajos, de seguro, la causa de ello tiene que ver con nosotros, y no con Dios.

            Es cierto que sólo por medio de una decisión y elección voluntaria llegamos a relacionarnos con Dios, por medio de la fe basada en el conocimiento del Salvador Jesucristo; pero también es cierto que la vida cristiana no está determinada por esa sola decisión, sino que, al contrario, la vida cristiana está formada por innumerables  elecciones que hemos de tomar en nuestro caminar diario hasta que lleguemos a la presencia de Aquel que nos llamó.

La relación con Dios, si es verdadera, no es estática, rígida, muerta; es decir, no es una relación carente de influencia y relevancia para la vida diaria. ¿Cuántas personas dicen ser Cristianos, Luteranos, Evangélicos, Católicos, etc, y, sin embargo, eso no significa nada en su vida diaria? Siempre que la relación con Dios sea verdadera y correcta, esta ha de experimentarse como una relación dinámica, que demanda de forma constante  un nuevo y más profundo acercamiento y, quizá lo más importante: se traduce invariablemente en una influencia poderosa y determinante en la vida diaria de quien la cultiva.

¡¡Si la relación que sostenemos con Dios ejerce poca influencia en nuestra vida, es muy probable que ello se deba a las elecciones que estamos tomando en el día a día!!
            
           Diariamente, desde que abrimos nuestros ojos a la luz del nuevo día, comenzamos a debatirnos entre variadas y diferentes opciones. Algunas rutinarias y sin mayor trascendencia: la ropa que vestiremos, el desayuno que gustaremos, el camino que tomaremos para llegar hacia donde vamos, etc. Y aunque podría ser que para algunos, (o quizá muchos), su vida transcurra con un sentido de rutina, donde todo está previsto y establecido, sin embargo, no puede ser esa la vida normal del creyente, quien está llamado a participar de la comunión con Dios, en una relación sin igual donde cosas que ojo no vio, ni oído escuchó, están preparadas, es decir, dispuestas, para los que le aman. Naciones enteras han sido sacudidas por la influencia de un humilde cristiano que ha decidido en su día a día honrar a Dios y ser usado por Él. Así pues, diariamente, debemos elegir entre:
  
1.- La fe o la incredulidad.

            Diariamente recibimos dos invitaciones: una para vivir confiando en Dios, depositando nuestra fe en Él, y otra, para dejar de creer y abrazar la incredulidad. El salmista dijo: “Hubiera yo desmayado sino creyese...” (Salmo 27:13)

El mundo quiere infundir temor en nosotros, pero Dios desea que confiemos.
El diablo quiere que nos se afanemos y angustiemos, pero Dios quiere que confiemos y perseveremos en su presencia.
El consejero incrédulo nos invita a pensar como él, pero Dios espera que juzguemos todo de acuerdo con Él y su palabra.

¿La actitud del hombre que cree y rechaza la incredulidad? La Escritura abunda en ejemplos:

Aunque mi padre y mi madre me dejaren con todo Jehová me recogerá” (Sal.27:10)
Aunque afligido yo y necesitado Jehová pensará en mí” (Sal.40:17)
Los que buscan al Señor no tendrán falta de ningún bien” (Sal.34:10)
No he visto justo desamparado...”(Sal.37:25)
El Señor es mi luz y mi salvación” (Sal.27:1)
En el día que temo en ti confío” (Sal.56:3)
Es mejor confiar en el Señor que confiar en los príncipes” (Sal.118:9)
Yo se en quién he creído” (2 Tim.1:12)

Pero, ¡cuántos creyentes dudan por incredulidad! (Rom.4:20) No pueden creer que su problema puede ser solucionado por Dios; no pueden creer que la oración eficaz del justo puede mucho; no pueden creer que Dios tiene todo en sus manos; no pueden creer que a los que aman a Dios todo les ayuda a bien; no pueden creer que para Dios todo es posible: cambiar un corazón, romper una adicción, restaurar una relación, proveer un trabajo, abrir una posibilidad insospechada, impartir reposo y paz en medio de la tragedia. Pablo oraba para que los creyentes conociesen la supereminente grandeza del poder de Dios para con los que creen. Es tiempo de vivir en el día a día creyendo de verdad en la segura y fiel palabra de Dios.

2.- La obediencia o la desobediencia (¿Abraham o Jonás?)

            Unida a la fe está la obediencia, y aunque un creyente puede tener fe en Dios y no obstante desobedecerle (Jonás), si deseamos disfrutar del reposo y seguridad que Dios promete a quienes se relacionan con Él, entonces debemos tomar la elección de la obediencia en el día a día (Abraham).

            Pareciera que es más fácil tener fe que obedecer. Quizá porque la fe nos es otorgada por la gracia de Dios, a diferencia de la obediencia, que está relacionada con nuestra disposición a rendir la voluntad y permitir que Dios transforme el carácter. Muchos dicen tener fe en Dios, pero no le obedecen como es debido.

            Me temo que hay muchos “Jonaces y Jonazinas” en la cristiandad de hoy; creyentes que, aunque se reconocen como hijos de Dios y redimidos por la sangre de Cristo, sin embargo, eligen desobedecerle en las cosas prácticas del día a día. Es preciso que en las cosas grandes y en las pequeñas, en las fáciles y en las difíciles, en las seguras y en las peligrosas, en todas las cosas de las que participemos, hagamos de la obediencia a Dios nuestra elección, e imitemos así a aquellos discípulos que dijeron: “es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

El mundo nos dice: ¿para qué vives con esos principios?, y el creyente dice: porque son los principios de Dios.
El mundo nos dice: ¡una canita al aire! ¿A quien importa?, y el creyente dice: aunque a nadie le importase, a mi Dios y Señor le importa.
El mundo nos dice: ¡pareces tonto, todos lo hacen!, y el creyente dice: si Dios me ha amado de forma tan extraordinaria, cómo voy a pecar contra él de esa forma.
El mundo nos dice: ¡Dios va a entender que no tenías opción!, y el creyente dice: para los que esperan en el Señor siempre hay otra posibilidad que honre a Dios antes que pecar.

Si hay un momento en que somos puestos a prueba en cuanto a cuál ha de ser nuestra elección como creyentes, es cuando somos tentados de alguna forma. Ante la tentación (cualquiera sea su naturaleza) el creyente no tiene más que dos opciones: mantenerse fiel obedeciendo a Dios, o ceder ante la tentación y ser infiel para con su Señor.  Por cierto, ¿Cuándo fue la última vez que usted fue tentado? ¿Es usted consciente de que con frecuencia somos tentados (de una forma u otra, en un área u otra, abiertamente o sutilmente)?

 El creyente que elige obedecer, sabe que por ser fiel a Dios en lo poco, es decir en las pequeñas y triviales cosas de esta vida, habrá de ser recompensado en aquel día cuando esté en la presencia de su Señor. Sabe que aunque deje de lado ofrecimientos humanamente codiciables, sin embargo, recibirá mucho más de manos de su Señor (Lucas 18:29-30). En la elección diaria se decide todo asunto; la pregunta para ti es: ¿Serás un segundo Jonás o serás un segundo Abraham?

3.- La espiritualidad o la sensualidad. (¿Israel o Jacob?)

            Ahora bien, usted es una persona de fe, y decide obedecer a Dios en todas las áreas en su vida diaria; pero eso sólo es posible si usted se apoya en el poder del Espíritu Santo de Dios. No es un asunto de cuánta es su fuerza de voluntad, tampoco de cuán inteligente o sagaz es usted, ni siquiera de cuán bueno es su carácter; es un asunto de poder espiritual, es un asunto de ser habilitado (capacitado, lleno, ser hecho competente) por el Espíritu de Dios.

La Biblia dice que "Los que viven según la carne no pueden agradar a Dios" (Rom.8:8). Es imposible agradar a Dios con los recursos de la carne. No se puede obedecer a Dios con las fuerzas de la naturaleza humana sin la ayuda sobrenatural del Espíritu Santo. No se puede honrar la palabra de Dios con la sola fuerza de voluntad. No es posible conocer la voluntad de Dios a menos que rindamos primero nuestra voluntad ante Él. No es posible ser llenos de la presencia de Dios sin renunciar primero a ser llenos de nosotros mismos. No es posible depender del Espíritu Santo y de nuestras emociones al mismo tiempo.

Escuchamos a menudo ¡haz lo que te diga el corazón! Pero eso es un consejo peligroso, hay que obedecer la palabra de Dios. El corazón es engañoso.

El cristiano carnal es sensual por cuanto se mueve por emociones y por lo que siente, por lo que le dan ganas de hacer o no hacer, mientras que el cristiano espiritual, es espiritual por el hecho de que se conduce por los principios que le dicta la palabra de Dios y actúa bajo esos principios con la ayuda y poder del Espíritu Santo de Dios. 

Es mejor obedecer la palabra de Dios antes que el consejo del amigo; es mejor obedecer la palabra de Dios antes que la intuición o el pensamiento que nos emociona; es mejor obedecer a la segura y siempre firme palabra de Dios antes que a nuestros inestables deseos.

¿Sabe cuántas infidelidades y adulterios han tenido lugar por obedecer al corazón?

¿Sabe cuántos jóvenes cristianos han fracasado en la elección de su pareja por despreciar el consejo de la palabra de Dios y seguir a sus desbocados deseos?

¿Sabe cuantos matrimonios se derrumban por atender "cosas más importantes" que las necesidades espirituales?

¿Sabe cuántas palabras que nunca debieron ser pronunciadas se expresaron al dejarse llevar por emociones fuera de control?

¿Sabe cuántas veces los creyentes hemos faltado a nuestras obligaciones de fe porque no sentíamos deseos de hacer lo que debíamos?

Me temo que muchísimas veces tomamos la elección equivocada: la elección de la sensualidad, de la carnalidad, de la opinión humana, de la manera como a nosotros nos parece, cuando deberíamos tomar la elección de la espiritualidad: la elección de la dependencia del Espíritu Santo, la elección de la negación propia, la elección que honra la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas, para que así se manifieste la vida de Cristo en nosotros.

            ¿Queremos vivir vidas plenas y llenas del Espíritu Santo de Dios? recordemos entonces que ese tipo de vida requiere que nos desentendamos de lo carnal y pecaminoso, pero también que decidamos vivir por principios de fe y de obediencia antes que por los fluctuantes e inestables deseos e impulsos emocionales. No piense alguno que el vivir lleno del Espíritu Santo es cosa que sucede en el templo y durante las reuniones de la congregación únicamente. Que el Espíritu Santo nos llene, y que nos mantengamos en esa llenura y rebosar de vida y gozo, es una elección que podemos y debemos tomar diariamente. Pero va mucho más allá de una oración que usted y yo hagamos al comienzo del día, diciendo: “Padre, hoy quiero ser lleno del Espíritu Santo”; es una elección que habremos de tomar en el transcurso del día en muchas y diversas oportunidades: cuando andemos por las calles de la ciudad, en el trabajo o en clases, cuando nos entreguemos a pensar sobre un asunto; cuando hablemos y opinemos sobre algo o alguien; cuando nos relacionemos con la personas de cualquier forma; cuando enfrentemos los problemas y dificultades propios de cada día; inclusive cuando decidamos dedicarnos al ocio, la recreación y el descanso; todas estas cosas y muchas más  podemos hacer de forma que honremos a Dios, o de forma contraria, es asunto de elección.

Cada día podemos elegir ser llenos del Espíritu Santo.

Cada día podemos elegir mantenernos firmes en la fe.

Cada día podemos elegir confiar en el poder y en la fidelidad de Dios.

Cada día podemos elegir honrar y obedecer la palabra de nuestro Señor.

Cada día podemos elegir identificarnos con nuestro Salvador.

Cada día podemos elegir cerrar todas las puertas al maligno en nuestra vida.

Cada día podemos elegir dar gloria, honor y adoración al único que realmente lo merece, nuestro buen Dios y Salvador, el Padre eterno, nuestro Rey y Señor.

Estos tres puntos considerados hasta ahora no agotan el tema de la elección diaria del creyente, el cual también contempla la elección entre la sumisión o la rebeldía, la elección entre la esperanza divina o la humana, la elección entre servir a Dios o servirse a sí mismo, etc.,  pero es mi deseo y oración que hayan servido para llamar la atención sobre tan sencillo, aunque vital aspecto, que forma parte de la vida de todos aquellos que hemos decidido afrontar la existencia con la esperanza y confianza que surge del relacionarse con Dios. Pitágoras, uno de los más celebres filósofos de Grecia, les escribía a sus discípulos que todas las noches reflexionaran y se hicieran las cinco preguntas siguientes:

            1.- ¿En qué he empleado el día de hoy?

            2.- ¿En dónde he estado?

            3.- ¿A quién he visto?

            4.- ¿Qué he hecho a favor de otras personas?

            5.- ¿Qué podía haber hecho y he dejado de hacer?
           
           Estas interesantes preguntas de un filósofo que no conocía a Cristo, son mucho más necesarias a quienes viven no sólo para esta vida, sino, a la luz de la eternidad. En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.

Compartir