jueves, 2 de septiembre de 2010

UN DIOS JUSTO Y SALVADOR


“...Y no hay mas Dios que yo; Dios justo y Salvador... 
(Isaías 45:21)

     Uno de los grandes problemas de nuestras sociedades es la falta de justicia y la distorsión del sentido de justicia como valor o principio moral. Una justicia que depende de recompensas externas, sobornos, favores, conveniencias particulares, etc, es una justicia enferma que realmente ha dejado ya de ser justicia para venir a ser una manifestación de su valor contrario, la injusticia. 

     El diccionario larrouse define justicia como una “virtud que nos hace dar a cada cual lo que le corresponde”. Por su parte el diccionario de la RAE define: “Una de las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza) que inclina a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece”. 

     La Justicia como principio moral tiene implicaciones en todas las esferas de la vida humana. Tiene que ver con la persona solitaria que ha decidido vivir aislada de la comunión de sus semejantes, y tiene que ver con las multitudes que conviven en las grandes y cosmopolitas  urbes modernas. Tiene que ver con los juicios y valoraciones que se producen en lo secreto del corazón humano, pero también con los acuerdos y procedimientos con que se establecen las relaciones y el trato entre las personas. No es mi intención profundizar sobre estos aspectos de la justicia; solo deseo que en esta oportunidad, aunque sea de forma  breve, consideremos algunos pensamientos sobre la justicia de Dios. ¿Sabe que Dios se considera a sí mismo como un Dios justo?

            “...Y no hay mas Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí” 
(Is.45:21)

     Dios es justo, esto es, él procede siempre dando a cada quien lo que corresponde. Esta afirmación es como piedra o arena entre los dientes para algunas personas, no la pueden soportar, la rechazan y ridiculizan, la menosprecian, pero la verdad continua allí presente: Dios es un Dios justo, y esto entre otras cosas implica que él siempre dará a cada quien lo que realmente merece.

     Por otra parte, como todas las cosas que pertenecen a la naturaleza y persona de Dios, su justicia es, además, perfecta y eterna, invariable, irrefutable e inapelable. Nace de su propia y personal esencia y virtud; no depende de premios o favores externos que la estimulen o fortalezcan; depende del mérito intrínseco del mismo ser de Dios. El es justo en sí mismo, por lo que todas sus actuaciones son hechas con justicia. Así, pues, sus palabras son justas, sus juicios son justos, sus caminos son justos, sus propósitos, y aún el perdón que otorga a los hombres pecadores, es otorgado según su justicia y sin que esta sea quebrantada o ignorada en aspecto alguno.

     Si un aspecto de Dios debe ser temido, especialmente por quienes viven de espaldas a él, es este aspecto relacionado con su justicia. ¡Que todos los hombres se alegren y disfruten de las misericordias y bondades del Creador, pero que igualmente, todos teman y mediten con solemnidad y temblor de corazón ante la insondable,  gloriosa e inexorable justicia de Dios!.

     Dios se relaciona con los hombres según los términos de su justicia, y estos, según su naturaleza y acciones, son justos o culpables, libres o deudores; conceptos que para nuestros tiempos no significan mucho ya que nos hemos degradado tanto como sociedad que eso de justicia y culpabilidad se ha vuelto cuestión de puntos de vista y conveniencias. Pero así no es para con Dios quien es inmutable, es decir, no cambia en ninguno de sus aspectos o criterios, como tampoco en sus apreciaciones del  bien y del mal en la vida de los hombres. Usted puede olvidar sus desatinos y pecados pero Dios no olvidará jamás; usted y yo podemos dejar asuntos y acciones en el olvido y no darles importancia para el presente y futuro, pero no es así para con Dios, él dijo que no olvidará jamás las obras de injusticia de los hombres; si él así lo hiciera sería injusto, no sería un Dios justo. La Escritura registra que Dios dijo con juramento que no se olvidaría jamás de las obras de injusticia de los hombres (Am.8:7).

     Otra palabra relacionada con la justicia es la palabra castigo, la cual la RAE define como “Pena que se impone ha quien ha cometido un delito o falta”. Pero esta es otra palabra que a muchos les incomoda, al punto, que han tratado en la mayor cantidad de casos y contextos posibles de eliminarla o dejarla de usar. Así pues, al niño no se le debe castigar sino que se le debe recompensar; al hombre que actúa de manera contraria a los principios aprobados por la sociedad en el marco de la justicia no se le debe castigar se le debe reformar, etc; pero Dios, que es un Dios justo, no dejará de castigar a quien lo merece, y si dejase de castigar a quien lo merece sería injusto, inmoral y pervertido en su justicia, por ello la Escritura declara que Dios “...no tendrá por inocente al culpable”(Nah.1:3). 

¿Castiga Dios?

     El mundo civilizado contemporáneo afirma que Dios no castiga puesto que Dios es amor. ¿Dios no castiga? Preguntemos qué sucedió con los que se burlaron de él en el pasado. Preguntemos por qué el cáncer, la enfermedad y la calamidad se adueñan de los burladores. Preguntemos por qué los hombres incrédulos después de morir no pueden regresar a ver los rayos de luz. Preguntemos por qué el hombre de mal proceder, teniendo tantas posibilidades, no pudo evitar que le alcanzara el mal. Preguntemos por qué algunas familias, algunos linajes, son consumidos de la noche a la mañana en unas pocas generaciones desapareciendo para siempre. Preguntemos por el alma y el espíritu de aquellos que obstinados y renuentes a la fe pasaron a la eternidad menospreciando la justicia de Dios, preguntemos donde están y por qué nunca, aunque pase un billón de años, nunca jamás podrán salir de ese lugar de castigo y tormento. Y si alguien se atreve todavía a decir, está bien, reconozco el castigo pero no me parece justo...La Escritura le responde: tú no eres justo, sin embargo, Dios es justo, eterna, perfecta y maravillosamente Justo; Dios es y siempre será un Dios Justo. Lamentablemente, la mayoría de nosotros, estamos acostumbrados a una justicia enferma, flexible, negociable y corrupta; una justicia que inclina su balanza ante el mejor postor. Esa imagen falsa y enferma de la justicia deforma y obscurece la percepción de la verdadera justicia, de la cual Dios es su máximo representante, siendo él su Juez principal; su palabra, la Ley de justicia; su trono, el asiento de la Corte Suprema; y siendo Jesús, su Hijo, el único abogado que puede acceder a esa corte para ejercer a favor de los hombres.

“...Y no hay mas Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí” 

     Nuestro texto bíblico nos dice algo más: Dios, además de ser justo, es Salvador, y esto es maravilloso para personas como nosotros, porque si la justicia de Dios nos coloca entre la espada y la pared, y nos arrincona de tal modo que no hay nada que podamos interponer entre la demanda de la justicia y nosotros, lo único que nos queda es la posibilidad de un salvador, alguien ajeno a nosotros que, de alguna manera, pueda salvarnos de la muerte que la justicia demanda sea aplicada a nosotros por ser pecadores. Solamente Dios mismo nos puede salvar del castigo que su propia justicia demanda contra nosotros. Algunos han intentado vanamente encontrar salvación en otros medios, pero han perecido bajo la inflexible y justa espada de Dios; todos aquellos que se han apoyado en su propia justicia y en sus recomendaciones personales han perecido bajo el dictamen de la ley; los que se autojustificaron de sus pecados, si bien fueron aplaudidos por sus compañeros, fueron hallados culpables ante el tribunal de Dios; los que intentaron presentar excusas y alegatos varios encontraron que todos sus argumentos fueron declarados sin lugar ni validez en el juicio de sus almas; todos aquellos que, en todas las generaciones, confiaron en otro antes que en Dios, fueron, son, y serán, hallados culpables y reos del castigo justo y eterno de Dios.

Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quien quiera que seas tú que juzgas...¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios?” (Rom.2:1,3)

     Y usted se preguntará ¿cómo entonces, puedo ser absuelto, perdonado, y justificado eficazmente ante la justicia de Dios? El texto que estamos considerando nos lo dice con total y transparente claridad:  

“...Y no hay mas Dios que yo; Dios justo y Salvador; ningún otro fuera de mí. Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más. Por mí mismo hice juramento, de mi boca salió palabra en justicia, y no será revocada: Que a mí se doblará toda rodilla, y jurará toda lengua.
(Is.45:21-23)
           
     Solamente Dios puede ser al mismo tiempo Justo y Salvador. Y al actuar como Salvador lo hace con perfecta justicia. ¿Cómo puede hacerlo? Si la justicia demanda y exige que el daño sea pagado, que el pecado sea castigado, que el culpable sea tratado como tal, ¿cómo puede Dios salvar, es decir, perdonar, y, no obstante, seguir siendo justo? Permítame decirle en primer lugar cómo no lo hace:

  • No lo hace obviando el pecado como si ignorase lo sucedido.
  • No lo hace olvidando el pecado como si fuese algo de poca importancia.
  •  No lo hace pidiendo una rectificación en la conducta de las personas.
  • No lo hace dando una oportunidad para que demostremos que somos mejores.     
  • No lo hace por comprensión de que “así somos las personas”.
  • No lo hace por “puro amor” ignorando su justicia.
     ¿Entonces cómo lo hace? Realmente ese era un gran problema, un problema sin solución, una calle ciega para las posibilidades de la comprensión humana, pero Dios lo tuvo resuelto desde los tiempos eternos. La solución de Dios para la necesidad humana de perdón y justificación, y para la perfecta realización de su justicia fue Jesucristo. Jesucristo es la provisión de Dios para reconciliar la aplicación de la rigurosa y exigente justicia divina  con la posibilidad de perdón para el hombre.
Hombre privilegiado es aquel que puede ver en la muerte de Jesús la ejecución de lo que sus hechos y condición merece. Aquel que puede ver en el castigo que fue aplicado sobre el Hijo Santo de Dios la ejecución de las demandas que la justicia de Dios exigía a su propia persona.
Que Dios cargó en Jesús todos los pasivos y deudas de todos los hombres para que estos tuviesen la posibilidad de ser absueltos por la fe, es algo extraordinario.

Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” 
(Is.53:6)

     Que Dios exhibió su justicia, y su amor y clemencia, al enviar a su Hijo Jesús a la muerte en la cruz del Calvario es algo que anuncia a plena voz la Escritura:

Pero ahora...se ha manifestado la justicia de Dios...la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos os que creen en él...por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia...a fin de que él sea el justo y el que justifica a l que es de la fe de Jesús”. 
(Rom.3:21-26)

     Cristo es la Justicia de Dios para todo aquel que cree. Jesucristo es la exhibición gloriosa de la Justicia Perfecta y santa de Dios. Jesucristo es la manifestación visible del Dios Justo y Salvador anunciado por el profeta Isaías. Jesucristo es el “Poderoso Salvador” (Lc.1:69). Jesucristo puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios (He.7:25) 

¿De qué me ha salvado Dios por medio de Jesucristo?

     Me ha salvado de las consecuencias eternas de mis pecados (del infierno). Me ha salvado de las consecuencias temporales e inmediatas de una vida dirigida hacia la autodestrucción.  Me ha salvado de las fauces del resentimiento y la amargura. Me ha salvado de fracasar en la vida familiar y amargar así la vida de mi esposa e hijas. Me ha salvado, y quizá usted no lo entienda, pero es así, me ha salvado del poder que el enemigo, el diablo, ejercía sobre mi vida. El ha cumplido su palabra para conmigo y se ha mostrado como un Dios Justo y Salvador. Yo solo sé que en un momento de mi vida me encontré bajo la convicción de que era deudor para con Dios, de que era pecador, de que si moría en esa condición iría al castigo eterno, de que me faltaba Dios, su presencia en mi vida; entonces le vi a él, Dios Justo y Salvador, invitándome a confiar e ir a él por medio de Jesucristo, confiando en el valor de su muerte en la cruz. Hombre o mujer, quien quiera que tú seas, cualquiera sea tu condición, solo hay un Dios Justo y Salvador, no hay dos o tres, solo uno. Solo hay una justicia que a fin de cuentas es la que vale para esta vida y la del más allá; solo hay una forma y camino para ser hallado en esa justicia. Solo hay una forma de que tus pecados pasados sean borrados; solo hay una manera de que tus pecados no terminen destruyendo tu propia vida; solo hay un Nombre en el que podemos ser salvos: Jesucristo, solo él es el Perfecto Dios y Salvador, solo él es un buen Dios y Salvador, solo él es un Dios Justo y Salvador. Si acudes a él encontrarás solución a tu problema con la justicia de Dios y serás salvo; si le rechazas, tus pecados nunca serán olvidados, jamás serán perdonados, y, finalmente, te perderás en la eternidad sin Dios. Acude a Jesucristo con toda tu alma y corazón y tus pecados serán perdonados, tu alma será libre del peso de tus culpas, tu conciencia estará limpia y en paz para con Dios, y conocerás que realmente no hay Dios fuera de él, Dios Justo y Salvador. Solo en él pueden ser salvos todos los términos de la tierra. 

     En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.

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