jueves, 26 de agosto de 2010

UNA VICTORIA IMPOSIBLE



      Los hijos de Efraín, arqueros armados, volvieron las espaldas en el día de la batalla” 
(Sal.78:9)

      Uno de los numerosos enfrentamientos que sostuvo el pueblo de Israel en contra de los filisteos en la antigüedad es famoso por la contundente derrota que sufrió el pueblo del Señor. Esa derrota resulta muy particular porque marcó profundamente a la nación e inauguró, en muchos sentidos, una nueva época. Esa derrota dio inicio al cumplimiento de la palabra de Dios que había sido decretada contra el sacerdocio de la casa de Elí; inauguró el periodo oficial del ministerio de Samuel como juez rector ante la nación; puso fin al lugar de adoración de entonces (Silo); separó por espacio de unos 40 años el arca de Dios y el tabernáculo. Fue esa una tragedia muy lamentable y dolorosa para el pueblo de Israel, pero que, paradójicamente, abriría  ante la nación un nuevo y mejor tiempo con glorias y victorias que más tarde habrían de llegar.

     Consideremos algunos aspectos de esa batalla en 1 Samuel 4:1-11.

Los filisteos habían estado avanzando sobre la tierra donde se encontraban los israelitas y progresivamente habían estado tomando posesión de la misma y sometiendo a los de Israel. Ante una nueva invasión filistea los israelitas no pueden quedarse de manos caídas y deciden dar la batalla. Pero, como en todas las cosas que tienen que ver con aquellos que pertenecen a Dios, las decisiones no debían tomarse por cuenta propia ni ejecutarse sin considerar lo que Dios deseaba que se hiciera. Estaban en memoria del pueblo las victorias anteriores contra Egipto y las naciones de Canaán; todavía recordaban las victorias que alcanzaron bajo la dirección de Josué; todavía recordaban las victorias alcanzadas balo la dirección de los jueces y gobernantes que Dios les había dado; pero algo había cambiado en ellos profundamente: su fidelidad para con Dios. A pesar de ello decidieron no dar importancia a su condición espiritual y moral ante Dios y,  equivocadamente pensaron que a pesar de ello podrían obtener la victoria en ese conflicto.

Israel fue derrotado en el combate inaugural sufriendo cerca de 4.000 bajas por lo que el pueblo regresó desmoralizado y confuso.

1.- La pregunta inevitable

“Cuando volvió el pueblo al campamento los ancianos de Israel dijeron:¿Por qué nos ha herido hoy Jehová delante de los filisteos?” 
(vs.3)

Ellos sabían que la mano de Dios tenía que ver con el resultado de la batalla. Los creyentes en la antigüedad veían la mano de Dios en todas las cosas: en la lluvia y en las sequías, en la esterilidad como en la fertilidad, en la prosperidad como en la ruina; Dios, en los ojos y en la fe del hombre del Antiguo Testamento, tenía relación e inherencia en todas las cosas que acontecían. Lamentablemente el creyente de nuestros días solo ve la mano de Dios en algunas cosas: si algo le resulta agradable ve la mano de Dios en ello; si algo le resulta desagradable ve la mano del diablo en ello. Si algo le representa un aumento de su capital y dinero ve la mano de Dios en ello; si le representa pérdidas y disminución de sus ingresos ve la mano del diablo en ello; a veces el creyente está tan satisfecho consigo mismo, tan complacido de sí mismo, tan engañado acerca de sí mismo, que Dios tiene que permitir que el enemigo le haga un cercado y aún le propine una estrepitosa derrota para quebrantarle y sacudirle de su pecaminoso estado.

¿Por qué nos ha herido hoy Jehová delante de los filisteos? 

Esta era una pregunta necesaria y correcta. Después de una derrota tan enfática como esa rayaría en la locura y el enajenamiento mental el no preguntarse por qué Dios permitió que el enemigo saliera victorioso. Hay creyentes que parecen nunca preguntarse la razón de sus fracasos. Van de tumbo en tumbo y no se detienen a preguntar porqué las cosas van así. Lo que es peor, hay creyentes a quienes parece ya no importarles caer derrotados ante el enemigo, si en un tiempo decían “¿Cómo es que terminé haciendo esto?, ¿cómo me enredé en este asunto?, ¿cómo es que caí en este pecado tan ruin?", ahora parece no molestarle en lo más mínimo el vivir descaradamente en rebelión contra de Dios y aún así pretender que todo está bien; y lo que no deja de ser causa de asombro es que en verdad piensan que todo está bien. Pero, ¿Está todo bien, y no le rindes cuentas a Dios de tus acciones? ¿Está todo bien, y hace tiempo que dejaste de pensar en cómo servir a tu Señor? ¿Está todo bien, y actúas en contra de los principios de la palabra de Dios? ¿Está todo bien, y permites que el enemigo se adueñe de tu alma por no dar la batalla? ¿Está todo bien, y tu familia se está perdiendo? ¿Está todo bien, y los filisteos están haciendo estragos en tu vida? ¿Por qué nos ha herido hoy Jehová delante de los filisteos?, como ya mencionamos esta era una pregunta necesaria y correcta, pero era preciso dar también una respuesta adecuada a la misma. Los israelitas se engañaron a sí mismos al pensar que lo que necesitaban para vencer no guardaba relación con su condición espiritual. En años anteriores Josué había sufrido una derrota ante los enemigos y en aquella ocasión él se hizo la misma pregunta (Josué 7:1-12), pero Josué y los ancianos de Israel en aquella oportunidad permitieron que Dios señalase la verdadera causa de su derrota: el pecado escondido y no confesado ante Dios.
Usted se puede hacer la pregunta legítima y correcta en medio de sus fracasos, pero si no la responde conforme a la verdad continuará fracasando en las mismas áreas. Si el creyente no evalúa acertadamente la causa de su caída no podrá dar un revés a esa situación para vencer; si no se sincera ante Dios, haga lo que haga, saldrá con las marcas de la derrota sobre su cabeza. Es necesario que permitamos que Dios nos corrija, señale nuestras faltas, descubra nuestra deslealtad, antes de que podamos alcanzar la verdadera liberación y victoria sobre el pecado y nuestro enemigo. Es un gran problema cuando el cristiano no quiere que nadie le diga nada con respecto a sí. Hay creyentes que ni siquiera permiten a Dios que les hable, porque cuando el Señor les intenta decir algo (Por ejemplo: paga tus deudas, pide perdón a esa persona y reconcíliate, cambia tu manera de pensar, etc) salen adelante y comienzan a defenderse diciendo “Señor, pero tu sabes que....tu sabes Señor....el Señor conoce....” Con esa actitud no permiten que el Espíritu Santo les redarguya, les señale, les guíe al conocimiento de la voluntad de Dios.
 
Allí estaban pues los israelitas y ante la pregunta de ¿Por qué nos ha herido hoy Jehová delante de los filisteos?, se dijeron:

 “Traigamos a nosotros de Silo el arca del pacto de Jehová, para que viniendo entre nosotros nos salve de la mano de nuestros enemigos. Y envió el pueblo a Silo, y trajeron de allá el arca del pacto de Jehová de los ejércitos, que moraba entre los querubines; y los dos hijos de Elí, Ofni y Finees, estaban allí con el arca del pacto de Dios” 
(vs.3-4)

2.- La fe como amuleto.
Hay una grandísima diferencia entre la verdadera confianza en Dios y entre la que muchos creyentes de nuestros días dicen profesar.

El arca del pacto era el más sagrado de los sagrados objetos y muebles que habían en el tabernáculo de reunión; allí de entre las alas de sus dos ángeles Dios manifestaba su gloriosa presencia en el campamento de Israel. En esa arca la gloria de Dios se hacía visible invitando al pueblo a la reverencia y la adoración, advirtiendo a todos sobre la necesidad de presentarse en integridad y santidad ante la presencia de Dios, preservando para la posteridad un testimonio de la fidelidad de Dios para con su pueblo. Los israelitas en su batalla ante los filisteos parece que recordaron la toma de Jericó: el arca estuvo presente entonces llevada por los sacerdotes mientras daban vueltas a la ciudad (Jos.6:4), pero olvidaron que Dios así lo había ordenado y que el pueblo todo estaba en una correcta e integra relación para con Dios.

¿Cómo se debe entender esta acción de llevar el arca de Dios a la batalla contra los filisteos?

Esta acción no pasaba de ser un acto agorero. Usaron el arca como quien usa un amuleto para obtener buena suerte. Invocaron la ayuda de Dios pero sin atender el asunto de sus pecados personales. Pretendieron manipular el poder de Dios a su antojo, como si él estuviese obligado a responder a sus demandas. Por supuesto, el Señor no estaba respaldando tales acciones. ¿Sabe que mucha gente en las iglesias actúan de igual forma? ¿Sabe que hay muchos cristianos supersticiosos? Los hay con una Biblia abierta en el centro de su sala; los hay con la radio encendida a toda hora en la “emisora cristiana” para que purifique los aires de la casa; los hay de aquellos que no se atreven a pronunciar las palabras “estoy enfermo” o “tengo problemas”  a  causa de sus supersticiones; los hay de aquellos que viven lanzando superconfesiones de fe, con la creencia supersticiosa de que así, lo que confiesan, eso vendrá sobre sus vidas; usan la palabra de Dios como un amuleto; usan las promesas de Dios como un talismán; usan las promesas de Dios como un “mantra”, como algo que debe ser repetido hasta que se haga realidad. Todos los que así viven su fe se olvidan de que la relación con Dios no es asunto de palabras sino de conocimiento y confianza personal. La relación con Dios es un asunto, no de cumplir con Dios, sino de amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas, con toda la mente y con toda el alma. Se olvidan estas personas, estos creyentes, que la oración de fe que abre las ventanas de los cielos para que haya bendición hasta que sobreabunde no es la que se hace con palabras escogidas y de acuerdo a una formula revelada del código del lenguaje del reino de la imaginación y de la fe, ¡¡No!! es la que se hace con un corazón contrito y humillado, la que se hace como un niño destetado, la que se hace en integridad y sumisión a la voluntad divina, esa es la oración que abre las ventanas de los cielos para nosotros los creyentes.

3.- Despreciando el valor de la integridad.
El pueblo de Israel se equivocó además, al menospreciar el valor de la integridad. Los sacerdotes que  estaban con el arca eran un par de sinvergüenzas; hombres irreverentes, adúlteros, y carnales en el más amplio sentido de la palabra (1 Samuel 2:12,17,22). No obstante el pueblo consideró que ellos debían estar con el arca de Dios como sacerdotes, invocando la presencia de Dios ante sus enemigos. 
Si no hay temor de Dios en el corazón del hombre la causa está perdida, la derrota es segura. Si no hay un continuo santificarse para Dios por demás están los rituales, por demás están las alabanzas y el congregarse, por demás están las oraciones y las proclamas de guerra espiritual, por demás está el servicio; si no hay una vida de santidad y consagración a Dios lo que habrá es ruido, pompa y apariencia pero faltará lo esencial, la vida y el poder de Dios, la gracia y la victoria en el día de conflicto. Nada puede sustituir el valor de una vida santa e integra delante de Dios. No hay oración que traiga bendición sobre una vida que no es recta ante Dios, no hay unción que desate bendición sobre una persona cuyo corazón no es recto para con Dios, no hay autoridad ministerial que apruebe lo que Dios desaprueba, no hay pastor ni líder que dé el visto bueno a lo que Dios reprueba, olvídelo, no es posible.

A veces el creyente piensa que es un asunto de que alguien haga oración por esa situación, y no es así; Dios desea que usted se ponga a cuentas con él.
A veces el cristiano piensa que si los ancianos oran por eso Dios dará la victoria, y no es así; Dios demanda que usted se ponga a cuentas con él.
A veces pensamos que si el hermano que nos aconseja aprueba lo que deseamos todo estará bien, y no es así; Dios no negocia sus principios ante nadie.     

El apóstol Pedro dijo: Fuisteis llamados para que heredaseis bendición. Pero, ¿Quieren amar la vida y ver días buenos? cuídense de no mentir y de no hablar mal de otros; hagan el bien y dejen de hacer el mal, y vivan en paz para con todos. Porque el Señor cuida a los que hacen el bien, y escucha sus oraciones, pero está en contra de los que hacen el mal” (1Pe.3:10-12).

No hay sustituto para la santidad y consagración personal.

4.- Una falsa confianza.

Aconteció que cuando el arca del pacto de Jehová llegó al campamento, todo Israel gritó con tan gran júbilo que la tierra tembló” 
(vs.5)

       Esta es una escena dramática e intensa: el pueblo ha sido reanimado en la esperanza de la victoria al tener el arca de Dios entre ellos; gritos de júbilo resuenan en toda la región; la tierra tiembla como pareciendo presagiar la victoria que se avecina; aún los enemigos al escuchar el vocerío se asombran y temen:

Y los filisteos tuvieron miedo, porque decían: Ha venido Dios al campamento. Y dijeron: !Ay de nosotros! pues antes de ahora no fue así. !Ay de nosotros! ¿Quién nos librará de la mano de estos dioses poderosos?” 
(vs.7-8)

     A veces se confunde el actuar de Dios con la algarabía de la gente; a veces se pretende hacer ver el poder de Dios por medio de los gritos y las emociones intensas de las personas; a veces se pretende ir en contra del enemigo por medio de recursos y estrategias impresionantes; a veces se intentan y ensayan todos los medios menos lo que se ha debido hacer desde un principio: acudir a la presencia de Dios en humildad reconociendo que no estamos viviendo el tipo de vida que estamos llamados a vivir. Este pasaje nos enseña que tristemente a veces se puede experimentar alegría y confianza, se puede tener esperanza, se puede hacer temblar la tierra, se puede llamar la atención, se puede intimidar a otros...mientras se transita por un camino equivocado. 
     Y tenemos que preguntarnos, ¿Dónde estaba Dios en todo este movimiento? ¿Qué estaba haciendo en verdad? Así como el joven Samuel parece no haber estado presente en la batalla, así como de seguro se quedó triste y preocupado por el destino de la batalla al ver los desaciertos y los desvaríos del pueblo. Dios parece haberse quedado en espera de la llegada del fracaso necesario.
     Cuando todo lo que Dios hace por llamar nuestra atención fracasa, entonces no queda más remedio que la experiencia del fracaso necesario. Aunque desde muchos púlpitos se dice que Dios no está enfermando gente por allí, ni arruinando gente, etc, tengo que decirle en esta oportunidad que Dios, en su trato para con los suyos, más de una vez les hace transitar por el camino del fracaso, hasta que el corazón sea doblegado y la voluntad sea quebrantada, y emane del corazón del creyente, de su carácter, el aroma de Cristo; el aroma de la pureza, el aroma de la integridad como consecuencia del arrepentimiento y el volverse a Dios.
     ¿Dónde estaba Dios? En la gloria de su trono esperando que su pueblo fuese, por necesidad (para su propio bien y posterior restauración), quebrantado ante el enemigo.

5.- La hora de la verdad.

Pelearon, pues, los filisteos, e Israel fue vencido, y huyeron cada cual a sus tiendas; y fue hecha muy grande mortandad, pues cayeron de Israel treinta mil hombres de a pie. Y el arca de Dios fue tomada, y muertos los dos hijos de Elí, Ofni y Finees” 
(vs.10-11)

     La hora de la verdad llegó, y cuando esa hora llega solo hay lugar para que suceda lo que tiene que suceder: Israel fue vencido sufriendo 30 mil bajas y el resto huyó a sus tiendas. El arca fue capturada y los hijos de Elí resultaron muertos.
Dios no era honrado por los israelitas, por lo que no actuaría como bufón al servicio de ellos. Ya que ellos no le honraban como él lo demandaba, tampoco el les honraría con su ayuda y la victoria en la batalla. Los hijos de Elí pensaron que se podrían burlar de la majestad de Dios y salir ilesos de las consecuencias de sus actos viles y pecaminosos, pues, su pecado les alcanzó y sufrieron una muerte violenta.  
            Ese día fue inolvidable para la nación de Israel, aún los poetas y cantores hebreos recordarían años más tarde aquel día cuando...

Los hijos de Efraín, arqueros armados, volvieron las espaldas en el día de la batalla” 
(Sal.78:9)

¡Qué día aquel tan fatídico!, ¡Día de llanto y tristezas cuando los hijos de Dios cayeron ante sus enemigos!, ¡El día en que Dios dejó que los filisteos quebrantaran a Israel!.
 
Pero esa era en realidad una victoria imposible de alcanzar para Israel. Imposible, por su falta de consagración y lealtad para con Dios; imposible, por la falta de dignidad en el sacerdocio; imposible, por su renuencia a reconocer que su relación con Dios era simplemente ritual y supersticiosa; imposible, por la deplorable condición espiritual y moral de la nación.

Con esa derrota tan contundente Dios preparó el camino para que Samuel, el más noble y grande de los jueces de Israel, comenzara su poderoso y eficaz ministerio en la nación. Con esa derrota Silo quedaría en el olvido como centro de adoración en Israel y, más tarde, Jerusalén ocuparía ese lugar privilegiado. Con esa derrota el pueblo habría de aprender a respetar y valorar la presencia de Dios en medio de ellos. Un mejor tiempo venía sobre la nación después de semejante fracaso ante los filisteos (1Sam.7:3-17).

La historia nuestra no se escribirá de manera distinta. Dios nos ha escogido para que peleemos la buena batalla en el nombre del Señor Jesucristo, y si no lo hacemos los filisteos nos conquistaran y someterán. No es la batalla de las apariencias o del ser prospero y exitoso económicamente, es la batalla por el señorío de nuestro corazón y voluntad. No se pelea esa batalla con rituales y fórmulas de fe; tampoco con el cumplimiento externo para con la religión correcta;  no se pelea tratando de conseguir la admiración y el respeto de la sociedad; se pelea, primero y antes que todas las cosas, por medio de una vida consagrada, por medio de una vida rendida; por medio de una vida limpia y que se sabe y reconoce como suya en todas las áreas.

Dios no le llamó para que usted vuelva las espaldas en el día de conflicto ante sus enemigos. Dios no le llamó para que usted viva una vida religiosa hueca y vacía. Dios no le llamó para que usted sea arrollado y vencido por las circunstancias, por el pecado o  por el enemigo de su alma; Dios le llamó para que usted prevalezca ante sus enemigos, para que su arco y su brazo no desmayen hasta que la victoria sea suya, para que usted, apoyado en su Dios, se agigante en la batalla, para que ponga en fuga los ejércitos de las tinieblas, para que la gloria del nombre de Cristo sea conocida entre los pueblos.

¿Estas cayendo derrotado ante el pecado? ¿Estas dejando de honrar a tu Señor y Salvador ante los hombres? ¿Estas considerando dejar a esos filisteos en posesión de esa área de tu vida? Quizá has actuado como los israelitas movido por emociones y vanas supersticiones y no has acudido a la presencia de Dios humillándote como debes hacerlo. Quizá no has conocido aún lo que es presentarte ante Dios y esperar en su presencia hasta que él obre. Quizá no has querido escuchar lo que él tiene que decirte.

Pero acude hoy a su presencia, preséntate ante él en confesión sincera, ríndele y entrégale lo que él te pida, entonces él peleará la batalla a tu lado y no serás tú, sino tu adversario, quien vuelva las espaldas en la batalla.

En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.
                                                                     
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