lunes, 19 de julio de 2010

RETRATOS DEL SEÑOR JESUCRISTO EN EL LIBRO DE ISAÍAS (Parte II)


EL RETOÑO DE ISAÍ

     Isaías es el profeta que mas profecías pronunció acerca del Mesías, y muchas de ellas son como excelentes cuadros, como maravillosos retratos que nos presentan al Señor Jesucristo con una claridad tal que solo la omnisciencia divina pudo producir. En esta oportunidad nos acercaremos a otro de los retratos del Señor Jesucristo que nos presenta el profeta Isaías; un retrato que muestra al Señor Jesucristo como aquel quien a pesar de surgir de una familia cuya gloria ya era asunto del pasado, sin embargo exhibe la frescura eterna del poder del Espíritu Santo sobre su misma persona. Ya hemos visto el retrato de Jesucristo como el de los nombres gloriosos, como aquel cuyo Nombre es Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz. En esta oportunidad veremos el retrato de “el retoño de Isaí”.

Saldrá una vara del tronco de Isaí,  y un vástago retoñará de sus raíces. Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová;  espíritu de sabiduría y de inteligencia,  espíritu de consejo y de poder,  espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. Y le hará entender diligente en el temor de Jehová.
(Isaías 11: 1-3)

 Saldrá una vara del tronco de Isaí, y un vástago retoñará de sus raíces...

     Isaí era el nombre del padre de David y al ser usado aquí por el profeta hace referencia a la dinastía de esta familia, una familia humilde, por cierto, y sin mayores distinciones, cuyo gran privilegio fue que Dios escogió de entre ellos a un menospreciado muchacho para que fuese el rey de la nación. Hablar de la casa de Isaí es hablar de la casa del rey David. Si nos preguntamos qué es lo que distinguió al rey David de los demás reyes de su nación debemos recordar que Dios le hizo una promesa muy especial a David en su juventud: le prometió que de su descendencia nacería el Mesías, el ungido de Dios, y que con él se establecería un reino de justicia en la tierra con carácter eterno. Esa sería la gloria de la casa de Isaí, de la casa de David. Aún en su vejez, a las puertas de su muerte, recordaba David:

            “El Dios de Israel me ha dicho, me habló la Roca de Israel: Habrá un justo que gobierne entre los hombres, que gobierne en el temor de Dios. Será como la luz de la mañana, como el resplandor del sol en una mañana sin nubes, como la lluvia que hace brotar la hierba de la tierra
(2Sam.23:3-4)

     Pero la descendencia de Isaí no anduvo a la altura de su llamado; no anduvo conforme a la dignidad de su estirpe (una casa escogida por Dios) y como consecuencia de sus malas acciones la casa de Isaí se desplomó y vino a ser como un árbol talado; los propósitos anunciados fueron truncados (aquellos que proclamaban su gloria y especial distinción); la posibilidad de que se levantase nuevamente la dignidad y glorias de esa casa parecía una esperanza perdida. Los profetas que hablaban de la casa de David se expresaban diciendo: la casa de David está caída, está en ruinas; en donde una vez hubo un árbol frondoso y floreciente solo quedaba el tronco desgajado y seco, un vetusto y maltratado testimonio de lo que en otro tiempo fuera la manifestación de la gracia y el favor de Dios. Por eso resultan tan especiales las palabras del profeta cuando dice Saldrá una vara del tronco de Isaí,  y un vástago retoñará de sus raíces”, porque Jesucristo es ese brote verde del tronco de Isaí; aquel en quien sen cumplen las expectativas y promesas para la casa de David. Cuando el tronco estuvo en su punto mas seco y desolado Dios hizo brotar de sus raíces el vástago de la promesa. Cuando la nación de Israel estaba sometida y dominada por la fuerza militar y política romana, cuando la dinastía de David no tenía valor ni influencia en la nación y sociedad de Israel, cuando la casa de Isaí no era más que un recuerdo lejano y una esperanza perdida, en ese punto preciso y particular Dios hizo brotar un renuevo, un pequeño vástago, un hijito de aquel tronco seco llamado Isaí; “...que os ha nacido hoy en la ciudad de David un Salvador que es Cristo el Señor...” dijeron los ángeles; “...nos has levantado un poderoso Salvador en la casa de David tu siervo” profetizo el sacerdote Zacarías en un arrebato de éxtasis espiritual;  “...salvación en presencia de todos los pueblos, luz para revelación a los extranjeros y gloria de Israel” dijo el anciano Simeón. 
     
     Cuántos de nosotros estamos como el tronco de Isaí: con las raíces firmes, pero secos; firmes, pero con las esperanzas marchitas; firmes, pero con promesas y llamamientos dejados en el olvido; firmes, pero como sometidos y acorralados por el yugo enemigo;  necesitando recordar que Dios también quiere hacer brotar el renuevo suyo en nuestras vidas; los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables; Dios desea hacer renacer la esperanza y reconfirmar los pactos y promesas de la juventud en nuestras vidas; ¡Cristo en vosotros  es la esperanza de gloria¡; si Cristo está en su corazón tenga la certeza que el quiere también que para usted brote el renuevo de Dios en su vida, ¿En que área de su vida usted necesita que Dios haga brotar un renuevo? ¿Cuántos estarán en este mismo momento viendo un renuevo de Dios en su vida? Hay algunos que por temor no quieren abrir su corazón y pensamientos a aquellas nuevas ramas que Dios quiere hacer brotar, pero la Biblia dice que el perfecto amor echa fuera el temor, algunos preguntarán ¿Cómo puedo saber si esto que estoy viendo es el retoño de Dios en mi vida? Yo le pregunto ¿Pertenece a la raíz del árbol de la nueva vida en Cristo? “si las primicias son santas, también lo es la masa restante; si la raíz es santa, también lo son las ramas”.
           
Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová...

     La característica más prominente de Jesucristo como hombre, fue este reposar del Espíritu

  • Fue la señal que marcó el inicio de su vida pública (Lc. 3:21-22)

"Aconteció que cuando todo el pueblo se bautizaba, también Jesús fue bautizado; y orando, el cielo se abrió, y descendió el Espíritu Santo sobre él en forma corporal, como paloma, y vino una voz del cielo que decía: tu eres mi hijo amado; en ti tengo complacencia"
  • Ese fue el sustento y soporte de su labor ministerial (Lc.4:14-21)

            “Y se le dio el libro del profeta Isaías; y habiendo abierto el libro, halló el lugar donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor
  • Fue la prueba de su autoridad divina (Hc.10:37-38) 

            “Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: como Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo este anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él

     Que el Espíritu de Dios repose sobre la vida de alguien es la más grande y extraordinaria de las realidades de la experiencia humana. Solo cuando el Espíritu Santo ejerce su influencia sobre nuestras vidas es que llegamos a ser concientes de la realidad del amor y el poder de Dios para con nosotros. Dígale usted a alguien que Dios le ama y a menos que el Espíritu Santo venga en su ayuda eso no tendrá ningún valor para la persona a quien le habla. Es una obra extraordinaria, sublime e imposible de sobre-valorar el hecho de que el Espíritu Santo venga a reposar sobre la vida de alguien. Por ello el apóstol advierte y exhorta a que el creyente cuide de no apagar ni enfriar la llama del Espíritu en su vida. En el Señor Jesucristo ese reposar del Espíritu actuó como su credencial distintiva y como fuente de poder para su misión redentora y salvadora.   

            ¿Cuál ha de ser el propósito de ese reposar del Espíritu de Dios sobre nuestras vidas?
           
     Para nosotros también es una credencial, una señal, una prueba de que ahora le pertenecemos a Dios, el Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Pero además es también esa fuente de poder, ese dinamo glorioso que nos fortalece en lo más íntimo de nuestro ser y que tiene la gracia y el poder para alentarnos y fortalecernos en nuestro diario caminar con Dios. ¿Podemos los cristianos decir que el Espíritu de Dios reposa en nosotros? Ciertamente lo podemos decir con propiedad, “y si alguno no tiene el espíritu de Cristo no es de él” fueron las palabras del apóstol Pablo (Rom. 8:9)

     Debemos alabar y agradecer siempre a Dios por haber recibido su glorioso Espíritu, puesto que no lo recibimos de hombre alguno sino de Dios; nadie lo puede dar ni ofrecer sino solo Dios; nadie lo puede recibir sino solo aquellos que en verdad creen a la palabra del evangelio; una vez que es otorgado por Dios no hay marcha atrás: ni seremos los mismos, ni Dios dejará de tratar con nosotros.

     Es necesario que reconozcamos la maravillosa nobleza del Espíritu Santo al morar en nuestros corazones; oremos que Dios nos conceda el aprender a honrar la Gloriosa Presencia que mora en nosotros, para que así también en nosotros sea una marca distintiva ese reposar del Espíritu de Jehová.

            ¿Cómo se manifiesta ese reposar del Espíritu Santo?
           
     El profeta Isaías continúa su labor en la elaboración del retrato del Señor Jesucristo como el retoño de David y dice además...
   
...espíritu de sabiduría y de inteligencia,  espíritu de consejo y de poder,  espíritu de conocimiento y de temor de Jehová...

     Jesucristo, retoño de David sobre quien reposa el Espíritu del Señor en toda su plenitud, quien dice de sí mismo que tiene los siete espíritus de Dios (Ap.3:1). De quien profetizó el salmista diciendo: “te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros” (Sal.45:7); en él este reposar del Espíritu Santo se manifestó como Espíritu de sabiduría y de inteligencia,  “...jamás hombre alguno ha hablado como este hombre” dijeron los alguaciles que fueron enviados a capturarle. Espíritu de consejo y de poder Jesús nazareno, varón aprobado por Dios entre vosotros con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo entre vosotros por medio de él” expresó el apóstol Pedro. Espíritu de conocimiento y de temor de Dios, “...de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer” fueron las palabras del apóstol Juan.

     Pero el Espíritu Santo también manifiesta en cada cristiano esas facetas de su gloriosa persona: Espíritu de sabiduría y de inteligencia; Espíritu de consejo y de poder; Espíritu de conocimiento y de temor de Jehová. Cristiano dichoso será aquel que permita que el Espíritu Santo manifieste en su vida cada una de esas facetas; aquel que como David entienda que solo el Espíritu Santo puede hacer florecer toda su salvación y su deseo; aquel que no se conforme con que el Espíritu Santo sea solo el sello y garantía de la propiedad adquirida, sino que, además, anhele con todo su corazón que se manifieste con toda su plenitud, con toda su gloria y poder, con todas sus facetas maravillosas, haciendo brotar los renuevos de las promesas de Dios en la vida diaria.

Y le hará entender diligente en el temor de Jehová

     La versión Reina-Valera actualizada traduce: “El se deleitará en el temor de Jehová”.

    Nadie podría ignorar como este texto refleja a la perfección la devoción, fidelidad, el amor y la sujeción del Señor Jesucristo para con el Padre.  Sus palabras reflejaban a menudo este aspecto: “…mi comida es que haga la voluntad del que me envió… las palabra que yo hablo no las hablo por mi propia cuenta… el celo de tu casa me consume… en los negocios de mi Padre me es necesario andar… todo aquel que hace la voluntad de Dios es mi madre, mis hermanos y mis hermanas”. El salmista inspirado por el Espíritu declaró a nombre del mesías: “...el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Sal.40:8), y Dios el Padre dijo repetidas veces de él: “este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia”.

     El Señor Jesucristo es ese retoño que nos invita a buscar nuestro deleite en el temor de Dios. Nos invita a encontrar el verdadero y pleno sentido para nuestra vida en el reconocimiento de que a Dios debemos honrarle y amarle sobre todas las cosas. Un cristiano sin temor de Dios es algo así como un hijo irreverente y mal agradecido. Un cristiano que no ha aprendido a deleitarse en el temor de Dios es algo así como un esclavo que no sabe porqué hace las cosas que hace y tampoco ama lo que hace. Un cristiano que no conoce el temor de Dios vivirá bajo el quebranto del enemigo; bajo constante zozobra y ansiedad, con la certeza de que tarde o temprano el mal y las consecuencias de sus acciones le alcanzarán y derribarán, pero al que se deleita en el temor de Dios, en el honrar a Dios, en el dar al Señor la honra debida a su nombre, dice la Biblia, vivirá confiado y seguro; “porque en el temor de Jehová está la fuerte confianza; y es un manantial de vida para apartarse de los lazos de la muerte” (Pr.14:26-27); “porque el temor de Jehová es para vida y con el vivirá el hombre lleno de reposo” (Pr.19:23); porque el temor de Jehová es realmente un tesoro (Is.33:6).

       El Espíritu Santo viene  a nuestras vidas para enseñarnos a vivir en el temor del Señor, es decir, para enseñarnos a vivir honrando a Dios en nuestra vida diaria; viene para ayudarnos a confiar cada día más es su bondad, sabiduría y fidelidad, para ayudarnos a dar gloria a Dios con nuestras acciones y decisiones en el día a día.

     El retrato del Señor Jesucristo como el retoño de Isaí nos recuerda que el Dios que ofrece y promete siempre cumple. Nos recuerda que aún cuando nuestra vida llegue a estar como árbol cortado y seco él puede hacer brotar nuevamente renuevos de bendición y renovación en nosotros; nos recuerda que todas estas cosas son posibles porque son hechas por el reposar del Espíritu de Dios en nosotros el cual es multifacético y todo poderoso; y finalmente nos recuerda que todo lo que Dios persigue y desea es que aprendamos a honrarle y a deleitarnos en él.

     En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.

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