JESUCRISTO: EL DUEÑO DE LOS NOMBRES GLORIOSOS
Isaías desarrolló su labor profética en aproximadamente entre el 740 y el 681 A.C. y es uno de los profetas más prominentes e importantes en la historia sagrada. Sus escritos constituyen el registro profético más extenso y amplio de toda la Biblia. El nombre Isaías significa “la salvación es del Señor”. De entre todos los profetas Isaías es el abanderado en la proclamación mesiánica; destacan en sus profecías singulares y extraordinarias imágenes y descripciones del Mesías venidero, el Señor Jesucristo, como en ningún otro escrito profético, por lo que ha sido llamado “el profeta evangélico” y su libro "el quinto evangelio" siendo el libro de los profetas más citado en el Nuevo Testamento (más de 50 veces). Su ministerio tuvo lugar en Jerusalén especialmente entre la nobleza y las autoridades reales de la nación, en parte quizá porque Isaías era una persona con una educación amplia (escriba de profesión) y su padre era hermano del rey de la nación; lo cierto es que, estando en el templo, tuvo un encuentro dramático con la presencia de Dios que cambió su vida y marcó su consagración e inicio de su ministerio profético, ministerio que tuvo una duración de unos 60 años y durante los cuales tuvo la oportunidad de ver pasar a 5 reyes por el trono de la nación. Como con todos los profetas sus mensajes eran bien recibidos por aquellos que estaban en disposición de escuchar la palabra de Dios, pero esos mismos mensajes eran rechazados por aquellos que se negaban a aceptar la autoridad de Dios en sus vidas. La tradición judía nos dice que Isaías murió a manos del rey Manases, el hijo de Ezequías, quien según un escrito apócrifo, le aserró partiéndolo en dos.
Isaías es el profeta que más profecías proclamó acerca del Mesías, y muchas de ellas son como excelentes cuadros, como maravillosos retratos que nos presentan al Señor Jesucristo con una claridad tal que solo la omnisciencia divina pudo producir. En esta oportunidad nos acercaremos a uno de los retratos del Señor Jesucristo que nos presenta el profeta Isaías; veremos el retrato de Jesucristo descrito por Isaías en apenas dos versículos, y sin embargo, es esta una de las descripciones más completas que encontramos en el Antiguo Testamento acerca del Mesías, Isaías nos lo presenta como “El Dueño de los Nombres Gloriosos”.
Jesucristo, el de los Nombres Gloriosos:
“Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto”
(Isaías 9:6-7)
Cada vez que la Escritura muestra o hace mención de algún nombre de la deidad, lo hace con la intención de manifestar o revelar algún aspecto particular de la persona de Dios (Ej. Creador, Altísimo, Todopoderoso, Santo), y, muchas veces, sus nombres revelan características del trato y las relaciones de Dios con los hombres (Ej. el Dios del pacto, el Fuerte de Israel, Dios de justicia, Padre de misericordia). Una de las pruebas más claras que la Biblia misma presenta con relación a la divinidad del Señor Jesucristo se basa, precisamente, en la atribución que se hace a la persona del Mesías de los nombres gloriosos o nombres divinos, he aquí algunos de ellos:
“...Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”
Cada uno de estos nombres solo pueden ser aplicados propiamente a Dios, por lo que al ser aplicados al mesías que habría de venir, se está anunciando, sin dejar lugar a dudas, que este mesías es Dios en esencia y en verdad.
Y se llamará su nombre...
Admirable: Destacado, Excelso, Maravilloso, Admirable; la idea contenida en este nombre es la de colocar en un sitial, inalcanzable y sin igual, al poseedor del mismo. Jesucristo es el Admirable, el Unigénito Hijo de Dios, el único que posee y comparte la esencia y naturaleza de la divinidad; aquel en quien habita corporalmente toda la plenitud de Dios; él es aquel Hijo de Dios “hecho más sublime que los cielos”, él es Admirable. No hay, ni en el cielo ni en la tierra, hombre alguno que pueda ser comparado con él; si lo contemplamos en su sabiduría ninguno como él; si consideramos la grandeza extraordinaria de su amor, tampoco hay quien se le asemeje; si lo miramos en su humildad, concluiremos que nunca ningún hombre ha experimentado o participado de una humillación como la suya (siendo igual a Dios, tomó forma de hombre y se humilló a sí mismo hasta la muerte); si consideramos su integridad y pureza moral, es que no ha habido ni siquiera uno que pueda en modo alguno ser semejante a él en este aspecto, los hombres toscos, rudos y ordinarios pescadores se arrodillaban ante su presencia; las prostitutas lloraban arrepentidas ante sus pies; los ricos e influyentes sentían el impacto de su pureza y bondad; y hasta perversos, ladrones y asesinos llegaron a llegaron admitir y confesar que Jesús era en realidad diferente, santo y justo. Pero no solo que en la tierra no hay quien se pueda comparar con el Admirable Hijo de Dios, sino que en los cielos tampoco hay ser creado que pueda compararse a él; ni el más encumbrado y sobresaliente de los millares de ángeles que pueblan las regiones celestes es digno de sentarse a su lado como igual a él; ni uno entre los millones de millones, poderosos en fortaleza, ministros de fuego del Dios Todopoderoso, mensajeros del Altísimo, ni entre los serafines o querubines, ninguno es comparable con el Admirable Hijo de Dios; él es superior a todos los ejércitos angelicales puesto que heredó más excelente nombre que ellos, su nombre es Admirable. Dios le ha llamado Admirable, solo él es Admirable. A veces le vemos tan identificado con nosotros que perdemos de vista que el es Admirable. Juan cuando le vio notó que el tiene un nombre escrito sobre sí que nadie conoce sino solo él mismo. El Señor Jesucristo mismo expresó que al Hijo nadie le conoce sino el Padre. Su nombre Admirable establece su gloria infinitamente más allá del punto más alto que nos es posible imaginar; su nombre Admirable es sobre todo nombre, es un nombre que destaca su gloria y majestad sin par. ¡Aleluya! ¡Jesús es Admirable!.
Consejero: No pocas traducciones unen este nombre con el anterior en un nombre compuesto: Admirable Consejero. Cristo es el consejero de consejeros. Consejero del más alto cuerpo consultivo: el de la Trinidad: en la mesa donde se sienta el Padre, y el Espíritu Santo, también se sienta el Hijo, nuestro Señor Jesucristo, quien tiene el nombre glorioso de Consejero. Ha sido consejero desde la eternidad, fue consejero cuando se diseñaba el universo y la creación en su totalidad: “Cuando formaba los cielos...cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo, cuando afirmaba los cielos arriba, cuando afirmaba las fuentes del abismo, cuando ponía al mar su estatuto, para que las aguas no traspasasen su mandamiento, cuando establecía los fundamentos de la tierra, con él estaba yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día” (Porverbios 8:27-30). Fue consejero cuando se ideaba el plan de salvación para los hombres arruinados por la rebeldía y el pecado: “Sacrificio y ofrenda no quisiste; mas me preparaste cuerpo. Holocausto y expiaciones por el pecado no te agradaron, entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo está escrito de mí” (Hebreos 10:5-7). Ha sido consejero de millones y millones de almas a quienes ha llevado hasta la presencia misma de Dios el Padre; el siempre tiene un consejo adecuado y preciso, oportuno e inequívoco, porque en él se encuentran escondidos todos los tesoros del conocimiento y de la sabiduría; puede aconsejar a toda persona en cualquier circunstancia y necesidad porque él conoce a todos, y aún los secretos y temores del corazón humano no le son ocultos. Él es el Admirable Consejero. Bienaventurado todo aquel que le escucha, porque el que en verdad le escucha, halla la vida y alcanza el favor del Altísimo. Su nombre es Consejero porque él y solamente él nos puede dar a conocer la voz de Dios y declararnos cuál es su voluntad para con nosotros. Jesucristo es la voz de Dios para los hombres, su palabra manifiesta el consejo de Dios para todo hombre en todo lugar, cultura y tiempo. El es el Verbo de Dios, la palabra viva y eterna de Dios; su nombre es Consejero. ¡Aleluya!.
Dios Fuerte: Así como Isaías significa que la salvación es del Señor, una obra de Dios, así también este nombre proclama que el Mesías solo puede serlo porque es Dios fuerte. Jesucristo es Dios fuerte. Solo así puede garantizar completa y perfecta salvación para todos los que confían en él. Solo así puede entenderse que él obtuvo eterna redención para los que en él han creído. Solo así se puede entender que sobre sus espaldas el llevó el pecado de toda la humanidad. Solo así se puede ver como es que al participar de la muerte destruyó por medio de su muerte al que tenía el imperio de la muerte; solo así podemos entender que era imposible que la muerte le retuviese, él es Dios fuerte, por lo que se tenía que levantar suelto de los dolores de la muerte y tenía que resucitar de entre los muertos para no morir jamás, y ahora él dice “Yo soy el primero y el último; y el que vivo y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos...Y tengo las llaves de la muerte” (Apocalipsis 1:18); Jesucristo es Dios fuerte, por lo que puede también socorrer y prestar ayuda al abatido, al descorazonado, al cansado, al atribulado, y puede derribar y dispersar a todos los enemigos y opresores del pueblo de Dios; suyo es el brazo fuerte que hace proezas, la diestra que hace maravillas, Jesucristo, Fuerte Dios, ¡Aleluya!.
Jesucristo es Dios fuerte, ¿Cuáles son las pruebas de su fuerza? Venció al astuto y poderoso tentador y despojó a sus principados y potestades, y los exhibió derrotados en la cruz del calvario; venció al pecado y al mundo y a toda la contradicción de pecadores que contra él se lanzó; venció a la muerte y le despojó de su temible poder.
¿Dónde están las pruebas de su fuerza y poder en el día de hoy? Su fuerza es tal, que hoy por hoy, él y solo él, domina el tumultuoso mundo en que vivimos, y todo lo que acontece, ha sido previsto y ordenado por la fuerza de su poder de modo que nada, absolutamente nada, escapa de su fuerte mano, sino que, al contrario, llegado el momento, suprimirá él mismo todo otro poder, dominio, autoridad y potencia, y estando entonces sometidas todas las cosas bajo su absoluta autoridad y dominio, entregará a Dios el Padre un mundo ordenado, libre de rebelión, santo y dispuesto para Dios, para que él sea el todo en todos. ¿Será eso posible? Jesucristo es Dios fuerte, para cualquier otro es imposible, pero él es Dios fuerte, fuerte para imponer su autoridad, fuerte para hacer triunfar la salvación y la justicia; fuerte para poner a todos sus enemigos por estrado de sus pies; fuerte para dar cumplimiento a todos sus planes y propósitos. Jesucristo nuestro Salvador es Dios fuerte. ¡Aleluya!
Padre Eterno: Dios el Padre es el Padre, el Espíritu Santo es el Espíritu Santo, y el Hijo es el Hijo, un solo Dios y tres personas al mismo tiempo. Una sola esencia, una sola divinidad, en tres gloriosas personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo; un solo Dios en tres personas, iguales en poder, en majestad, en gloria, en santidad, en eternidad, en todos sus atributos, virtudes y perfecciones y, no obstante, perceptiblemente diferentes en su actuación, en sus roles, y en sus relaciones con la humanidad.
Una mejor traducción para este nombre (Padre eterno) podría ser: “Padre de la eternidad” o “Padre de las edades”, y es que realmente el Señor Jesucristo es la roca de los siglos; el principio, el génesis de la creación de Dios, el Señor de la historia; aquel cuyas salidas son desde la eternidad y hasta la eternidad; aquel que no tiene principio ni fin de días. Los que hemos confiado en el Señor Jesucristo para la salvación de nuestras almas sabemos que este Dios nuestro será nuestro Salvador eternamente y para siempre y que él nos guiará más allá de las puertas de la muerte (Salmo 48:14). El es eterno, él es el Eterno Hijo de Dios, él es el Rey eterno, él es un Salvador eterno, él es el Padre de la eternidad. El apóstol Pablo dijo que si nuestra esperanza en Cristo solo nos sirve para los pocos años de esta vida terrenal, somos los más dignos de lastima de entre todos los hombres, pero ¡Aleluya! ¡Gloria a Dios!, nuestro Salvador es un Salvador que nos socorre en esta vida y en la venidera, por toda la eternidad; él es el Padre de la eternidad, el Padre de la edad futura, del siglo venidero; ¡Aleluya! Con nuestro Señor Jesucristo podemos ir hacia la eternidad confiados, podemos dar la cara hacia el futuro más remoto y oscuro con la tranquilidad que nos brinda el saber que nuestro Señor es Padre eterno, Padre de la eternidad.
Príncipe de Paz: Este título exalta los méritos y triunfos del Señor Jesucristo en el terreno donde todos los hombres han fracasado. Es un título muy distintivo del Señor Jesucristo, tanto, que cuando los ángeles proclamaron las noticias de su nacimiento dijeron: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz”. Numerosas profecías sobre el reino futuro del Señor Jesucristo anuncian que su reinado será caracterizado por una paz gloriosa y sin igual. Numerosos gobernantes ha visto la humanidad pero ninguno ha logrado establecer la paz como legado permanente para las generaciones venideras. Algunos estudiosos de la historia humana han expresado que el hombre nunca ha conocido la paz en todo su devenir social e histórico. Pero Jesús no solo es el Príncipe de Paz por su programa futuro de paz para las naciones bajo su gobierno, sino que es llamado Príncipe de paz por su prerrogativa exclusiva de ser el dispensador de paz para el corazón humano. Por mucho amor que tengan los padres para con sus hijos no pueden legarles en herencia un corazón lleno de paz. Por mucho que amemos a nuestros amigos, a nuestra familia, a nuestro prójimo, estamos muy limitados, sino incapacitados, para proporcionar paz a sus corazones y conciencias. Quizá la necesidad más apremiante del ser humano sea precisamente la necesidad de paz. Pero es difícil ser conciente de que se necesita algo cuando no se sabe qué es lo que se necesita. El hombre piensa que necesita más dinero pero en el fondo lo que necesita es paz; la mujer siente que necesita ser tratada con más consideración y amor pero, en realidad necesita paz; el enfermo piensa que su necesidad principal es la salud de su cuerpo, pero quizá, lo que más necesita es paz en su alma.
Lo más fácil de perder para algunos es la paz, y lo más difícil de encontrar para otros es, precisamente, la paz. Pero Jesucristo es el Príncipe de Paz, él es el dador de la paz; el que dijo a sus seguidores “la paz os dejo, mi paz os doy”; el que dijo en otra oportunidad repetidas veces a sus discípulos “Paz a vosotros...paz a vosotros”; él es el único que puede colocar a los hombres en paz para con Dios; el único que puede librar con éxito la conciencia prisionera del azote cruel de la culpabilidad; solo él puede colocar paz en la tribuna de la acusación y colocar paz en baúl de los remordimientos; paz que es el producto de saberse perdonado y aceptado por Dios en la persona de Jesucristo: “Justificados pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor jesucristo” (Romanos 5:1). Jesucristo es el Príncipe de paz, alabado sea su nombre.
Jesucristo es el de los nombres gloriosos. Cada uno de sus nombres es una invitación para nosotros a que nos acerquemos a adorar, a confiar, a pedir y esperar su ayuda; sus nombres no son simples apelativos y designaciones, son la puerta de entrada a una vida de mayor cercanía y comunión con aquel que además de revelarse a nosotros por sus nombres, sin embargo, se reserva para sí mismo el nombre que solo él conoce.
Él es Dios Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, y Príncipe de Paz
Algunos de los que leen este mensaje necesitan reconocer que él es Admirable; otros necesitan acudir ante él a buscar consejo para sus vidas; otros necesitan recordar que él es Dios fuerte, poderoso para todas las circunstancias y vicisitudes de la vida; otros necesitan confiar más serenamente en que él tiene los tiempos en sus manos, en que él es el Padre eterno; y, finalmente, otros necesitan permitir que él les imparta de su paz en sus corazones, que él les diga también a ellos "paz a vosotros, mi paz os doy".
En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.
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