Un incidente en la última visita de Jesús a la región de Judea antes de ir a Jerusalén llamó tanto la atención de los discípulos y quienes lo presenciaron, que fue relatado por tres de los evangelistas. Es el famosísimo encuentro que un joven rico tuvo con Jesús. El mismo se encuentra registrado en Mt.19:16-30; Mr.10:17-31 y Lc.18:18-30. En esta oportunidad consideraremos ese encuentro siguiendo lo descrito por Marcos en su evangelio.
“Al salir él para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla
delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?”
(Vs.17)
Uno de los evangelistas dice que este joven era una persona importante en la sociedad de su tiempo, un principal. (Lc.18:18). Este mismo joven que corriendo se postra ante Jesús un poco más adelante se iría triste y desilusionado. Aunque tuvo un buen comienzo y aparentemente prometedor, su final fue desdichado y lamentable. ¿Qué haré para heredar la vida eterna? Buena pregunta. El camino hacia la salvación tiene que comenzar por las preguntas correctas: ¿existe Dios? ¿cómo le puedo encontrar y conocer? ¿qué importancia tiene la muerte de Jesucristo? ¿cómo puedo tener una correcta relación con Dios? ¿cómo puedo ser salvo?¿qué tengo que hacer para entrar a la vida eterna? Son preguntas relevantes, preguntas necesarias para todos los hombres, son las preguntas más importantes en todo el transitar de la experiencia humana.
"Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios”
(Vs.18)
(Vs.18)
Jesús es bueno, Jesús es divino, Jesús es Dios, este hombre joven no lo sabe, no lo reconoce así, sin embargo, está dispuesto a llamarle bueno. Es adulación posiblemente, pero no adoración; es un cumplido pero no lo suficientemente sincero y exclusivo como sólo el Bendito Salvador lo merece; él le ofrece un elogio que fácilmente daría a cualquier otro maestro. Nos equivocamos enteramente si pensamos que al Señor y Dios lo podremos tratar igual que a las personas con quienes nos relacionamos. Nos equivocamos si pensamos que el se conformará con una palabrita y un gesto de reconocimiento a medias que le ofrezcamos. Nos equivocamos si pensamos que podremos arreglar el asunto ante él de una forma política, diplomáticamente, sin involucrarnos mucho en ello. Podemos pensar y decir muchas cosas ante él y en relación a él pero si no hay convencimiento en el fondo del corazón, si no hay una verdadera correspondencia entre nuestras palabras y la convicción interna que guardamos en nuestro corazón, es solo palabrería, que lejos de agradar a Dios, le ofende e irrita. Dios nunca estará satisfecho con una relación formal, ceremonial, religiosa, pero carente de compromiso y entrega personal (Is.1:10-20).
“Los mandamientos sabes...”
(Vs.19)
Y en verdad los sabía. Jesús no se equivocaba al decirlo. El camino a la vida está descrito en la palabra de Dios. Todos los hombres en cada generación humana han recibido el anuncio de los mandamientos de Dios, ya sea por medio de la invitación de la voz de las Escrituras, o bien sea por la voz de la creación, y también por la voz de su propia conciencia. Pero este joven judío conocía las Escrituras desde su niñez y sabía acerca de la vida eterna, la vida en la era venidera, la vida plena en el cumplimiento de los propósitos de Dios para con los hombres.
"Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud"
(Vs.20)
Los mandamientos del Antiguo Pacto fueron dados para demostrar a todos los hombres que eran pecadores e incapaces de sostenerse en perfecta rectitud delante de Dios, pero aquí está un hombre que en su opinión considera que ha guardado todos los mandamientos desde hace mucho tiempo. ¿En verdad los cumplió?; ¿nunca los quebrantó?; ¿ni siquiera una sola vez?, ¿nunca mintió? ¿nunca dejó de honrar a sus padres? ¿nunca deseó algo de su prójimo? El punto no era que de vez en cuando guardara las ordenanzas de la ley, sino que durante toda su vida viviese sin quebrantar la ley y en conformidad interior y exterior con ella. ¿Quién podía hacerlo? Por supuesto que absolutamente nadie. Para eso era ley, para proporcionar el conocimiento del pecado y para que ante ese conocimiento el hombre acudiera ante Dios a remediar su situación de acuerdo a lo establecido. Pero este hombre aunque es sincero, está completamente equivocado. Sincero en su indagar, sincero en su interés en las cosas de la vida en Dios, sincero en su acercamiento a Jesús, pero se equivoca al pensar que su relación con los mandamientos establecidos por Dios ha sido satisfactoria; se equivoca al pensar que basta una aparente y externa relación con Dios aunque el corazón y los motivos internos no estén del todo correctos; se equivoca al juzgarse a sí mismo y resultar aprobado en su propia opinión. El evangelista Mateo agrega que este hombre expresó incluso “¿qué más me falta?” (Mt.19:20) Se equivoca al pensar que lo que Jesús está por decir es lo que él espera oír y se equivoca al considerar la relación con Dios como algo accesorio a la vida del hombre.
“Entonces Jesús, mirándole, le amó”
(Vs.21)
El joven está perdido, no tiene idea de lo que Jesús plantea, pero Jesús le ama. Nos recuerda a aquellos “ciertos discípulos” de Efeso que solo habían recibido el bautismo de Juan (hechos 19: 1-7). Nos recuerda a Job quien dijo: “Yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía” (Job.42:3). Nos recuerda a toda esa multitud de creyentes que están en los templos de hoy: desorientados, orgullosos de sí mismos y de sus logros y posibilidades, ignorantes de los propósitos verdaderos de Dios, pero, amados por Dios, carnales e inmaduros en la fe, llamados a ser santos, pero, amados por Dios.
“... le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones”
(Vs.21-22)
Este hombre importante, posiblemente un gobernante o alguien con autoridad, decidió con tristeza alejarse de Jesús ¿la razón? Amaba sus posesiones demasiado como para dejarlas por causa de Jesús. Si algún elogio le queda es su sinceridad ya que abiertamente manifestó su interés principal. Sus posesiones, sus riquezas, su apego a los bienes y posibilidades que poseía le impidió decidirse por Jesús quien le invitó a seguirle tomando su cruz.
¿Le parece que Jesús se la puso muy difícil? ¿Le hizo acaso sólo a él una petición de esa naturaleza? Pedro y Andrés echaban la red en el mar cuando escucharon que el Maestro les dijo “venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt.4:19); Jacobo y Juan estaban con su padre remendando las redes cuando recibieron el llamado del Maestro, y “al instante dejaron la barca y a su padre y le siguieron” (Mt.4:22). Mateo estaba en su trabajo sentado al banco de los tributos públicos cuando el Maestro le dijo “Sígueme. Y se levantó y le siguió” (Mt.9:9).
Al joven rico le faltaba solo una cosa. Y a nosotros, ¿qué nos falta? El joven rico no pudo renunciar a sus posesiones a su hacienda personal, y usted que lee estas líneas, ¿hay algo a lo que no ha podido renunciar por causa del Señor? ¿habrá algo a lo que estamos apegados y que nos está impidiendo ser más fieles en nuestra vocación cristiana? ¿nos creemos buenos y excelentes cristianos? ¿creemos que guardamos su palabra desde hace tiempo? ¿estamos intercediendo perseverantemente por los otros? ¿estamos evangelizando y testificando como Dios realmente quiere que lo hagamos? ¿hemos ofrendando para la obra del reino de Cristo más allá de nuestras fuerzas tan siquiera una vez en nuestra vida como lo hicieron los hermanos de macedonia? ¿ha estado nuestra vida, nuestra reputación, o nuestra estabilidad en peligro por causa del evangelio? ¿hemos sufrido y padecido por causa del evangelio? ¿en verdad? ¿hemos hecho lo que este joven no pudo hacer? ¿hemos renunciado a todos y a todo por causa del evangelio?
"Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!...¡Cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios"
(Vs.23-25)
(Vs.23-25)
Los discípulos se asombraron por estas palabras, pero cuando les dijo que era más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos, se asombraron aún más. ¿Sabe por qué se asombraban tanto los discípulos ante estas palabras? Porque en el pensamiento y mentalidad judía la prosperidad material es casi sinónima de bendición divina. Un hombre rico era un hombre bendecido por Dios en la cosmovisión judía. Que Jesús afirme que los ricos difícilmente entrarían en el reino de Dios era algo nunca pensado por ellos. Por eso decían "¿quién, pues, podrá ser salvo?" (Vs.26).
El verdadero evangelio involucra aspectos que sacuden la vida y tranquilidad de todos los que creen. Algunos se escandalizan, otros se ofenden, unos se burlan y otros intentan evitar a toda costa considerar estos aspectos. Mucha gente promueve el evangelio de la felicidad, un evangelio diferente, un evangelio donde las demandas de Cristo no existen. El presidente de una organización misionera orientada hacia los judíos publicó un artículo en 1989 en el que expresaba al respecto:
“La noción de un plan maravilloso, lleno de éxitos en tu vida, etc. es falsa. La prosperidad material era una de las bendiciones condicionales de la sociedad teocrática del A. T. Y lo será en el futuro reino mesiánico. Pero, en la era presente, a la Iglesia no se le ha prometido prosperidad, éxito y aceptación social...Jesús no prometió a sus discípulos un maravilloso plan para sus vidas, sino un plan divino, que incluiría sufrimientos, aflicción, hambre, perdida de amigos y cargos y hasta la posibilidad de una muerte cruenta...un plan que nos asegura que, aunque el mundo nos odie, Dios continuará amándonos y protegiéndonos. Vivimos en una época en que el cristianismo organizado se ha vuelto muy cómodo...Jesús dijo que hemos de ser la sal de la tierra, pero, en lugar de eso, la Iglesia ha procurado ser rica en posesiones materiales y convertirse en azúcar del mundo. El resultado es una Iglesia débil y sin poder. No debemos olvidar jamás que es Satanás quien promete a sus discípulos un plan maravilloso para sus vidas: un plan que incluye los reinos de este mundo.”
¿Qué nos asombra, asusta, amenaza, o intranquiliza, del evangelio glorioso de Jesucristo?, “¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como esta escrito: Por causa de ti somos muertos todo el tiempo; somos contados como ovejas de matadero. Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (Rom.8:35-37).
“Para los hombres es imposible, mas para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios”
(Vs.27)
El tipo de vida que honra plenamente a Dios no se experimenta según los estándares de los hombres, sino que sólo es posible de alcanzar según los estándares de Cristo. Ese joven quería seguir a Jesús pero su corazón estaba atado a lo material, al poder del dinero y del status social; por ello no se alejó indiferente sino lleno de tristeza. Hombre y mujer de Dios que estás debatiéndote entre seguir al Cordero por donde quiera que va (Ap.14:4) y prestar oído a la demanda del mundo, no arruines tu vida, no desprecies el llamado del Salvador, no tengas en mayor estima los bienes y ofrecimientos de esta tierra antes que los galardones y recompensas que el Cristo de la Gloria a prometido a los que siguen sus pisadas y ejemplo. Parece imposible vivir ese tipo de vida pero está al alcance de todo aquel que quiera, de todo aquel que crea, de todo aquel que coloca su mirada no en la recompensa de los hombres, sino en Dios, que es galardonador de los que le buscan (He.11:6).
Pedro entonces rompe el silencio para decir las siguientes palabras al Maestro:
Pedro entonces rompe el silencio para decir las siguientes palabras al Maestro:
“He aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido”
(Vs.28)
Pedro parece decir: nunca he sido rico pero lo que tenía lo dejé por seguirte. Pero, ¿Qué ha dejado Pedro? ¿cuánto ha dejado? ¿una barca? ¿una caña? ¿su oficio de pescador? Lo que sea que considerase valioso, mucho o poco, de estima o no para otros, él lo dejó por seguir Jesús. Si Pedro hubiese tenido todas las posesiones que aquel joven tenía, todas las riquezas que ese joven poseía, estoy seguro de que también las habría dejado y se habría despojado de ellas por seguir al Maestro de Galilea, al Mesías de Israel, al único que tenía palabras de vida eterna. Podemos ver a Pedro expresando esas palabras: nosotros lo hemos dejado todo, no para entregarnos a la aventura o al ociosidad, lo hemos dejado todo y te hemos seguido, ya durante tres años de nuestra vida, y aún te seguiremos por el resto de nuestras vidas y nunca te dejaremos si nos lo permites.
“De cierto os digo que no hay ninguno que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vida eterna”
(Vs.29-30)
La promesa de recompensa es de seguro cumplimiento pues cuenta con el aval del glorioso Redentor, por lo que no debemos olvidar ni desestimar su palabra en este aspecto, pero sin duda lo que mueve a los creyentes a la renuncia no es la firme y segura recompensa ofrecida, sino el amor y ese sentido de trascendencia que por el Espíritu Santo se apodera del corazón del cristiano que lo mueve a desear cada vez más intensamente corresponder al sublime y poderoso amor demostrado por el Salvador a su favor.
Un famoso poema anónimo, aunque atribuido por algunos a Teresa de Avila, expresa:
“No me mueve, mi Dios, para quererte,
el Cielo que me tienes prometido;
ni me mueve el Infierno tan temido,
para dejar, por eso, de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme el ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor de tal manera,
Que aunque no hubiera Cielo, yo te amara;
Y aunque no hubiera Infierno, te temiera.
No me tienes que dar, porque te quiera,
Pues aunque lo que espero, no esperara,
Lo mismo que te quiero, te quisiera”
Que el Señor Dios Todopoderoso nos conceda la gracia para vivir de forma tal que correspondamos plenamente a su llamado y a su amor, olvidándonos de todo lo demás al punto que Cristo, su palabra y propósito de salvación para todos los hombres, sean el principal objetivo y meta de nuestras vidas.
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