La relación con Dios es de una naturaleza diferente a todas las relaciones humanas aunque guarde ciertas similitudes con estas. Es una relación que se establece sobre realidades concretas y definidas pero de naturaleza principalmente espiritual.
“Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y verdad es necesario que adoren”
(Juan.4:24)
(Juan.4:24)
Cosas que son de una naturaleza espiritual y, por tanto, diferentes a todas las demás cosas humanas tienen lugar en la vida de los hombres cuando estos están en la presencia de Dios.
El creyente reconoce la huella del creador en la creación, acepta y subscribe la evidencia histórica de la manifestación de Dios en la historia humana (la vida terrenal de Jesús), reconoce la autoridad suprema de la Palabra de Dios escrita como única regla de fe y conducta, pero hay más: algo en lo que cada cristiano está llamado a profundizar y perseverar, es lo relacionado con su vida personal ante la presencia de Dios.
Las criaturas celestiales han declarado: “Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos, toda la tierra está llena de tu gloria”, y también el salmista escribió: “¿A donde me iré de tu Espíritu y a donde huiré de tu presencia?”
Sin embargo, la realidad de los que parecieran ser la mayoría de aquellos que conforman el cuerpo de Cristo, es decir, su Iglesia, es un cristianismo carente de poder transformador; carente de esa vida abundante que Jesús prometió; carente de la bendición que emana de Su Presencia.
Hoy más que nunca necesitamos volver a encontrar el sentido de la vida cristiana en esa santa actitud de procurar vivir en su presencia. “Vive Jehová en cuya presencia estoy” expresaba el profeta; “lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” decía el apóstol Pablo; y los creyentes de hoy día ¿conocerán algo de la realidad de esas palabras en sus vidas?
“En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre”
(Salmo 16:11)
Las más grandes glorias están esperando por los cristianos en la presencia de Dios; los más extraordinarios dones y las más sublimes gracias se derraman ante los que acuden a su presencia.
Que el alma encuentre deleite en la presencia de Dios; que el disfrute de su presencia nos de descanso; que la paz de Dios nos inunde como un río; que todos nuestros temores y preocupaciones desaparezcan; que nuestro corazón sea lleno de esperanza y deseos de ver la bondad de Dios en la tierra de los vivientes; que todas nuestras cadenas sean rotas; que nuestra debilidad sea cambiada en fortaleza; que nuestros lamentos y llantos sean cambiados en alabanza y júbilo; eso y muchas cosas más suceden cuando estamos en la presencia de Dios.
¿Cómo podemos saber que estuvimos en su presencia? ¿Qué experimentamos al estar en la presencia de Dios?
Si eso que sentimos no nos lleva a humillarnos, a quebrantarnos, a consagrarnos más a Dios, dudo que realmente hayamos estado en su presencia.
Si no somos fortalecidos, consolados, avivados en el gozo, y despertados a la misión que tenemos que desarrollar como cristianos, dudo que en verdad hayamos estado ante él.
Si no se produce una transformación de algún tipo en nuestra vida como resultado de estar en su presencia, es de dudar que en realidad estuvimos allí.
En presencia de Dios siempre tendrá que ocurrir algo; si nuestra alma está ante él realmente entonces será afectada de alguna forma. La presencia de Dios es demasiado sublime... es demasiado importante...es demasiado poderosa... es demasiado santa... demasiado reveladora...demasiado gloriosa...
¿Qué ocurre en la presencia de Dios?
1.- Dios se da a conocer a los corazones de aquellos que acuden ante su presencia.
En tiempos pasados los hombres, especialmente los creyentes, fueron testigos de asombrosos y extraordinarios milagros en la presencia de Dios. Aunque Dios es el mismo por los siglos eternos y jamás cambiará, ya que es Santo y Perfecto, eternamente autosuficiente, sin necesidad de realizar ajuste alguno a sus santos atributos ni a ninguna de todas las innumerables perfecciones que conforman y definen su carácter divino, él no obstante, ha ejercitado su actuación de maneras distintas en el escenario mundial a lo largo de la historia humana de acuerdo con los propósitos eternos que él, en su sola voluntad, ha establecido para con los hombres, sean estos los judíos, la Iglesia, o los no creyentes. Pero algo que no ha cambiado del trato de Dios para con los hombres es ese aspecto que tiene que ver con lo que él hace en el corazón; lo que produce su presencia en la vida humana cual fruto de gloria; la revelación, es decir esa claridad con que el creyente llega a conocerle y a experimentarle en su propia vida; Dios todavía mueve y conmueve los corazones de su pueblo, de sus hijos, y los mueve por la obra del Espíritu Santo y su Santa Palabra, y esto sucede, generalmente, cuando estos están en su presencia.
Lo entienda usted o no, la manifestación de Dios al corazón del ser humano es un hecho espiritual, y por tanto, sobrenatural y milagroso en su esencia. Es por ello que el Apóstol escribió por inspiración del Espíritu Santo
“...pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”
(1Corintios 2:14)
Las verdades de Dios se hacen palpables al alma cuando esta está en su presencia:
“…la comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará a conocer su pacto”
(Salmo 25:14)
2.- En la presencia de Dios las vidas son transformadas.
“El Espíritu de Dios vendrá sobre ti con poder y serás mudado en otro hombre” fueron las palabras que el profeta Samuel le dijo al que habría de ser el primer rey de Israel; estas palabras expresaban el deseo de Dios para la vida de ese hombre. Así creo que expresan el deseo de Dios para la vida de todos nosotros. Dios quiere y desea que seamos mudados, es decir, transformados en otro hombre, en otra persona, pero ese cambio que Dios desea no lo opera la educación, tampoco la fuerza de voluntad humana, ni siquiera la educación e instrucción cristiana (discipulado), ese cambio solo tiene lugar al estar en su presencia y por el poder del Espíritu de Dios.
El cambio que necesitamos y que Dios desea obrar en nosotros ha de producirse en nuestro ser interno, en el corazón, y este, como decía Spurgeon, “es un pez muy escurridizo y difícil de atrapar”, sólo Dios tiene el anzuelo a la medida para cada uno de nuestros corazones, pero debemos ir ante su presencia, entonces él nos guiará de la orilla del río a las aguas profundas, pero, recuerde, antes debemos disponernos en ir hasta la ribera.
Nunca ha recibido Dios a alguien por hijo para dejarle sin transformarle; los que no cambian, de seguro jamás fueron sus hijos. Nunca ha dejado Dios a sus hijos sobre la faz de la tierra, es decir, vivos, sin tener presente un propósito de transformación y crecimiento para ellos; los que ya no desea transformar aquí se los ha llevado para perfeccionarlos allá (en el cielo).
Que el Espíritu Santo nos ayude para no claudicar en la disposición a ser transformados por su poder y nos ayude también a perseverar en su presencia hasta que la transformación sea realizada.
3.- En la presencia de Dios no es concedida la victoria sobre nuestros enemigos.
El cristiano enfrenta una lucha constante por la gloria de Dios: es un embajador del cielo, un representante de Cristo, lleva el sello de Dios sobre su ser; por tanto es inevitable que se encuentre en lucha; lucha contra el enemigo; lucha contra los principios y valores de la sociedad en que vive, y lucha contra los impulsos que surgen de su propio corazón en abierta rebelión contra Dios. El progreso hacia la madurez cristiana está determinado, en parte, por las victorias que el creyente tenga en estos tres frentes (el diablo, la carne y el mundo), y la victoria a su vez depende de que el creyente descubra y compruebe que el secreto está en acudir a la presencia de Dios.
Cualquiera que sea la lucha que enfrentemos, cualquiera que sea la naturaleza de nuestro adversario, cualquiera que sea la magnitud del problema, en la presencia de Dios hay suficiente gracia, suficiente poder y suficiente amor para darnos oportuna salvación, completa liberación y definitiva victoria sobre todos nuestros enemigos.
Antes de que el Señor Jesucristo viniese a morir por nosotros en la cruz, antes del tiempo de la “gracia y la verdad”, Dios manifestó su presencia primero en el tabernáculo de reunión construido por Moisés; luego en el templo edificado por el rey Salomón, hijo de David; a esos lugares acudía el pueblo para adorar, para glorificar la presencia de Dios, para ver la gloria de Dios; hoy día, el lugar de la manifestación de la presencia de Dios por medio de su Santo Espíritu es nuestro corazón, nuestra propia vida, nuestros cuerpos son templo del Dios vivo y al igual que antes el desea manifestar su presencia, dejar ver su gloria, que suba del templo el olor grato del sacrificio, que suba a su presencia el aroma del incienso (la oración), y que cada creyente, cual sacerdote, coma de la mesa del Señor, y cual levita, viva en su presencia.
Que Dios nos conceda el vivir continuamente en su presencia para servirle y adorarle porque él es bueno y para siempre es su misericordia.
En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.
Es extraordinario,me satisface el escrito,lo lei pero no lo reflexione,volvere a el,
ResponderEliminargloria a Dios aleluya procuremos todos estar .llenos de la presencia de Dios.
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