lunes, 3 de mayo de 2010

LA CRUZ DE CRISTO Y NOSOTROS

     Unos pocos siglos antes de la muerte de Jesús en la cruz, Grecia había dado lo mejor de su sabiduría a la humanidad: Platón, Aristóteles y Sócrates, vivieron se hicieron famosos, conocidos e influyentes, sin embargo, su lógica, filosofía y razonamientos no lograron cambiar la condición humana en lo más esencial: en el aspecto moral, o si lo prefiere, en el aspecto de su amor por la justicia y la rectitud. Es así como los romanos, sucesores de los Griegos en la escena política, cultural y tecnológica, llegaron a constituirse como la más gráfica y expresiva paradoja de la condición humana: el imperio más grande que ha visto la civilización humana pero, al mismo tiempo, la sociedad más corrupta, depravada y decadente que se haya visto jamás. Por un lado la asombrosa, pulcra y detallada legislación civil y militar romana, que impera y determina todas las relaciones y procedimientos en la sociedad, pero, por otra parte, la sórdida, promiscua y perniciosa vida inmoral, licenciosa al extremo, que gobierna y satura la sociedad progresista y de vanguardia que es roma y su imperio.

     Es en este contexto que Dios hace participar a la humanidad de la obra de la cruz en la persona de Jesucristo. Grecia, con todas sus glorias, ya estaba en el pasado, Roma, con todos sus triunfos y corrupción moral, estaba en pleno apogeo. Sin embargo, en un lugar, insignificante para la estima imperial, aunque preciado para el ojo divino, Dios mismo establecía la salvación para todos los hombres y el camino verdadero a la gloria y la inmortalidad, de forma rotunda y definitiva por medio de la cruz de Cristo.

     Una de las descripciones más impresionantes y dramáticas acerca de la obra de Jesucristo en la cruz fue provista por el profeta Isaías, quien, de entre los profetas de la antigüedad, es el que más predicciones y retratos del Mesías pronunció. Es el profeta más mesiánico de todos los del Antiguo Testamento y aún de toda la Biblia. Él es quien retrata los siguientes eventos proféticos relacionados con el Mesías redentor:

- El niño que ha nacido con el principado sobre su hombro (Is.9:6)
- La virgen que ha de concebir y cuyo hijo se llamaría Emanuel (Is.7:14)
- El vástago de las raíces de Isaí en quien reposaría el Espíritu de Dios (Is.11:1-2)
- La piedra probada, angular y preciosa establecida en Sión (Is.28:16)
- El Rey de justicia, escondedero, refugio y arroyo de aguas (Is.32:1-2)
- El siervo del Señor que traerá justicia a las naciones (Is.42:1)
- El ungido del Señor (Is.61:1-2)

     Pero con toda seguridad el retrato mejor logrado de Isaías sobre la persona del Mesías es el descrito en el capítulo 53, el cual, dato curioso, es el capítulo central de la Biblia, donde predijo de forma sumamente detallada los sufrimientos que habría de padecer el enviado de Dios por redimir a los hombres, predijo la actitud de los israelitas para con el Mesías (su rechazo), pero también el resultado de su obra salvadora por medio del sacrificio.

     Como es bien sabido, hasta el día de hoy, los integrantes del pueblo judío rechazan a Jesús como Mesías y desprecian así mismo los escritos de los evangelios y el Nuevo Testamento. Hace ya varios años escuché la siguiente anécdota relacionada con este capítulo 53 de Isaías: 

En un centro de educación judío, un profesor pide a sus alumnos, como de costumbre, que compartan en voz alta un fragmento de las Escrituras. Un joven puesto en pie comienza a leer las particulares palabras de Isaías 53 mientras todos escuchan, aunque no saben qué es lo que el joven lee: (Is.53:3-12)
Finalmente el profesor se dirige al joven agradeciéndole su participación, recordándole, sin embargo, que está prohibido dar lectura a los escritos del Nuevo Testamento en esa escuela, a lo que el alumno responde: “disculpe profesor, pero yo no he leído en el Nuevo Testamento, yo he leído en el libro del profeta Isaías en su capítulo 53”.

     Y es que definitivamente sólo el Señor Jesucristo cumple y exhibe todos los detalles de la descripción profética de Isaías 53. Y habría que estar demasiado prejuiciado en contra de la verdad para no ver en ese relato a Jesús padeciendo en la cruz del calvario por los pecados de los hombres.

     Es en la vieja y antigua cruz del Calvario donde se encuentran las respuestas a nuestras interrogantes y la solución para nuestros problemas. En la cruz el Hijo eterno de Dios dio una clase magistral y sin igual a la humanidad válida por toda la eternidad. Pero, ¡qué tipo de clase!: le costó el desprecio, los insultos, la tortura física y entregar la vida hasta encontrar su propia muerte. Todo ello no aparte de nosotros, es decir, no sin tener relación alguna con nosotros, sino, al contrario, todos y cada uno de sus sufrimientos tenían que ver directamente con todos y cada uno de nosotros: con nuestros extravíos, nuestros deslices morales, nuestras obsesiones secretas; con nuestra enferma condición espiritual y emocional, nuestros pecados, nuestras pleitos, nuestros rencores, nuestra falta de aprecio por lo recto y lo justo, nuestra falta de interés por conocer “al que es desde el principio”, esto es, al único Dios verdadero creador de todas las cosas.

     El profeta Isaías expresó su extraordinaria visión y conmovedora descripción del Mesías sufriente casi ochocientos años de que Jesús padeciera en la cruz, pero, más importante aún, su lenguaje evidencia y destaca la relación de esos hechos con todos nosotros:

...le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Más él, herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros
(Isaías 53:3-6)

     Es así como las Escrituras muestran nuestra relación ineludible con todo lo que padeció Jesucristo en aquella cruz, pero también, cómo se estableció allí mismo nuestra redención y restauración eterna.

¿Qué relación tiene la muerte de Jesús en la cruz con nosotros?

     Primeramente tenemos que afirmar que a Dios le plació relacionar a toda la raza humana con la muerte de Jesús en la cruz, de tal manera que todos los hombres han de ser juzgados con relación a la actitud que hayan asumido ante la muerte de Jesús en la cruz:

Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo
(1Tim.2:5-6)

     En segundo lugar tenemos que afirmar que la muerte de Jesús en la cruz es el único medio que se les ha concedido a los hombres para alcanzar la gloria y la inmortalidad:

Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo. Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos
(Hch.4:11-12)

     En tercer lugar hay que mencionar que la muerte de Jesús en la cruz es la única obra provista y aceptada por Dios para el problema moral del hombre:

...por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados
(Rom.3:23-25)

     En cuarto lugar es necesario afirmar que en la cruz, Jesús, el Santo de Dios, quien, a diferencia de todos los mortales en todas las generaciones, jamás cometió un error, jamás se equivocó en aspecto alguno, jamás participó de algún pecado, el Santo Hijo de Dios en la cruz, sin embargo, llevó sobre sí mismo el pecado de cada uno de nosotros y de todos los miembros de la raza humana en las generaciones pasadas y futuras:

Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente; quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados
(1P.2:21-24)

     En quinto lugar no puedo dejar de mencionar que en la cruz el justo murió en lugar del injusto, el inocente por el culpable, y, por paradójico que parezca esa fue la forma establecida por Dios para que la justicia fuese satisfecha y nosotros, pecadores todos, tuviésemos oportunidad de recibir la absolución de nuestras culpas por el solo hecho de confiar y aceptar la obra realizada por Jesús en la cruz a nuestro favor en el contexto del mensaje del evangelio:

 “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado en espíritu
(1P.3:18)

     Hasta el presente siglo XXI nos acompaña la influencia de los griegos y los romanos. El culto al pensamiento y el conocimiento, ese ideal de alcanzar la verdad y aprehender la razón de la existencia; la búsqueda de “otros caminos”(el evangelio es el Camino) por la filosofía y por los grandes pensadores de la humanidad; el disfrute de esa jactancia personal sustentada en un grado académico o por saberse poseedor de algún conocimiento, nos llegan a manera de legado y herencia, desde Grecia. Pero, por otra parte, ese torcido pensamiento de hacer del placer pecaminoso y el confort el ideal de la existencia, nos llega de Roma. En esencia la sociedad actual refleja, promueve y exalta el ideal romano de la vida: la búsqueda del poder, la glorificación del placer (todo tipo de placer), y la duplicidad de vida, esa hipocresía farisaica de respetar las leyes y las buenas costumbres en apariencia pero llevando, al mismo tiempo, una vida de inmoralidad y corrupción personal.

¿Qué nos dice la cruz de Cristo con relación a todo eso?

- Que los griegos se equivocaron al hacer de la sabiduría el fin supremo de la vida de espaldas a Dios (1Cor.1:21-23). Todos los que siguen las pisadas de los griegos en la actualidad, todos los que buscan en el conocimiento una plataforma y una base sobre la cual entender y explicar la existencia humana alejados de Dios, es decir, de espadas a la Palabra de Dios, están equivocados, e inevitablemente, al final, tarde o temprano, tendrán que reconocerlo así. Dios jamás será burlado. Todos aquellos que abrazan un argumento para justificar su conducta al margen de la verdad bíblica están equivocados. La verdad no es relativa ni cambiante, la verdad es absoluta, eterna e imperecedera, como eterno, absoluto e imperecedero es su Autor.
- Que los romanos se equivocaron al hacer del poder y del placer el propósito principal de la vida (Lc.12:15; Jn.17:3; Rom.14:17). Los que impulsan y reviven la nueva Roma de nuestros tiempos serán condenados por rechazar la cruz y los sufrimientos vicarios de Jesús en la cruz. Que no es el poder, ni la fama, ni el dinero, ni el placer, ni siquiera la felicidad personal el bien más alto y sublime a que pueden y deben aspirar los hombres lo demuestra sin lugar a dudas la muerte de Jesús en la cruz. Que no se puede vivir de forma equilibrada y enfocada, de forma productiva y con sentido de trascendencia ignorando la obra de Jesús en la cruz está demostrado por la vida y el fracaso común de las personas en todos los contextos sociales de la experiencia humana.

     Y si usted piensa que en estos tiempos modernos ese mensaje de la muerte de Jesús en la cruz es obsoleto y carente de vigencia y relevancia para la vida actual, permítame sugerirle que reconsidere su posición, porque, con todo respeto, debo decir que está usted completamente equivocado si así piensa. ¿Por qué? Porque el hombre ha sido completamente incapaz de solucionar el problema del mal de su propio corazón y su tendencia a la depravación moral. Porque los escritos de todos los hombres han resultados inútiles para brindar una respuesta coherente y eficaz para la falta de paz en la experiencia humana a todo nivel: personal, familiar y social. Porque ni siquiera vivimos mejor hoy con toda la tecnología y el conocimiento que nos jactamos de poseer; no vivimos mejor con el progreso de las ciencias de la educación y de la conducta; no se vislumbra un futuro prometedor para las generaciones futuras, pero tampoco para la generación del presente.

     Una investigación desarrollada hace casi una década determinó para ese entonces, que cada día, en los Estados Unidos:

- 1000 adolescentes solteras se convierten en madres
- 1106 adolescentes tienen un aborto
- 4219 adolescentes contraen enfermedades venéreas
- 500 adolescentes comienzan a usar drogas
- 1000 adolescentes comienzan a ingerir bebidas alcohólicas
- 135.000 jóvenes llevan a la escuela pistolas u otras armas
- 3160 adolescentes son asaltados; 80 son violados
- 2200 adolescentes abandonan sus estudios
- 7 jovencitos (entre los 10 y 19 años de edad) son asesinados
- 7 jovencitos (de 17 años o menores) son arrestados acusados de asesinato
- 6 adolescentes se suicidan

     Pero estos lamentables hechos suceden en nuestra sociedad a diario, en nuestras escuelas, entre nuestros conocidos, en nuestras familias, aún en nuestras iglesias. Y, ¿quién es el responsable? El diablo y el mundo. Y Nosotros, ¿seremos responsables?
     Por supuesto, que el problema no está en la tecnología ni en el conocimiento, sino en nuestra renuencia a valorar e identificarnos con la obra poderosa de nuestro Señor en la cruz.

     Si hay un mensaje que es necesitado con urgencia por nosotros y nuestros tiempos modernos es el ofrecido por la muerte de Jesús en la cruz. El apóstol Pablo lo expresa con las siguientes palabras:

Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito:
Destruiré la sabiduría de los sabios,
Y desecharé el entendimiento de los entendidos.
¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba? ¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?. Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios
(1Cor.1:18-24)

     El valor de la cruz de Cristo va infinitamente más allá de lo que las palabras pueden expresar y de lo que el pensamiento humano puede concebir. ¿Qué sucedió en esa renombrada cruz? Dios se hizo de forma humana y murió en esa condición de hombre de forma vergonzosa e ignominiosa para así otorgar plena y eterna salvación a todo el que quiera y crea; hecho que ninguno de los pensadores griegos jamás, ni por asomo, logró concebir en toda su literatura. Es algo que sólo a Dios se le pudo ocurrir.

     El poder de la cruz de Cristo es eterno e inagotable, y accesible a todo aquel que cree, y nuestra identificación con la cruz de Cristo hace posible el disfrute de una nueva vida en Dios. Solo al conocer, comprender y valorar la obra de Jesús el Hijo de Dios en la cruz es que yo como persona entiendo y veo el grado de maldad que habita en mi naturaleza; entiendo las graves y penosas consecuencias de mis “simples pecados”; entiendo que en esta condición no me es posible entrar al reino de los cielos; que no puedo seguir viviendo de la forma que he vivido; comienzo a percibir la grandeza y profundidad del amor de Dios por mí; entiendo porqué es necesario que no participe del espíritu de este mundo; pero también encuentro liberación, perdón y restauración a los pies de esa cruz, y me siento entonces como el peregrino de Bunyan, siendo libre al fin de la pesada carga de iniquidad que traía sobre su alma y conciencia; la cruz puede lo que las excusas no logran: impartir paz a una conciencia manchada por la culpa, impartir sosiego a un corazón aquejado por la impotencia y la frustración.

     ¿Es esa cruz para los buenos hombres? No. Es para todo aquel que reconociéndose malo y pecador ante los ojos de Dios, tenga, sin embargo, sed de una vida nueva y de un comenzar de nuevo con la gracia y ayuda de Dios.

     ¿Podemos nosotros como cristianos esconder nuevamente el rostro de el Salvador para no mirar a la cruz?

     ¿Tendremos nosotros los cristianos su violenta y sacrificial muerte como algo de poco valor para nuestra vida diaria?

     ¿Consideramos acaso que la cruz tuvo su valor en el pasado, lo tendrá en el cielo, pero que el presente no es más que un concepto teológico sin mayor repercusión para nuestra vida?

     Estamos invitados a conocer al Dios todopoderoso pero hemos de encontrarle en la cima de aquel monte, a los pies de la cruz de Cristo.

     Estamos llamados a experimentar el poder de Dios en nuestras vidas, pero tenemos necesariamente que acudir a doblar nuestras rodillas delante de la bendita cruz de Cristo.

     Estamos urgidos de esa fuerza que nos puede librar de ser arrastrados por el mundo pecaminoso, pero sólo por medio de la obra de la cruz en nuestra alma es que podremos llegar a decir con Pablo “el mundo me es crucificado y yo a él”.

     Estamos rodeados de ofrecimientos placenteros pero envilecedores, sin embargo, la cruz de Cristo se levanta como un faro en la costa peligrosa y nos ofrece una guía segura para vivir en este mundo, una salida oportuna para no ceder ante el pecado, un mejor camino para llegar a la gloria celestial, una senda iluminada por la esperanza.

     En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.
Compartir

No hay comentarios:

Publicar un comentario