lunes, 22 de marzo de 2010

FORTALECIENDO NUESTRA CONFIANZA EN DIOS


“Y conocerás que yo soy Jehová, que no se avergonzarán los que esperan en mí”
(Isaías.49:23)
Para todos aquellos que están experimentando algún pesar, alguna aflicción, que están atravesando un mal momento, una crisis o problema que no es de fácil solución, para aquellos que no saben como podrían cambiar las circunstancias en relación a un área determinada de su vida personal o familiar.

Dios, en el cumplimiento de sus maravillosos planes y propósitos en la vida de las personas, se complace en manifestar su poder y su obrar providencial de forma tal que siempre nos lleva en nuestro caminar de fe a una más profunda relación de confianza en él.

Tal fue el caso de Abraham, por ejemplo, el padre de la fe. En cuya vida vemos casi de forma perfecta este aspecto del trato de Dios para con los suyos: un hombre llamado a la fe y a la obediencia; luego llamado a la separación y consagración Dios; un hombre con preciosas promesas; pero un hombre a quien en determinados aspectos Dios prueba y conduce por un camino “cuesta-arriba” pero en cuya cima ha de conseguirse casi que cara a cara con la fidelidad misma de Dios, porque el Dios que prometió y ofreció bendecirle en su juventud, ese mismo Dios que le guardó y prosperó en su peregrinaje, ese Dios todopoderoso honró su Palabra, cumplió con todas sus promesas, y realizó sus propósitos de gracia en su vida y en la de su familia. Pero el camino definitivamente no fue siempre fácil ni tampoco su ruta fue siempre previsible y clara. Abraham, no obstante, fue llevado por medio de cada circunstancia de su vida a confiar cada vez más en Dios, fue llevado a madurar y crecer en esa confianza, y finalmente fue llevado a entregarse sin reservas a la soberana mano de Dios. Con razón es reconocido en las Escrituras como un “amigo de Dios”.

En cierta forma esto es el todo de la vida cristiana, aprender a caminar y a vivir en obediencia a Dios por medio de la fe en sus promesas, en su fidelidad, en su justicia y en su bondad. Una vez que aprendemos a caminar en dependencia de lo que la palabra de Dios nos enseña y demanda comenzamos casi inmediatamente a llevar fruto para Dios en nuestra vida y a disfrutar de la lluvia temprana de Dios en todo lo que hacemos. Y cuando comenzamos a ver la gloria de Dios en determinadas áreas de nuestra vida nos llenamos de ese deseo de ver más de esa gloria.

Pero la vida cristiana no siempre va como nosotros quisiéramos, y en nuestra vida algunas veces enfrentamos situaciones y conflictos que sacuden los cimientos mismos de nuestra fe: el conflicto que genera la infidelidad conyugal en el corazón de aquel esposo o esposa que respeta y ama a su Señor y salvador; el dolor que experimenta aquel creyente ante la perdida de un hijo, la esposa que ha perdido a su esposo, el creyente que sabe que su familiar muerto partió hacia la eternidad a sufrir perpetuamente por haber rechazado la gracia salvadora de Jesucristo; el conflicto de aquel que después de estar disfrutando de una posición estable en lo económico de repente queda en el aire, sin saber cómo podrá obtener siquiera el sustento diario para su familia. El creyente que se encuentra lidiando con problemas de salud cuando antes no los tenía. En fin, la vida de fe está pintada también con esos matices y trazos grisáceos u oscuros que Dios en su soberana sabiduría permite que formen parte del cuadro de nuestra vida..

Esos trazos oscuros y no tan definidos son nuestras tristezas y penas, son nuestros fracasos y frustraciones, son nuestras impotencias e insatisfacciones. Todos participamos en alguna medida de ese tipo de experiencias. Aunque es probable que usted haya escuchado más de una vez a los actores de la fe, esos que nunca tienen problemas, que nunca sufren penurias, que nunca una tristeza aflige sus corazones, que no saben lo que es el miedo, no conocen lo que es el fracaso, esos que tienen todas las respuestas para las vueltas de la vida, aunque usted lo ha escuchado, espero que usted también los haya desenmascarado: son falsos, son mentirosos, son hipócritas, y aunque repitan sus falacias hasta cuando están dormidos, ellos no podrán evitar gustar el sabor de esas experiencias “negativas”.Aunque usted sea un creyente fiel y temeroso del Señor, a veces no podrá evitar el fracaso, y en no pocas ocasiones tendrá que tomar un sorbo de la copa del sufrimiento por una causa u otra.

Dios, sin embargo, sabe que hacer con el fracaso de un hombre o de una mujer, quiero decir con el sentimiento amargo y desagradable que llena el corazón de aquel que ha gustado de la copa del fracaso. Pienso en esa joven que su novio dejó plantada al romper la relación y no le importó lastimar su corazón ni hacer burla de todas sus ilusiones; pienso en ese madre que tuvo que enterrar a su hija por causa de una enfermedad que se la arrebató y aún no puede sacar de su corazón la dolorosa y amarga impotencia que marcó su vida; pienso en ese padre o esa madre que al ver a sus hijos y la vida que llevan no puede evitar sentir una gran tristeza; pienso en esa esposa que tiene que soportar las altanerías y maltrato de un esposo que no conoce el amor de Dios y que desprecia y rechaza el mensaje del Evangelio glorioso de Cristo; pienso en todos aquellos sufrimientos que por razones escondidas a nuestra comprensión es necesario que experimentemos; pienso en todas aquellas cargas que yo se que el Señor puede quitar de nuestras vidas pero que sin embargo el ha preferido no hacerlo aún, y todo ello, ¿sabe por qué razón? Para llevarnos a usted y a mí a un grado mayor de confianza en él, un grado mayor de confianza en sus medios de gracia, un grado mayor de confianza en su sabiduría y poder, un grado mayor de confianza en su bondad y fidelidad.

Innumerables y variadas pueden ser las penas que afligen a los corazones de los hombres, creyentes y no creyentes. Pero la persona cristiana tiene una ventaja inigualable con relación al no creyente: Dios ha prometido ayudarle.

“Muchas son las aflicciones del justo, Pero de todas ellas le librará Jehová”
(Salmo34:19)

Esa promesa de la ayuda divina es tan cierta como lo es la salvación que nos ha sido dada en Cristo Jesús. Tan segura como seguro y firme es el cielo donde pasaremos la eternidad con nuestro Dios.

“No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú.
Cuando pases por las aguas yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán.
Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti. Porque yo Jehová, Dios tuyo, el Santo de Israel, soy tu Salvador”
(Isaías 43:1-3)

Pero es necesario que el creyente conozca a su Dios y Salvador como aquel que le ayuda. Es necesario que aprenda a apoyarse y a confiar en él.

La lección de Agar (Gn.16:7-14; 21:8-19)

- El Dios que me ve

o Aceptar la palabra de Dios que nos obliga a devolvernos de todo mal camino.

o Saber que Dios nos considera y ve en todas las cosas.

o Las ironías de la vida: devolverse sumisa para más adelante ser echada.

- “No veré cuando el muchacho muera”

o Comenzar a vivir conflictos por la voluntad de Dios requiere confianza en Dios (Agar es echada de la casa de Abraham)

o Ver como se agotan los recursos y posibilidades y no poder hacer nada requiere confianza en Dios (El agua del odre se acabó y la vida peligra)

o Aprender a vivir esperando el cumplimiento de una palabra o promesa hecha por Dios requiere confianza en Dios (Dios dijo que hará una nación del muchacho).

No solo Agar, nosotros también somos tratados de manera similar por Dios, Dios permite que seamos probados, que seamos presionados, que seamos atacados, luego nos manda a ser sumisos y a que nos regresemos por todo camino que nos hayamos inventado para evadir las dificultades y sufrimientos. Más adelante, cuando estamos un poco más maduros, permitirá que comencemos un viaje de fe con “suficiente pan y agua para el camino”, pero luego sin poderlo evitar el agua del odre se escasea y finalmente se termina por completo, y entonces llega el momento que prueba el temple de nuestra confianza en Dios, ¿difícil? Sí; pero allí y solo allí, es que son confirmadas las promesas que Dios nos ha hecho. Es necesario que las promesas de Dios sean puestas a prueba y validadas en la experiencia de cada creyente. Necesario por nuestra causa y para nuestro bien. Cuando el odre esta seco y no se ven otras posibilidades (y no me refiero a escasez económica), entonces estamos listos para que Dios nos lleve a la fuente que él ha provisto y preparado para suplir y bendecir nuestras vidas. Pero tenemos que llegar a ese punto agónico, a ese punto crítico, a ese desierto sin salida, entonces estaremos listos para clamar con el corazón como a voz en cuello. Estaremos listos para esperar en Dios y solo en él. Estaremos listos para acudir con desespero a su bendita fuente.

Como aquella mujer que clamó ¡dame hijos o me muero! (Gn.30:1)

Como aquel hombre que dijo “aunque él me matare, en él esperaré” (Job 13:15)

Como aquel predicador que oró “Señor dame Escocia para Cristo o me muero”

Como David cuando expresó al Señor en medio del desierto “…mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, en tierra seca y árida donde no hay aguas, para ver tu poder y tu gloria…” (Sal.63:1-2a)

Siempre será una bendición que Dios nos lleve a ese punto de clamor y a ese lugar donde se agotan las posibilidades porque allí Dios confirmará sus promesas para con nosotros y allí el manifestará su gloria al llenar los odres secos y cuarteados de nuestra vida.

¿Sabe lo que Dios ha dicho?

“Y conocerás que yo soy Jehová, que no se avergonzarán los que esperan en mí”
(Isaías.49:23)

Tenemos en esas palabras un fortísimo motivo para vivir en esperanza aún en medio de nuestras tristezas y dificultades puesto que Dios es fiel y de ningún modo dejará de actuar conforme a su naturaleza y palabra, por tanto, depositemos toda nuestra confianza en él y cobremos ánimo en nuestro caminar como cristianos.

En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.
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3 comentarios:

  1. Nuestra confianza en Dios, es la que nos levanta cuando ya no podemos más.
    Un saludo desde mi blog www.creeenjesusyserassalvo.blogspot.com

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