Quienes desconocen su mensaje y el alcance de sus palabras piensan equivocadamente que la Biblia no tiene nada relevante que decir en estos tiempos de descubrimientos y tecnología, donde se está haciendo posible lo que antes sólo sucedía en la imaginación de los hombres.
El hecho real es que al día de hoy la Biblia continúa siendo el libro más leído, distribuido y vendido en la historia de la humanidad, con cerca de 5 mil millones de copias (Le sigue bastante de lejos El Quijote con 500 millones) , y también el libro más ampliamente traducido en el mundo (cerca de 2500 idiomas). Y su presencia en el mundo, lejos de desaparecer, se incrementa y fortalece, con los medios que ahora hacen posible su presencia y disponibilidad en distintos formatos tecnológicos.
¿Qué es lo que hace que este Libro sea particularmente especial?
Lo que hace que la Biblia sea El Libro es el hecho de que Dios es su tema, causa y motivo, y su protagonista. La Biblia inicia con Dios y termina con Dios, y la trama de todo su desarrollo y proyección gira en torno a la persona de Dios y su reino, de Dios y su gloria. No existe otro libro que nos presente la visión y perspectiva que nos ofrece la Biblia para entender la razón de nuestra existencia y de todas las cosas que conforman el universo.
La Biblia nos invita a reconocer la autoridad de Dios sobre nuestras vidas (Proverbios 3:5-7); a que reconozcamos la realidad de su existencia, grandeza y poder, por la evidencia de la creación que nos rodea (Romanos 1:20); a que aceptemos la verdad de su amor, puesto en evidencia en la entrega del Señor Jesucristo por nosotros en la cruz (Romanos 5:8); pero nos presenta por sobre todas las cosas la posibilidad de conocer a Dios, y conocer cuál es el propósito por el cual Él nos trajo a la existencia y nos ha dado vida física y espiritual (Juan 17:2-3).
¿Por qué tenemos este Libro hoy con nosotros?
Porque Dios se manifestó de manera especial a determinados hombres en las generaciones pasadas para dar a conocer sus obras, su voluntad, intenciones y propósitos. Y algunos de estos hombres recibieron la encomienda de escribir tales encuentros y revelaciones especiales que tuvieron con Dios; tal es el caso de Moisés, quien escribió los 5 primeros libros de la Biblia, por ejemplo, pero quien recibió de Dios mismo lo que quizá fueron las primeras palabras del registro bíblico: las tablas de la ley, escritas por el dedo mismo de Dios (Éxodo 31:18; Deuteronomio 9:10); o de la mayoría de los profetas del Antiguo Testamento (Ej. Jeremías 1:1-9).
Dios realmente puso sus palabras en las bocas de esos hombres (como nos lo dice con Jeremías) y lo que ellos dijeron, enseñaron y proclamaron en sus mensajes particulares, se registró, a veces por ellos mismos, a veces por medio de un escribiente (Jeremías 36:1-4), pero lo que ellos dijeron en su tiempo y época fue lo que Dios quiso que ellos dijesen de parte suya para su pueblo y el mundo en general. Así nos lo recuerda el apóstol Pedro en su segunda carta cuando dice que “…nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2Pedro 1:21). Es realmente importante esta afirmación que Pedro realiza a la luz entender lo que sucedió con los hombres que nos dejaron la Biblia como fruto de su relación de obediencia para con Dios. Pedro nos dice que ellos hablaron y dijeron lo que dijeron, no porque así lo quisieron o decidieron, sino porque el Espíritu Santo les llevó a decir lo que dijeron. Según el término usado por el apóstol ellos fueron llevados, cargados, sostenidos, sustentados, enviados a ir adelante por el Espíritu Santo que vino y obró sobre ellos.
¿Qué tenemos que entender sobre la Biblia?
El propósito de la Biblia como Libro es llevarnos ante Dios, revelarnos al Dios invisible, enseñarnos cómo es Dios y qué pide Él de nosotros (Miqueas 6:8), es darnos una manera confiable, sólida y accesible de conocer y aprender a sostener una relación significativa y relevante con Dios en nuestro vivir terrenal (Salmo 119:9-12).
La Biblia no nos fue dada para satisfacer nuestra curiosidad, o para cultivar nuestra imaginación, sino para llevarnos a conocer en verdad a Dios.
Dios quiere ser conocido de nosotros sus hijos, por ello nos dejó su Palabra. Ahora que estamos en Cristo, lo que debemos buscar con todo nuestro corazón es conocer lo más profundamente que podamos a Aquel que nos dio la vida y la salvación, a Aquel que nos creó pero que también nos perdonó en Cristo y nos dio su eterna salvación, a Aquel que domina, gobierna, dirige, y lleva a pulso preciso y constante todos los acontecimientos de este mundo hacia el cumplimiento del plan que desde la eternidad se trazó. Así nos lo recuerda el profeta Jeremías en uno de sus inspirados mensajes:
“Así dijo el Señor: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que Yo soy Jehová, que hago misericordia, juicio y justicia en la tierra; porque estas cosas quiero dice el Señor”
(Jeremías 9:23-24).
¿Palabra de Dios o palabra de hombres?
El apóstol Pablo dijo a los creyentes de Tesalónica (en la actual Grecia), que daba gracias a Dios porque cuando ellos recibieron la palabra de Dios por medio de la predicación de Pablo, la recibieron “…no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la Palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (2Tesalonicenses 2:13).
Y esa es una distinción fundamental: una es la palabra de los hombres, y otra es la Palabra de Dios.
Las palabras de los hombres, por expresivas, emotivas, bien conjugadas y ordenadas que estén, ya sea según las leyes y normas de la prosa, la poesía, o según la extensa libertad que concede el formato del discurso y el libre pensamiento, sea cual sea el estilo y forma, las palabras de los hombres nunca jamás se podrán comparar con la bendita Palabra de Dios.
La literatura en toda su dimensión abarca un mundo asombroso y maravilloso, que sorprende y admira, entusiasma e inspira, un mundo que es tan vasto y extenso como vasto y extenso se presenta el mar cuando estamos a sus orillas. Pero no puede comunicar vida como lo hace la sencilla y antigua Palabra de Dios. No puede manifestar a Dios ante los corazones de los hombres. No puede hablar con la autoridad con que habla la Palabra de Dios. No puede declarar los secretos del pasado, o del futuro, como lo hace la Palabra de Dios.
Pero repito, esta es una distinción importante que todo hijo de Dios debe tener presente. Porque si la Palabra de Dios, es en verdad la Palabra de Dios, entonces esa Palabra de Dios tiene que ocupar el sitial de honor en nuestras vidas.
Una característica única de la Palabra de Dios es su poder inherente, poder que se manifiesta en la vida de todos los que la reciben y obedecen, haciendo de ella su nueva norma para el vivir. Dios dijo por medio del profeta Jeremías:
¿“Que tiene que ver la paja con el trigo? Dice Jehová. ¿No es mi Palabra como fuego, dice Jehová, y como martillo que quebranta la piedra?”
(Jeremías 23:29)
¿Cuál parte de la Biblia es Palabra de Dios?
Esta pregunta se ha manifestado muchas veces por diversas razones. La Biblia manifiesta cambios y progresos en su narrativa y desarrollo temático y profético, el cambio más notorio lo encontramos entre lo contemplado en el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento. No obstante esto, de las declaraciones de nuestro Señor Jesucristo encontramos una de las afirmaciones más claras sobre el valor de toda la revelación bíblica:
“No penséis que he venido para abrogar al ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”
(Mateo 5:17-18)
Y es que así como nuestro Señor y Dios es inmutable en todas las perfecciones de su carácter y ser, así también Las Escrituras, que reflejan su carácter, no pueden perder vigencia o valor. Y si bien es cierto que el plan de redención solo se hace claramente comprensible al llegar a los escritos del Nuevo Testamento, también es cierto que el mismo venía en progreso desde los inicios mismos de la revelación bíblica, y su necesidad y valor se hacen evidentes desde los mandatos, ordenanzas y palabras del Antiguo Testamento.
Es así como encontramos, finalmente, una de las afirmaciones más relevantes de todo el Nuevo Testamento con relación a este tema. La misma la recibimos del apóstol Pablo en la que se cree fue la última de todas sus cartas, y dice así:
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda obra buena”
(2Timoteo 3:16-17)
“Inspirada” por Dios. Gr. Theopneustos. Divinamente soplado. El resultado del aliento y soplo de Dios. Única vez en toda la Biblia que se usa esta palabra. En 2Pedro 1:21, se habla también de inspiración divina, pero allí se hace referencia al motivo de los hombres que hablaron de parte de Dios, y se utiliza otro término griego diferente del que Pablo usa en 2Timoteo, uno que comporta la idea de ser llevado, cargado, sostenido, sustentado, enviado, ir adelante.
“Redargüir”. Gr. Elenkos. Convicción, prueba, certeza, amonestar, reprender.
La palabra “Perfecto” en 2Timoteo 3:17 viene del término griego “ártios” (única vez empleado para traducir “perfecto” en el Nuevo Testamento), que literalmente significa “fresco”, y encierra la idea de estar completo, listo y preparado, con las velas y el ancla levantadas para iniciar el viaje.
En octubre de 2024
Antonio Vicuña