jueves, 2 de junio de 2022

FORTALECIENDO NUESTRA CONFIANZA EN DIOS


“Y conocerás que yo soy Jehová, que no se avergonzarán los que esperan en mí”

(Isaías 49:23)

Muy pocos de los destacados hombres y mujeres de fe que aparecen en la Biblia estuvieron consagrados al servicio de Dios desde sus primeros años de vida. Podríamos nombrar unos cinco: Sansón, Samuel, Jeremías, Juan el bautista y Timoteo, quizá se podrían agregar un par de nombres más, pero no creo que muchos más. Lo que nos habla de que la mayoría de las personas, cuyos nombres están en las páginas de la Biblia, comenzaron a caminar con Dios en su edad adulta. Lo cual debe ser un motivo de estímulo y aliento para muchas personas que hoy día quizá piensan que ya están algo viejos para comenzar con esto de comenzar a creer y confiar en Dios. Hoy quiero decirles que realmente nunca es tarde para comenzar a confiar en Dios (mientras estemos sobre esta tierra) pero, como dice la Escritura: si escuchamos hoy Su voz, no debemos endurecer nuestro corazón (Hebreos 3:15), sino que debemos responder a su llamado, porque no tenemos garantía de que en el mañana se nos seguirá presentando la oportunidad que hoy se nos concede. A veces nos equivocamos pensando que las oportunidades y posibilidades que se nos ofrecen en determinados momentos y etapas de nuestra vida estarán siempre disponibles para cuando nos decidamos a tomarlas, y muchos de nosotros hemos descubierto con pesar que esto no es así; que en la vida muchas veces se nos presentan oportunidades y posibilidades que luego no se nos vuelven a presentar.

            Dios, en el cumplimiento de sus maravillosos planes y propósitos en la vida de las personas, se complace en manifestar su poder y su obrar providencial de forma tal que siempre nos intenta llevar en nuestro caminar de fe a una más profunda relación de confianza para con Él. La invitación constante para nosotros a lo largo de todo el mensaje bíblico es a que confiemos en el Señor nuestro Dios. Se nos invita a reconocer nuestra necesidad de Dios en todo nuestro vivir y a que le confiemos a Él nuestras necesidades, planes y esperanzas para el presente y mañana, cosa que una vez aprendida (el arte de confiar en Dios) será nuestra más preciada y grande posesión en esta vida.

            Consideremos el caso de Abraham, por ejemplo, el padre de la fe, en cuya vida vemos casi de forma perfecta este aspecto del trato de Dios para con los suyos: fue un hombre llamado a la fe y a la obediencia; luego llamado a la separación y consagración a Dios; un hombre con preciosas promesas, ciertamente, pero también un hombre a quien Dios prueba y conduce por un camino bien cuesta arriba, donde en cuya cima se ha de conseguir, casi que cara a cara, con la fidelidad misma de Dios. El Dios que prometió y ofreció bendecirle en su juventud, ese mismo Dios le guardó y prosperó en su peregrinaje, y ese Dios todopoderoso, honró su Palabra, cumplió con todas sus promesas, y realizó sus propósitos de gracia en su vida y en la de su familia. Pero el camino definitivamente no fue siempre fácil ni tampoco su ruta fue siempre previsible y clara. Abraham, no obstante, fue llevado por medio de cada circunstancia de su vida a confiar cada vez más en Dios, fue llevado a madurar y crecer en esa confianza, y finalmente fue llevado  entregarse sin reservas a la soberana mano de Dios. En cierta forma esto es el todo de la vida cristiana, aprender a vivir en obediencia a Dios confiando en sus promesas, en su fidelidad, en su justicia y en su bondad.

Pero la vida de fe no siempre va como nosotros quisiéramos, y en nuestro vivir algunas veces nos toca enfrentar situaciones y conflictos que sacuden los cimientos mismos de nuestra fe: el conflicto que genera la infidelidad conyugal en el corazón de aquel esposo o esposa que respeta y ama a su Señor y Salvador; el dolor que experimenta aquel creyente ante la pérdida de un hijo; la tristeza de una esposa por la muerte de su compañero de vida; el desconsuelo del creyente que sabe que su familiar partió hacia una eternidad de sufrimiento por haber rechazado la gracia salvadora de Jesucristo; el conflicto de aquel que, después de estar disfrutando de una posición estable en lo económico, de repente queda en el aire, sin saber cómo podrá obtener siquiera el sustento diario para su familia; el creyente que comienza a tener que lidiar con problemas de salud que antes no tenía… En fin, la vida de fe está conformada también con esos matices y trazos grisáceos u oscuros que Dios en su soberana voluntad permite que formen parte del cuadro de nuestro vivir. Esos trazos oscuros y no tan definidos son nuestras tristezas y penas, son nuestros fracasos y frustraciones, son nuestras impotencias e insatisfacciones. Todos participamos en alguna medida de ese tipo de experiencias.

Aunque es probable que usted haya escuchado más de una vez a los actores de la fe, esos que aparentemente nunca tienen problemas, que nunca sufren penurias, que nunca una tristeza aflige sus corazones, que no saben lo que es el miedo, ni conocen lo que es el fracaso, esos que tienen todas las respuestas para las vueltas de la vida, aunque usted los ha escuchado, espero que también los haya desenmascarado: son una cuerda de actores, son falsos, son mentirosos, son hipócritas, y aunque repitan sus falacias hasta cuando están dormidos, ellos tampoco pueden evitar gustar el sabor de las “experiencias negativas” o dolorosas de la vida. Aunque usted sea un creyente fiel y temeroso del Señor, a veces no podrá evitar el fracaso, y en no pocas ocasiones tendrá que tomar un sorbo de la copa del sufrimiento por una causa u otra.

Dios, sin embargo, sabe qué hacer con los fracasos y tristezas de sus hijos, quiero decir con el sentimiento amargo y doloroso que llena el corazón ante las pérdidas de la vida. Pienso en esa joven que su novio dejó plantada al romper la relación y no le importó lastimar su corazón ni hacer burla de todas sus ilusiones; pienso en ese madre que tuvo que enterrar a su hija por causa de una enfermedad que se la arrebató y aún no puede sacar de su corazón la dolorosa y amarga impotencia que marcó su vida; pienso en ese padre o esa madre que al ver a sus hijos y la vida llevan no puede evitar sentir una gran tristeza; pienso en esa esposa que tiene que soportar las altanerías y maltrato de un esposo que no conoce el amor de Dios y que desprecia y rechaza el mensaje del Evangelio glorioso de Cristo; pienso en todos aquellos sufrimientos que por razones escondidas a nuestra comprensión es necesario que experimentemos; pienso en todas aquellas cargas que yo sé que el Señor puede quitar de nuestras vidas, pero que, sin embargo, Él ha preferido no hacerlo aún, y todo ello, ¿sabe por qué razón? Para llevarnos a un grado mayor de confianza en Él, a un grado mayor de confianza en sus medios de gracia, a un grado mayor de confianza en su sabiduría y poder, a un grado mayor de confianza en su bondad y fidelidad.

Uno de los llamados más insistentes que nos dirigen las Santas Escrituras a lo largo de todas sus páginas es el llamado a que confiemos en Dios. Así, por ejemplo, el texto siguiente nos dice:

Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos

(Isaías 26:4)

Confíen en el Señor para siempre, porque el Señor es la Roca de la eternidad” (RVA 2015) 

            El llamado inequívoco y claro como la luz del sol en este verso está dirigido a que confiemos en el Señor siempre, en todo tiempo. El confiar es un acto maravilloso, especialmente cuando el objeto de la confianza es digno de ella, porque la confianza correspondida y no defraudada comporta siempre una especie de recompensa y satisfacción para el que confía.

Algunas definiciones que nos ofrece el diccionario de la Real Academia Española en relación a la palabra confianza son:

-          Esperanza firme que se tiene de alguien o algo

-          Esperar con firmeza y seguridad (Confiar)

-          Depositar en alguien, sin más seguridad que la buena fe y la opinión que de él se tiene, la hacienda, el secreto o cualquier otra cosa. (Confiar)

Mi definición personal es: La confianza es un acto de la voluntad por medio del cual decidimos creer que el objeto de nuestra confianza no nos defraudará, sino que, por el contrario, responderá a nuestras expectativas. Pero como estamos hablando sobre Dios y nuestra necesidad de confiar en Él, podemos expresar nuestra definición de confianza así: La confianza en Dios es un acto de la voluntad por el que decidimos creer que Dios no nos defraudará, sino que responderá siempre para nuestro bien, superando incluso nuestras expectativas.

Es interesante señalar que es Dios quien nos aconseja y llama a confiar en Él para nuestro beneficio y satisfacción. También es importante tener presente que el Señor es honrado cuando decidimos confiar en Él, y se agrada de que decidamos colocar nuestra confianza en Él.

Por otro lado, cuando nosotros, como criaturas suyas, o como hijos de Dios por la fe en Jesucristo, desconfiamos de Dios, realmente le estamos deshonrando. Nuestra falta de confianza en Dios es propiamente un insulto a su gloriosa, perfecta, y siempre confiable Persona. Debemos alabar y agradecer que el Señor sea tan misericordioso y perdonador que lejos de ofenderse y darnos el pago que nuestra desconfianza merece, se muestra paciente, y nos da muchísimas oportunidades para que descubramos que Él es digno de toda nuestra confianza, e incluso, espera que aprendamos a confiar en Él, y aún, a que nuestra confianza se desarrolle y fortalezca. ¡¿No es maravilloso y sin igual nuestro bendito Señor y Dios?!  

Ahora, algo que merece nuestra atención y reflexión es el considerar la causa de nuestros problemas y obstáculos para confiar en Dios. La realidad nos dice que a todos nos cuesta en cierta medida aprender a confiar en Dios. Que muchas personas sinceras y honestas tienen problemas para confiar en Dios. Que muchos creyentes, incluso, tienen problemas para crecer en su confianza para con Dios.

¿Por qué nos cuesta confiar en Dios? Creo que la razón de fondo es que en algunas oportunidades importantes, cuando confiamos, fuimos estafados.

            El confiar es lo más natural del vivir, hasta que somos engañados. Y cuando esa experiencia de la confianza/engaño se repite nos volvemos desconfiados y escépticos. Y lamentablemente, la verdad es que los engañadores abundan en todos los campos y espacios del quehacer humano, incluso en el religioso y/o cristiano. Pero Dios es el diferente de todos, y como dijo el apóstol Pablo, Él siempre es veraz aunque todos sean hallados mentirosos (Romanos 3:4).

Por causa de los muchos desencantos la confianza es algo que con el pasar de los años se nos hace cada vez más difícil de entregar. Las muchas y continuas decepciones y traiciones que hemos sufrido nos hacen descreídos y renuentes a confiar. No queremos ser tomados por ingenuos ni que se aprovechen de nosotros. Mucha de la gente en quien hemos confiado en ciertos aspectos, probablemente nos han defraudado más de una vez. Es muy probable que aún nuestros amados y familiares en determinados momentos nos hayan fallado. Y ante tales experiencias surgen dichos como los que tanto se escuchan: “perdono pero no olvido”, o, “perdono y entiendo, pero con esto sé que uno no puede confiar en nadie”, y otros dichos parecidos. Aún el escritor bíblico expreso algo de esta realidad al decir que “Fieles son las heridas del que ama” (Proverbios 27:6a), dando a entender con esto que, en el trato con aquellos que amamos, tendremos cada cierto tiempo algunos impases o problemas que nos resultarán dolorosos, pero ello es cosa casi que predecible dentro de las relaciones entre los que se aprecian y aman.

            Las personas ciertamente defraudan en determinados momentos, aún las mejores de ellas, pero con Dios no sucede así, por lo que podemos decidirnos a confiar en Dios sin temer ser decepcionados o traicionados, porque aunque la realidad sea que toda persona podría estar dispuesta a engañarnos, Dios jamás lo hará. Podemos tener razón al desconfiar de la sinceridad y los motivos ocultos de toda persona, pero no así de Dios. Y aún, cuando Dios decidió comunicar su mensaje a través de personas, que en ocasiones nos pueden defraudar o incluso traicionar, sin embargo, ello no descalifica o anula la veracidad y valor del mensaje divino.

            Sin embargo, sin ánimo de querer ofender o irrespetar a nadie, pues lo que deseo es acercar el corazón y eliminar barreras para la fe y el conocimiento de Dios, creo que podemos decir con verdad que una persona desconfiada es una persona que necesita sanidad en su alma y corazón. Dios es el médico y su palabra de verdad es la medicina. Pero a cada uno de nosotros nos toca decidir dar el voto de confianza y abrirnos a la posibilidad de confiar como niños nuevamente, no en los hombres y sus inciertas promesas, sino en Dios y su segura y firme Palabra.

Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos

            Esta frase es un llamado a la fe. Nos extiende una invitación a que nos decidamos a poner nuestra confianza en Dios ante toda circunstancia de la vida porque (y he aquí la razón que se nos ofrece) únicamente Dios el Señor es la Roca y fortaleza que permanece inconmovible por siglos de siglos, sin importar lo que pueda pasar. Todas las cosas serán removidas y sacudidas en algún tiempo y momento; nada es eterno y perdurable en esta vida y existencia, excepto Dios y su palabra. Por esta única y maravillosa razón es que podemos decidirnos sin temor a confiar en Él con todo nuestro corazón y voluntad.

Pero en este punto debemos preguntarnos: ¿Es la confianza en Dios algo natural, o contrariamente, es algo que se aprende y desarrolla? Pienso que la confianza en Dios es algo que se aprende, cultiva y desarrolla, por una sencilla razón: la confianza en Dios nace del hecho de conocer a Dios tal y como lo presentan las Escrituras.

Nosotros somos seres racionales, pensantes, analíticos. Somos así, porque así nos hizo Dios. Y si hay un campo donde siempre nos resultará conveniente que nos formulemos preguntas y permitamos que la palabra de Dios nos responda, es en el campo de nuestra relación con Dios. Mientras mejor conozcamos al Dios de la Biblia según en verdad nos lo muestra y revela la Biblia, más fácil y natural nos resultará confiar en Él. Pero, por otro lado, mientras permanezcamos en un estado de ignorancia bíblica, nos será muy difícil confiar en Dios, pues la fe (que es confianza en Dios) viene por el conocimiento de lo que Dios nos ha comunicado de sí mismo por medio de su Palabra.

            ¿Por qué podemos confiar en Dios? ¿Qué debemos recordar o saber de Él que nos ayudaría a confiar más en Él? Permítame expresar tres razones por las que podemos confiar en Dios sin reservas.

1.- Podemos confiar en Dios porque Él nos ama como nadie.

Creo que ésta definitivamente tiene que ser la primera de las razones por las que podemos confiar en Dios: su incuestionable e innegable amor por nosotros. Amor que Dios mismo nos ha demostrado de tantas maneras, pero que sobre todas las cosas, fue hecho visible y patente aquella tarde de ese viernes, sobre la tosca y ordinaria cruz  donde por amor a nosotros el Padre entregó a su amado Hijo.

El amor de Dios por nosotros es la más fuerte razón por la que podemos confiar en Él, en todo aspecto y asunto de nuestro vivir. El amor es la causa suprema porque el amor cuida, protege, defiende, asegura, acompaña, hace provisión, y busca siempre lo mejor para el amado. Y con toda seguridad Dios hace todas esas cosas por sus hijos. Vivimos en un mundo hostil, que está en guerra contra Dios y su causa, contra Dios y su familia, un mundo peligroso, hiriente, uno en el que aunque por la fe somos más que vencedores, sin embargo inflige tristezas y heridas en nuestras vidas y corazones. Y es especialmente ante tales experiencias dolorosas y no deseadas que el amor de Dios nos invita a seguir confiando en Él, más fuertemente que antes incluso.

El tener que experimentar situaciones que nos causan dolor, o que nos hacen sentir amenazados y vulnerables, puede resultar muy difícil en verdad. Es seguro que la mayoría de nosotros desearíamos no tener que encontrarnos en tales situaciones ni tener que experimentar tales vivencias. Pero debemos tener la certeza inconmovible de que esas situaciones llegan a nuestras vidas habiendo pasado el filtro del infinito amor de Dios por nosotros. Así que en medio de cualquier dolor, amenaza, preocupación, o pérdida de cualquier tipo, podemos continuar confiando en Dios porque Él nos ama como nadie. Un texto que nos habla de ese gran amor de Dios y que bien podemos hacer nuestro, es el que está en Jeremías 31:3:

Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia

2.- Podemos confiar en Dios porque Él tiene control absoluto sobre todas las cosas. 

            Después del amor de Dios, su soberanía, ese hecho de que Él tiene control absoluto y total sobre todo cuanto sucede en su creación, es otra de las razones que nos debe llevar a confiar y descansar en Dios con todo nuestro corazón.

            Dios en verdad tiene todo cuanto sucede bajo su absoluto control. Por eso no comparto esa forma de orar que pide que Dios tome el control sobre algo, porque no existe nada, absolutamente nada, que esté, aunque sea por una fracción de segundos, fuera de su dominio y control. Sea que se trate de objetos inanimados, o de elementos de la naturaleza que en su movimiento despliegan fuerza y energía, o sea que se trate de la voluntad de seres físicos o espirituales, todo, absolutamente todo cuanto sucede o podría suceder, todo está bajo la sujeción de su soberana autoridad y voluntad. Así lo entendía el salmista cuando expresó:

Porque yo sé que Jehová es grande, y el Señor nuestro, mayor que todos los dioses. Todo lo que Jehová quiere, lo hace, en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos

(Salmo 135:5-6)

De manera que a nuestro Dios y Señor, nuestro buen Padre y amoroso protector, nada le toma desprevenido, ni cosa alguna se desarrolla fuera de su control y voluntad. Aún aquellas cosas que a nuestra mirada y comprensión parecen ir a la deriva y fuera de todo control, están en realidad completamente sujetas a sus perfectos y minuciosos propósitos. Y aún más. Todo cuanto sucede tiene su papel, lugar e importancia, en relación con los planes y la voluntad maestra de Dios. Aún aquellas cosas que parecen accidentales o fortuitas, o aquellas que incluyen pérdidas o sufrimientos de algún tipo para nuestras vidas, absolutamente todas, obedecen a la buena y sabia voluntad de Dios.

            Solo un Dios que tiene todas las cosas en su mano, y que por su soberana voluntad hace ciertas las cosas que anuncia y proclama, puede anticipar el futuro e invitarnos a confiar y descansar en Él asegurándonos que todo lo tiene resuelto para nuestro bien eterno. Sería el apóstol Pablo quien inspirado por el Espíritu Santo pronunciaría la declaración de confianza en la soberanía de Dios más conocida entre el pueblo de Dios:

Y sabemos que a los que a aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien…

(Romanos 8:28ª).

Por lo que podemos decir con verdad que, ante el hecho innegable de que nuestro Dios gobierna soberana y detalladamente cada aspecto debajo del cielo, lo mejor que podemos hacer es confiar en su gloriosa soberanía y es esa confianza lo que nos ayudará a vivir libres de ansiedades y frustraciones, y aún de temores, y lo que nos permitirá vivir la vida con mayor confianza y libertad, con mayor seguridad, puesto que podremos finalmente reconocer que, en primera y última instancia, los asuntos de nuestro vivir no están en nuestras manos, sino en las de Dios.

            Finalmente este hecho, de que el Señor gobierna soberanamente sobre todo lo creado, debe ayudarnos a buscar vivir, no empeñados en hacer nuestra voluntad en independencia de Dios, sino, buscando que nuestra voluntad y la suya se encuentren en armónica dirección y realización. Y en ello encontraremos una de las más grandes satisfacciones de la vida: el saber que parte de lo que hemos hecho lo hicimos en la voluntad y aprobación divina.

3.- Podemos confiar en Dios porque Él tiene todo conocimiento y sabiduría.

            El conocimiento inspira confianza. Cuando estamos ante alguien que manifiesta conocimiento especializado, profundo y detallado en algún área determinada nos sentimos invitados a confiar en su criterio y opinión. Lo contrario también sucede. Cuando comprobamos que alguno no tiene experiencia o suficiente conocimiento en algún área de nuestro interés en un momento determinado, la tendencia natural es desconfiar en cierto grado de su criterio y opinión.

            Muchas son las ocasiones en que se alaba al Señor, Dios verdadero, por su sabiduría y conocimiento sin límites en las Escrituras, cada una de ellas un elogio digno y revelador de esta gran cualidad que además de despertar nuestra admiración y asombro debe llevarnos a confiar más profundamente en Él. Las palabras que una mujer de nombre Ana le dedicó al Señor en un magnífico canto por inspiración del Espíritu Santo son un tributo al conocimiento íntimo que Dios el Señor tiene aún de los pensamientos e intenciones de los hombres:

No multipliquéis palabras de grandeza y altanería; Cesen las palabras arrogantes de vuestra boca; Porque el Dios de todo saber es Jehová, Y a él toca el pesar las acciones”

(1Samuel 2:3)

            Ante toda perplejidad que la vida nos presente, es decir, ante todo aquello que no le encontramos el sentido y la razón de ser, podemos confiar en que el Dios de todo saber es el Señor. Dios sabe por qué permite lo que permite y por qué ha de resultar bueno para sus planes para con nosotros y su obra en esta tierra, así que confiemos.

            Algunos siglos más tarde el profeta Isaías también expresaría su admiración por la sabiduría del Altísimo con las siguientes palabras:

¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance

(Isaías 40:28)

            Tenemos que aprender a confiar en el hecho de que Dios hace todas sus obras con sabiduría, aún en medio del caos y la confusión en que está sumido el mundo entero. Aunque no sepamos como muchas de las situaciones que presenciamos, o incluso padecemos, pueden resultar necesarias o útiles para los nobles y buenos propósitos de Dios, tenemos que aprender a confiar y descansar en su sabiduría y consolarnos en el hecho de que Él siempre sabe lo que hace y por qué permite lo que permite. Pero, por otro lado, tenemos que pedir a nuestro mismo Señor y Dios que nos dé sabiduría para poder discernir contra qué cosas debemos pelear y qué cosas debemos aceptar; sabiduría para poder vivir siempre, en toda situación y circunstancia, en el marco de su buena voluntad para así poder vivir siempre con propósito y dirección definida nuestras vidas.

            De manera que podemos confiar sin reservas en Dios nuestro Señor porque Él nos ama como nadie, pero también porque Él domina y gobierna todas las cosas, y además, porque Él sabe lo que hace en toda su creación incluidas nuestras vidas. No tenemos que comprender todas las cosas pero podemos confiar en el Señor. No tiene que irnos bien en todas las cosas según desearíamos que nos fuese, pero siempre podemos y debemos confiar en el Señor y en su buena voluntad y disposición para con nosotros.

¿CÓMO COMENZAMOS A CONFIAR EN DIOS?

            ¿Ha usted confiado en el valor de la muerte de Jesucristo para el perdón de sus pecados y su reconciliación con Dios? Ese es el primer paso para la verdadera confianza en Dios, decidir dar crédito a Su promesa de perdón y justificación para todo aquel que reconozca a Jesús como Salvador y Señor de su alma.

            Siempre es un buen tiempo y momento para comenzar a confiar de una manera más profunda y significativa en el Señor nuestro Dios, pero especialmente en tiempos de dificultad y de crisis, en medio de problemas que parecen no tener salida, ante la pérdida del contentamiento y satisfacción del vivir, aún a las puertas mismas de la muerte y el fin de nuestros días en esta tierra, aún en esos momentos tan temidos y nada deseados, somos invitados a dar el paso decisivo que nos ha de llevar a confiar en Dios de una manera renovada y diferente para nuestro bienestar temporal y eterno.    

El que está luchando con el asedio de las preocupaciones y el acoso del temor necesita confiar más en Dios (Salmo 56:3)

“En el día que temo, Yo en ti confío”

(Salmo 56:3)

“Cuando siento miedo, confío en ti, mi Dios, y te alabo por tus promesas”

“Confío en ti, mi Dios, y ya no siento miedo. ¡Nadie podrá hacerme daño jamás!”

(TLA)

            El que se siente vulnerable y necesitado de seguridad y protección ante las amenazas de las circunstancias de la vida necesita confiar más en Dios (Salmo 28:7)

“Jehová es mi fortaleza y mi escudo; en Él confió mi corazón, y fui ayudado…”

(Salmo 28:7)

“El Señor es mi poderoso protector; en Él confié plenamente, y él me ayudó…”

(DHH)

            El que necesita ayuda práctica para salir adelante ante los desafíos del vivir le hará bien el poder confiar más en el favor y poder de Dios (Salmo 118: 8-9)

“Mejor es confiar en Jehová que confiar en el hombre.

Mejor es confiar en Jehová que confiar en príncipes”

(Salmo 118:8-9)

“Vale más confiar en Dios que confiar en gente importante”

(TLA)

            La mejor alternativa en toda situación y tiempo de la vida siempre será confiar en Dios aunque muchos otros no lo piensen así (Salmo 20:7-8)

“Estos confían en carros, y aquéllos en caballos;
Mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria.

Ellos flaquean y caen,
Mas nosotros nos levantamos, y estamos en pie”

(Salmo 20:7-8)

            Hermano amado y amigo que hoy me escuchas o lees, la invitación te ha sido extendida, espero te decidas a tomarla y descubras en tu propia experiencia que en verdad son bienaventurados y dichosos todos los que confían en Dios…

Hoy es tiempo de profundizar nuestra confianza en Dios…

Esposa que oras por tu esposo

Madre que oras por tus hijos

Hermana que esperas en Dios por una respuesta definida y concreta para un área de tu vida

Hermano que has decidido confiar en Dios a costa de tu propia seguridad

Hermano que has sido llevado al desierto en diversos aspectos de tu vida, aunque todo se haya secado, la mano de Dios no se ha acortado para salvar.

Hermano que estas esperando del Señor un mejor tiempo para tu vida

            Es tiempo de fortalecer nuestra confianza en Dios…

 

…el Señor aún espera que acudan a Él para poder demostrarles su amor. Él los conquistará para bendecirlos, tal como lo ha dicho, porque el Señor es fiel a su promesa. Bienaventurados son cuantos esperan confiados en la ayuda del Señor

(Isaías 30:18)

 

En mayo de 2022

Antonio Vicuña.

 

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