“Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare.
Llévame a la roca que es más alta que yo, porque tú has sido mi refugio, y
torre fuerte delante del enemigo”
(Salmo 61:2-3)
Una verdad que bastante a disgusto nos vemos obligados a
aceptar es la de nuestra pequeñez y fragilidad ante la vida. La mayoría la
reconocemos pasados ya una buena parte de nuestros años. No pensamos en ello
cuando somos niños, tampoco en nuestra adolescencia; quizá algunos se acercan
un poco a ese pensamiento en la juventud temprana, pero casi todos, la gran
mayoría, lo vemos con claridad y lo aceptamos en nuestra edad cabal, en nuestra
etapa estable y madura de la vida.
Sabemos que estamos madurado cuando comenzamos a pensar
en las consecuencias de nuestros actos, en el alcance de nuestras fuerzas, en
los límites de nuestras capacidades, pero quizá más importante aún, cuando
podemos ver lo pequeños que somos ante el imponente y avasallante río de la
vida, el cual, avanzando indetenible y sin hacer caso de nada ni nadie, se
dirige hacia el propósito que sólo el Dios eterno le ha establecido.
Al ser más conscientes de nuestro lugar en la vida, y al
tratar de vivir más intencionadamente para Dios, nos damos cuenta de que es muy
poco lo que está realmente bajo nuestro dominio y control: casi únicamente lo
que nosotros mismos hacemos y pensamos, todo lo demás está fuera de nuestro
control. Lo cual no sería motivo de preocupación si todo “afuera” marchase bien
y ordenadamente, justa y equilibradamente, limpia y cristianamente, pero todos
sabemos y hemos comprobado que lamentablemente no es así. El mundo en que
vivimos está lleno de problemas, plagado de males, de gente peligrosa y
maliciosa, de situaciones que demandan y exigen que nos esforcemos y trabajemos
duro si aspiramos vivir con algo de tranquilidad y bienestar ganados
honradamente. La vida entonces se vuelve así para la mayoría de nosotros una
búsqueda permanente de seguridad, de un tratar de asegurar lo necesario para el
presente, y, si es posible, también para el mañana. Se vuelve el vivir, como
dijo Job, una constante brega desde la mañana hasta la noche (Job 7:1). Eso no
está mal, simplemente es la condición del vivir en esta tierra. Para comer hay
que trabajar afirmaría el apóstol Pablo a los creyentes de Tesalónica (2Tesalonicenses
3:11-12), el trabajar cansa, y porque se está cansado se duerme mejor
(Eclesiastés 5:12). Pero aún haciendo las cosas que nos corresponde hacer como
personas y como creyentes que somos, muchas veces somos sorprendidos por
problemas inesperados, situaciones indeseadas que nos empujan contra las
cuerdas, y nos llevan al límite de nuestras posibilidades. Son las aflicciones
de los justos (Salmo 34:19) de las cuales el Señor promete sacarnos; son las
preocupaciones que enfrenta todo matrimonio y cabezas de familia, las cuales
quería el apóstol Pablo evitarles a los que pensaban en casarse (1Corintios
7:28); son los problemas y tristezas que todo creyente que vive en este mundo
tiene que enfrentar con la confianza puesta únicamente en el fiel Señor y su
palabra (Juan 16:33).
Hoy consideraremos este precioso texto bíblico del Salmo
61:2-3, el cual encuentro muy apropiado para los tiempos que estamos todos
viviendo.
1
“Desde el cabo de la tierra clamaré a ti, cuando mi corazón desmayare…”
Es como si el
salmista dijese: “Desde el último rincón de la tierra te voy a llamar cuando
tenga problemas y me sienta preocupado y sin fuerzas”.
Solo el Espíritu
Santo pudo inspirarle a expresarse de esa manera tan particular. Y allí está
reflejado el sentir de todos los que en determinados momentos enfrentamos
problemas que están más allá de nuestras fuerzas y posibilidades. A veces la
vida nos arrincona de tal manera que nos sentimos como si estuviésemos lejos de
todos y hasta de Dios, y lo peor, con el corazón desmayado ¿conoce esa
sensación? Es una muy desagradable y terrible sensación, como un susto que no
se quita del corazón, como una falta de reposo interior. Todos la
experimentamos en algunas ocasiones.
La solución y la cura es clamar al Señor. El problema no es
que tengamos problemas. Tampoco que nos sintamos arrinconados y como que nadie
nos puede ayudar. Ni es extraño y satánico que nuestro corazón a veces esté
como sin fuerzas. El problema es que estando enfrentando esas cosas, propias y
normales del vivir en un mundo arruinado por el pecado, no clamemos al Señor,
quien es el único que nos puede ayudar y dar la victoria en todas esas
situaciones. De allí la bendita y oportuna disposición del salmista en medio de
su situación, él dice: clamaré al Señor cuando se me desmaye el corazón.
Nosotros también podemos y debemos hacer lo mismo. De hecho es lo mejor que
podemos hacer. ¿Lo estás haciendo?
2
“…Llévame a la roca que es más alta que yo…”
La necesidad de todo aquel que está en apuros es la de
recibir ayuda. Pero esa ayuda sólo puede venir de alguno que no esté en la
misma situación que él. Nadie puede dar lo que no tiene. Un ciego no puede guiar
a otro ciego (Lucas 6:39); un predicador falso no puede dar el verdadero mensaje
de Dios (Mateo 7:15-16); alguien que tenga el corazón lleno de necedades y
sandeces no podrá dar el buen consejo al que lo necesita (Mateo 12:34-35). Para
salir del agua se necesita pisar una roca más alta.
Y aunque muchas
veces recibimos buena, oportuna y suficiente ayuda de parte de nuestros amigos,
familia, hermanos en la fe, y hasta de parte de desconocidos, hay ocasiones donde
sólo Dios puede darnos la ayuda que necesitamos (aunque no debemos dejar de ver
que toda ayuda en verdad la recibimos de Dios, sea cual sea el instrumento que
él haya utilizado).
Y es en ese
reconocimiento maravilloso y transformador donde está la clave y corazón de
toda experiencia cristiana. Cuando una persona puede al fin ver, por los ojos
de la fe y del entendimiento, que Dios el Señor es la Roca más alta a la que
puede ser llevado, entonces ya está a salvo, no importa donde haya antes
estado, ni tampoco importa lo que pase luego.
¡El
Señor es La Roca!
La roca para todo
aquel que está en peligro de inundación
La roca para el que
se le está viniendo todo abajo
La roca para aquel
que está fatigado con el calor
La roca para edificar
con seguridad
La roca para
descansar y renovar las fuerzas en el camino del vivir
La roca para
alcanzar protección ante el peligro y asedio del mal
La roca para ver
con verdadera claridad el horizonte de la vida
“…Llévame a la roca que es más alta que yo…”
Nuestro Señor y
Dios es la roca alta, la roca más alta en verdad. No hay otra roca como el
Señor, no hay una más fuerte, más segura, más confiable, más elevada, más
antigua, más fresca, más limpia y perfumada. Roca de salvación, fortaleza,
descanso, seguridad, visión, confianza, consuelo y aún de esperanza.
Bendito todo aquel
que puede hacer del Señor su roca y confianza. No será avergonzado en el mal
tiempo. Edificará para la eternidad sin sufrir pérdidas. Vivirá seguro y a
salvo del mal.
3
“…porque tú has sido mi refugio, y torre fuerte delante del enemigo”
Sólo me queda por expresar que aunque tenemos verdaderos
enemigos (Efesios 6:10-12), y el conflicto a veces se hace agotador y muy costoso
(Hebreos 10:32-33), sin embargo la
victoria ante el enemigo será segura si permanecemos refugiados en la Roca y
hacemos de ella nuestra torre fuerte. Si desde esa torre fuerte que es el
nombre del Señor (Proverbios 18:10) peleamos nuestras batallas, resistimos los
ataques, trazamos nuestros planes y estrategias, buscamos consejo y ayuda,
repito, nuestra victoria será segura.
Hemos reconocido nuestra debilidad y necesidad de perdón
y salvación ante el único que puede perdonar y salvar. Él ha prometido además
de perdonar y salvar, librar y dar la victoria si permanecemos firmes en
nuestra confianza para con él. Ciertamente dará la victoria a todos los que en
él esperan y confían. Se mostrará como el texto bíblico de hoy nos lo ha
mostrado: como La Roca más alta a la que podemos acudir confiados y
esperanzados para nunca ser defraudados.
Adelante hermano, hijo de Dios, confía en tu Roca. Confía
en que es lo suficientemente alta como para que estando en ella las aguas no te
alcancen. Confía en que es lo suficientemente fuerte para soportar todos los
embates y sacudidas de los malos tiempos sin ceder ni resquebrajarse. Confía en
que es lo suficientemente firme y estable como para ofrecerte seguro refugio
por siglos de siglos desde estos días hasta la eternidad.
Antonio Vicuña
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