“En tu mano están mis tiempos…”
(Salmo 31:15)
Vivimos tiempos turbios y complejos donde se hace cada vez más difícil apreciar la sencillez y el sentido de la vida. El mundo se mueve aprisa y sin cesar; la maquinaria de la sociedad moderna en continua aceleración nos mantiene a todos en una permanente carrera contra el tiempo, contra las emergencias, necesidades y eventualidades del día a día, y en ese movimiento constante se nos diluye la vida, se nos va la vida, casi sin darnos cuenta. Para la mayoría hay casi siempre muchas obligaciones que atender, compromisos que no se pueden eludir, y múltiples cosas en las cuales ocupar el pensamiento y el tiempo, pero en todo ello, repito, se nos va la vida, y casi siempre sin darnos cuenta de ello. El problema no está en las muchas ocupaciones o en las muchas cosas que sea necesario o no atender, ni en que la vida sea un continuo movimiento desde que amanece hasta que anochece; esa forma de vivir no necesariamente es de condenar o censurar como mala; el problema está en la finalidad por la cual hacemos lo que hacemos, en las motivaciones y el ánimo que nos mueven, y en cuánto fruto llevamos para Dios en esas obras y cuánto de él se manifiesta en ellas, porque, al fin y al cabo, no nos debe mover el apego al dinero, a los bienes materiales, el deseo de alcanzar notoriedad pública o social, el deseo de figurar como importantes en la sociedad donde nos desenvolvemos, ni nada parecido, sino que, en primera y última instancia, nos debe mover el deseo de agradar a nuestro Señor y Dios, y el deseo de ser un instrumento en sus manos para el beneficio espiritual y material de nuestro prójimo.
Aunque hay mucha gente que vive su vida de forma ordenada, activa y productiva, no por ello están viviendo la clase de vida que Dios desea para ellos, básicamente porque viven para sí mismos, y Dios y su reino tienen un lugar secundario (si es que tienen parte en sus vidas) por ello, aunque pueden ser personas de bien y dignas de admiración y respeto en muchos sentidos, sin embargo, lastimosamente están errando en el más fundamental de los aspectos del vivir: se están olvidando de Dios y de lo que él pide de sus vidas. Y la vida está pasando…tanto la de ellos como la nuestra, la de todos.
La vida en minutos, horas y días…
Recibimos de parte del Señor 1440 minutos cada día, 168 horas en cada semana, 365 días en cada año, según nuestra moderno sistema de llevar la cuenta de nuestro existir. Piense un momento en cómo sería el pensar en estos asuntos cuando no existía el reloj, ni el calendario solar, ni la cuenta de días específicos de semanas y meses. Ahora, Si Dios lo permite y llegamos a vivir unos 90 Años habremos recibido de parte de él a lo largo de nuestra vida 191.844.000 minutos, 788.400 horas, 32.850 días. Lo que tal vez ignoramos es que durante ese lapso de tiempo habremos pasado…
25 años durmiendo (219.000 horas, eso durmiendo menos de 8 horas por día)
4 años comiendo (35.040 horas)
1,5 año en el baño (13.140 horas)
2,5 años cocinando (21.900 horas)
11 años mirando tv (2 años viendo comerciales) (96.360 horas)
4-5 años montado en un automóvil (43.800 horas)
5 años en internet (43.800 horas)
8 años haciendo compras (sobre todo las mujeres) y un año decidiendo que ropa usar (70.080 horas)
La suma de todo el tiempo invertido (¿gastado?) en estas actividades “neutras” es de 543120 horas, las que al restarlas al total de horas concedidas para nuestra vida entera nos deja con un restante de 245.280 horas, de esas 87600 se nos irán trabajando dejando con unas 157680, pero aún habría que restar el tiempo que dedicaremos a todas aquellas menores actividades pero que igual consumirán nuestro valioso e irrecuperable tiempo.
Moisés expresó en una especie de canto u oración las siguientes palabras:
“Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría”
(Salmo 90:12).
Y es que una de las primeras conclusiones a las que se puede llegar al considerar la finitud de nuestros días y lo rápido que estos transcurren, es que necesitamos de sabiduría para poder vivir de forma tal que haya valido la pena vivir. Pero al mismo tiempo hemos de notar que esta sabiduría nos es dada por Dios cuando decidimos considerar con seriedad el número de nuestros días como lo afirma el mismo verso. Por lo que un error que debemos procurar evitar es ver nuestra vida como si nunca fuese a acabar, o como si nunca fuésemos a envejecer, o como si nunca fuésemos a partir. Es un gran error porque nuestros días son contables, tienen número determinado y transcurren demasiado aprisa. ¿Cuál es la gran necesidad para la vida? Hemos de decir: sabiduría. Como lo expresa la palabra de Dios en Proverbios 4:7 “Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría, y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia”. Y por supuesto esa sabiduría para la vida que nos es tan necesaria, como lo expresa el que quizá es el libro más antiguo de la Biblia (el libro de Job), consiste en primer lugar en honrar al Señor y apartarse del mal (Job 28:28). Pero lamentablemente vivimos en tiempos de gran necedad, y entre nosotros mismos, entre los creyentes, hay un mal que se extiende y arraiga cada vez más en el seno de nuestras congregaciones: a menudo desdeñamos el consejo de la Palabra de Dios y preferimos intentar ser más sabios que Dios, lo cual siempre, siempre, conducirá a amargas decepciones. Por lo tanto hoy le digo procure vivir su vida sobre la base firme de la palabra de Dios, procure aprender de ella sabiduría, procure obtener de ella los principios prácticos para el vivir en el día a día que la vida pasa y todos nuestros años, como lo dijo Moisés, “como un pensamiento…pronto pasan y volamos” (Salmo 90:9-10).
“Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor”
(Eclesiastés 3:12-13)
El inspirado escritor nos dice que no hay cosa mejor que alegrarse y hacer el bien en la vida, y que es un regalo de Dios el poder comer y beber y disfrutar de los frutos de la labor que se realiza. Y es muy interesante que afirme esto en el contexto de su consideración sobre el sentido de la existencia, los sucesos y tiempos de la vida, y habiendo hecho mención de la vocación de eternidad que yace en el corazón humano. Y es que eso es nuestra vida: un punto palpitante en el devenir y transcurrir del tiempo que, aunque se dirige hacia la eternidad, mientras tanto, de momento, transcurre y vibra en este breve paréntesis que es la vida terrenal; y es parte de la voluntad de Dios que mientras nos encontremos en esta etapa de nuestro existir encontremos alegría y contentamiento en las cosas más sencillas del vivir (vivir, respirar, ver, comer, beber, la familia, la amistad, la creación, etc, etc, etc), y que aprendamos a amar el bien y a practicarlo.
Uno de los grandes males que padece nuestra generación es el no poder encontrar placer y contentamiento en las cosas propias del sencillo vivir. La alegría se ha hecho dependiente del poder adquisitivo; el disfrute se ha hecho esclavo de la moda tecnológica y la moda social; el sentido y las más altas aspiraciones de la mayoría se reducen a la autocomplacencia y la búsqueda del bienestar personal; la cristiandad no ha quedado exenta de ese mal que en cierta forma es filosófico y espiritual: es el intento de sustituir la presencia de Dios y su llenura en el corazón. Pero Dios y su bienestar, su amor y su dulce y fiel presencia no admiten sustituto alguno, y no hay absolutamente nada en este mundo capaz de ofrecer en modo alguno, algo de lo que solo Dios es capaz de dar. En este tiempo que nos es concedido de parte de nuestro amoroso Creador y Señor tratemos de aprender a valorar lo que él ha hecho, lo que él nos ha dado, procuremos mirar la vida con otros cristales, diferentes a los que usan la mayoría de nuestros contemporáneos, y esto no por asuntos de ecología, salud mental, vida sana, etc., cosas que por cierto tienen su valía, pero hemos de hacerlo porque creo que la palabra de Dios a eso nos emplaza y desafía.
En la vida hay nacimientos, pero hay también muertes; hay lugar para plantar en la esperanza de nuevas cosechas, pero hay también lugar para arrancar lo que una vez fue plantado; hay ocasión para dar muerte y hay ocasión para curar; etapas de destrucción y etapas de edificación; tiempos para llorar, pero también tiempos para reír; y sigue la amplia lista de contrastes que forman parte de la vida humana, y en medio de todos estos contrastes, lo queramos o no, transcurre y tiene lugar nuestro momento existencial, nuestro vivir. Parte de la voluntad de Dios para nosotros es que en medio de todas esas cosas aprendamos a alegrarnos y contentarnos en todos aquellos sencillos dones que recibimos de Dios, porque estos son realmente preciados, y la vida nuestra está pasando, ¿la vamos a disfrutar? Si pero cuando tenga…
¿Sabe? Ya tenemos lo que nos hace falta para disfrutar de la vida, pidamos al Señor que nos ayude a disfrutar de cada etapa del vivir, de los dones de cada una de esas etapas, porque esto “es don de Dios. Porque no se acordará mucho de los días de su vida; pues Dios le llenará de alegría el corazón” (Eclesiastés 5:19-20).
¿Qué es lo mejor que puedo hacer con el tiempo que me es dado? ¿En qué he de ocupar los días de vida que me son concedidos?
La respuesta en parte depende de en qué etapa de su vida usted se encuentre. Nuestras vidas transcurren por ciclos y etapas, no solo en lo físico, psicológico y emocional, sino aún en lo espiritual. Hay quienes deben dedicarse a su formación, intelectual, profesional, espiritual, familiar. Hay quienes deben procurar comenzar a consolidar, estructurar y expandir las estacas de su tienda en aquello para lo cual el Señor le permitió formarse; hay quienes tienen que pensar y dedicarse con esmero a capacitar y apoyar a quienes han de sustituirle en las labores y responsabilidades; hasta habrá quienes deben prontamente ordenar sus pasos y su casa porque pronto el Señor los ha de llamar a rendir cuentas. Y aunque es cierto que muchas cosas de la vida no pueden ser planificadas y anticipadas, es más cierto aún que debemos tratar de ser fieles administradores de lo que Dios nos concede y en consecuencia debemos tratar de, según la luz que Dios nos conceda, planificar, estructurar y desarrollar lo que Dios ha tenido a bien entregarnos, lo cual va desde la vida misma, pasando por todos los talentos, capacidades y dones, los recursos materiales, e incluso la salud. Nos han sido concedidos no solo minutos, horas, días y años, sino también habilidades, capacidades, dones, recursos y posibilidades para que hagamos el bien y la voluntad de Dios durante la vida que nos es dada. Muchas veces nos censuramos, limitamos y descalificamos a nosotros mismos, otras veces dejamos que otros nos censuren, limiten y descalifiquen, pero ¿Qué dice Dios quien nos dio la vida, los talentos y los dones? Debe ser triste la escena de los hijos de Dios llegando a la presencia del Señor habiendo acabado sus días en la tierra y encontrándose con que pudiendo haber hecho tanto con lo que recibieron, sin embargo no lo hicieron; dones, ministerios, capacidades, recursos, habilidades y gracias diversas, oportunidades de hacer el bien, ocasiones de proclamar la majestad y la gracia de Dios, tiempo para la oración de gratitud, de reflexión, de ruego, de intercesión, en fin una vida que, aunque finita y relativamente corta (x años) lo mejor que se podía haber hecho con ella era haber empleado el mayor tiempo posible de ella en vivir haciendo el bien en la voluntad de Dios. Por ello en este momento nos hace bien escuchar este desafío y exhortación que nos presenta la palabra de Dios en Eclesiastés 9:10:
“Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría”
La Versión Internacional traduce:
“Todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño; porque en el sepulcro, adonde te diriges, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría”
Pero hoy estamos aquí, entre los vivos, con la oportunidad de hacer un mejor uso de los días que nos son dados con la ayuda del Señor y el apoyo de su poder si eso pedimos. ¿Tomarás una decisión a este respecto en este día? ¿Por qué no diriges una oración a Dios en este mismo momento? El de seguro te escuchará y responderá para que puedas vivir más provechosamente según sus planes y buena voluntad para contigo.
Antonio Vicuña.
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