Un evento bien particular
relacionado con el Señor Jesucristo se desarrolló en casa de un hombre fariseo
llamado Simón; de no haber sido por Lucas el mismo habría permanecido oculto,
pero cuando este realizaba su investigación y acopio de información para
escribir su evangelio, alguien debió referirle con énfasis especial lo sucedido
en casa de Simón, por lo que Lucas se convenció de que este suceso debía formar
parte del material ha presentar en su evangelio; el mismo se encuentra en Lucas
7:36-50. En
casa de Simón se pudo apreciar que…Puede ser difícil para
algunas personas desprenderse de sus prejuicios y pensamientos preestablecidos
cuando se acercan al Señor...El Señor no rechaza a
nadie por causa de sus pecados cuando está presente el arrepentimiento...El perdón continúa siendo
el don más maravilloso que un corazón manchado por la culpa puede recibir...El amor a Dios es
directamente proporcional a la gratitud que sentimos para con él...La genuina fe nos asegura
la bendición de la paz de Dios sobre nuestras vidas.
1.- Puede ser difícil para algunas personas
desprenderse de sus prejuicios y pensamientos preestablecidos cuando se acercan
al Señor.
El
relato nos deja ver que en Simón, el anfitrión quien invitó a Jesús, habían
prejuicios muy arraigados que le impidieron recibir de su distinguido huésped
lo que solo este hubiese podido darle. Los prejuicios de Simón eran varios y
aparecieron con relación a Jesús, con relación a la mujer que llegó a su casa,
y con relación al proceder de Jesús para con ella.
Dicho
sea de paso, es muy probable que en la vida de cada uno de nosotros también
estén presentes diversos prejuicios. Prejuicios que afectan nuestra relación
con Dios y con las personas. Prejuicios que nos mantienen alejados del ideal
divino para nuestra vida. Prejuicios que actúan como un bloqueo para nuestro
crecimiento en la gracia y en el amor de Dios.
En
el caso de Simón sus prejuicios para con Jesús se manifestaron tan pronto este
entró en su casa. Simón como anfitrión estaba obligado a brindar ciertas
atenciones particulares, muy típicas de la cultura oriental, a sus invitados.
Era de esperarse que saludase a cada uno de ellos con un beso doble al momento
en que estos entrasen a su casa; que les proveyera de agua, por medio de un
sirviente, para que lavasen sus manos y, especialmente, sus pies; así mismo se
acostumbraba derramar aceite de oliva con especies en la cabeza de los
invitados. Estas y otras atenciones tendían a resaltar cuán importante era para el dueño de la casa
contar con la presencia de sus huéspedes visitantes.
Esto era tan común y de
esperarse que, cuando el Señor le dirige a Simón la palabra, para hablar de lo
que la mujer pecadora hizo, le reprochó su falta de hospitalidad para con él en
cada uno de estos aspectos:
“Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies…no me diste beso…no
ungiste mi cabeza con aceite…”
(Vs.44-46)
Es
muy probable que estas atenciones se hayan dispensado a todos los otros
visitantes, porque era lo acostumbrado y era la manera de hacer sentir especiales
a los invitados en la ocasión. ¿Por qué Simón no prestó tales atenciones al
Señor Jesús?
La respuesta
está en lo que Simón equivocadamente pensaba acerca de Jesús. Ignoro si es que
Simón trataba de lucirse ante sus amigos menospreciando al Señor en lo
acostumbrado socialmente, pero estoy seguro que había un problema de prejuicios
que le impedían mostrase servicial y dispuesto para con aquél a quien
multitudes llamaban Maestro y Profeta, y quien ante sus ojos y a los de la
mayoría de los que con él estaban no pasaba de ser un tosco y sospechoso
hombre. Qué oportunidad de oro está perdiendo Simón por no abrir su corazón con
sencillez al Señor. Doquier donde está un prejuicio establecido con firmeza,
hay también falta de sencillez en el corazón, y más especialmente en los
asuntos de nuestra relación con Dios y la vida cristiana. Quizá por eso dijo el
Señor que si nos no hacemos como niños no entraríamos al reino de los cielos.
Una solución al asunto de los estorbos que los prejuicios interponen entre
nosotros y Dios: sencillez de corazón.
“Este, si fuera profeta, conocería quién y
qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (vs.39) decía para
sus adentros Simón al ver que Jesús no rechazó la particular atención que
aquella mujer le brindaba. Este pensamiento de Simón nos lleva al segundo punto
a considerar…
2.- El Señor no rechaza a nadie por causa
de sus pecados cuando está presente el arrepentimiento.
La llegada de
esta mujer a la casa de Simón es, con absoluta seguridad, lo que hizo memorable
aquel evento. Si esta mujer no llega y hace lo que hace, probablemente esa
reunión, almuerzo o cena, habría quedado en el olvido y en el anonimato. La
mujer llama la atención de todos los presentes: la de Simón, porque es una
pecadora conocida; la del resto de los invitados por la misma razón; la de Jesús
porque su intrusión en la casa se debe a que viene a buscarle precisamente a
él.
Nunca se
enfatizará demasiado el cómo el pecado nos separa de Dios; el cómo el pecado
puede corromper nuestra propia alma y envilecer nuestras personas; el cómo el
pecado puede cerrar el cielo para nosotros y, en cambio, abrir las puertas a
profundos y dolorosos sufrimientos en nuestras vidas. No importa si usted es
creyente o no, eso y más hace el pecado en la vida y experiencia humana. Las
consecuencias y secuelas del pecado no son un asunto de conceptos religiosos
sino que son un hecho real y tangible en la experiencia de cada ser humano sobre
el planeta. Tristes y dolorosas consecuencias en lo espiritual, en lo
emocional, en lo social y en lo personal trae el pecado sobre nuestras vidas:
muerte, desesperación, depresión, violencia, insensibilidad, crueldad,
amargura, corrupción, cinismo, odio, soledad, separación eterna de Dios.
En casa de
Simón se presentó aquella mujer de mala fama (¿prostituta?), y llega sin
pronunciar palabra alguna, sin saludar a nadie en casa, casi sin hacer ruido
alguno. Llega a los pies del Maestro y las lágrimas, que abundantemente caen de
sus ojos sobre los pies de Jesús, son todo su hablar. Un hablar que
silenciosamente expresa sincero arrepentimiento por una vida que ha sido mal
llevada ante los ojos de Dios y de los hombres. En sus lágrimas está presente
un dolor real y profundo que solo Jesús puede comprender, dolor que es una
mezcla de vergüenza y sentimiento de indignidad, dolor que se acentúa ahora más
que nunca al reconocer que ella y solo ella, ha decidido vivir como ha vivido,
alejada de Dios, y entregada al pecado. La expectativa de muchos está en ver
qué hará Jesús con esta mujer. Por sus pecados el Maestro, si fuese verdadero profeta,
debería rechazarla, piensa Simón y muy probablemente los otros fariseos que
estaban presentes.
La escena es
profundamente conmovedora: la casa se llenó del perfume que la mujer derramaba
abundantemente sobre los pies de Jesús, sus labios no dejaban de besar los pies
del Maestro. El corazón de esta mujer, cuyo nombre no podremos conocer aquí en
la tierra, latía de tal forma que parecía que se le iba a salir de su pecho. El
Maestro, el bendito Maestro de Galilea, digno, noble, puro, y lleno de ternura
y compasión para con esta mujer como para con todos los hombres, recibe el
tributo de la mujer pecadora, lo recibe y se deleita en el limpio y sincero
arrepentimiento que hay en ella. Los ojos de los discípulos si estaban allí (lo
cual es muy probable) estarían llenos de asombro y de expectación por ver lo
que haría el Maestro, quien rompe el silencio y la hermosa tensión de la situación para responder a
Simón sobre lo que este ha juzgado y pensado…
“Simón, una cosa tengo que decirte. Y el le dijo: Dí, Maestro. Un
acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro
cincuenta; y no teniendo ellos con que pagar, perdonó a ambos…”
(vs. 40-42)
En el proceder
de la mujer está expresado un deseo que jamás se atrevería a pronunciar, por
considerarlo inalcanzable y por sentirse descalificada por sus muchos pecados:
es el deseo de ser perdonada, de alcanzar perdón y una nueva oportunidad para
vivir de una forma diferente. Lo cual nos lleva a nuestra tercera
consideración.
3.- El perdón continúa siendo el don más
maravilloso que un corazón manchado por la culpa puede recibir.
No
hay nada semejante al perdón en toda la experiencia humana. Es una experiencia
única que ninguna otra puede sustituir. Cuando el corazón y la conciencia están
perturbados, manchados, aguijoneados por causa de haber hecho mal a alguien, lo
que se desea es ser perdonado. Un corazón culpable necesita perdón. Una
conciencia culpable necesita perdón. Esto es cierto en las relaciones humanas,
pero mucho más cierto en lo que se refiere en nuestra relación con Dios. Y lo
maravilloso es que Dios es compasivo, y se deleita en perdonar, dice la Escritura que él no
despreciará al corazón contrito y humillado. Siempre que el arrepentimiento
esté presente Dios será amplio y generoso en perdonar. Es lo que hizo el Señor
Jesucristo al recibir su acto de adoración y la confesión de sus lágrimas y el
ruego de sus besos en sus pies.
Esta
mujer es como el deudor de los quinientos denarios en la historia que Jesús
dirigió a Simón. No tiene con qué pagar la gran deuda de sus pecados. Pero si
Simón es el otro deudor que tiene una deuda 10 veces menor que la mujer, debe
tener en cuenta algo: él tampoco tiene con qué pagar la deuda de sus pecados.
Nadie tiene
suficiente en su haber para pagar la deuda que ha contraído para con la
justicia de Dios por causa de sus pecados. En el Salmo 49 se nos dice que la
redención tiene un precio que es inalcanzable para los hombres. La única opción
que tenemos es la que tuvieron los dos deudores de la historia que Jesús contó
a Simón: ser perdonados en vista de nuestra incapacidad de pago. Y esa
incapacidad de pago queda demostrada por medio del arrepentimiento. Un hombre
arrepentido es alguien que se declara en bancarrota delante de Dios cuya única
esperanza es ser perdonado por él. En este aspecto una de las más grandes cosas
que nos puede pasar es la de experimentar arrepentimiento por nuestros pecados,
porque si hay arrepentimiento habrá reconocimiento, confesión y perdón, pero si
está ausente el arrepentimiento lo que vendrá sobre nuestras vidas es juicio y
castigo.
¿Algunos
de nosotros, de los que hoy nos encontramos acá, estamos viviendo sin
experimentar descanso y paz en nuestras vidas? ¿No será que estamos agobiados
por el pecado y añoramos la experiencia del perdón en nuestra vida? Me pregunto
si acaso algunas de nuestras cuentas estarán atrasadas delante del Señor.
Volviendo a la
casa de Simón, vemos al Maestro dirigiéndose a éste diciéndole:
“¿Ves esta mujer?…ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado
con sus cabellos…desde que entré, no ha cesado de besar mis pies…ha ungido con
perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados”
(vs. 44-47)
4.- El amor a Dios es directamente
proporcional a la gratitud que sentimos para con él.
Anteriormente
el Señor le había hecho una pregunta a Simón con relación a la historia de los
deudores insolventes y el perdón que habían recibido. La pregunta se trataba
sobre cuál de los dos amaría más, es decir, cuál de ellos estaría más
agradecido para con el acreedor. Simón contestó que en su opinión el hombre que
tenía la deuda mayor habría de ser el que más agradecido estaría, lo que el
Señor Jesucristo confirmó diciéndole que había hecho una correcta valoración.
Jesús explica
que esta mujer, que tantas y emotivas atenciones ha tenido para con él, por
cuanto tenía muchos pecados, se siente profundamente agradecida, puesto que se
le ha perdonado mucho. Y al que mucho se le perdona, explica el Maestro de
maestros, mucho ama, pero aquel a quien se le perdona poco (la persona piensa
que es poco) en consecuencia, poco ama.
Hay una
ecuación que expresa la correspondencia emocional y afectiva de nosotros para
con Dios sobre la base del perdón de nuestros pecados: nuestro nivel de amor y
gratitud para con Dios es directamente proporcional a lo mucho (o poco) que
pensamos que él nos ha perdonado. Y ¿sabe qué? Él nos ha perdonado mucho a cada
uno de nosotros.
¿Por qué
tenemos un amor tan imperfecto para con nuestro maravilloso Señor y Dios, me
refiero un amor tan poco expresivo, tan frío, tan diferente del que mostró esta
mujer en la casa de Simón aquel día? Creo que la razón está en lo mucho o lo
poco que valoramos el perdón de nuestros pecados. ¿Acaso creemos que tenemos
para pagar? ¿O pensamos que al fin y al cabo nosotros no estábamos tan
perdidos?
Que el Señor
nos ayude por medio de su Santo Espíritu a sentirnos cada vez más abrumados por
el peso de gratitud que debe llenar nuestros corazones por el hecho de saber
que nuestros muchos pecados nos han sido perdonados.
5.- La genuina fe nos asegura la bendición
de la paz de Dios sobre nuestras vidas.
Las
últimas palabras del Maestro en casa de Simón fueron dirigidas a la emocionada
mujer, quien en vista de que la conversación que se había establecido entre
Jesús y Simón giraba en torno a ella y lo que había hecho, se encontraba atenta, quizá arrodillada, esperando a ver en qué resultaría todo aquello.
Había venido
con la firme intención de postrarse ante el Maestro y llorar a sus pies, no se
le había ocurrido otra forma de desahogar su alma ante él. Pero creo que no se
imaginaba que todos esos pecados que se habían vuelto pesados en extremo sobre
su conciencia y corazón, serían borrados para siempre, por la sola palabra del
Maestro, quien al final le dijo:
“Tu fe te ha salvado, ve en paz”
(vs.50)
La
verdadera fe siempre trae salvación al alma y perdón de pecados. El vivir en la
verdadera fe, la del mensaje del Evangelio nos permite ir en paz por esta vida.
La mujer se
marchó en la paz de Dios, liviana su alma cual pluma en alas del viento, limpio
y puro su corazón como nunca antes lo había tenido, radiante de gozo por el
hecho de saberse perdonada y aceptada por Dios, con una esperanza nueva para la
vida en lo por venir, ahora sí estaba segura, el deseo que alguna vez imaginó
era realidad, una nueva vida acababa de comenzar para ella.
En
la casa de Simón, los fariseos aún discutían sobre quién se creía este Jesús, que tenía el atrevimiento de fanfarronear perdonando pecados...
En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.
Gracias a DIos que es fiel al dejar remanente Hno. Antonio Dios le siga bendiciendo con sabiduría y conocimiento de la palabra para ser de bendición a mas Hnos. Como Pablo dijo me es impuesta nesecidad gracias a Dios por su vida bendiciones y saludos a toda su familia
ResponderEliminarDios es bueno, misericordioso y fiel; es un gozo para mí el saber que algo de lo compartido resulta en edificación para la fe de aquellos que aman al Señor. Gracias por tus palabras Lucio, Dios te bendiga, un abrazo...
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