lunes, 2 de julio de 2012

EN CASA DE SIMÓN



        Un evento bien particular relacionado con el Señor Jesucristo se desarrolló en casa de un hombre fariseo llamado Simón; de no haber sido por Lucas el mismo habría permanecido oculto, pero cuando este realizaba su investigación y acopio de información para escribir su evangelio, alguien debió referirle con énfasis especial lo sucedido en casa de Simón, por lo que Lucas se convenció de que este suceso debía formar parte del material ha presentar en su evangelio; el mismo se encuentra en Lucas 7:36-50. En casa de Simón se pudo apreciar que…Puede ser difícil para algunas personas desprenderse de sus prejuicios y pensamientos preestablecidos cuando se acercan al Señor...El Señor no rechaza a nadie por causa de sus pecados cuando está presente el arrepentimiento...El perdón continúa siendo el don más maravilloso que un corazón manchado por la culpa puede recibir...El amor a Dios es directamente proporcional a la gratitud que sentimos para con él...La genuina fe nos asegura la bendición de la paz de Dios sobre nuestras vidas.
           
            1.- Puede ser difícil para algunas personas desprenderse de sus prejuicios y pensamientos preestablecidos cuando se acercan al Señor.
            El relato nos deja ver que en Simón, el anfitrión quien invitó a Jesús, habían prejuicios muy arraigados que le impidieron recibir de su distinguido huésped lo que solo este hubiese podido darle. Los prejuicios de Simón eran varios y aparecieron con relación a Jesús, con relación a la mujer que llegó a su casa, y con relación al proceder de Jesús para con ella.
            Dicho sea de paso, es muy probable que en la vida de cada uno de nosotros también estén presentes diversos prejuicios. Prejuicios que afectan nuestra relación con Dios y con las personas. Prejuicios que nos mantienen alejados del ideal divino para nuestra vida. Prejuicios que actúan como un bloqueo para nuestro crecimiento en la gracia y en el amor de Dios.
            En el caso de Simón sus prejuicios para con Jesús se manifestaron tan pronto este entró en su casa. Simón como anfitrión estaba obligado a brindar ciertas atenciones particulares, muy típicas de la cultura oriental, a sus invitados. Era de esperarse que saludase a cada uno de ellos con un beso doble al momento en que estos entrasen a su casa; que les proveyera de agua, por medio de un sirviente, para que lavasen sus manos y, especialmente, sus pies; así mismo se acostumbraba derramar aceite de oliva con especies en la cabeza de los invitados. Estas y otras atenciones tendían a resaltar cuán  importante era para el dueño de la casa contar con la presencia de sus huéspedes visitantes.
Esto era tan común y de esperarse que, cuando el Señor le dirige a Simón la palabra, para hablar de lo que la mujer pecadora hizo, le reprochó su falta de hospitalidad para con él en cada uno de estos aspectos:

“Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies…no me diste beso…no ungiste mi cabeza con aceite…”
(Vs.44-46)

            Es muy probable que estas atenciones se hayan dispensado a todos los otros visitantes, porque era lo acostumbrado y era la manera de hacer sentir especiales a los invitados en la ocasión. ¿Por qué Simón no prestó tales atenciones al Señor Jesús?
La respuesta está en lo que Simón equivocadamente pensaba acerca de Jesús. Ignoro si es que Simón trataba de lucirse ante sus amigos menospreciando al Señor en lo acostumbrado socialmente, pero estoy seguro que había un problema de prejuicios que le impedían mostrase servicial y dispuesto para con aquél a quien multitudes llamaban Maestro y Profeta, y quien ante sus ojos y a los de la mayoría de los que con él estaban no pasaba de ser un tosco y sospechoso hombre. Qué oportunidad de oro está perdiendo Simón por no abrir su corazón con sencillez al Señor. Doquier donde está un prejuicio establecido con firmeza, hay también falta de sencillez en el corazón, y más especialmente en los asuntos de nuestra relación con Dios y la vida cristiana. Quizá por eso dijo el Señor que si nos no hacemos como niños no entraríamos al reino de los cielos. Una solución al asunto de los estorbos que los prejuicios interponen entre nosotros y Dios: sencillez de corazón. 

            “Este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (vs.39) decía para sus adentros Simón al ver que Jesús no rechazó la particular atención que aquella mujer le brindaba. Este pensamiento de Simón nos lleva al segundo punto a considerar…

2.- El Señor no rechaza a nadie por causa de sus pecados cuando está presente el arrepentimiento.
La llegada de esta mujer a la casa de Simón es, con absoluta seguridad, lo que hizo memorable aquel evento. Si esta mujer no llega y hace lo que hace, probablemente esa reunión, almuerzo o cena, habría quedado en el olvido y en el anonimato. La mujer llama la atención de todos los presentes: la de Simón, porque es una pecadora conocida; la del resto de los invitados por la misma razón; la de Jesús porque su intrusión en la casa se debe a que viene a buscarle precisamente a él.

Nunca se enfatizará demasiado el cómo el pecado nos separa de Dios; el cómo el pecado puede corromper nuestra propia alma y envilecer nuestras personas; el cómo el pecado puede cerrar el cielo para nosotros y, en cambio, abrir las puertas a profundos y dolorosos sufrimientos en nuestras vidas. No importa si usted es creyente o no, eso y más hace el pecado en la vida y experiencia humana. Las consecuencias y secuelas del pecado no son un asunto de conceptos religiosos sino que son un hecho real y tangible en la experiencia de cada ser humano sobre el planeta. Tristes y dolorosas consecuencias en lo espiritual, en lo emocional, en lo social y en lo personal trae el pecado sobre nuestras vidas: muerte, desesperación, depresión, violencia, insensibilidad, crueldad, amargura, corrupción, cinismo, odio, soledad, separación eterna de Dios.

En casa de Simón se presentó aquella mujer de mala fama (¿prostituta?), y llega sin pronunciar palabra alguna, sin saludar a nadie en casa, casi sin hacer ruido alguno. Llega a los pies del Maestro y las lágrimas, que abundantemente caen de sus ojos sobre los pies de Jesús, son todo su hablar. Un hablar que silenciosamente expresa sincero arrepentimiento por una vida que ha sido mal llevada ante los ojos de Dios y de los hombres. En sus lágrimas está presente un dolor real y profundo que solo Jesús puede comprender, dolor que es una mezcla de vergüenza y sentimiento de indignidad, dolor que se acentúa ahora más que nunca al reconocer que ella y solo ella, ha decidido vivir como ha vivido, alejada de Dios, y entregada al pecado. La expectativa de muchos está en ver qué hará Jesús con esta mujer. Por sus pecados el Maestro, si fuese verdadero profeta, debería rechazarla, piensa Simón y muy probablemente los otros fariseos que estaban presentes.       

La escena es profundamente conmovedora: la casa se llenó del perfume que la mujer derramaba abundantemente sobre los pies de Jesús, sus labios no dejaban de besar los pies del Maestro. El corazón de esta mujer, cuyo nombre no podremos conocer aquí en la tierra, latía de tal forma que parecía que se le iba a salir de su pecho. El Maestro, el bendito Maestro de Galilea, digno, noble, puro, y lleno de ternura y compasión para con esta mujer como para con todos los hombres, recibe el tributo de la mujer pecadora, lo recibe y se deleita en el limpio y sincero arrepentimiento que hay en ella. Los ojos de los discípulos si estaban allí (lo cual es muy probable) estarían llenos de asombro y de expectación por ver lo que haría el Maestro, quien rompe el silencio y la hermosa  tensión de la situación para responder a Simón sobre lo que este ha juzgado y pensado…  

“Simón, una cosa tengo que decirte. Y el le dijo: Dí, Maestro. Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con que pagar, perdonó a ambos…”
(vs. 40-42)
           
En el proceder de la mujer está expresado un deseo que jamás se atrevería a pronunciar, por considerarlo inalcanzable y por sentirse descalificada por sus muchos pecados: es el deseo de ser perdonada, de alcanzar perdón y una nueva oportunidad para vivir de una forma diferente. Lo cual nos lleva a nuestra tercera consideración.

3.- El perdón continúa siendo el don más maravilloso que un corazón manchado por la culpa puede recibir.
            No hay nada semejante al perdón en toda la experiencia humana. Es una experiencia única que ninguna otra puede sustituir. Cuando el corazón y la conciencia están perturbados, manchados, aguijoneados por causa de haber hecho mal a alguien, lo que se desea es ser perdonado. Un corazón culpable necesita perdón. Una conciencia culpable necesita perdón. Esto es cierto en las relaciones humanas, pero mucho más cierto en lo que se refiere en nuestra relación con Dios. Y lo maravilloso es que Dios es compasivo, y se deleita en perdonar, dice la Escritura que él no despreciará al corazón contrito y humillado. Siempre que el arrepentimiento esté presente Dios será amplio y generoso en perdonar. Es lo que hizo el Señor Jesucristo al recibir su acto de adoración y la confesión de sus lágrimas y el ruego de sus besos en sus pies. 

            Esta mujer es como el deudor de los quinientos denarios en la historia que Jesús dirigió a Simón. No tiene con qué pagar la gran deuda de sus pecados. Pero si Simón es el otro deudor que tiene una deuda 10 veces menor que la mujer, debe tener en cuenta algo: él tampoco tiene con qué pagar la deuda de sus pecados.
           
Nadie tiene suficiente en su haber para pagar la deuda que ha contraído para con la justicia de Dios por causa de sus pecados. En el Salmo 49 se nos dice que la redención tiene un precio que es inalcanzable para los hombres. La única opción que tenemos es la que tuvieron los dos deudores de la historia que Jesús contó a Simón: ser perdonados en vista de nuestra incapacidad de pago. Y esa incapacidad de pago queda demostrada por medio del arrepentimiento. Un hombre arrepentido es alguien que se declara en bancarrota delante de Dios cuya única esperanza es ser perdonado por él. En este aspecto una de las más grandes cosas que nos puede pasar es la de experimentar arrepentimiento por nuestros pecados, porque si hay arrepentimiento habrá reconocimiento, confesión y perdón, pero si está ausente el arrepentimiento lo que vendrá sobre nuestras vidas es juicio y castigo.
           
              ¿Algunos de nosotros, de los que hoy nos encontramos acá, estamos viviendo sin experimentar descanso y paz en nuestras vidas? ¿No será que estamos agobiados por el pecado y añoramos la experiencia del perdón en nuestra vida? Me pregunto si acaso algunas de nuestras cuentas estarán atrasadas delante del Señor. 

Volviendo a la casa de Simón, vemos al Maestro dirigiéndose a éste diciéndole:

“¿Ves esta mujer?…ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos…desde que entré, no ha cesado de besar mis pies…ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados”
(vs. 44-47)

4.- El amor a Dios es directamente proporcional a la gratitud que sentimos para con él.
Anteriormente el Señor le había hecho una pregunta a Simón con relación a la historia de los deudores insolventes y el perdón que habían recibido. La pregunta se trataba sobre cuál de los dos amaría más, es decir, cuál de ellos estaría más agradecido para con el acreedor. Simón contestó que en su opinión el hombre que tenía la deuda mayor habría de ser el que más agradecido estaría, lo que el Señor Jesucristo confirmó diciéndole que había hecho una correcta valoración. 

Jesús explica que esta mujer, que tantas y emotivas atenciones ha tenido para con él, por cuanto tenía muchos pecados, se siente profundamente agradecida, puesto que se le ha perdonado mucho. Y al que mucho se le perdona, explica el Maestro de maestros, mucho ama, pero aquel a quien se le perdona poco (la persona piensa que es poco) en consecuencia, poco ama.

Hay una ecuación que expresa la correspondencia emocional y afectiva de nosotros para con Dios sobre la base del perdón de nuestros pecados: nuestro nivel de amor y gratitud para con Dios es directamente proporcional a lo mucho (o poco) que pensamos que él nos ha perdonado. Y ¿sabe qué? Él nos ha perdonado mucho a cada uno de nosotros.

¿Por qué tenemos un amor tan imperfecto para con nuestro maravilloso Señor y Dios, me refiero un amor tan poco expresivo, tan frío, tan diferente del que mostró esta mujer en la casa de Simón aquel día? Creo que la razón está en lo mucho o lo poco que valoramos el perdón de nuestros pecados. ¿Acaso creemos que tenemos para pagar? ¿O pensamos que al fin y al cabo nosotros no estábamos tan perdidos?

Que el Señor nos ayude por medio de su Santo Espíritu a sentirnos cada vez más abrumados por el peso de gratitud que debe llenar nuestros corazones por el hecho de saber que nuestros muchos pecados nos han sido perdonados.


5.- La genuina fe nos asegura la bendición de la paz de Dios sobre nuestras vidas.
            Las últimas palabras del Maestro en casa de Simón fueron dirigidas a la emocionada mujer, quien en vista de que la conversación que se había establecido entre Jesús y Simón giraba en torno a ella y lo que había hecho, se encontraba atenta, quizá arrodillada, esperando a ver en qué resultaría todo aquello.
           
Había venido con la firme intención de postrarse ante el Maestro y llorar a sus pies, no se le había ocurrido otra forma de desahogar su alma ante él. Pero creo que no se imaginaba que todos esos pecados que se habían vuelto pesados en extremo sobre su conciencia y corazón, serían borrados para siempre, por la sola palabra del Maestro, quien al final le dijo:

“Tu fe te ha salvado, ve en paz”
(vs.50)

            La verdadera fe siempre trae salvación al alma y perdón de pecados. El vivir en la verdadera fe, la del mensaje del Evangelio nos permite ir en paz por esta vida.
           
La mujer se marchó en la paz de Dios, liviana su alma cual pluma en alas del viento, limpio y puro su corazón como nunca antes lo había tenido, radiante de gozo por el hecho de saberse perdonada y aceptada por Dios, con una esperanza nueva para la vida en lo por venir, ahora sí estaba segura, el deseo que alguna vez imaginó era realidad, una nueva vida acababa de comenzar para ella.

            En la casa de Simón, los fariseos aún discutían sobre quién se creía este Jesús, que tenía el atrevimiento de fanfarronear perdonando pecados...

               En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.


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2 comentarios:

  1. Martín Pérez Lucio.1 de agosto de 2012, 22:28

    Gracias a DIos que es fiel al dejar remanente Hno. Antonio Dios le siga bendiciendo con sabiduría y conocimiento de la palabra para ser de bendición a mas Hnos. Como Pablo dijo me es impuesta nesecidad gracias a Dios por su vida bendiciones y saludos a toda su familia

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    1. Dios es bueno, misericordioso y fiel; es un gozo para mí el saber que algo de lo compartido resulta en edificación para la fe de aquellos que aman al Señor. Gracias por tus palabras Lucio, Dios te bendiga, un abrazo...

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