“…que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado”
(Hebreos 13:3)
Pocas cosas
están tan claramente definidas en cuanto a su naturaleza y resultados en las
Escrituras como lo está el pecado. Del pecado sabemos muchas cosas por la Escritura: su origen, su
entrada en el mundo, su efecto devastador sobre la raza humana, sus
consecuencias globales y personales, su final en la historia humana y el
remedio que Dios ha provisto para combatirlo en la presente vida.
Aunque a
primera vista pareciera simplista el decir que todas las tragedias, tristezas y
ruina que se han visto en la vida de cada ser humano están relacionadas con la
presencia del pecado, en realidad no lo es. Al contrario, el poder llegar a reconocer
que la presencia del pecado ha sido la causa de toda la ruina de la humanidad,
es “dar en el blanco” precisamente. Piense usted en la vida sobre la tierra
libre de maldad: sin violencia, asaltos, muertes por asesinato; pero también en
la vida libre de todos aquellas bajas pasiones: sin envidias, sin odios, sin
codicias, sin malos deseos de ninguna naturaleza; pero además piense en la vida
que disfrutaríamos si todos viviésemos con el corazón solamente habituado a lo
bueno, a lo justo, a lo limpio, a lo recto, amando a Dios por sobre todas las
cosas, compartiendo con aquellos que están en necesidad, consolando a aquellos
que sufren por causa de alguna pérdida, estimulando y animándonos a dar y a
hacer aflorar solo lo mejor de cada una de nuestras capacidades. Pero esa sería
otra vida, otra historia, otra tierra, muy diferente a la que hoy vemos, ¿Por
qué no vivimos de esta forma? Creo que la respuesta en parte tiene que ver con
el tema que hoy nos ocupa: el engaño del pecado.
Entre las
muchas características que podríamos mencionar acerca del pecado hay una que
expresa su efecto e influencia en el corazón humano: el pecado engaña, seduce, atrapa,
desvirtúa la realidad y embota el entendimiento. Corrientemente definimos el
pecado como “errar el blanco”, pero esa definición no es del todo apropiada,
sobre todo cuando consideramos el hecho de que el errar el blanco es solo el
resultado final de un proceso que comenzó con anterioridad: el proceso del
engaño del pecado.
Siendo que el
pecado es como una infección que afecta la percepción de la realidad espiritual
de las cosas, la única alternativa segura para ser librados del mismo y de su
maligna influencia es acudir a la provisión de Dios en su palabra, en la sangre
de Jesucristo, y en el poder de su Espíritu Santo. La provisión de la palabra
de Dios nos brinda un diagnóstico certero y confiable de nuestra condición y
necesidad; la provisión de la sangre de Jesucristo nos permite recibir
plenamente el beneficio de la victoria del Señor sobre el poder del pecado en
la cruz del Calvario, esto es, perdón y restauración junto con una conciencia
libre y en paz para con Dios; y la provisión del poder del Espíritu Santo nos
capacita para vivir la vida que Dios desea que llevemos: una vida victoriosa y
santa en este mundo para la gloria y alabanza del Señor.
Veamos como se
aprecian estos principios en los sucesos relacionados con la caída de Adán y
Eva en Edén según Genesis 3: 1-21.
En primer
lugar le invito a considerar todo este pasaje como la descripción del proceso del
accionar del pecado sobre la conciencia y voluntad humana. La serpiente que
habla a Eva, es la portadora del pecado, lo único que persigue y busca con toda
astucia e intención es inyectar su mortífero veneno en la vida y
experiencia humana. Adán (que no aparece en todo este crítico momento) y Eva
están, hasta ese momento, en estado de inocencia, libres de pecado, limpios,
con el pensamiento y corazón tan cristalinos como el más puro de los diamantes;
han recibido la palabra de Dios, conocen a Dios, y tienen una vida con
propósito y buena esperanza. Dios quien creó al hombre a su imagen y semejanza
y le colocó en el huerto de Edén para que lo labrase y cuidase, también ha
dotado a su representante con una voluntad libre, capaz de decidir por el bien
o eventualmente por el mal, y aunque ese es el riesgo que toda libertad
conlleva, no debemos olvidar que Dios hizo al hombre para la vida, para la
justicia, para el amor, y sobre todo, para que manifestase la gloria y alabanza
de su Creador. En ese estado de perfección y pureza, de armonía y paz, de
entendimiento y propósito es que hace su aparición el pecado y su engaño.
“¿Con que Dios os ha dicho: No comáis de todo
árbol del huerto?”
(Génesis
3:1)
Todo engaño se
presenta con pretensiones de veracidad, con apariencia de verdad, con atuendo
de honradez. La serpiente inicia su asedio haciendo referencia a medias
verdades. Tan rápidamente lanza su adornado anzuelo que Eva no hará el menor
intento de rechazarlo. Dios en verdad habló y en verdad hizo una prohibición
relacionada con el fruto de un árbol; pero la serpiente distorsiona
intencionalmente la palabra de Dios para así obtener la atención de Eva. Toda
distorsión de la palabra de Dios es peligrosa y debe ser rechazada
enérgicamente o más temprano que tarde traerá trágicas y lamentables consecuencias.
Lo mejor y más seguro siempre será que a la palabra de Dios ni quitemos ni añadamos,
ya que ella perfecta y completa está. Muchos engaños en el pueblo del señor han
comenzado con un pequeño cambio de énfasis; un cambio desde lo que en verdad
enseña y establece la palabra de Dios hacia aquellas cosas que los hombres
desean y quieren enfatizar y establecer. Muchos engaños en la vida de hombres y
mujeres que aman a Dios han estado relacionados con el dar lugar a pretensiones
y pensamientos que aunque en el fondo se sabía, eran de cuestionable
procedencia, sin embargo se ha insistido en presentarlos con lenguaje y
ademanes cristianos en busca de aceptación. Eva respondió a la serpiente,
ingenua de que ya estaba siendo seducida y estaba jugando al juego de Satanás,
y le dijo:
“Del fruto de los árboles del huerto podemos comer; pero del fruto del
árbol que está en medio del huerto dijo Dios: No comeréis de él, ni le
tocaréis, para que no muráis”
(Génesis 3:2-3)
Pareciera que
Eva está firmemente parada en la palabra de Dios, pero la realidad es que su
firmeza es solo aparente. Aunque aún retiene la palabra de Dios, ya hace cierto
tiempo que ha caido en el proceso de seducción; la astuta serpiente ha estado
embobando a su victima. De la distorsión de la palabra de Dios Satanás pasará a
la clara y descarada negación de la misma.
Pero la experiencia de Eva se repite en la vida de muchos: multitud de
creyentes que están en posesión de la palabra de Dios están siendo seducidos
por el engaño del pecado. El apóstol Pablo dice a los hermanos de Corinto: “…temo que como la serpiente con su astucia
engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera
fidelidad a Cristo” (2Corintios 11:3)
La solución no
es otra: debe ocurrir un volver a la palabra de Dios de todo corazón. Lo que
necesitan muchos cristianos de nuestro tiempo no es otra cosa que un
reencuentro en humildad y sencillez con la palabra de Dios. Un reencuentro que
les permita recobrar la lucidez y la fe sencilla que acepta la palabra de Dios
tal cual es: perfecta que convierte al alma; poderosa y eficaz y más cortante
que toda espada de dos filos; espíritu y vida y medicina para nuestros huesos;
lámpara para nuestros pies y lumbrera para nuestro camino. Todo aquello que
insinúa que apartemos nuestro corazón de la palabra de Dios proviene de la
misma serpiente que sedujo a Eva; no busquemos otras interpretaciones de la
palabra de Dios que nos permitan justificar malos deseos, porque seremos
avergonzados.
“No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán
abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”
(Génesis 3:4)
La
oferta estaba hecha, el engaño estaba servido como en bandeja de plata ante Eva
en toda su magnitud y fuerza.
Uno de los
puntos fuertes del pecado es que promete mucho. Prometió a Eva que no moriría;
prometió que ella llegaría a ser como Dios, y prometió, finalmente, que ella
conocería no solo el bien, sino también, la otra cara de la moneda, el mal.
Pero el pecado siempre promete lo que no puede dar y Eva habría de quedar
defraudada por entero en todas sus expectativas. Satanás actuó haciendo
florecer deseos de grandeza en Eva. Le sedujo invitándole a desear cosas aparentemente
buenas que le estaban siendo negadas por alguna desconocida razón. La convenció
al señalar sus aparentes limitaciones. Pero antes negó rotundamente la palabra
de Dios, acusando a Dios de injusticia, egoísmo y proceder sospechoso.
El pecado continúa prometiendo mucho, por ello
se explica que muchos sucumben ante su engaño. ¿Esta mal el desear prosperar y
aspirar a una mejor y superior calidad de vida? No. Pero si ese prosperar y
mejorar, compromete, niega, desdice y contradice, la palabra expresa de
Dios, a la final no será bendecido.
¿Esta mal que una mujer desee ser amada, elogiada y sentirse importante y
valiosa para alguien? No. Pero por buscar a toda costa la satisfacción de esas
latentes necesidades muchas hijas de Dios han sido seducidas por el engaño del
pecado, y finalmente lo que han hallado es deshonra, vergüenza y sufrimientos. Que
ninguno piense que podrá burlar la paga del pecado en algún sentido; todo aquel
que olvidándose de su Dios va tras la ilusión de las promesas del pecado quedará
avergonzado. Más temprano que tarde todas las promesas del pecado serán rotas y
todas sus dádivas amargarán la vida de aquel que las recibió. La vida entera no
basta para olvidar la vergüenza y el mal que el engaño del pecado nos puede
ocasionar. Por lo que lo mejor es seguir el antiguo precepto: temer al Señor y
apartarse del mal, ya que en ello está la inteligencia y el principio de la
sabiduría (Job: 28:28).
Eva sin
embargo estando en estado de seducción buscó la sabiduría de otra forma, así
leemos:
“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a
los ojos, y árbol codiciable par alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y
comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella”
(Génesis 3:6)
Todo el
proceso de la seducción y engaño del pecado parece estar contenido en este
versículo de la
Escritura. Eva vio, miró, consideró…que el árbol era bueno
para comer…que era agradable a la vista…que era codiciable, deseable, mientras
más lo miraba más deseos tenía de tomar de su fruto.
Casi toda
tentación comienza y se desenvuelve de la misma manera: un mirar, un
considerar, un pensar, un especular sobre posibilidades, y finalmente un
codiciar o desear. Pero lamentablemente el proceso no termina allí. La Biblia nos dice que Eva “…tomó de su fruto, y comió; y dio también a
su marido, el cual comió así como ella”. Finalmente Eva extendió su mano a
las fauces de la serpiente para ser mordida por esta. Mientras pensaba e
imaginaba que tomaba el fruto que la llevaría a la inmortalidad y a la máxima
felicidad imaginada, en realidad estaba lanzándose a la deshonra, abriendo su
alma a la amargura e invocando el castigo y juicio de Dios sobre su vida y la
de los suyos. El relato de este triste suceso se completa con las siguientes palabras:
“…y tomó de su fruto, y comió; y dio también a
su marido, el cual comió así como ella”
(Génesis 3:6)
(Génesis 3:6)
Una
vez que el pecado ha infectado a Adán y Eva ellos experimentaron lo inverso de
una conversión: su entendimiento se oscureció; su corazón se lleno de temores;
quedaron esclavizados al pecado e imposibilitados para hacer el bien; perdieron
la confianza y libertad de que disfrutaban para con Dios; jamás volvieron a
experimentar esa paz prístina que disfrutaban cuando vivían en inocencia; una
tendencia corrosiva, envilecedora y malvada fue manifestándose cada vez con
mayor fuerza en sus vidas y en la de sus hijos. La
intervención divina es lo único que dejó un rayo de esperanza en medio de aquel
cuadro sombrío y desolador. Una promesa divina. Un tipo anticipado de la redención
futura del pecado para los descendientes de Adán. Entre los importantes ajustes
y juicios que Dios decreta sobre la raza humana a causa de haber tomado
elección por la propuesta del engaño del pecado, Dios anuncia a la serpiente:
“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la
simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar”
(Génesis 3:15)
Esta
preciosa promesa que los teólogos han convenido llamar “el protoevangelio”, es
la primera insinuación del evangelio en las Escrituras. La simiente de la mujer
no es otro que el Señor Jesucristo, quien en la cruz del calvario habría de
herir mortalmente a la serpiente antigua aunque resultando herido al hacerlo.
Fue tan contundente y poderosa la victoria del Señor en la cruz para salvarnos
del engaño del pecado, que nos brinda el ser libres en tres esferas diferentes:
libres de la culpa del pecado; libres del poder del pecado; y libres de la
presencia del pecado. Solo
el señor Jesucristo puede librar a los hombres del engaño del pecado, él, que
como dijo el apóstol Pedro, “no hizo
pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía
con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que
juzga justamente; quien llevó el mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el
madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la
justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1Pedro 2:22-24).
¿Reconoces, tu que lees estas líneas, que
el engaño del pecado te ha estado seduciendo de alguna forma?, ¿Te sientes mal
porque sabes que tu llamado es a vivir con la palabra de Dios en tu mano y
corazón?
En
el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.
soy cristiana, me es de bendición esta página
ResponderEliminarque Dios los siga bendiciendo abundantemente.
Quiero decirle que es una bendicion muy grande de Dios a cada uno de los que leemos estas disertciones escritas por un verdadero siervo suyo. Dios le siga usando por mucho tiempo de esta manera.
ResponderEliminarDios le siga bendiciendo en gran manera porque Dios le ha dado mucha sabiduría para edificación del alma de todo aquel que lee este mensaje de reflexión a mi me a llenado mi alma. La gloria sea para Dios y que sigamos usando su vida. Bendiciones
ResponderEliminar