jueves, 1 de septiembre de 2011

UNA ACCIÓN INOLVIDABLE


Todos podemos vivir nuestras vidas de tal forma que produzca un impacto en la vida de aquellos que nos rodean y, tal vez lo más importante, agradando a aquel que nos ha amado desde siempre.

            La Biblia abunda en personajes de los que ni siquiera sus nombres se conocen, y quienes, no obstante su anonimato, han influido en generaciones de creyentes a lo largo de la historia. En esta oportunidad intentaremos aproximarnos a la vida de uno de estos personajes anónimos de la Escritura. Se trata de alguien  que aparece en dos de los evangelios con relación a un único suceso. Con toda seguridad esa persona jamás imaginó que habría de ser recordada de siglo en siglo por ese acto tan acostumbrado y sencillo que realizó.

            Qué privilegio el de esos creyentes que nos antecedieron en la fe y cuyas vidas y acciones aparecen en el Libro de Libros, la Biblia. Aunque hayan vivido unos pocos años (la vida de todo hombre es, al fin y al cabo, bastante corta) sin embargo, por haber sido admitidos en el honorable elenco de los personajes del Libro sagrado, su influencia ha perdurado por siglos. Así pues, la Biblia nos presenta a toda una pléyade de hombres y mujeres de la más variada condición, que fueron seleccionados por el Espíritu Santo para amonestar y estimular la fe de los santos en todas las generaciones.

            Ninguno de nosotros puede aspirar formar parte del libro sagrado, pero, ¿sabe? Nuestros nombres están escritos en lo que creo ha de ser el libro más importante jamás escrito, el libro de la vida, en los cielos. (Lc.10:20).

             La persona que nos ocupa en esta tarde es una mujer. Ya esto de por sí ha de decirnos algunas cosas. Hasta el día de hoy continúa el debate sobre el papel de la mujer en el reino de los cielos, específicamente en la dinámica de la iglesia local y en relación al papel o rol que debe desempeñar en la vida matrimonial y familiar, y ¿sabe qué? No todo está dicho, ni todo está tan claro como algunos suponen. Pero más allá de estas consideraciones las cuales no tocaremos en esta oportunidad, está el hecho de que la Biblia, como ningún otro libro de la antigüedad, coloca en un lugar de estima y consideración a la mujer, quien fuera sumamente vejada y oprimida en la cultura que prevalecía en la mayoría de las naciones antiguas. Sin embargo, por muchos siglos, aún dentro del mismo pueblo judío, la mujer fue menospreciada. Probablemente, con gran asombro la mayoría de ellos (los judíos), escucharían que en más de una oportunidad Dios prefirió hablar a una mujer antes que a un hombre, o que en algunos momentos fue una mujer quien presidió como juez en la nación de Israel, o que Mateo en su genealogía del Señor Jesús incluyese el nombre de tres mujeres. Se dice que los fariseos oraban cada mañana diciendo: “Te doy gracias. Oh Dios, porque soy judío y no gentil; hombre y no mujer; libre y no esclavo”. Pero también, tristemente, entre nosotros los cristianos evangélicos, también hay quienes menosprecian y oprimen a las hijas de Dios por el hecho de "ser mujer". Y ¿sabe qué? Muchos líderes se pierden de ver crecer la obra que administran por no reconocer los dones y cualidades espirituales en las hermanas de sus congregaciones; y muchos esposos se pierden de muchas bendiciones en el seno de su hogar por tener actitudes "machistas" y por no escuchar  jamás la voz de sus esposas. A tales esposos les hace falta recordar que Dios tuvo que decir a Abraham su amigo, en una oportunidad en que enfrentaban un difícil problema familiar, que actuase según su esposa le aconsejaba (Gn.21:12).

            Pero volvamos a la mujer que nos ocupa en esta tarde. Esta mujer era viuda. Había sido privada de la bendición de tener a su lado al compañero de su juventud. Aunque la Biblia no nos dice la edad de ella, pienso que es probable que se tratase de una mujer de edad algo avanzada. Nadie podrá decir con absoluta certeza porqué algunas personas sufren más que otras, o por qué la vida se les presenta más favorable a unos mientras que a otros se le presenta llena de contrariedades y adversidades. Esas razones solo Dios las conoce y evalúa en su infinita justicia y sabiduría. A nosotros nos debe bastar el saber que, sea cual fuere la suerte que nos ha tocado, la gracia de Dios es más que suficiente para nuestras vidas, y, aunque en esta vida no pudiésemos alcanzar a tener todo cuanto deseáramos y quisiéramos, tenemos en nuestro Señor las más extraordinarias esperanzas de gloria aguardándonos en la eternidad con él. Esta mujer había enviudado, pero además era pobre, la Biblia dice en verdad, que era muy pobre. Mientras que de otras mujeres se dice que con sus bienes servían al Señor Jesucristo (Lc.8:3), de esta se dice que era muy pobre. Una humilde mujer viuda, quizá entrada en años, y pobre en gran manera. Olvidada de todos, pero no de Dios.

            ¿Qué nos tiene que decir esta mujer? ¿Qué nos puede enseñar? ¿Qué hay de admirable en ella?

            En primer lugar, esta mujer nos enseña que sin importar cómo nos haya tratado la vida debemos ir  ante la presencia de Dios a adorar.

            Ella va al templo a adorar. Mientras que otros iban bien vestidos, bien trajeados, ella iba con su humilde vestimenta a adorar a Dios. Otros se quedaban en sus casas pero ella va al templo. Otros que tendrían más razones para agradecer a Dios se quedan indiferentes entretenidos en sus casas, pero ella a quien la vida le ha resultado tan dura va al templo a agradecer. Me gustaría saber qué pensamientos son los que le ocupan, me gustaría saber qué tipo de oraciones hacía, saber qué pensaba hacer cuando saliera del templo aquel día, y, más especialmente, quisiera saber por qué hizo lo que hizo ese día.
            Se puede saber mucho de las personas por la clase de pensamientos que le ocupan. Creo que se puede así mismo saber qué clase de creyente es alguno al ver la clase de oraciones que realiza. Un famoso escritor dijo en una de sus novelas: “nunca como en el modo de portarse en momentos decisivos se conoce el carácter de un hombre”. Y pienso que ese día fue quizá un momento decisivo para esa mujer, para esa pobre mujer, para esa hija de Dios.

            En segundo lugar, esta mujer nos enseña que el Señor debe ocupar el primer lugar en los asuntos de nuestra vida, aunque en ello se nos vaya toda seguridad y garantía.   
        
            Quizá nadie se percató de su llegada al templo. Ese día los ánimos estuvieron encendidos en el templo. Los principales sacerdotes, los escribas y los ancianos estuvieron exigiendo al Señor Jesús que declarase con qué autoridad hacía lo que hacía, a lo que el Señor respondió retándoles a que dijesen ellos si el bautismo de Juan era del cielo o de los hombres, si ellos respondían su pregunta el les respondería a ellos también. Más adelante vinieron los fariseos y los herodianos juntos, ellos que nunca estaban de acuerdo en nada, ahora venían de común acuerdo a preguntarle a Jesús si se debía o no pagar impuestos a Roma, es decir al Cesar;  parecía que atraparían a Jesús con esta pregunta, pero nuevamente y de la forma más inesperada les refutó y avergonzó, lo hizo pidiendo una moneda, la cual al recibir, acto seguido preguntó que de quién era la imagen y la inscripción que en ella estaba, cuando confirmaron que era la imagen del Cesar, dijo en fuerte voz: “a Cesar lo que es de Cesar, y a Dios lo que es de Dios”. Por si fuera poco, después llegó otro grupo de Saduceos planteando un caso de una mujer que tuvo siete esposos, para que Jesús explicara con cuál de ellos estaría ella en la resurrección. Como podemos suponer la atención de toda la gente estuvo firmemente amarrada por estos sucesos y controversias. Llegado un punto en que ya nadie más se atrevió a preguntarle algo a Jesús, él se dirigió a cierto lugar en el templo y allí se sentó a mirar a la gente que iba hasta el arca de las ofrendas a depositar allí su ofrenda. Muchos ricos colocaban grandes cantidades de dinero en el arca y esto lo hacían de forma notoria. Mientras todo esto acontecía aquella mujer viuda llegó entre la multitud y se dirigió al arca de las ofrendas. Allí colocó una ofrenda tan pequeña, tan insignificante en cuanto a su valor económico, que solo los ojos del Señor pudieron ver lo que en realidad allí estaba sucediendo.

            La ofrenda de esta mujer fue de tan solo dos blancas. En la escala monetaria de ese tiempo la blanca era la moneda de menor valor. Era una moneda judía (la única que se menciona en el Nuevo Testamento) y estaba hecha de bronce. Esas dos blancas quizá solo alcanzaban para comparar un trozo pequeño de pan.

            Lo importante aquí no está en lo que esas monedas significaban económicamente, sino en lo que significaban para esta mujer viuda en la estimación del ojo divino.

            Jesús al verla ofrendar dijo a sus discípulos (Mr.12:41-44):

1.- Que con toda verdad les aseguraba que esa viuda pobre había ofrendado más que todas las otras personas.

2.- Que todos habían dado de lo que les sobraba. Desde su abundancia. Daban en una medida que en nada les afectaba.

3.- Que ella había dado de su pobreza todo lo que tenía, había dado todo su sustento.      

            Esta mujer es capaz de dar a Dios todo lo que tiene, aún cuando eso poco que tiene es su real sustento. Esta mujer es capaz de quedarse con las manos vacías sirviendo y adorando a Dios; es capaz de dar un salto de fe y abandonarse en los brazos de aquel que ha prometido sostener y socorrer a cuantos confían en él. Y aunque la vida no ha sido nada fácil todavía puede confiar y esperar en la bondad y misericordia divina.

            A veces deseamos servir a Dios solo en las buenas. Cuando todo nos va bien y cada cosa sucede como esperamos que suceda. Pero es probable que el servicio de mayor valor sea aquel que ofrecemos al Señor cuando las cosas están difíciles y son como cuesta arriba.

También es necesario que nos preguntemos si estamos dando al Señor solo de aquellas cosas que nos sobran: el dinero que nos sobra, el tiempo que nos sobra, los recursos que nos sobran, los años que nos sobran; esta mujer nos desafía a que entreguemos más que sobras al Señor: que hagamos entrega de todo lo que tenemos.   

            La acción de esta mujer aquel día no pasó desapercibida ante los ojos del Señor. Los actos de nuestra vida también son vistos por el ojo de nuestro Señor, y por sencillos que sean pueden ser de especial estima ante él; ello dependerá no de las propias cosas que hacemos, sino de esas cosas que no ven los hombres sino solo Dios; de la actitud con la que estamos viviendo nuestra vida: de nuestra actitud para con nuestro señor y Dios; de nuestra actitud para con sus mandamientos y llamado al servicio; de nuestra actitud a honrarle pese a todo. Quiera concedernos el Señor que aprendamos a adorarle y servirle entregando también nosotros todo lo que tenemos, todo nuestro ser.        

               En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.

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