lunes, 2 de mayo de 2011

REDESCUBRIENDO EL LIBRO SAGRADO



           En el proceso de toda restauración espiritual debe producirse un encuentro con la Palabra de Dios. Todo proceso de renovación espiritual, si es genuino y dirigido por Dios, ha de llevar a los involucrados a un reencuentro con la Palabra de Dios.

            La historia del pueblo de Israel transcurrió entre muchos altibajos espirituales. Momentos gloriosos donde la presencia de Dios se manifestaba de forma visible ante todo el pueblo, y momentos trágicos donde reinaba la más cruda apostasía. Dios, que de antemano conoce todas las cosas, había dado mandato con relación a la necesidad de que persistentemente el pueblo, y especialmente sus gobernantes, meditaran de continuo en las Palabras del Sagrado Libro. Así leemos que debería hacer el rey al comenzar su labor:


Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas; y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y sus estatutos, para ponerlos por obra
(Deuteronomio 17:18-19)

            El rey debía tener consigo la ley y debía leer en ella todos los días de su vida, y esto por tres razones:
  • Para que aprenda a temer a Jehová su Dios (El temor a Dios se aprende).
  • Para guardar todas las palabras de esta ley y sus estatutos (Guardar:  amar, proteger, cuidar, preservar, vigilar, atesorar, considerar, meditar, mirar, cumplir, custodiar, etc.)
  • Para ponerlos por obra (Integración de los principios a la vida misma).
            Más adelante, cuando Josué estaba junto con el pueblo a las puertas de la tierra de la promesa, antes de entrar a conquistarla, Dios le dijo entre otras cosas:

...esfuérzate y se muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas. Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien
(Josué 1:7-8)

            Algunas cosas a notar en este pasaje:
  • Se requiere esfuerzo y valentía para permitir que la Palabra de Dios ocupe el lugar que debe ocupar en nuestras vidas.
  • La palabra de Dios debe ser el norte y centro para dirigir los pasos de nuestra vida (ni a diestra ni a siniestra).
  • La persona que medita continuamente en la palabra de Dios tiene asegurado el éxito.

            El tiempo pasó; la nación se estableció en la tierra, y, aunque Dios quería hacerles bien, ellos obstinadamente insistían en alejarse de Dios y su ley. En tiempos de apostasía y frialdad Dios levantó un nuevo grupo de ministros: sus profetas. Estos venían y hablaban de parte de Dios denunciando el pecado y el alejamiento de la nación del ideal divino. Anunciaban los juicios y males que sobrevendrían como consecuencia de su proceder, al mismo tiempo que declaraban las bendiciones que Dios obraría después de la restauración. Pero la mayoría de las veces los profetas no eran escuchados, sino que, al contrario eran perseguidos y hasta asesinados por hablar cosas que no gustaban a los oídos de los gobernantes y del pueblo. Así lo declaró Esteban ante el Concilio al considerar en retrospectiva la actitud de la nación ante Dios y sus propósitos, y al referirse a la actitud de ellos ante los profetas y mensajeros de Dios:

¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores; vosotros que recibisteis la ley por disposición de ángeles, y no la guardasteis” 
(Hechos 7:51-53)

            Dios había dado la ley al pueblo para que este tuviese un medio correcto y adecuado para relacionarse con él. Para que por medio de esta el hombre aprendiese a temer a Dios, es decir, aprendiese a respetar y reconocer la dignidad y majestad de aquel que creó todas las cosas y es el único Dios verdadero. Por medio de esa revelación el hombre podía conocer qué cosas eran justas y agradables ante Dios y qué cosas no lo eran. Contenía esta ley, además, mandamientos morales y ordenanzas de todo tipo , enseñanzas de carácter espiritual, y estipulaciones para cada área de la vida. Además de todo ello, era una ley que con el transcurso de los años se iba enriqueciendo y ampliando con las contribuciones de aquellos a quienes Dios usaba para dar sus mensajes. Pero esteban dijo que ellos como nación no guardaron esa ley que recibieron por disposición de ángeles.

            ¿Qué deseaba Dios de ellos con relación a la ley que les dio? Indudablemente, deseaba que la guardasen, es decir que ajustaran sus vidas a lo que ella revelaba. Esto no significa que ellos serían perfectos moralmente, pero si que podrían vivir un tipo de vida que estaría en consonancia con el ideal de Dios, una vida que estaría centrada en el amor a Dios por sobre todas las cosas (Dt.6:4); una vida que promovería la justicia y la misericordia en las relaciones personales (Mi.6:8); una vida en la que los valores espirituales estarían por sobre los aspectos ceremoniales y religiosos (Is.58); una vida en que los aspectos materiales y utilitarios estarían sujetos a el bienestar general en el marco de la justicia y el amor (leyes sobre las cosechas, los esclavos, el pago de los trabajadores, etc). Bien ha sido dicho que la ley de Dios en el Antiguo Testamento es una especie de “Constitución Nacional”, ya que legislaba para el pueblo de Israel en todos los aspectos, en lo religioso, en lo civil, en lo militar y en lo administrativo. 

            La historia bíblica muestra que no obstante las virtudes y perfecciones de la ley de Dios, el pueblo la tuvo en poco; es lo que expresa Esteban al decir que no la guardaron. En otras palabras, la menospreciaron, y no le dieron el valor que merecía. Tal fue el desprecio y la falta de interés que manifestó el pueblo de Israel para con la ley de Dios, que llegó un tiempo cuando ni siquiera nadie sabía de ella, nadie la leía, nadie la enseñaba, y ni siquiera en el templo se sabía de ella. En uno de esos periodos (varios periodos así tuvieron lugar) había un buen hombre sentado en el trono de la nación, su nombre era Josías, el bisnieto del conocido rey Ezequías. Josías recibió el reino en un periodo signado por la decadencia espiritual en la nación, pero a diferencia de sus dos antepasados inmediatos, no se conformó con la apatía espiritual imperante sino que inició un proceso de reforma espiritual en Israel. No se trataba de un proyecto de entre muchos para su gestión y reino, esta fue la labor principal y central de su vida. Después de casi dos décadas de trabajo, y en medio de la restauración del templo y el ceremonial de adoración y servicio a Dios, mientras buscaban otras cosas, se encontraron con el Libro Sagrado, la ley de Dios. Había permanecido oculta, mejor dicho, ignorada y relegada en algún lugar del templo, y fue redescubierta en ese tiempo por los trabajadores y restauradores del templo (2Cr.34:8-33).

            El libro fue llevado y leído ante el rey Josías quien tocado por el Espíritu Santo movió a toda la nación a un reencuentro con la ley de Dios. El impacto de la vida de Josías fue grande y determinante en su generación, sin embargo su reforma no trascendió en el tiempo. A la muerte de Josías la nación entró nuevamente en una profunda decadencia espiritual. Parece difícil de entender cómo toda una nación se puede olvidar tan rápidamente de su origen, de su propósito, de su ley y lo más importante del Dios que los formó he hizo de ellos lo que son, pero tristemente a menudo así sucede con las personas...El Libro Sagrado cayó nuevamente en el olvido con la desaparición de Josías.

            Los casos de los extravíos de la ley de Dios a manos de aquellos que la recibieron no finalizaron con Josías. Muchos años mas tarde, después de que el cristianismo había logrado vencer al vasto Imperio Romano diezmando el culto idolátrico y haciéndose de un número de creyentes que, según algunos historiadores, llegaba hasta cerca o más de la mitad de los pobladores del imperio, y todo esto a pesar de la persecución implacable que contra los cristianos el imperio ejercía, después de tal hazaña y gloria del evangelio, cuando la palabra de Cristo parecía que habría de llenar el mundo entero, entonces sobrevino, el extravío del Libro Sagrado nuevamente. Sobrevino un largo periodo que algunos historiadores han acordado llamar “Oscurantismo”, periodo en el que por espacio de siglos enteros el Libro Sagrado estuvo escondido y oculto de la mayoría de las personas. Prevaleció casi uniformemente ese periodo hasta los tiempos de la Reforma, cuando por medio de Lutero, Zwinglio y Calvino (por mencionar a algunos de los pioneros), se redescubrió de nuevo el Libro Sagrado. Hecho que costó la sangre de muchos creyentes, desató guerras y persecuciones implacables, pero que, como era de esperarse, trastornó el mundo de entonces y marcó un hito en la historia del cristianismo. Lutero, siendo sacerdote católico, encontró que la Biblia enseñaba cosas muy distintas a las que la iglesia católica proclamaba, intentó reformar la iglesia desde adentro pero eso no fue posible; al ser llevado a juicio por las autoridades religiosas donde se le exigía que renegase de sus escritos y su teología, declaró estar cautivo por la verdad de la Biblia y que, a menos que se le convenciese por la Biblia misma, no podría abandonar su posición. La historia es conocida, se produjo un gran cisma en la cristiandad de entonces, surgieron los protestantes como movimiento oficial, y de allí en adelante los católicos no fueron nunca más los únicos representantes de aquellos que creen en Jesucristo como el Salvador de los hombres. El Libro Sagrado estaba nuevamente a la vista, la invención de la imprenta ayudó de forma decisiva a que el mismo llegase al alcance de multitudes y fuese traducido con la celeridad posible a diversos idiomas. Pero lo más importante es que el Libro estaba siendo redescubierto espiritualmente en la vida de millares de personas. 

Hoy nosotros, en este siglo de modernismo y avanza, disponemos de grandes facilidades para tener acceso a la palabra escrita de Dios, sin embargo, es muy probable que para muchos el Libro continúe perdido, como en los tiempos de Josías; es posible que para más de uno el Libro esté olvidado y relegado en algún rincón del templo. Creo que más de una vez Dios tiene que obrar en nosotros para que tengamos un reencuentro con la palabra de Dios, algo así como un avivamiento personal e intimo en nuestra relación con las Escrituras. Y es necesario que eso suceda a menudo para que el Libro no se nos extravíe aún estando dentro de la iglesia y aún asistiendo regularmente al templo. Nuestra naturaleza (débil e inconstante) lo necesita; el ideal de Dios (que le amemos con todo nuestro ser) lo demanda; el tipo de vida que estamos llamados a llevar lo requiere. Quizá una de las principales necesidades del cristiano, en estos tiempos que vivimos, es la de redescubrir el valor y el poder transformador del Libro Sagrado en su propia vida. Ese redescubrir tiene que llevar al creyente a encontrar en las conocidas paginas de su Biblia un motivo de amor, una luz para la vida diaria, una fuente de confianza y seguridad para el presente, una firme esperanza para el futuro a pesar de las dificultades presentes, y una razón suficiente para vivir con propósito y libertad. Miremos estos aspectos según palabras tomadas del Salmo 119.

            Un motivo de amor:

            “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” 
(Salmo 119:97)

            ¿Es esta nuestra realidad? Si lo es, gloria a Dios por ello. Pero si actualmente no lo es, entonces necesitamos reencontrarnos con la palabra de Dios. El Espíritu Santo con toda seguridad quiere ayudarnos a que nos reencontremos con la palabra de Dios en amor profundo hacia ella.


            Una luz para la vida diaria:

            “Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino” 
(Salmo 119:105)

            Vivimos rodeados de un mundo que está en oscuridad espiritual, un mundo que oscurece el entendimiento con palabras sin sabiduría (Job.38:2). Y es tan urgente como necesario que la palabra de Dios sea en verdad la lámpara que ilumine el camino por donde hemos de andar. Esto no es una opción, es una necesidad. ¿Sabe porqué nos equivocamos tanto y nos causamos mal a nosotros y a otros? Por falta de luz, luz de la palabra de Dios.


            Una fuente de seguridad y confianza para el presente:

            “Se deshace mi alma de ansiedad; Susténtame según tu palabra” 
(Salmo 119:28)
            “Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo” 
(Salmo 119:165)

            Si a pesar de conocer las Escrituras se siente inseguro y amenazado, usted necesita tener un reencuentro con la Palabra de Dios y que el Espíritu Santo le ayude a experimentar la confianza y seguridad que Dios brinda a los suyos. Dios quiere hablar a su corazón por medio de su palabra para que usted experimente paz y seguridad en él.


Una firme esperanza para el futuro a pesar de las dificultades presentes:

Desfallece mi alma por tu salvación, mas espero en tu palabra. Desfallecieron mis ojos por tu palabra, diciendo: ¿cuándo me consolarás? Porque estoy como odre al humo; pero no he olvidado tus estatutos” 
(Salmo 119:81-83)

En todo tiempo necesitamos la ayuda que Dios nos brinda por medio de su palabra, pero en tiempos de aflicciones y dificultades, cuando no vemos como podremos salir adelante y qué será del mañana, a causa de los problemas, en esos tiempos particularmente difíciles la palabra de Dios nos puede dar una esperanza firme al mirar hacia el futuro. No digo que sea fácil, no lo es en verdad. No digo que sea algo automático y rápido, pero Dios sabe como ayudar a sus hijos por medio de su palabra para que estos, a pesar del dolor y las dificultades del presente, puedan mirar esperanzados hacia el futuro. ¿Ha perdido el brillo de su esperanza futura? Pídale a Dios un reencuentro con su palabra en este aspecto, él se lo concederá.


Una razón suficiente para vivir con propósito y libertad:

            “Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente. Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos” 
(Salmo 119:44-45)

            Anhelamos un propósito por el que valga la pena dar la vida, ese propósito está en nuestra relación con la palabra de Dios. Que si podemos nosotros decir como en un juramento, como en un voto de consagración con la ayuda del Espíritu Santo “guardaré tu ley siempre, eternamente y para siempre” entonces también experimentaremos una creciente libertad, libertad de conciencia, libertad de opresiones, libertad de ataduras pecaminosas, libertad en Dios.

            Que el Señor nos convenza de la necesidad de redescubrir el Libro Sagrado y nos conceda contemplarlo con nuevos ojos y nueva disposición de corazón.

           En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.

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