Desde hace varios años algunos de mis sueños recurrentes (y creo que todos tenemos algunos sueños recurrentes particulares) están relacionados con el descubrimiento de determinados objetos en lugares comunes o en sitios bien particulares. En mis sueños he encontrado Biblias enterradas en algún polvoriento camino; juegos de ajedrez con piezas de estilo clásico en alguna recóndita tienda; música inédita que surge súbitamente en el fragor de una ejecución. Lo común de todas estas experiencias es que cuando se están desarrollando generan en nosotros toda una gama de emociones que hacen memorable y grato el suceso. No sé que tan a menudo te encuentras sorprendido por algo maravilloso en tu vida cotidiana, no tiene que tratarse de algo excepcional y extraordinario del todo, en lo personal creo que muchas cosas buenas pueden emocionarnos hasta robarnos el aliento en nuestro diario vivir, pero hoy quiero invitarte a considerar el hecho de que la Biblia , la Palabra de Dios, es un tesoro de abundantes maravillas y como tal deberíamos bastante a menudo encontrarnos emocionados por lo que en ella encontramos y aprendemos. Comprendo que muchas veces el solo hecho de recorrer los conocidos caminos de las páginas de la Escritura ya resulta en una profunda y serena satisfacción que ordena nuestros pensamientos y renueva nuestras fuerzas, pero también creo que, otras muchas veces, ella debería deslumbrar nuestras almas con el brillo diamantino de su singular tesoro. El salmista, al considerar el valor de la palabra de Dios, escribió:
“Abre mis ojos y miraré las maravillas de tu ley”
(Salmo 119:18)
Creo que puedo afirmar con mucha verdad que los seres humanos somos muy visuales en nuestro vivir: elementos como colores, luces y sombras, formas y dimensiones, influyen determinantemente en nuestra vida cotidiana. Puesto que reconocemos todas las variables que dependen de este don que Dios nos ha dado, el solo hecho de considerar la posibilidad de llegar a perder la vista nos resultaría aterrador a la mayoría. Y aunque la vista quizá sea el sentido más predominante de los que poseemos, sin embargo, son muchas las cosas que dejamos de ver ya sea por falta de atención (descuido), por falta de interés (motivación), por falta de salud (física o mental, aún espiritual), o por falta de los medios necesarios.
Nos volvemos ciegos y dejamos de ver...
Las necesidades reales que tenemos…
Las necesidades de quienes nos rodean…
Las consecuencias de nuestras acciones…
Las debilidades de nuestro carácter…
Las urgencias de la obra de Dios…
Las verdades de la palabra de Dios…
Las maravillas de la ley de Dios…
Las maravillas de la ley de Dios…
Debemos orar como el salmista y decir al Señor “Abre mis ojos y miraré las maravillas de tu ley”.
7 maravillas de la palabra de Dios
1.- Convierte el alma.
“La ley del Señor es perfecta, convierte el alma”
(Salmo 19:7ª)
Personas de todo tipo y condición son transformadas cuando dan lugar a la palabra de Dios en su corazón. Personas como nosotros, o como la prostituta que lavaba los pies de Jesús, o como el cobrador de impuestos que deshonestamente se ganaba la vida, o como el ladrón que murió al lado de nuestro Señor, o como el muchacho que esclavo del vicio recibió un nuevo testamento y le arrancaba una a una las páginas para hacer cigarrillos (las leía antes de fumárselas) hasta que cayo de rodillas bajo la convicción de que necesitaba de Dios y entregó su vida a él y hoy día le anuncia en cada lugar donde se encuentra.
¡Poder maravilloso brota de sus escritos, capaz de transformar dramáticamente la condición del alma humana!
¿Quieres tú llegar a ser una nueva persona en las manos de Dios? Acude a la palabra de Dios que es perfecta y convierte el alma.
2.- Alumbra.
“La exposición de tus palabras alumbra, da entendimiento al sencillo”
(Salmo 119:130)
La exposición de tus palabras alumbra... ¿Qué alumbra? el entendimiento, el pensamiento; renueva la mente diría el escritor del Nuevo Testamento. Cuánta oscuridad puede haber en la mente de un hombre; qué profundidad terriblemente lóbrega puede albergar el corazón humano; cuántas veces somos asediados por la confusión, por la incertidumbre, por una sugerencia pecaminosa, por una idea turbia que desata toda una tempestad de caos y tinieblas sobre el alma, pero la exposición de sus palabras alumbra. Aunque cercados por la oscuridad nos encontremos, podemos afirmarnos en la palabra de Dios y decir con el salmista: “Lámpara es a mis pies tu palabra y lumbrera a mi camino”.
3.- Consuela en la aflicción.
“Ella es mi consuelo en mi aflicción, porque tu dicho me ha vivificado”
(Salmo 119:50)
Una de las características más maravillosas de la palabra de Dios es su capacidad de impartir consuelo en medio de la aflicción como nada ni nadie lo puede hacer. De aflicciones conocen todos los seres humanos; si tratásemos de mencionar una a una las aflicciones que azotan a los hombres podrían volverse innumerables; pero hay en el tesoro, en El Libro maravilloso, palabras extraordinarias capaces de impartir consuelo al alma que sufre. He presenciado su eficacia en medio de las enfermedades, ante la perdida de un ser querido, ante el fracaso de un proyecto económico, ante el desmoronamiento de la vida familiar, ante la dureza de la vida; he sido testigo muchas veces que en verdad hallan consuelo todos los que se apegan a las palabras de este Santo Libro. Pero quizá deba afirmar que el consuelo es solo una parte del bien que obra la palabra de Dios en aquellos que sufren; otra parte del bien está en que ella vivifica, es decir, renueva las fuerzas y el aliento; ciertamente sus dichos vivifican y reaniman al abatido. ¿Lo has experimentado?
4.- Alegra el corazón.
“Los mandamientos del Señor son rectos, alegran el corazón”
(Salmo 19:8ª)
Vivir según los mandamientos del Señor alegra el corazón. No hay mayor gozo que el poder identificarse sinceramente con los mandamientos de Dios. Que tristeza es que muchos cristianos menospreciemos sus preceptos; mucha de nuestra pobreza emocional se debe a que nos son desconocidas sus palabras y no hacemos de los mandamientos de Dios la base de nuestra vida. Quizá hayas pensado que los mandamientos de Dios son gravosos, penosos, dificultosos, pero hoy quiero decirte que si esa es toda tu apreciación, has estado equivocado al respecto, pues los mandamientos de Dios son rectos y traen alegría al corazón.
5.- Otorga libertad.
“Guardaré tu le y siempre…Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos”
(Salmo 119:44-45)
Otra de las obras maravillosas de la palabra de Dios consiste en otorgarnos libertad: libertad para vivir una vida que agrada a Dios; libertad para rechazar el pecado y para amar amplia y sinceramente; libertad para perdonar y olvidar las ofensas; libertad para soñar y aspirar a una vida superior. Es parte del plan divino el que experimentemos una libertad gloriosa, disfrutada y expresada en un vivir sencillo pero significativo, según el valioso propósito establecido por Dios para cada uno de nosotros. ¿Lo contrario a la libertad? ¿Querrá el Señor nuestra opresión? No lo creo…
6.- Brinda paz.
“Mucha paz tienen los que aman tu ley”
(Salmo 119:165ª)
La gran necesidad del corazón (después de la vida eterna) es la de alcanzar paz, pero esta no es fácil de asegurar: no se obtiene por dinero, status social o conocimiento. Aunque ciertamente se puede disfrutar de paz bajo ciertas condiciones en nuestra existencia (por ejemplo cuando tenemos buena salud y nuestras necesidades básicas están cubiertas, y gozamos de buenas relaciones con quienes nos rodean), existe, no obstante, un tipo de paz superior, una que no depende directamente de el equilibrio de lo que nos rodea (sean objetos, personas, eventos), una paz de un orden diferente que surge de la convicción interna en la bondad y fidelidad de Dios; una paz que no se desmorona aunque se trasladen los montes al corazón del mar y la tierra tiemble; esa paz es el resultado de aprender a amar la ley de Dios. Ver a una persona que ama la palabra de Dios es ver a alguien que disfruta de abundancia de paz; ver a una persona que frecuentemente está en angustia de alma y azotado por temores e incertidumbres, es ver a alguien que no ha aprendido a amar la palabra de Dios como podría hacerlo, porque la Escritura dice “Mucha paz tienen los que aman tu ley”.
7.- Aconseja eficazmente.
“Tus testimonios son mis delicias y mis consejeros”
(Salmo 119:24)
La vida no se puede vivir en soledad, el ser humano es un ser social. Ahora bien, dentro de las dinámicas de la vida en sociedad está la posibilidad de recibir consejo y aconsejar a otros, ya sea por los medios de la educación formal o informal, ya por los mecanismos que establece cada núcleo familiar o por los grupos formados entorno a intereses afines; el hecho es que en gran parte actuamos influenciados por los consejos de alguno (aunque en ultima instancia sean los de nuestro propio corazón), pero, ¿te has detenido a pensar en la Biblia como un consejero? Tú puedes hacer de la palabra de Dios tu mejor consejero. ¿Dónde está el hombre, o la mujer, que no necesita de un consejo oportuno? ¿Quién es el esposo, o la esposa, que no ha equivocado repetidas veces por seguir un consejo errado? ¿Quién de nosotros no se encuentra a menudo como ante una encrucijada, necesitado de un consejo seguro y firme que nos ayude a tomar la decisión correcta antes de seguir adelante? Puedes hacer de la palabra de Dios tu consejero de confianza, tu asesor privado, tu brújula y mapa en las travesías de tu vida, no te arrepentirás de ello.
Es mi deseo y oración que encuentres en la palabra de Dios, de tiempo en tiempo, una joya que venga a enriquecer tu vida y alumbrar tu existencia; que hagas de ella tu mayor tesoro y que Dios te conceda el que seas sorprendido a menudo con alguna de sus maravillas.
En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.