La historia del nacimiento del Señor Jesucristo desde sus inicios está llena de sucesos extraordinarios y muy particulares. Es compresible que así sea puesto que se trata del hecho sin precedentes e irrepetible de la encarnación de la deidad. Lo que las Escrituras declaran sobre el nacimiento del “niño Jesús” ha sido una fuente inagotable de inspiración por generaciones que se ha manifestado en un caudal ininterrumpido de poemas, canciones, pinturas, dramatizaciones, obras de arte diversas, etc. En la comunidad cristiana son innumerables los sermones y mensajes que han surgido de esas pocas páginas de la Escritura. En esta oportunidad deseo llamar su atención sobre estas conocidas escenas observando en particular el hecho de que en todas ellas los protagonistas fueron gente sencilla pero con un corazón dispuesto para Dios.
1.- La historia de Zacarías (Lucas 1:5-24; 57-80)
Los primeros escogidos de Dios para el desarrollo de sus planes relativos a la encarnación eran un par de ancianitos.
- El, un sacerdote de la clase de Abías (vs.5)
- Ella, descendiente de Aarón, es decir, hija de sacerdotes (vs.5).
- Ancianitos, pero justos delante de Dios e irreprensibles en las ordenanzas del Señor (vs. 6)
Zacarías y Elisabet fueron escogidos por Dios para ser los padres del heraldo principal del Mesías de Israel. Zacarías significa “Dios recuerda” y Elisabet (Dios del juramento),y aunque es cierto que él era un sacerdote, sin embargo era un sacerdote pueblerino (uno más entre aproximadamente 20.000), que vivía en una aldea de poca importancia en una montaña de la región de Judá. Pero a ese hombre sencillo, que por “suerte” le tocaba ofrecer el incienso en el templo de Jerusalén (quizá la única vez en toda su vida en que tenía tal privilegio), a ese hombre junto a su mujer, Dios le agradó distinguir al concederles el honor de ser los padres del mensajero que habría de anunciar la llegada del Mesías de Israel.
Aunque Zacarías no creyó de inmediato a la palabra de Dios para con él, la palabra se cumpliría sin falta “a su tiempo” (vs.20).
En Zacarías y Elisabet Dios demostró que los que viven para él aunque estén en un lugar anónimo y de poca importancia han de ser tomados en cuenta en sus planes. También que aquellos que piensan que el tiempo de ver la gloria de Dios en sus vidas es cosa del pasado pueden ser sorprendidos cuando menos lo esperan al recibir una visita inesperada de parte de Dios en sus vidas. En ellos se cumplió fielmente el hecho de que “Dios recuerda” y jamás falta a sus palabras.
2.- La muchacha nazarena de nombre María (Lucas 1:26-38)
Cuando los ojos del Señor se pasearon sobre toda la tierra de Israel para escoger a la madre del niño Mesías, la encontró en un sitio apartado y de despreciado renombre, Galilea. Los habitantes de esa región eran tenidos en poco por los habitantes de otras regiones de Israel. La joven se llamaba María, un nombre bastante corriente nada particular. María estaba comprometida en matrimonio con un carpintero del pueblo de nombre José. Con mucha probabilidad vivía en una humilde casa en aquella nada elegante región. Pero los mensajeros de Dios no se pierden en los barrios pobres, sin extravío alguno llegan hasta donde se encuentran los escogidos de Dios y les hacen saber lo que Dios desea comunicarles.
- María se turba por las palabras del ángel (vs.29)
Un ángel le dice lo que jamás esperó oír de parte de Dios: que es una persona “muy favorecida”, que el Señor está con ella de una forma especial y, por si fuera poco, que entre todas las mujeres bendita es ella. Si el ángel le impresionaba, más le impresionaban sus palabras, ¿Por qué le decía esas cosas a ella precisamente?
Es posible que María de por sí se considerase indigna de ciertas oportunidades y bondades, y también es probable que había aprendido a aceptar sin complejos su condición de pobreza, pero definitivamente no se esperaba una distinción tan especial como esa.
- He aquí la sierva del Señor, hágase conmigo conforme a tu palabra (vs.38)
Finalmente vemos algo de porqué Dios escogió a esta joven galilea, sus palabras algo revelan de su corazón para con Dios. Y aunque muchas cosas se complicarían en los días por venir para ella (su relación con José, su reputación entre los vecinos y familiares, etc) ella seguiría manteniendo esa misma actitud para con su Señor y Dios.
En la joven María se cumplió aquella palabra que un humilde profeta dijo en tiempos difíciles a un rey de Israel: “Los ojos de Jehová contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen corazón perfecto para con él” (2Cr.16:9).
Dios halló en esa joven nazarena un corazón de su agrado para el cumplimiento de sus propósitos. Un corazón que respondía adecuadamente a sus designios y planes. María, por su parte, comprendió, como le escuchó decir al ángel Gabriel, que “nada hay imposible para Dios” (vs.37).
¿Encuentra hoy día Dios en nosotros un corazón dispuesto para con él? ¿Estamos nosotros dispuestos a recibir la privilegiada encomienda divina aunque ello nos complique la vida?
¿Hemos llegado a creer de todo corazón que en verdad “nada hay imposible para Dios”? ¿Lo estamos experimentando en nuestra propia vida?
3.- El lugar del nacimiento del Rey. (Lucas 2:1-7)
También en este aspecto vemos como Dios decide honrar a los humildes y exaltar a los pequeños y olvidados. El profeta Miqueas había declarado de parte del Señor:
“Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá; de ti me saldrá el que será Señor en Israel”
(Miqueas 5:2)
Belén aunque era una muy pequeña aldea era conocida desde tiempo antiguo por haber nacido en ella el rey David. Pero ahora habría de nacer en ella uno mucho más grande que David. Belén, cuyo nombre significa “casa de pan”, distaba unos 11 kilómetros de Jerusalén, y seguramente por estar tan próxima a la gran capital la gloria de esta eclipsaba más aún su brillo, al punto que es posible que solo se le tomase en cuenta como un sitio de paso en el camino a Jerusalén, o, como un lugar donde se puede conseguir alojamiento cerca de Jerusalén.
¿Qué tiene para ofrecer belén? Quizá solo una rustica hostería y la sencillez de sus habitantes. José y María emprendieron un viaje de más de 100 Km para llegar a Belén impulsados por un censo de carácter obligatorio en el que debían participar, aunque en realidad era Dios quien los empujaba hacía Belén porque allí debía nacer el niño profetizado.
¿Nos estará obligando a nosotros también la mano divina hacía el cumplimiento de propósitos más elevados de lo que alcanzamos a percibir?
¿Podremos abrir nuestro entendimiento al hecho de que más allá de las penosas imposiciones de las circunstancias hay una mano soberana y poderosa que con amor y sabiduría guía nuestros pasos cuando hemos decidido confiar en él?
La pareja llegó casi totalmente desapercibida al pequeño pueblo, quizá avanzada la noche. El único lugar que alberga a los viajeros está totalmente ocupado (el censo había obligado a mucha gente a desplazarse). Belén está a unos minutos de convertirse en la fama de toda la tierra, a segundos de ser anunciada por los heraldos angelicales como la cuna del gran Rey, y sin embargo no tiene un lugar humanamente digno para sus nobles y distinguidos visitantes. Es como si Dios dijese que su Hijo amado no viene a buscar nada de los hombres sino a dar todo por ellos. Como si con ello demostrase Dios que él al que quiere, exalta y corona de favores y misericordias, aunque quien los reciba nada tenga para ofrecer a cambio. Belén, pequeña Belén, pequeña en comparación con las otras ilustres familias de Judá, pequeña casa de pan que fue honrada con la visita repentina pero profetizada del glorioso niño Mesías.
Un pesebre está disponible, es un pesebre limpio que aún no ha sido usado destinado al resguardo de los animales, pero pesebre al fin. ¿Accederá Dios que el niño Rey sea colocado en tan humilde lugar?
Dios hizo cosas extrañamente sorprendentes en esos días, escogió ese lugar para que naciera su Hijo. Aunque, pensándolo un poco, bien se puede afirmar ningún lugar hubiese sido digno de él. Aunque es seguro que el más hermoso de los palacios luciría como una pobre choza al contener en su interior al glorioso niño Dios, lo sublime y extraordinario es que el poema que la divinidad escribió esa noche expresa que el pesebre tenía mayor gloria que todos los palacios juntos: en su humilde interior plácidamente yacía el de los días eternos, el Príncipe de príncipes, el Mesías Rey de Israel.
Belén se parece a nuestras propias vidas en algunos sentidos: pequeñas, sin mayor importancia para muchos, pero con la casi ingenua esperanza de que Dios nos visite algún día; el pesebre se parece a nuestro corazón en algunos sentidos: no es digno de Dios, parece estar dispuesto para cosas animales antes que divinas; y si fuésemos plenamente concientes de la majestad de Dios, lloraríamos desconsoladamente al encontrar que nos tenemos un mejor lugar que ofrecer a nuestro Señor, pero también para nosotros hay ecos de esperanza en aquel nacimiento sucedido en el pesebre: la gloria de Dios santifica, dignifica, y glorifica cuando permitimos que tenga lugar en nuestras vidas.
4.- Los primeros invitados a la celebración del nacimiento (Lucas 2:8-20)
Una máxima que el Mesías habría de pronunciar más adelante sería que “los primeros serán postreros y los postreros serán primeros”. Y parece ser un principio congruente con el obrar de Dios en la historia. Unos mil años atrás allí mismo en Belén cuando el Juez de Israel había de ungir a quien sería rey sobre la nación llamaron a todos los posibles candidatos de la familia de Isaí, a todos menos a un joven que estaba pastoreando ovejas en el campo, el pastorcito David.
La noche en que nació el Señor Jesucristo había un grupo de hombres, olvidados e ignorados de muchos, cuyas vidas se iban en cuidar los rebaños durantes las noches. No eran gente que ocupase lugares de importancia estratégica en sus localidades; no eran de seguro personas instruidas académicamente; eran hombres de lo más simples que se ganaban la vida cuidando los rebaños que, probablemente, pertenecían a otras personas. A este grupo de personas se le presentó el mensajero angelical. ¿Por qué? Como diría más adelante el Señor Jesucristo, Dios decidió revelar estas cosas, no a los sabios y entendidos, sino a los niños, a gente sencilla con deseos de escuchar y con un corazón dispuesto para con Dios.
En la quietud y silencio de la noche, un ángel de Dios irrumpe con el fulgor de la gloria del Señor y a voces proclama el anuncio:
“…Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor”
¿Cómo pueden ellos encontrarse con el Salvador que ha nacido?
“Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre”
Un solo ángel puede dar el mensaje divino y proclamar el anuncio, pero se requiere de toda una multitud de huestes angelicales para proclamar la alabanza a Dios quien realiza estos hechos estupendos entre los hombres.
“Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”
Parece sugerir el texto que esta frase la proclamaban reiteradamente, si cantaban o proclamaban no lo podemos saber, pero alababan a Dios al hacerlo. Que privilegio el de los pastorcillos esos, recibir de tan exaltada fuente las noticias del nacimiento del Mesías. Los pastores hicieron lo que se espera de todo aquel que recibe algo de la luz que emana del conocimiento de Dios, dijeron:
“Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado”
Dice la Escritura que vinieron “apresuradamente” hasta hallar el pesebre, y luego que dieron a conocer todo lo que les había acontecido, finalmente, “volvieron…glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho” (vs.20)
Estos pastores nos recuerdan que Dios no hace distinción de personas si encuentra un corazón receptivo a su voz. Nos recuerdan que aún en los lugares más alejados de la dinámica de una comunidad Dios puede sorprendernos con propósitos de bien para todo el pueblo. Nos recuerdan que personas como ellos (sencillas pero con un corazón abierto para Dios) pueden ser participantes de grandes privilegios en los propósitos divinos.
Hoy todavía resuenan los ecos de aquellas historias que lejos de ser hermosas fantasías son registros históricos de como Dios irrumpió en la historia humana para manifestar entre nosotros al Salvador de todos los hombres. Que cada uno de nosotros pueda aún sentir el impacto de aquellas jubilosas y antiguas palabras:
“¡GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS, Y EN LA TIERRA PAZ , BUENA VOLUNTAD PARA CON LOS HOMBRES!”
En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.