Deuteronomio, el último libro del Pentateuco, registra las instrucciones finales de Moisés para con el pueblo de Israel. Contiene aquellas palabras que Moisés dijo al pueblo antes de morir y antes de que ellos fuesen a tomar posesión de la tierra prometida. El libro en sí es una especie de recuento y recapitulación de la ley que durante los años del peregrinar por el desierto habían recibido de parte de Dios, de allí el nombre de este libro, Deuteronomio, o “segunda ley”.
Visto desde otra perspectiva, el libro de Deuteronomio son las palabras que Dios hace escuchar a su pueblo escogido antes de que este entre a tomar posesión del lugar que él les tenía reservado. Atrás quedaban las experiencias vividas en un peregrinar de 40 años por el desierto; atrás quedaba la falta de fe en las promesas divinas; atrás quedaba toda una generación sepultada por su falta de resolución en cuanto a obedecer a Dios; un tiempo nuevo, bueno y desafiante se acercaba para los descendientes de Abraham; la promesa se haría realidad, lo ofrecido y reservado por Dios sería entregado.
En el día de hoy creo que muchos de nosotros, por no decir que todos, de una u otra forma nos encontramos en una situación similar al pueblo de Israel tal como aparece en Deuteronomio. Hemos alcanzado la liberación del yugo del enemigo, estamos caminando con Dios desde hace ya cierto tiempo, hemos recibido promesas y ofrecimientos de parte de Dios, y aún sabemos que hay mejores y mayores cosas reservadas por Dios para nuestras vidas en los días por venir; sin embargo, es probable que aún necesitemos escuchar algo semejante a las palabras que Dios refirió al pueblo de Israel en aquella oportunidad y ver como aplican para la condición y momento presente de nuestras vidas. Creo que es imperativo para cada uno de nosotros, como lo fue para el pueblo de Israel en aquel momento, que asumamos plenamente el llamado que Dios nos ha hecho.
(Deuteronomio 7:1-11)
1.- Lo que Dios hace por los suyos (vs.1-2ª)
“Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra en la cual entrarás para tomarla, y haya echado de delante de ti a muchas naciones, al heteo, al gergeseo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, siete naciones mayores y más poderosas que tú, y Jehová tu Dios las haya entregado delante de ti, y las hayas derrotado...”
Uno de los aspectos que más sorprende y admira al creyente es el hecho de que sea Dios quien siempre tome la iniciativa y otorgue el poder y el triunfo en las empresas y acometidos de la vida humana.
Fue Dios quien sopló aliento de vida sobre aquel cúmulo de polvo para que el hombre viniese a ser un alma viviente.
Fue Dios quien se acercó al hombre cuando este se encontraba avergonzado y confundido por causa del pecado en Edén.
Fue Dios quien proveyó una digna vestimenta de pieles de animales para nuestros padres en Edén para reemplazar las inadecuadas vestimentas de higueras que ellos hicieron.
Fue Dios quien se manifestó a Abraham cuando este todavía vivía entre el paganismo y la idolatría en Ur de los caldeos.
Fue Dios quien sacó al pueblo de Israel de la esclavitud egipcia aún cuando ellos no estaban preparados ni bien dispuestos para ello.
Moisés comprende que todo lo que ellos han vivido y están por hacer es obra de Dios, por lo que les dice:
“Cuando Jehová tu Dios te haya introducido en la tierra...cuando haya echado delante de ti a muchas naciones...cuando Jehová tu Dios las haya entregado delante de ti....”
El pueblo de Israel va a entrar en batalla contra esas naciones, pero Moisés les dice que es Dios quien les introducirá en la tierra, echará las naciones delante de ellos y las entregará ante ellos en la batalla.
Pobre del cristiano que no cree que Dios puede pelear sus batallas; pobre del cristiano que piensa que las cosas se deciden por sus propios recursos y posibilidades; pobre del cristiano que se olvida de los recursos divinos y del obrar todopoderoso de Dios; pobre, porque la realidad es que Dios en verdad obra para que sus propósitos y promesas se cumplan en nuestras vidas; obra favoreciéndonos en las circunstancias de nuestra vida y dándonos la victoria sobre los obstáculos e impedimentos que se nos presentan en el camino; Dios irrumpe en la esfera de nuestras vidas para bendecirnos y obrar a nuestro favor de acuerdo con sus propósitos si en verdad esperamos y deseamos que lo haga. Un principio fundamental en el caminar con Dios consiste en aprender por experiencia propia que la victoria en las batallas de la vida no se obtiene en base a las posibilidades humanas sino por el mover de la mano y poder de Dios. Hasta tanto no se aprenda esta lección fundamental, estaremos imposibilitados de avanzar en nuestro peregrinar cristiano, aún cuando las promesas nos hayan sido dadas y el plan de conquista nos haya sido presentado.
2.- La necesidad de ser radical (vs.2b-5)
“...las destruirás del todo; no harás con ellas alianza, ni tendrás de ellas misericordia. Y no emparentarás con ellas; no darás tu hija a su hijo, ni tomarás a su hija para tu hijo, porque desviará a tu hijo de en pos de mí, y servirán a dioses ajenos; y el furor de Jehová se encenderá sobre vosotros, y te destruirá pronto. Mas así habéis de hacer con ellos: sus altares destruiréis, y quebraréis sus estatuas, y destruiréis sus imágenes de Asera, y quemaréis sus esculturas en el fuego”
El mandamiento para el pueblo de Israel era claro y tajante. Al entrar en la tierra de la promesa debían conservarse puros y no contaminarse con las prácticas de los otros pueblos. Por ello debían a medida que se establecían, destruir el orden reinante y establecer un nuevo orden, el orden de Dios. ¿Qué cosas hacían estas gentes que merecían tal juicio y castigo de parte de Dios? Eran idólatras en gran manera; exaltaban y promovían la inmoralidad sexual; sacrificaban niños recién nacidos y jovencitas vírgenes en honor a sus abominables dioses; tenían prácticas y ritos perversos.
En nuestra sociedad actual y en nuestro mundo contemporáneo y de avanzada están presentes los mismos elementos y prácticas que desencadenaron el juicio de Dios sobre aquellas naciones. Y las voces que se escuchan son: tolerancia, libertad, no al fundametalismo, no a la religión puritana, no a la ortodoxia de la Biblia. Vivimos en un mundo que es idólatra hasta la sumo: se adoran y veneran ángeles, vírgenes, santos, demonios, personalidades públicas, esto es, artistas, deportistas, gobernantes, etc. Pero, además de esto, en nuestra sociedad de avanzada también se idolatra el sexo, la promiscuidad y el libertinaje, y aún los niños son ofrecidos a los dioses, sacrificados ante los pedófilos y pornógrafos, y por millones mueren, no en un altar religioso, pero si en los infames altares donde se practican los abortos.
La posición del cristiano en el mundo actual no es diferente a la de los israelitas en aquel tiempo cuando entraban a la tierra prometida. Más aún, hemos recibido instrucciones semejantes a las de ellos, no en asuntos prácticos de guerras cuerpo a cuerpo, pero sí en lo que tiene que ver con nuestro carácter y posición ante el mundo y los valores que promueve y plantea. Por ello es que es inevitable que se produzca un choque, un conflicto frontal entre el mensaje y estilo de vida del creyente, y la cultura y valores que predomina en la sociedad. Y así como el pueblo de Israel debía caminar con paso firme, dispuesto a enfrentar y destruir todo lo que se oponía al conocimiento de Dios, así hoy se requiere que usted y yo como cristianos seamos radicales y decididos en nuestro caminar con Dios. No podemos actuar y vivir por lo que indica la cultura de nuestro tiempo, ni por lo que hace la mayoría, y a veces, ni siquiera por lo que establecen las leyes (si al aborto, si a los matrimonios homosexuales, si a la persecución política, etc), repito, debemos ser radicales, aguerridos y decididos por la causa del Evangelio de Jesucristo aunque eso nos lleve a vivir literalmente en contra del mundo que nos rodea. Las personalidades de nuestra sociedad quieren hablar de amor y paz, de entendimiento y reconciliación, de tolerancia y armonía, pero sin tocar los temas de fondo, y la Biblia simplemente dice:
“...¿Y qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿y que comunión la luz con las tinieblas? ¿y qué concordia Cristo con Belial? ¿o qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y que acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos?”
(2Cor.6:14-16)
Que ningún cristiano se deje seducir por las propuestas del mundo antidios, que ningún cristiano se convierta en amigo del mundo que injurió y crucificó a su Salvador, que ningún cristiano piense que los valores y pensamientos que imperan en el mundo son compatibles con los valores y pensamientos del reino de Dios. El apóstol Juan lo expresó con las siguientes palabras:
“No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”
(1Jn.2:15-18)
3.- La razón principal de este proceder (vs.6)
“Porque tu eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, mas que todos los pueblos de la tierra”
Moisés le recuerda al pueblo de Israel que ellos habían sido destinados para una relación particular con Dios, por lo que debían conducirse de una forma diferente a todas las demás naciones de la tierra. Dos razones aduce Moisés:
Primero, son un pueblo santo (apartado, dedicado, consagrado) para Dios . Segundo, han sido escogidos para ser el pueblo especial (particular, personal, exclusivo) de Dios.
Estos dos aspectos nos pueden ofrecer una visión adecuada de nuestra vida como cristianos. Hemos sido hechos para Dios. Jesucristo murió en la cruz para comprarnos para Dios, pero además, somos su especial, particular y exclusivo tesoro aquí en la tierra. Debemos vivir una vida diferente a todo el mundo porque somos propiedad de Dios y hemos sido escogidos para ser parte del grupo exclusivo de Dios sobre la faz de la tierra. A Dios sea la gloria y la alabanza. Alguno podría pensar que eso es presunción y arrogancia, y tendría razón si nosotros nos juzgásemos merecedores o con derecho a tales privilegios, pero lejos de eso, al contrario el cristiano debe reconocer que todo esto es una distinción inmerecida que solo debe redundar en alabanzas y loores a Dios. Lo mismo les dijo Moisés al pueblo, leamos.
“No por ser vosotros mas que todos los pueblos os ha querido Jehová y os ha escogido, pues vosotros erais el más insignificante de todos los pueblos; sino por cuanto Jehová os amó, y quiso guardar el juramento que juró a vuestros padres, os ha sacado Jehová con mano poderosa, y os ha rescatado de servidumbre, de la mano de Faraón rey de Egipto” (vs.7-8).
Al asumir el llamado que Dios nos ha hecho para ser pueblo exclusivo y santo para él debemos tener siempre presente en nuestro pensamiento y conciencia que nunca tuvimos en nosotros mismos razones para hacernos merecedores de tal privilegio, pero también, que nunca podremos ser participes de una distinción mas alta que esta: ser integrantes del pueblo santo y especial de Dios.
4.- Lo que debemos tener presente (vs.9-11)
“Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones; y que da el pago en persona al que le aborrece, destruyéndolo; y no se demora con el que le odia, en persona le dará el pago. Guarda, por tanto, los mandamientos, estatutos y decretos que yo te mando hoy que cumplas”
Algunos detalles a recordar y tener presente para los años por venir deja Moisés al pueblo: solo Dios es Dios. Que las naciones digan lo que quieran, nosotros sabemos que hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo, y en ningún otro hay salvación, dichosos aquellos que abren su corazón a su amor y poder. Dios es fiel y guarda el pacto a los que le aman. No es un tirano, no es una deidad caprichosa e iracunda, no es un explotador de conciencias, es Dios fiel, galardonador de los que le buscan, sol y escudo de su pueblo, aquel que levanta nuestra cabeza y es nuestra gloria. Dios es justo y de ninguna manera tendrá por inocente al culpable, dará el pago en persona a cada quien. Y, finalmente, Dios es aquel que merece nuestra completa admiración, gratitud y fidelidad. Sus mandamientos no son pesados y difíciles de entender, antes bien, alegran el alma, proporcionan dirección y sentido a nuestra vida, tienen las respuestas a nuestras interrogantes, y por sobre todo ello, brindan vida y paz a todos aquellos que los abrazan con toda su alma.
Deseando que el Señor mismo nos ayude a asumir plenamente su llamado para nuestras vidas, les saludo en el glorioso amor de Jesucristo. Antonio Vicuña.