sábado, 14 de agosto de 2010

TRAS EL EJEMPLO DEL APOSTOL PABLO



“Por tanto, os ruego que me imitéis...Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo...
Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad a los que así se conducen según el ejemplo que tenéis en nosotros"
(1Cor.4:11;.11:1; Fil.3:17)

     Las palabras tienen su valor particular dependiendo de quien las pronuncie y respalde; dicho de otra forma, las palabras son dignas de consideración según la autoridad y competencia de quien las pronuncie. En el caso que nos ocupa en esta oportunidad, las palabras con las que hemos iniciado provienen de un hombre que merece toda nuestra atención, respeto y admiración; primero, por su autoridad espiritual (Apóstol de Jesucristo); segundo, por su autoridad personal (testimonio irreprochable), y tercero, por su autoridad moral (vive todo lo que predica y exige).

     Muy pocos creyentes, si es que acaso ha habido alguno, han logrado alcanzar las encumbradas cimas que el apóstol Pablo pisó en su peregrinar como cristiano: predicador incansable, misionero intercontinental, obrador de señales y milagros en el poder del Espíritu Santo, fundador de iglesias, formador de líderes, obrero esforzadísimo en la causa del evangelio, el escritor más prolífico de todo el Nuevo Testamento, hombre poseedor de múltiples dones espirituales, protagonista de experiencias espirituales excepcionales, con un carácter intenso y apasionado, comprometido a vivir para Dios con todas sus fuerzas y capacidades hasta donde el alma le alcanzare y hasta donde la vida le acompañase. Después del Señor Jesucristo no creo que persona alguna haya tenido tanta influencia sobre los hombres como el apóstol Pablo.
     
     Viendo las notables credenciales espirituales y ministeriales de Pablo, alguno podría imaginar que él se consideraba un hombre fuerte y capaz por sí mismo, que era un creyente en todo diferente a los demás, una especie de super hombre; pero lo que encontramos en sus palabras nos dice que era un hombre corriente, un hombre como cada uno de nosotros, solo él que había aprendido a depender totalmente de Dios:

     A los hermanos de Corinto les dice:

Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado. Y estuve entre vosotros con debilidad, y mucho temor y temblor
(1Cor.2:1-3)

     Y con relación a la eficacia de su ministerio dice:

 Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” 
(1Cor.3:6-7)

No que seamos competentes por nosotros mismos...sino que nuestra competencia viene de Dios
(2Cor.3:5)

     Aunque bien es cierto que Pablo se formó en una de las mejores escuelas de su tiempo y estuvo bajo la influencia de grandes hombres, no fue de esa escuela y del respetable Gamaliel (Hch.22:3) que obtuvo el poder y la agudeza de sus mensajes. Aunque por muchos años mantuvo una disciplina personal inobjetable, así como una relación de obediencia y respeto por la ley de Dios y las ceremonias judías, no fue de esta prolongada experiencia que obtuvo la capacidad de ser perseverante y fiel al Señor. Aunque Pablo pudo haber tenido suficientes motivos para considerarse un hombre especial según sus méritos y formación particulares, sin embargo, renunció a juzgarse a sí mismo según esos estándares. Pero quizá lo que más fama a dado al apóstol Pablo en toda la historia de la cristiandad son sus escritos. Los escritos de Pablo, desarrollados según su propio testimonio “por revelación del Espíritu Santo”, han edificado, consolado, animado y fortalecido la vida de todos los creyentes en el devenir en siglos de la Iglesia. Esos escritos, así mismo,  han desatado las más arduas tareas de investigación, análisis y disertación en el ámbito teológico. Los creyentes sencillos son amigos y amantes de los escritos de Pablo; los religiosos de corazón indispuesto no pueden aceptar los planteamientos de Pablo, y como diría el apóstol Pedro, los tuercen para su propia perdición. Pero, además de sus inspirados escritos, la vida misma de Pablo ha retado a los cristianos en los últimos 20 siglos. El testimonio de Pablo, no en sus palabras para la iglesia, sino en la forma como decidió conducir su vida, invita a toda la cristiandad, a todo el que se considere hijo de Dios, a cada uno de nosotros, a que examinemos nuestra vida de fe, para que por la gracia de Cristo y la suficiencia de su Espíritu Santo, Dios ocupe el lugar que merece ocupar en nuestras vidas.

     En esta oportunidad veremos tres aspectos de la vida de Pablo que debemos imitar y procurar establecer en nuestra propia vida.

1.- Pablo fue un hombre que al conocer al Señor Jesucristo decidió vivir sólo para él.

     Eso se hizo patente en su conducta desde su conversión:

En seguida predicaba a Cristo en las sinagogas, diciendo que éste era el Hijo de Dios” 
(Hch.9:20)

     Todos los otros aspectos de su vida pasaron a ocupar un lugar secundario cuando conoció a Jesucristo:

"Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo"
 (Fil.3:8)

     En una oportunidad estando encarcelado y enfrentando la posibilidad de ser condenado a muerte, y todo ello por la predicación del Evangelio, expresó:
      
      “...para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” 
(Fil.1:21)

    Que Dios nos conceda la gracia y la iluminación espiritual requerida en la comprensión de nuestra vocación para que lleguemos a creer, a sentir y a vivir conforme a esas palabras. Cuando una persona tiene un verdadero encuentro con el Salvador se inicia una transformación que termina por afectar todas las áreas y esferas de la vida.
       Dios le ha llamado para que usted viva para él. Mientras perdure el testimonio de Pablo este nos dirá, que es posible vivir para Dios, no otorgándole un “lugarcito” entre las muchas cosas, sino, colocándole en el primer y más importante sitio de nuestra vida. Debemos procurar que nuestro vivir sea Cristo, que también nuestro soñar sea Cristo, y, que nuestro más preciado y excelente bien, sea Cristo y solo Cristo. Que nuestra vida e intereses giren en torno a Cristo, que él sea en verdad quien impulse, motive y dirija todas nuestras acciones. Que ninguno de nosotros piense que eso está bien para aquellos que son llamados por el Señor al ministerio; vivir para Dios es un principio de vida para todo creyente, Pablo lo expresa así:

           Y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” 
(2Cor.5:15)

     Procuremos, pues, cada uno de nosotros, vivir por entero para nuestro Señor y Salvador de modo que él tenga la preeminencia en todos nuestros asuntos y acciones.

2.- Pablo fue un hombre que se esforzó en agradar y obedecer a su Salvador

      Una mirada un poco más detenida a la vida de Pablo nos muestra además que su vivir estuvo caracterizado por un continuo esforzarse. El esfuerzo, no como medio para ganar la aceptación divina, sino como señal de amor por Dios, parece una constante en la vida de Pablo. Así lo notamos en los siguientes hechos:
  • En dar un buen testimonio desde su conversión: 
Pero Saulo mucho más se esforzaba...demostrando que Jesús era el Cristo” 
(Hch.9:22)
  • En su labor evangelística y de predicación: 
“...desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo. Y de esta manera me esforcé a predicar el Evangelio...” 
(Rom.15:19-20)
  • En su disciplina personal: 
Así que, yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera peleo, no como quien golpea al aire, sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” 
(1Cor.9:26-27)
  •  Así aconsejaba a sus discípulos, por ejemplo, a Timoteo dice: 
Tu, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” 
(2Tim.2:1)
  • Así exhortaba a los hermanos de Corinto: 
Velad, estad firmes en la fe; portaos varonilmente, y esforzaos” 
(1Cor.16:13)

     El apóstol Pablo nos enseña con su propia vida que la causa y razón de nuestra fe merece toda nuestra dedicación y esfuerzo. El esfuerzo del cristiano no persigue ganar aceptación para con Dios u obtener su bendición. El esfuerzo es el deber del creyente ante la importancia eterna de la tarea en la que está envuelto; es el reflejo de un corazón saludable que late de amor por su Señor y Salvador (si el corazón está espiritualmente sano  nuestra tendencia será esforzarnos en todo aquello que nos relaciona con nuestro Señor). El esfuerzo es la manera de expresar nuestro total compromiso de fe para con Dios mientras vivimos en este mundo anticristiano. 
     A un jovencito le preguntaron si su papá era cristiano, a lo que respondió: “Sí , pero la verdad es que no se esfuerza mucho”.
     ¿Cuánto nos estamos esforzando en responder a nuestros compromisos como creyentes? ¿Habrá algunos de nosotros que acostumbramos "tirar la toalla” cuando lo que se requiere es que nos esforcemos para obedecer al Señor? ¿Estará entre quienes leen estas palabras algún creyente que está postergando su servicio a Dios porque eso demanda un esfuerzo que no está dispuesto a asumir? ¿Cuántas cosas relacionadas con la fe y tu responsabilidad cristiana has dejado de lado para cuando estas se puedan hacer de una forma más fácil y sin mucho esfuerzo?

3.- Pablo fue un hombre con un corazón que ardía por proclamar las nuevas de salvación
  • Se consideraba en deuda para con todos los hombres:
"A griegos y a no griegos, a sabios y a no sabios soy deudor
(Rom.1:14)

     Si Dios había sido tan bondadoso y misericordioso para con él, ¿Cómo podía dejar de anunciar a los hombres el mensaje que a él mismo le impartió salvación?. 
     Charles Simpson, de Cambridge, fue a visitar a su hermano, a quien los médicos le habían diagnosticado un cáncer incurable. El enfermo le dijo a Charles:
-Nunca me advertiste seriamente de mi peligro espiritual.
-No es cierto, hermano –contestó Charles-. Cada vez que se daba la oportunidad te hablaba del evangelio, y a menudo te advertí de tu peligro en las cartas que te escribía.
-Sí –respondió el hermano-, pero no fue bastante. Nunca te acercaste, y cerrando la puerta y tomándome por la solapa de la chaqueta, nunca me dijiste que no era convertido, y que si muriera en este estado me perdería. Ahora estoy sentenciado a muerte, y si por la gracia de Dios no me hubiera llegado su mensaje por otros servidores de Dios, yo hubiera fallecido y sido condenado para siempre.

  • Predicar el evangelio era una necesidad para él:

“...Si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” 
(1Cor.9:16)

¿Es para nosotros una necesidad predicar el evangelio?

     Un hombre que trabajaba en una fábrica hablaba un día con un pastor y, sonriendo, le dijo lo que él consideraba casi como una broma:

     -Pastor, recientemente me ocurrió una cosa muy divertida en el trabajo. He venido trabajando al lado de un hombre desde hace dos años, y el otro día, de modo casual, descubrimos que los dos somos cristianos, sin que lo supiéramos durante todo este tiempo, ¿No le parece divertido esto?
     -¿Divertido? -Exclamó el pastor- los dos debéis caer de rodillas y confesar vuestros pecados, porque ni el uno ni el otro habéis cumplido durante dos largos años vuestra obligación de dar testimonio de vuestra fe y esperanza.
  • Por todos los medios a su alcance testificaba y procuraba ganar algunos para Cristo:

Siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número. Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley, para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del evangelio, para hacerme copartícipe de él” 
(1Cor.9:20-23)

     Hace algunos años, un individuo que tenía mucho éxito en ganar almas estaba viajando en un tren sentado junto a un hombre cuya nariz roja denunciaba que era adicto a la bebida. Comenzó el viaje leyendo el periódico y, después de un rato, abrió la bolsa de viaje y sacó de ella una botella de güisqui y un vaso, vertió algo del contenido en el vaso y dijo al cristiano que estaba a su lado:
-¿Gusta usted?
El cristiano dijo:
-No, gracias, yo no bebo.
El otro bebió el vaso, y al cabo de un rato repitió la misma operación. Abrió la bolsa, sacó la botella y otra vez dijo:
-¿De veraz que no le gustaría beber algo?
El cristiano rehusó otra vez, y entonces el bebedor de güisqui le dijo:
-¿Usted no bebe nunca?
-No, no bebo nunca.
-Entonces pensará usted que le ha tocado la mala suerte, que tiene un mal compañero de viaje.
-Bueno –dijo el cristiano-, creo que usted es una persona muy amable y muy generosa.
Y a partir de allí empezaron una conversación por medio de la cual el cristiano pudo hablar al otro, durante mucho tiempo, de asuntos espirituales.
  • No podía permanecer indiferente: 
Su espíritu se enardecía viendo la ciudad entregada a la idolatría” 
(Hch.17:16)


     Cuanta indiferencia hay en los corazones de muchos creyentes. No hay esa santa incomodidad que impide el permanecer tranquilos como si nada sucediese. Falta ese celo y esa urgencia que nos mueve a buscar y crear oportunidades para testificar. Pablo, aún en medio de un centro idolátrico en Atenas, encontró la forma de compartir su fe, porque sentía esa urgencia en su corazón; cuánto necesitamos de esa santa urgencia; debemos orar y permitir que el Espíritu Santo coloque esa carga en nuestros corazones, solo así podremos ser utilizados eficazmente por nuestro Dios para llevar la palabra de salvación a otros. 

     Un ateo dijo una vez a William Booth: -si yo creyera lo que vosotros los cristianos decís que creéis, no dejaría un solo momento de hablar de Jesús a los hombres. Como respuesta Booth le dijo: -Tiene usted razón, en adelante no voy a descansar, ni de día ni de noche, hablando a las almas perdidas de cómo pueden regenerar sus vidas y salvarlas por la eternidad. Y así lo hizo el notable hombre de Dios.

¡Que Dios nos ayude a aprender en nuestro diario vivir del ejemplo de Pablo!

     En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.


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