lunes, 4 de junio de 2012

EN TIERRA SANTA


(Sobre el llamado de Moisés en Éxodo 3:1-10)
Por: Antonio Vicuña

 
         La historia de la vida de Moisés nos puede resultar demasiado extraordinaria, pero en el fondo, Moisés era un hombre de carne como nosotros. De niño estuvo expuesto a la muerte, creció privado de sus verdaderos padres y familiares; los primeros 40 años de su vida estuvo tratando de amoldarse a una cultura y vocación que no era la suya y aunque lo logró en gran medida (fue enseñado en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras. Hechos 7:22), estando en el punto más alto de sus logros sufrió un drástico quiebre de línea en su vida y perdió todo lo que tenía. Los siguientes 40 años de su vida transcurrieron en el anonimato. De ser una persona pública de gran relevancia en uno de los países más importantes de su tiempo, vino a ser un sencillo pastor de ovejas al servicio del padre de la que vino a ser su mujer en una tierra extraña. Era, pues, un hombre quien ya no tenía pasado al cual regresar, ni futuro al cual aspirar; se había convertido en alguien perdido de su gente, ajeno de su pueblo, y, tal vez, decepcionado de su Dios. A este Moisés halló Dios en Horeb, con este Moisés se encontró el Señor en tierra santa, y lo que realmente nos debe admirar y animar es que este Moisés, un hombre que conocía y reconocía sus muchas limitaciones y carencias, sus grandes fracasos e imposibilidades, este hombre, decidió creer a las palabras de Dios, decidió aceptar el llamado y la invitación que Dios le hacía en esa etapa de su vida,  a sus 80 años de edad, y se arremangó su túnica para servir a Dios, y lo hizo dándole el primer lugar en su vida y corazón y obedeciéndole en todo lo que le indicara. Con este Moisés Dios hizo grandes cosas; aquellas cosas que escuchó de la misma boca de Dios en tierra santa. 


1.- El milagro de la zarza ardiente.

“Apacentando Moisés las ovejas de su Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a través del desierto, y llegó hasta a Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo: Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema”
Éxodo 3:1-3

“Allá en el monte Horeb la zarza ardía” es una de las frases de un conocido “corito pentecostal” aquí en Venezuela. Dios ha encendido muchas “zarzas” a lo largo de la historia; de distintas maneras a estado llamando la atención de los que han de ser sus instrumentos en el cumplimiento de sus santos propósitos. No se puede saber con certeza cuándo, dónde o por qué, Dios encenderá una zarza para dar inicio a un nuevo llamamiento al ministerio, pero Él lo sigue haciendo; así cómo llamó a la atención de Moisés para que se dirigiera hasta dónde su presencia se encontraba de forma manifiesta, así Dios continúa hoy día llamando la atención de aquellos que han de servirle en los propósitos a ser realizados para gloria de su Nombre.

            Algunos pasajes del Antiguo Testamento en donde vemos este actuar de Dios son:

“…para que se cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, despertó Jehová el espíritu de Ciro rey de Persia”
Esdras 1:1

“…Yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra”
Jeremías 29:10

“Y despertó Jehová el espíritu de Zorobabel…el espíritu de Josué…y el espíritu de todo el pueblo”
Hageo 1:14

2.- Cuando Dios pronuncia nuestros nombres.

“Viendo Jehová que él iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él respondió: heme aquí”
Éxodo 3:4

            Dios le llamó por su nombre lo cual guarda relación con ese hecho tan característico del trato de Dios con los hombres tal como se revela en las Escrituras: Dios se relaciona de manera personal con los suyos. Conoce a los suyos y los llama por sus nombres particulares.
Algunos estudiosos de la conducta han expresado que pocas cosas son tan significativas para las personas como el que se les llame por su propio nombre. Y en algunas situaciones y determinados contextos, el que nuestro nombre sea recordado o pronunciado por los labios de alguna persona, puede llegar a ser una experiencia inolvidable.
Dios conoce nuestro nombre, y, si se me permite decirlo así, sus labios también han pronunciado nuestro nombre. El profeta Isaías lo expresa así:

“Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú”
Isaías 43:1

“Por amor de mi siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre”
Isaías 45:4

            Y en el Nuevo Testamento leemos:

“El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles”
Apocalipsis 3:5
           
“Al que venciere, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe”
Apocalipsis 2:17

            Hermano Dios te ha llamado por tu propio nombre para que te acerques a él en tu caminar y vivir. Es tiempo de que lo creamos firmemente de tal manera que ese pensamiento impregne todo nuestro quehacer existencial.

3.- Reconociendo la majestad de Dios.

“No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tu estás, tierra santa es”
Éxodo 3:5

            “No te acerques”. Y aunque Dios desea establecer una relación profunda y personal con sus hijos, sin embargo, porque el es Dios y no hombre, porque Él es el Eterno, el Fuerte, el Principio y fin, el Primero y el Último, el Altísimo, el Admirable, el Santo, el Todopoderoso, puesto que el es Dios sobre todas las cosas, debe privar necesariamente una distancia reverencial en los que se acercan ante su presencia.
            Uno de los grandes obstáculos que el cristianismo de nuestro tiempo tiene para profundizar su relación con Dios está íntimamente relacionado con este aspecto en particular: se ha trivializado y banalizado la presencia y majestad de Dios; en aras de una supuesta y atrevida fe se ha presentado la falsa impresión de que con Dios nos podemos relacionar de la misma manera como lo hacemos con nuestros semejantes, es decir, de forma irreverente, irrespetuosa, ligera, sin formalidad alguna, haciéndole en mal sentido como “uno igual a nosotros”. Por lo que una de las más grandes necesidades de la cristiandad actual es adquirir plena y renovada conciencia de la grandeza y majestad de Dios. Conciencia que se traduce en temor reverencial. Cuando adquiramos esa conciencia se dejarán de cantar muchas de las canciones que hoy se escuchan en las iglesias; se dejarán de escuchar esas oraciones tan irreverentes que se dirigen hacia el Cielo; se escucharán más plegarias humildes y sinceras y se verán más rodillas dobladas en la tierra y manos extendidas al Cielo.
            El llamado a reconocer la majestad y la dignidad de Dios con distancia reverencial abunda en la Escritura:

“Jehová está en su santo templo; calle delante de Él toda la tierra”
Habacuc 2:20

“Cuando fueres a la casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal. No te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y tu sobre la tierra; por tanto sean pocas tus palabras”
Eclesiastés 5:1-2

“Así que recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia”
Hebreos 12:28

            “…Quita tu calzado de tus pies”. Pero Dios también nos llama, al igual que Moisés, a “descalzar nuestros pies” delante de su presencia. Si el “no te acerques” tiene que ver con la distancia reverencial que debemos a nuestro Señor y Dios, el “descalzar los pies” tiene que ver con el reconocer que Él es santo, y, por tanto, si vamos a entrar en una relación con Él debemos ser también nosotros santos en nuestro vivir. Moisés estaba parado en tierra santa y Dios se los hace saber y en consecuencia le exige que quite el calzado de sus pies.
La enseñanza para nosotros es que, al igual que Moisés, debemos comportarnos como estando en tierra santa. Ese descalzar nuestros pies es lo que nos separa del mundo y sus contaminaciones; es lo que nos consagra al servicio y disposición de Dios; es lo que permitirá que Dios nos pueda hablar sobre los propósitos que Él tiene para con nuestra vida y la de aquellos con los que nos relacionamos y relacionaremos en el futuro.

4.- La entrega de la comisión divina.

“Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob…Bien he visto la aflicción de mi pueblo…he oído su clamor…he conocido sus angustias y he descendido para librarlos…El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen. Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques a mi pueblo”
Éxodo 3:6-10

Esta fue la encomienda que recibió Moisés de parte de Dios. Para ello fue que la mano providencial del Señor le condujo con sus rebaños de ovejas por el desierto hasta Horeb. Por ese momento Dios había esperado los últimos 40 años si se puede usar la expresión. A este Moisés esperaba el Señor, y aunque no le fue fácil convencerlo, lo que nos interesa ahora, llegado a este punto, es que Moisés recibió una comisión directamente de Dios. Una palabra que habría de cambiar el curso de su vida, el de su familia, el de la nación hebrea y el finalmente el del mundo entero.
            Salvando todas las distancias necesarias, existe, no obstante, una similitud tan grande entre el llamado de Moisés y el que Dios no hace a cada uno de nosotros. Al igual que a Moisés, a nosotros también Dios se nos ha manifestado llamando nuestra atención y llamándonos por nuestro nombre y nos ha comunicado sus palabras. También nosotros hemos recibido una palabra directa de la boca de Dios, tenemos las Escrituras que son el soplo de Dios, el resultado del aliento Divino. Y hemos recibido una palabra que ha venido a nosotros para cambiar para bien nuestra vida, la de nuestras familias, y la vida de mucha gente en todo el mundo. Y al igual que Moisés, a nosotros Dios también nos ha dicho “Ven, por tanto, ahora, y te enviaré”.
La historia de este encuentro de Moisés con Dios en tierra santa termina con las siguientes palabras:

“Y el pueblo creyó; y oyendo que Jehová había visitado a los hijos de Israel, y que había visto su aflicción, se inclinaron y adoraron”
Éxodo 4:31

¿Qué cosas maravillosas y grandes hará el Señor con cada uno de nosotros si también decidimos vivir como estando en tierra santa, con el pie descalzado y humillados ante su presencia? 
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