(Sobre el llamado de
Moisés en Éxodo 3:1-10)
Por: Antonio Vicuña
La
historia de la vida de Moisés nos puede resultar demasiado extraordinaria, pero
en el fondo, Moisés era un hombre de carne como nosotros. De niño estuvo
expuesto a la muerte, creció privado de sus verdaderos padres y familiares; los
primeros 40 años de su vida estuvo tratando de amoldarse a una cultura y
vocación que no era la suya y aunque lo logró en gran medida (fue enseñado en
toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras.
Hechos 7:22), estando en el punto más alto de sus logros sufrió un drástico
quiebre de línea en su vida y perdió todo lo que tenía. Los siguientes 40 años
de su vida transcurrieron en el anonimato. De ser una persona pública de gran
relevancia en uno de los países más importantes de su tiempo, vino a ser un
sencillo pastor de ovejas al servicio del padre de la que vino a ser su mujer
en una tierra extraña. Era, pues, un hombre quien ya no tenía pasado al cual
regresar, ni futuro al cual aspirar; se había convertido en alguien perdido de
su gente, ajeno de su pueblo, y, tal vez, decepcionado de su Dios. A este
Moisés halló Dios en Horeb, con este Moisés se encontró el Señor en tierra
santa, y lo que realmente nos debe admirar y animar es que este Moisés, un
hombre que conocía y reconocía sus muchas limitaciones y carencias, sus grandes
fracasos e imposibilidades, este hombre, decidió creer a las palabras de Dios,
decidió aceptar el llamado y la invitación que Dios le hacía en esa etapa de su
vida, a sus 80 años de edad, y se
arremangó su túnica para servir a Dios, y lo hizo dándole el primer lugar en su
vida y corazón y obedeciéndole en todo lo que le indicara. Con este Moisés Dios
hizo grandes cosas; aquellas cosas que escuchó de la misma boca de Dios en
tierra santa.
1.- El milagro de la
zarza ardiente.
“Apacentando Moisés
las ovejas de su Jetro su suegro, sacerdote de Madián, llevó las ovejas a
través del desierto, y llegó hasta a Horeb, monte de Dios. Y se le apareció el
ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio
que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía. Entonces Moisés dijo:
Iré yo ahora y veré esta grande visión, por qué causa la zarza no se quema”
Éxodo 3:1-3
“Allá en el
monte Horeb la zarza ardía” es una de las frases de un conocido “corito
pentecostal” aquí en Venezuela. Dios ha encendido muchas “zarzas” a lo largo de
la historia; de distintas maneras a estado llamando la atención de los que han
de ser sus instrumentos en el cumplimiento de sus santos propósitos. No se
puede saber con certeza cuándo, dónde o por qué, Dios encenderá una zarza para
dar inicio a un nuevo llamamiento al ministerio, pero Él lo sigue haciendo; así
cómo llamó a la atención de Moisés para que se dirigiera hasta dónde su
presencia se encontraba de forma manifiesta, así Dios continúa hoy día llamando
la atención de aquellos que han de servirle en los propósitos a ser realizados
para gloria de su Nombre.
Algunos
pasajes del Antiguo Testamento en donde vemos este actuar de Dios son:
“…para que se
cumpliese la palabra de Jehová por boca de Jeremías, despertó Jehová el
espíritu de Ciro rey de Persia”
Esdras 1:1
“…Yo os visitaré, y
despertaré sobre vosotros mi buena palabra”
Jeremías 29:10
“Y despertó Jehová el
espíritu de Zorobabel…el espíritu de Josué…y el espíritu de todo el pueblo”
Hageo 1:14
2.- Cuando Dios pronuncia nuestros nombres.
“Viendo Jehová que él
iba a ver, lo llamó Dios de en medio de la zarza, y dijo: ¡Moisés, Moisés! Y él
respondió: heme aquí”
Éxodo 3:4
Dios
le llamó por su nombre lo cual guarda relación con ese hecho tan característico
del trato de Dios con los hombres tal como se revela en las Escrituras: Dios se
relaciona de manera personal con los suyos. Conoce a los suyos y los llama por
sus nombres particulares.
Algunos
estudiosos de la conducta han expresado que pocas cosas son tan significativas
para las personas como el que se les llame por su propio nombre. Y en algunas
situaciones y determinados contextos, el que nuestro nombre sea recordado o
pronunciado por los labios de alguna persona, puede llegar a ser una
experiencia inolvidable.
Dios conoce
nuestro nombre, y, si se me permite decirlo así, sus labios también han
pronunciado nuestro nombre. El profeta Isaías lo expresa así:
“Ahora, así dice
Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo
te redimí; te puse nombre, mío eres tú”
Isaías 43:1
“Por amor de mi
siervo Jacob, y de Israel mi escogido, te llamé por tu nombre”
Isaías 45:4
Y
en el Nuevo Testamento leemos:
“El que venciere será
vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y
confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles”
Apocalipsis 3:5
“Al que venciere,
daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca, y en la
piedrecita escrito un nombre nuevo, el cual ninguno conoce sino aquel que lo
recibe”
Apocalipsis 2:17
Hermano
Dios te ha llamado por tu propio nombre para que te acerques a él en tu caminar
y vivir. Es tiempo de que lo creamos firmemente de tal manera que ese
pensamiento impregne todo nuestro quehacer existencial.
3.- Reconociendo la majestad de Dios.
“No te acerques;
quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tu estás, tierra santa es”
Éxodo 3:5
“No
te acerques”. Y aunque Dios desea establecer una relación profunda y personal
con sus hijos, sin embargo, porque el es Dios y no hombre, porque Él es el
Eterno, el Fuerte, el Principio y fin, el Primero y el Último, el Altísimo, el
Admirable, el Santo, el Todopoderoso, puesto que el es Dios sobre todas las
cosas, debe privar necesariamente una distancia reverencial en los que se
acercan ante su presencia.
Uno
de los grandes obstáculos que el cristianismo de nuestro tiempo tiene para
profundizar su relación con Dios está íntimamente relacionado con este aspecto
en particular: se ha trivializado y banalizado la presencia y majestad de Dios;
en aras de una supuesta y atrevida fe se ha presentado la falsa impresión de
que con Dios nos podemos relacionar de la misma manera como lo hacemos con
nuestros semejantes, es decir, de forma irreverente, irrespetuosa, ligera, sin
formalidad alguna, haciéndole en mal sentido como “uno igual a nosotros”. Por
lo que una de las más grandes necesidades de la cristiandad actual es adquirir
plena y renovada conciencia de la grandeza y majestad de Dios. Conciencia que
se traduce en temor reverencial. Cuando adquiramos esa conciencia se dejarán de
cantar muchas de las canciones que hoy se escuchan en las iglesias; se dejarán
de escuchar esas oraciones tan irreverentes que se dirigen hacia el Cielo; se
escucharán más plegarias humildes y sinceras y se verán más rodillas dobladas
en la tierra y manos extendidas al Cielo.
El
llamado a reconocer la majestad y la dignidad de Dios con distancia reverencial
abunda en la Escritura:
“Jehová está en su
santo templo; calle delante de Él toda la tierra”
Habacuc 2:20
“Cuando fueres a la
casa de Dios, guarda tu pie; y acércate más para oír que para ofrecer el
sacrificio de los necios; porque no saben que hacen mal. No te des prisa con tu
boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios
está en el cielo, y tu sobre la tierra; por tanto sean pocas tus palabras”
Eclesiastés 5:1-2
“Así que recibiendo
nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a
Dios agradándole con temor y reverencia”
Hebreos 12:28
“…Quita
tu calzado de tus pies”. Pero Dios también nos llama, al igual que Moisés, a
“descalzar nuestros pies” delante de su presencia. Si el “no te acerques” tiene
que ver con la distancia reverencial que debemos a nuestro Señor y Dios, el
“descalzar los pies” tiene que ver con el reconocer que Él es santo, y, por
tanto, si vamos a entrar en una relación con Él debemos ser también nosotros
santos en nuestro vivir. Moisés estaba parado en tierra santa y Dios se los
hace saber y en consecuencia le exige que quite el calzado de sus pies.
La enseñanza
para nosotros es que, al igual que Moisés, debemos comportarnos como estando en
tierra santa. Ese descalzar nuestros pies es lo que nos separa del mundo y sus
contaminaciones; es lo que nos consagra al servicio y disposición de Dios; es
lo que permitirá que Dios nos pueda hablar sobre los propósitos que Él tiene
para con nuestra vida y la de aquellos con los que nos relacionamos y
relacionaremos en el futuro.
4.- La entrega de la comisión divina.
“Yo soy el Dios de tu
padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob…Bien he visto la
aflicción de mi pueblo…he oído su clamor…he conocido sus angustias y he
descendido para librarlos…El clamor, pues, de los hijos de Israel ha venido
delante de mí, y también he visto la opresión con que los egipcios los oprimen.
Ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques a mi pueblo”
Éxodo 3:6-10
Esta fue la
encomienda que recibió Moisés de parte de Dios. Para ello fue que la mano
providencial del Señor le condujo con sus rebaños de ovejas por el desierto
hasta Horeb. Por ese momento Dios había esperado los últimos 40 años si se
puede usar la expresión. A este Moisés esperaba el Señor, y aunque no le fue
fácil convencerlo, lo que nos interesa ahora, llegado a este punto, es que
Moisés recibió una comisión directamente de Dios. Una palabra que habría de
cambiar el curso de su vida, el de su familia, el de la nación hebrea y el
finalmente el del mundo entero.
Salvando
todas las distancias necesarias, existe, no obstante, una similitud tan grande
entre el llamado de Moisés y el que Dios no hace a cada uno de nosotros. Al
igual que a Moisés, a nosotros también Dios se nos ha manifestado llamando
nuestra atención y llamándonos por nuestro nombre y nos ha comunicado sus
palabras. También nosotros hemos recibido una palabra directa de la boca de
Dios, tenemos las Escrituras que son el soplo de Dios, el resultado del aliento
Divino. Y hemos recibido una palabra que ha venido a nosotros para cambiar para
bien nuestra vida, la de nuestras familias, y la vida de mucha gente en todo el
mundo. Y al igual que Moisés, a nosotros Dios también nos ha dicho “Ven, por
tanto, ahora, y te enviaré”.
La historia de
este encuentro de Moisés con Dios en tierra santa termina con las siguientes
palabras:
“Y el pueblo creyó; y
oyendo que Jehová había visitado a los hijos de Israel, y que había visto su
aflicción, se inclinaron y adoraron”
Éxodo 4:31
¿Qué cosas
maravillosas y grandes hará el Señor con cada uno de nosotros si también
decidimos vivir como estando en tierra santa, con el pie descalzado y
humillados ante su presencia?
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