CARÁCTER, EVIDENCIA Y RETRIBUCIÓN
(3 PRINCIPIOS BIBLICOS DEL NUEVO TESTAMENTO)
1.- La trascendencia del carácter:
“El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto”
(Lucas 16:10)
Creo que estas palabras no tienen que ver tanto con administración o fidelidad como con el carácter. Jesús dice que el hombre, esté donde esté, seguirá siendo el mismo, actuando de la misma manera, comportándose de la misma forma, viviendo bajo los mismos principios. En abundancia o escasez el hombre se mostrará como es: el que es fiel se mostrará fiel, y el que es infiel (o injusto) se mostrará infiel; no es asunto de recursos, es asunto de carácter.
El carácter nos define como personas. Qué tipo de personas somos lo determina nuestro carácter. Qué tipo de cristianos somos lo determina nuestro carácter. El carácter es aquello que somos en esencia, aquello por lo cual decidimos lo que decidimos y hacemos lo que hacemos; el carácter es aquello que, entretejido por nuestras motivaciones y escala de valores, nos define como personas.
Muchos piensan que si las circunstancias fuesen distintas, actuarían de forma diferente a como han venido actuando, pero eso es poco probable. Un creyente puede ofrendar con alegría y gratitud y otro no lo puede hacer con esa misma actitud; no es problema de ingresos económicos, es un asunto de carácter. En el corazón de uno el dinero es de una importancia suprema y no puede desprenderse de él con facilidad, mientras que en el corazón del otro el dinero no es más que una de tantas bendiciones que recibe de Dios y por lo tanto puede ofrendar con liberalidad y gratitud. Un joven soltero está oprimido por la lujuria y la impureza sexual, va al matrimonio pensando que todo eso se arreglará cuando se case, pero es probable que su situación una vez casado, en vez de mejorar empeore; porque estos asuntos (lujuria, impureza sexual, codicia, etc.) están relacionados con el carácter y no solamente con aspectos fisiológicos o biológicos.
Todos los cristianos comenzamos nuestra vida de fe permitiendo que Dios nos transforme y nos cambie desde adentro, desde el corazón, y Dios comienza a hacerlo, pero el tiempo va pasando, y ya no nos sentimos tan urgidos de más cambios, nos conformamos con lo que somos, dejamos de pedir al Señor que nos transforme más a su imagen y semejanza. El resultado es que muchos dejamos de crecer, nos quedamos estancados en alguna etapa de nuestro crecimiento como cristianos y el carácter de Cristo no continúa formándose en nosotros. Podemos estar tranquilos con un carácter no tratado por Dios por algún tiempo, pero más temprano que tarde, comenzaremos a tener problemas; primero problemas con la gente que está a nuestro alrededor, después, problemas con nosotros mismos, y finalmente, problemas con Dios. Un cristiano que no permite que Dios toque y trate con su vida en la parte más esencial, en la parte de sus deseos y voluntad personal, en la parte de sus intereses y motivaciones personales, en la parte de su integridad y vulnerabilidad como persona, tendrá muchas luchas y forcejeos, herirá a otros y se herirá a sí mismo, y se encontrará como Saulo, dando coces contra un aguijón. Primero, porque la vida no estática ni está dispuesta para que se hagan las cosas a nuestra manera; segundo, porque quien no encuentra en el trato de Dios la herramienta para la transformación de su propia vida, estará toda su vida luchando contra los demás por imponer su voluntad, para a la final, descubrir que ni siquiera se puede hacer.
Tenemos que permitir que Dios toque nuestras vidas, que Dios se involucre en nuestros asuntos privados, que Dios transforme nuestras vidas desde adentro. Carácter. Ningún cristiano puede ir más allá de su carácter en su caminar con Dios. Dios nos usará hasta donde nosotros le hayamos permitido tratarnos y forjar en nosotros un carácter semejante al carácter de Cristo. En un arrebato de ira Moisés partió las tablas de la ley al pie del monte, Dios le ordenó que escribiese él mismo otras tablas semejantes a las anteriores. Pero muchos años más tarde cuando se supone que Moisés actuara con probada madurez, nuevamente actuó movido por la ira, y en vez de hablar a la roca, como Dios le había mandado, la golpeó con ira, mientras censuraba al pueblo, esta vez Dios no toleró su proceder, y en consecuencia no pudo introducir al pueblo que saco de Egipto en la tierra de la promesa. Una fisura en el carácter de Moisés le impidió ir más adelante en su caminar con Dios. No es de extrañar que el libro de Jueces, el cual narra los sucesos posteriores a la conquista de la tierra una vez muerto Josué, haya sido llamado el libro de la tarea inconclusa. Cuando usted ve la vida y carácter del pueblo y sus líderes en ese periodo, encontrará que a razón de un carácter no tratado por Dios ellos perdieron numerosas bendiciones y oportunidades. En la vida cristiana no se puede progresar al margen del carácter que nos define y caracteriza como creyentes. No se preocupe por dónde está hoy, pero sí por, qué cosas está permitiendo a Dios hacer en su vida.
El que es fiel en lo muy poco también en lo más es fiel. El Señor narró como un grupo de siervos se hicieron merecedores de aquel santo elogio: “…buen siervo y fiel, entra en el gozo de tu Señor” o “sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré”. Creo que mucho tuvo que ver el carácter de aquellos siervos en la recompensa que recibieron de parte del Señor. No esperemos que las cosas cambien para aprender a ser fieles, aprendamos hoy a ser fieles creyentes y adoradores de Dios. En lo muy poco del hogar, del trabajo que desarrollamos, de las relaciones que sostenemos, del servicio que prestamos, de la fe que vivimos y profesamos, y así también nosotros recibiremos una alabanza de parte de Dios.
2.- Evidencia, la prueba inequívoca:
“No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos”
(Mateo 7:18).
Estas palabras las pronunció el Señor cuando alertaba a sus discípulos sobre los falsos profetas. Estos, aunque vengan vestidos de ovejas, son en realidad lobos rapaces. El secreto para identificarlos está en sus frutos, es decir en el resultado de su obrar. Vivimos tiempos confusos. Tiempos donde se ha oscurecido la verdad por el vocerío de muchos que toman el nombre del Señor y las palabras de su Evangelio para fines egoístas y perversos. Hombres que se levantan con una biblia en sus manos, con frases del evangelio en sus labios, con apariencia de piedad, con un lenguaje aparentemente bíblico, pero hay algo que no calza bien con la verdad, hay algo que no cuadra con las palabras y el mensaje de Cristo. Multitudes son atrapadas y sometidas por estos falsos apóstoles y obreros fraudulentos. Muchos cristianos sinceros permanecen cautivos a merced de aquellos que les prometen libertad desde la esclavitud. ¿Sabe porqué no se alejan de ellos? Porque no quieren pecar al juzgar o pretender examinar la vida de los supuestos ungidos del Señor. Y se olvidan de que la palabra está llena de exhortaciones a examinar la vida y mensaje de aquellos que hablan de parte de Dios. Nuestro Señor nos dijo dónde encontrar evidencia inequívoca al examinar la vida de un hombre: en sus frutos. Allí está la verdad contra la cual no se puede ni se debe mentir. Allí está la evidencia que no debe ser ignorada ni desestimada.
A veces juzgamos como malas a ciertas personas por algunas características que tienen y que no nos gustan o no compartimos, pero más allá de eso, esas personas tienen el aval del buen fruto. Y el Señor dijo que el árbol malo no podrá dar buen fruto. No podrá un árbol de espinos dar uvas. De modo que si usted ve a personas que están produciendo uvas e higos debe reconsiderar el seguir considerándolas como malos árboles. Hay muchas personas que actúan de forma diferente a nosotros, que piensan de forma distinta a nosotros en diversas áreas, que viven de forma distinta a nosotros la vida cristiana, pero, para sorpresa nuestra, están llevando fruto para Dios, están dando buen fruto, y eso debe ser suficiente para nosotros. También sucede lo contrario, personas que consideramos buenas, de Dios, pero, el fruto de una vida santa está ausente. El buen fruto está ausente. Y si usted los examinase más cuidadosamente, de acuerdo con lo que en verdad dice la palabra de Dios, encontrará que hablan muy bien, pero actúan muy mal; que conocen mucho de la Biblia pero solo de aquellas cosas que les convienen enseñar por ganancia personal; que tienen bocas que hablan grandes cosas, pero cosas que Dios nunca les mandó a decir; que tienen apariencia de corderos pero hablan como dragones. En este asunto del fruto como evidencia todavía nos son muy útiles aquellas sentencias apostólicas: “el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom.14:17), y, “El reino de Dios no consiste en palabras sino en poder” (1Cor.4:20)
Pero la evidencia del fruto también se aplica a otras esferas de las relaciones. El fruto que estamos dando es la mejor y más segura evidencia de nuestra fe; es la mejor evidencia de nuestro llamado; es la prueba más tangible de nuestro progreso como creyentes; es la demostración de que permanecemos unidos a la Vid.
¿Qué hacemos con el mal fruto? ¿Cuál debe ser nuestra actitud al ver el mal fruto en nuestras propias ? El fruto malo es señal de algo que no está bien en nuestro interior. Es el indicio de que se deben tomar ciertas decisiones importantes. El mal fruto es el resultado de algo más profundo, es la evidencia de un problema que surge por no permitir a Dios realizar su obra en nuestra vida.
Que el Señor nos conceda la gracia de ser como árboles que siempre están cargados de buenos frutos para gloria de su nombre. Como aquellos que están plantados junto a corrientes de aguas dando fruto en su tiempo (Sal.1:3); o como aquellos cuyas hojas son para medicina de las naciones (Ez.47:12); o como aquellos que hermosamente son llamados “árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya” (Is.61:3).
3.- El principio de la retribución:
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”
(Gálatas 6:7)
Una pregunta de entrada: ¿Qué ve usted en estas palabras: una advertencia o una promesa? Yo creo que ambas cosas están presentes aquí. Este verso es como aquellos dibujos que dependiendo de donde usted enfoque su vista le muestran una figura u otra. Nos presenta una advertencia, una muy seria advertencia, si acaso pensamos que podemos burlar a Dios, que podemos sobornar su justicia, o soslayar su ley. No hay siquiera uno en toda la historia humana que haya burlado al Dios eterno. No ha habido hombre alguno que se haya salido con las suyas ante Dios. Ninguno que haya logrado obtener beneficios de parte de Dios aplicando a algún tecnicismo bíblico. Para aquellos que piensan que pueden jugar para los dos equipos, el de Dios y el del mundo, les presenta la advertencia. Para aquellos que están intentando andar en el camino de Dios pero bajo los criterios y pensamientos de la carne les es una solemne advertencia. Para aquellos que creen que hay cosas que simplemente hay que “echarles tierra encima” (perdone la expresión) es una grave advertencia. Dios no puede ser burlado. Las consecuencias de nuestras acciones nos alcanzarán. Lo que sembramos cosecharemos. El que le despreciare será por él tenido en poco.
Pero estas palabras son también una preciosísima promesa para aquellos que caminan de la mano con Dios. Promesa que debe confortar nuestros corazones cuando padecemos algún tipo de vejación o injusticia, Dios no puede ser burlado. Promesa que debe fortalecer nuestra esperanza para el mañana, puesto que cosecharemos hermosos beneficios por nuestro caminar con Dios. Promesa que debe potenciar nuestras fuerzas en nuestro servicio al Señor: él no se equivoca al arreglar las cuentas de sus jornaleros; ni olvida el recompensar con tremendas cosas a aquellos que le sirven en amor. Dios es un Dios que paga a todos con justicia y con generosidad.
“Todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”
Usted y yo sembramos a diario, en el tiempo que pasamos o dejamos de pasar a solas con Dios; por medio del tipo de pensamientos que ocupan nuestra mente y corazón; por las acciones y obras que realizamos; por medio de los hábitos que nos caracterizan como personas.
Dios tiene buena semilla para nuestras vidas, para nuestras familias, para nuestro futuro, depende de cada uno de nosotros el recibirla de su mano y hacer una buena siembra.
“Siembra un acto y cosecharás un hábito; siembra un hábito y cosecharás un carácter; siembra un carácter y cosecharás un destino” (Charles Reade)
Nuestra propia vida y la de las personas que nos rodean son un terreno que espera por la buena semilla. ¿Cuál buena semilla? La del evangelio, la de la esperanza, la del aprecio, la de la simpatía y amabilidad, la del amor.
“El que al viento observa, no sembrará; y el que mira a las nubes no segará…por la mañana siembra tu semilla, y a la tarde no dejes reposar tu mano”
(Eclesiastés 11:4,6)
Aunque nos cueste creerlo por razones que hoy no mencionaremos, estamos llamados a cosas grandes e importantes. Por tanto, aunque fuertes vientos rujan amenazantes alrededor de nuestras vidas, aunque negras nubes anuncien tempestad y lluvia, no podemos olvidar que somos los sembradores de Dios, y, para gloria de su nombre, debemos realizar nuestra labor; las vidas de muchos esperan por ello, muchos más de los que pensamos, muchos más de los que imaginamos. Por tanto, amado hermano en la fe de nuestro Señor Jesucristo, siembra con fe y esperanza, hazlo con convicción; aunque solo sea una semilla la que puedas colocar en el campo no dejes de hacerlo; aunque no alcances a comprender que tanta ayuda esa pequeña semilla puede traer no te detengas; siembra en la mañana, también en la tarde, y aún en la noche, siembra por medio de una corta llamada, por medio de una palabra de esperanza, por medio de una oración de apoyo en medio de la necesidad, por medio de una visita inesperada, por medio de la oración secreta y mediadora, por medio de la insistente y persistente disposición a ayudar; siembra con alegría que hay paga, buena paga, para tu labor. Siembra que Dios no es injusto para olvidar el trabajo de vuestro amor; siembra recordando que el trabajo en el Señor no es en vano; siembra para ti y siembra para otros, que Dios ha ordenado que el trabajador disfrute de los frutos habiendo trabajado primero.
Desde Venezuela, en el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.
Dios trayendo a mi vida una palabra oportuna, gracias Señor porque sé que la buena obra que haz iniciado en mí, la perfeccionarás hasta el fin.
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