martes, 16 de noviembre de 2010

EL SIERVO ESCOGIDO


Los tiempos que vivimos son tiempos de urgencias en muchos sentidos, tiempos en que se requiere de nosotros que andemos en verdadera conformidad con la palabra del Evangelio. Estamos rodeados de malos ejemplos, malas costumbres, malos modelos, no solo a nombre del mundo y su sistema, sino también, a nombre del evangelio y de la iglesia de Cristo.
Muchos son los que han equivocado el camino, los que han torcido las Escrituras para su propia perdición (2Pe.3:16), muchos los que han decidido servir a sus apetitos carnales y deseos de grandeza aprovechándose de la confianza e ingenuidad de los creyentes (Fil. 3:18-19). Muchos son los que a lo malo dicen bueno, y  a lo bueno malo, que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo (Is. 5:20).
Pareciera que la sal ha perdido su sabor (Lc.14:34), y la lámpara luce debilitada ante la pesada oscuridad, tanto, que apenas su luz con gran dificultad logra rasgar algo en su espeso y negro velo. Pero todavía la palabra profética ha de tener su pleno y perfecto cumplimiento: “...no habrá siempre oscuridad para la que está ahora en angustia... el pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos” (Is.9:1-2). Aunque la tormenta ruge con fuerza y muchos duermen, inclusive arrullados por su maligno sonido y complaciéndose en su detestable ventisca, no obstante, la luz prevalecerá finalmente y la verdad triunfará, el Evangelio será engrandecido y el Señor Dios Todopoderoso establecerá su justicia en la tierra. Así lo expresó el profeta Isaías:

“He aquí mi siervo,  yo le sostendré;  mi escogido,  en quien mi alma tiene contentamiento;  he puesto sobre él mi Espíritu;  él traerá justicia a las naciones. No gritará,  ni alzará su voz,  ni la hará oír en las calles. No quebrará la caña cascada,  ni apagará el pabilo que humeare;  por medio de la verdad traerá justicia. No se cansará ni desmayará,  hasta que establezca en la tierra justicia;  y las costas esperarán su ley”
(Isaías 42:1-4)

Dios siempre ha contado, en todas las generaciones, con hombres a su servicio, quienes con toda propiedad han sido llamados "siervos de Dios". Aún en el día de hoy el Señor cuenta con un ejercito de hombres y mujeres que son sus siervos, pero el Señor Jesucristo es el siervo de Dios más excelente entre los excelentes, él es el perfecto Siervo del Señor. No porque algunos así lo consideren, sino porque Dios mismo así lo dijo: 

He aquí mi siervo...

Servicio duro y difícil el que tuvo que llevar a cabo el redentor de los hombres; no el de sus palabras y enseñanzas sin igual, no el de caminar de aldea en aldea interesándose en los pobres y enfermos de cada lugar, no el de reunirse cada día con unos y otros para responder a sus inquietudes y brindar una palabra de consejo, sino aquel servicio, por el cual tuvo que presentar sus mejillas al puño de los desalmados, su rostro a los esputos de los irreverentes, sus espaldas al desgarrador látigo romano, y su cuerpo a los verdugos para que fuese traspasado. Y sin embargo, Dios dijo “he aquí mi siervo, yo le sostendré”. Le sostuvo ante sus enemigos, le sostuvo en las agonías de la muerte sobre aquella cruz, le sostuvo en alto ante toda la arruinada humanidad, le sostuvo en victoria cuando descendió al sepulcro, le sostuvo por su Espíritu cuando le levantó de entre los muertos, le sostuvo con mano firme cuando le exaltó hasta lo sumo otorgándole un nombre que es sobre todo nombre y sentándole a su diestra en las alturas para que ante él se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre (Fil.2:9-11).

Al considerar el sello tan sublime con el cual el Señor Jesucristo coronó su servicio a Dios, entregando su vida en la cruz, nos debería avergonzar la ligereza y superficialidad de nuestro propio servicio cristiano; nos debería, cuando menos indignar, la chocante pedantería con que muchos se refieren a las gloriosas verdades del evangelio; nos debería inquietar el que los falsos apóstoles y seudo profetas de nuestro tiempo causen tanto daño a la causa del evangelio. Debemos pedir a nuestro Padre Dios que nos ayude a valorar y a entender mejor la obra que nuestro Señor Jesucristo llevó a cabo en la cruz. El evento más grande de todos los tiempos fue la crucifixión del Señor Jesucristo; las verdades más profundas y trascendentes del Evangelio están contenidas en la cruz de Cristo. El glorioso poder de Dios fluye libre hacia los corazones de los hombres solo cuando estos comienzan a entender la obra que el Señor Jesucristo llevó a cabo en la cruz del Calvario. Por lo que es completamente detestable el espectáculo que ofrecen muchos seudo-predicadores del Evangelio: una continua cháchara sobre deudas, dinero, ofrendas y pactos, como si ese fuera el asunto central del mensaje cristiano; aprovechadores que se valen del nombre del Señor Jesús para obtener beneficios personales; sinvergüenzas desleales que son la viva imagen de aquellos que describió Zacarías: hombres que matan las ovejas del Señor sin sentir culpabilidad alguna y además dicen “Bendito sea el Señor porque he enriquecido” (Zac.11:5); hombres corruptos de entendimiento y privados de la verdad que, como advirtió Pablo a Timoteo, toman la piedad como fuente de ganancia. Pero la obra gloriosa del Señor Jesucristo no tiene que ver con dinero, “tu dinero perezca contigo” le dijeron los apóstoles al hombre que intentó igualar el obrar del Espíritu Santo con el poder del dinero (Hc.8:18-21). Aunque Dios promete suplir y proveer para nuestras necesidades cotidianas, sin embargo, es una degeneración reducir la poderosa obra de Cristo a favor de los pecadores al campo financiero; es una perversión hacer del materialismo y la solvencia económica el fin principal del Evangelio para con los hombres, porque, antes que prósperos, Dios desea que los hombres sean santos; antes que adinerado, Dios desea que su pueblo sea poderoso en el Espíritu Santo; antes que admirado por su fino vestir y elegante apariencia, Dios desea que el cristiano sea reconocido por su humildad y semejanza de carácter con Cristo Jesús. 
Mientras que muchos creyentes viven con su mirada puesta en el cantante que más suena, la película más taquillera de la temporada, las tendencias de la moda actual, el culto de la apariencia del cuerpo, lo que promete el gobernante de turno, y mientras que otros tantos viven con sus pensamientos absortos en las amenazas y problemas de la vida diaria, ocupados y dedicados a la tarea de asegurarse el presente y el futuro en lo económico; y mientras que otros más están desalentados y resignados a continuar con su vida como mejor puedan, a todos ellos, Dios dice:

... mi escogido...

¿Por qué no mirar mejor al escogido de Dios, a nuestro Señor Jesucristo? ¿No es acaso él “el más hermoso de los hijos de los hombres”? (Sal.45:2) ¿No es mil veces mejor escuchar sus palabras antes que las de cualquier otro? La gracia se derramó en sus labios escribió el salmista, y sus palabras son palabras de vida eterna, dijo aquel conocido discípulo. Dios dice “he aquí mi escogido”, ¿no haremos bien en mirarle, admirarle y amarle?.

Jesucristo es el escogido de Dios, el escogido para llevar a los hombres de las tinieblas a la luz (1Pe.2:9); el escogido para quitar la muerte y sacar a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio (2Tim.1:10); el escogido para conducir el carro triunfal de Dios y anunciar públicamente la derrota de Satanás y sus principados (Col.2:15); el escogido para recibir todos los honores de la creación de Dios (Col.1:16); el escogido para ser Señor tanto de los vivos como de los muertos (Rom.14:9); el escogido para juzgar, y justificar o condenar, según sea el caso, a todos y cada uno de los hombres (Jn.5:22); el escogido para alegrar el corazón de Dios, él dice:

...en quien mi alma tiene contentamiento...

            Testimonio que Dios hizo público cuando Jesús fue bautizado (Mt.3:17) y poco antes de su pasión cuando se transfiguró en el monte delante de sus discípulos (Mt.17:5). Si Dios el Padre haya su contentamiento en la persona de su Hijo eterno Jesús ¿no debemos nosotros hallar también todo nuestro contentamiento en Jesús?. Pero me temo que algunos  de nosotros todavía no hemos aprendido a hallar contentamiento en la persona de nuestro Salvador; me temo que algunos todavía admiran más al hombre terrenal que al hombre celestial; que algunos se emocionan más con los hijos de este siglo que con el Hijo eterno de Dios; me temo que algunos prefieren la compañía de otros antes que la compañía del Salvador; me temo que el alma de algunos de nosotros se regocija más con los juguetes y distracciones de esta vida que con las estupendas virtudes y carismas de nuestro Salvador. Jesucristo es el escogido de Dios y aquel en quien se alegra y complace ¿Lo harás el escogido de tu alma? ¿Permitirás que él sea quien alegre tu alma?

“...he puesto sobre él mi Espíritu...

            No hay poder mayor que el del Espíritu de Dios. La creación vino a la existencia porque el Espíritu de Dios estuvo obrando activamente para tal fin. Algunos hombres de la antigüedad vieron proezas y milagros porque el Espíritu de Dios obraba a través de ellos; el Señor Jesucristo realizó su extraordinaria y especialísima obra de testimonio, redención y resurrección por el Espíritu Santo, que como dice nuestro texto, Dios colocó sobre él. El apóstol Pedro dijo: “vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea...cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo este anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hc.10:37-38). Nunca persona alguna exhibió tal poder, unción y presencia del Espíritu sobre su vida como reposó y se manifestó sobre la persona del Señor Jesucristo, porque en él se cumplió perfectamente esta palabra profética: “...he puesto sobre él mi Espíritu”. Jesucristo no solo es el Ungido de ungidos, el Ungido del Señor, sino que, además, es el único calificado para traer la justicia sobre las naciones: 

“... él traerá justicia a las naciones...

            Las naciones no podrán encontrar el camino de la justicia ni podrán alcanzar los beneficios magníficos de la misma mientras no consientan en reconocer el señorío de  Jesucristo. En vano lucharán y se esforzarán puesto que solo hay uno que puede establecer la justicia en esta tierra: Jesucristo es su nombre. Dicho sea de paso, la principal deuda de las naciones no es la deuda social, ni la deuda para con los desposeídos, la principal deuda no es hacia el hombre mismo, sino para con Dios. Deuda que solo puede ser saldada cuando las personas reconocen su pecado y sus ofensas para con el Dios Santo y aceptan humildes el rescate que pagó Jesucristo al morir en la cruz. Los poderosos de las naciones piensan que podrán burlar la justicia de Dios, pero serán encontrados culpables y serán finalmente castigados; muchos de los que tienen influencia y poder en las esferas gubernamentales de las naciones se ríen descaradamente de la justicia de Dios, pero finalmente Dios se reirá de ellos; aunque todas las naciones a una se opongan contra Dios y su ungido, “el que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos” (Sal.2:4). No triunfarán los defensores de los derechos de los promiscuos sexuales; no triunfarán los esbirros que se dedican al secuestro y a la extorsión; no triunfarán los que promueven la idolatría, la hechicería y el ocultismo; no triunfarán los violentos y los derramadores de sangre; no triunfará el escéptico y el hombre insolente y altivo; Jesucristo establecerá su justicia aunque todos ellos tengan que ser arrasados y quebrantados; cuando el reino del Señor y de su Cristo sea establecido con poder en la tierra, entonces los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre (Mt.5:43), pero de los malos hombres, los despreciables e insolentes, los altivos y arrogantes, todos aquellos que tuvieron en poco al Señor Jesucristo, ninguno de ellos gustará ni un sorbo de la bondad de Dios.

“No gritará,  ni alzará su voz,  ni la hará oír en las calles.”

Quede bien claro que su obra se realiza de forma muy diferente a los procedimientos comunes de los hombres: sin gritos, voceríos, ni escándalos en las calles. La obra de Cristo no necesita de tales recursos. El obrar de Dios tiene a disposición mejores y más excelentes métodos para promover su reino. La verdadera obra de Dios se lleva a cabo en los corazones de los hombres, generalmente sin hacer mucho ruido, sin muchos toques de trompeta, sin llamar excesivamente la atención.

No quebrará la caña cascada,  ni apagará el pabilo que humeare

Una de las glorias del Señor Jesucristo es mostrar su grandeza a favor de los débiles, los pobres, y aquellos que tienen pocas fuerzas (“Bienaventurados los pobres en espíritu porque de ellos es el reino de los cielos...bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia porque ellos serán saciados...bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra...Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra y no has negado mi nombre”).
Siempre hay esperanza si clamamos y esperamos en el Señor Jesucristo; el es aquel quien no quebrará la caña cascada,  ni apagará el pabilo que humeare”; no tengas tu causa por perdida sin haber esperado en él. 

“...por medio de la verdad traerá justicia. No se cansará ni desmayará,  hasta que establezca en la tierra justicia;  y las costas esperarán su ley”

Solo dos pensamientos más a considerar para finalizar:

Primero, cuando Dios obra siempre lo hace en base a la verdad, cuando juzga siempre lo hace según la verdad, cuando trata con los suyos siempre lo hace considerando la verdad. Ocultemos la verdad, y tendremos penosas consecuencias; apartémonos de la verdad y pereceremos. El apóstol Pablo dijo “porque nada podemos contra la verdad, sino por la verdad” (2Cor.13:8)

Segundo, es seguro que nuestro Señor no se detendrá en su propósito tanto para con el mundo como para con nosotros; no nos cansemos tampoco nosotros de insistir hasta que su obra se perfeccione en nuestras vidas. Alabado sea Dios, tenemos un maravilloso salvador, nuestro Señor Jesucristo, el "Siervo escogido" de Dios. 

En el amor de Jesucristo, Antonio Vicuña.
                                                          
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